Votes taken by Esperanzaa

  1. .
    Aqui les dejo mi relato, es cortito pero ando con poco tiempo pero cumpli carcis jejje...

    Volverte A Ver

    Otro año ya paso, lleno de trabajo y viajes.

    Ahora estoy por pasar unas merecidas vacaciones luego de pasar la Navidad junto a mi hermano Manuel.

    Él es pelo castaño oscuro, no tan alto pero si más que yo jefe, es fachero y varias mujeres están detrás de él.
    Somos los dos muy compañeros, aunque él se fue a Estados Unidos a trabajar cada vez que puede me llama o me manda email SMS lo que venga. También es celoso ex no le gusta que anda con pantaloncitos cortos, dice que parece más una bombacha que un pantalón pero bueno, es hombre y es mi hermano. Igual yo con mi vida hago lo que quiera somos grandes y cada uno tiene su vida, pero nos queremos mucho y estoy ansiosa por volver a verlo.

    ___________________

    Un día antes de noche buena, llego mi hermano con una persona. Yo me preguntaba ¿Quién será ? porque solo me dijo por teléfono que vendría con alguien más y que me iva a sorprender.

    Así fue como a la hora del almuerzo apareció en casa Manu, corrí a abrazarlo muy fuerte y luego de saludos y abrazos le dije.

    - ¿Bueno Manuel a quien traes que no me querías decir nada por teléfono? - Le pregunte
    - Siempre curiosa voz eh, no cambias más.
    - Bueno dale decime
    -Pasa. - Le dijo mi hermano.

    Hay no saben cuándo lo vi, me quede seria inmovilizada, nose pero de repente mi mundo se paralizo, era él, mi novio de la infancia, mi amigo mi confidente. Ese niño que ahora es todo un hombre, esa persona que pensé que jamás volvería a verlo, porque sus padres se mudaron de país cuando éramos tan solos unos niños de ocho años.
    Su partida le dolió mucho a mi hermano pero mucho más a mí, y al verlo no supe que decirle más un hola.

    -Hola Sisi, ¿cómo estás?- Me dijo
    -Hooola Cruz, tanto tiempo.
    - Demasiado diría yo.

    Luego de un rato de desconcierto nos pusimos a hablar los tres y de cómo se reencontraron en Estados Unidos, pero bueno esa es otra historia jejeje.

    La cuestión aquí era que yo iva a pasar por primera vez la navidad con Cruz y por un lado me sentía ilusionada y feliz pero por el otro sabía que él se volvería con mi hermano y otra vez no lo volveré a perder.

    Ya en noche buena víspera de navidad cenamos los tres juntos y brindamos a las doce de la noche, allí cada uno se entregó los regalos, bonitos los dos me habían traído un presente y obvio que yo en la mañana les había ido a comprarle algo a Cruz porque el de Manu ya lo tenía comprado.

    -¿Y les gusta?- Pregunte entusiasmada.
    - Me encanta hermanita es un suéter muy canchero y calentito.- Dijo mi hermano con una gran sonrisa.
    -Me costó conseguirte un abrigo en verano pero como sé que allá hace frio recorrí por todas partes y lo logre., ¿Y a vos Cruz te gusta mi regalo?
    - Si mucho, este portarretrato con nosotros tres de niños me parece muy valiosa. Gracias Sisi.

    Y antes de que se pregunten que me regalaron ellos les cuento, Manuel me regalo un celular nuevo que aún no sale en Argentina y Cruz me regalo una cadenita de oro con la mitad de un corazón. Y creo que ya se imaginan quien tiene la otra mitad, si es el Cruz, me dijo que es para que siempre estemos juntos y no nos pasara como la última vez.

    Esa noche tipo una de la mañana Manuel recibió una llamada de Mía, su ex novia y quedaron en encontrase para brindar. Asique Cruz y yo nos quedamos solos, hablamos me ayudo a levantar los platos mientras los lavo yo, pero en ese momento cuando estaba en la cosina, cruz apareció muy despacio me tomo de la cintura me abrazo y me dijo.

    -No quiero volver a perderte Sisi.- Me susurro al oído
    Yo me gire.- ¿Que decís Cruz?.
    - Te extrañe tanto.

    Me dio la vuelta y poco a poco me dio un beso luego otro y nos terminamos besando desesperadamente . Creo que ya saben lo que paso esa noche en la cocina luego de besarnos. Me hizo dejar todo y me llevo halada a mi cuarto, hicimos el amor por primera vez entre nosotros y fue mágico...

    _________________

    -Te falta mucho
    - Ahora voy corazón.
    -¿Que estabas haciendo?
    -Contándoles que ocurrió hace una navidad atrás.
    -Ok pero déjalo para después porque tu hermano nos dijo que si no tomamos el vuelo a la hora indicada para EE. UU no vamos a llegar a tiempo para pasar la Navidad con él y Mía.
    -Si es verdad estos dos luego de que se vieron en la navidad pasada están re enamorados.
    - Y yo de voz mi amor- Me dijo melosamente Cruz.
    - Dale vamos que nuestro bebe se está por despertar porque ya será hora de darle de comer y quiero estar en el taxi antes.

    Nos besamos tome a mi hijito, bueno nuestro hijo mientras él tomaba el bolso del bebe y nos fuimos.

    Así es como luego de un año hoy tengo en mis brazos a mis dos amores, Cruz y mi bebe de tres meses, esa noche el me regalo algo más que una cadenita, me regalo su amor y de eso nació este principito.

    Esto fue el resultado de las consecuencias de la Navidad .


    Yo Reyo A: marizza pia

    Tema: Una Navidad Perfecta
  2. .
    Me super encanto esta historis y muy lindo final
  3. .
    Gracias por seguir esta historia aqui esta el final


    Capítulo 24

    Aquello no podía estar pasando, no era real, no era posible.

    C. —Oh, Dios mío... —murmuró ella.

    Un sollozo escapó de su garganta y alargó las manos hacia él, asiéndolo
    por los brazos y tirando de él para que se levantara. Cuando se irguió,
    sacudió la cabeza y le dijo:

    C. —Benjamin, no estoy embarazada.

    Él se quedó mirándola un buen rato, y los músculos de su garganta se
    movieron como si estuviese intentando decir algo pero no le saliesen las
    palabras. Finalmente la estrechó entre sus brazos, y el suspiro de alivio que
    exhaló conmovió a Camila.

    B. —Tu cuenta de correo se había quedado abierta en el portátil del estudio. —le explicó él con la voz ronca por la emoción—. Vi el mensaje del banco de esperma...

    Ella le puso una mano en el pecho.

    C. —Ese mensaje me lo enviaron en respuesta a una consulta que hice hace meses, antes de que nos conociéramos. No me sentía preparada para seguir adelante con esos planes.

    Para empezar seguían estando casados. Y lo que sentía por Benjamin... No
    podría haber dado un paso tan importante con el corazón hecho añicos. Por
    eso había decidido posponer esos planes durante al menos uno o dos años.
    Benja tomó su rostro entre ambas manos.

    B. —No me importa.

    El tono calmado de sus palabras contrastaba vivamente con la intensidad
    de su mirada. Camila enarcó una ceja, sin comprender.

    B. —Te quiero de todos modos, Camila, aunque no entre un bebé en el lote.

    Ella se rio suavemente. ¿Cómo lo hacía?, ¿cómo conseguía hacerla
    reír siempre?

    C. —¿Me quieres de todos modos? —repitió.

    Él asintió.

    B. —No creí que fuera capaz de amar a alguien, pero supongo que es porque nunca había conocido a alguien como tú.

    La amaba... Benja la amaba...

    Los labios de él se curvaron en una sonrisa lobuna antes de volver a
    tomar sus labios con un beso que sabía a promesas, promesas que ella
    jamás se habría atrevido a soñar o a pedir.

    La lengua de Benjamin se deslizó entre sus dientes y acarició la suya
    sensualmente hasta que las manos de Camila estrujaron de nuevo su
    camisa, aferrándose a él como si le fuera en ello la vida.
    Sin interrumpir el beso, las manos de él comenzaron un lento viaje
    por su cuerpo, siguiendo la curva de sus caderas, las redondeadas nalgas, la
    espalda...

    Camila se dejó llevar cuando la empujó suavemente, haciéndola caminar
    hacia atrás hasta que su espalda chocó con la puerta.

    B. —Te quiero —susurró Benjamin contra sus labios.
    C. —Y yo a ti, Benja. Y quiero todo lo que estás ofreciéndome — murmuró ella, deleitándose en el peso del cuerpo de él, pegado al suyo—. Quiero ser tu esposa y la madre de tus hijos. Pero...

    Él, que iba a besarla de nuevo, se detuvo y la miró preocupado.

    B. —¿Pero?

    Ella deslizó la mano por la mandíbula de Benjamin antes de posarla sobre
    la hilera de botones de su camisa.

    C. —Pero quería preguntarte qué te parecería si esperásemos un poco para tener hijos. Quizá unos meses, o un año.
    B. —¿Darnos un periodo de prueba? —inquirió él. Camila vio decepción y dolor en sus ojos, pero luego brillaron con determinación y le dijo—: Si es lo que quieres, esperaremos; lo más importante es que te sientas bien, que no te sientas presionada.

    Ella le desabrochó el primer botón y sacudió la cabeza.

    C. —No es eso; no necesito que tengamos un periodo de prueba.

    Benja escrutó su rostro en silencio.

    B. —¿Entonces por qué...?
    C. —Porque ahora mismo lo único que quiero eres tú —murmuró ella antes de desabrocharle el siguiente botón—. Después de todo, tenemos por delante de nosotros el resto de nuestras vidas. Y ahora, señor Navarro, estoy lista para que me des el beso de «te quiero».

    Benjamin sonrió de oreja a oreja.

    B. —Será un placer, señora Navarro—contestó emocionado antes de rodearle la cintura con los brazos y atraerla hacia sí. —Te quiero, Cami.

    El beso que le dio pretendía ser el primero de otros muchos que llegarían
    después, pero a ambos les resultó tan familiar que no habrían podido negar
    que el amor había estado allí todo el tiempo, flotando entre ellos,
    esperando a ser reconocido. Con todo, fue un beso sin reservas, una
    promesa de «un felices por siempre jamás»... y Camila creyó en ella.

    EPILOGO

    UN AÑO Y MEDIO DESPUES....

    C.- Dale Benjamin vamos a llegar tarde.
    B.- Ahora llegamos tranquila.
    C.- Si como la última vez que vinimo llegamos cuando ya no estaba.
    B.- Bueno pero la otra vez fue porque...
    C.- Porque te quedaste hablando con Coco por telefono.
    B.- Ok ok tenes razon pero ahora vamos bien

    Camila mirandose el reloj le dijo.

    C.- Solo faltan diez minutos.

    Cuando llegarón Benjamin estaciono el auto en la playa de estacionamiento apurado nervioso.

    C.-Podes relajarte Benjamin , me pones nerviosa.
    B.- Me dijiste que es tarde.
    C.- Si pero si te pones nervioso vos yo me pongo peor.
    B.-Ok perdon cariño. -La tomo de la mano - Vamos.

    Al llegar la secretaria les dijo

    *.- El Doctor los esta esperando.
    C.- Gracias- Camila estaba por entrar cuando él se detubo en la puerta.- ¿Que sucede Benjamin tenemos que entrar?}
    B.- Nose si pueda.- Dijo casi palido.
    C.- Ok esta bien entro sola

    Benjamin la tomo del brazo

    B.- No vamos a entrar los dos porque lo que esta pasando tambien es asunto mio.

    El doctor se asomo y los hizo pasar.

    DR.- Bien Señora y Señor Navarro bienvenidos a su primera ecografia.
    C.- Gracias- Dijo Camila feliz.
    DR.- Porfabor recuestese en la camilla veremos como esta su bebe.

    Ella se acosto en la camilla, se levanto la remera y el doctor le coloco un gel, benjamin le tomo la mano a ella aún un poco nervioso.

    C.- Vamos a poder conocer a nuestro bebe amor.
    B.- Si, no lo puedo ceer.- Dijo él contento .

    El doctor comenzo con la ecografia , les explicaba como estaba su embarazo pero...

    B.- ¿Que sucede Doctor, algo no esta bien?.
    C.- Porfabor diganos que pasa - Camila se puso tensa.
    DR.- Se trata de su bebe.
    C.-¿Que pasa con mi hijo?- le apreto la mano a su esposa.
    DR.- Tranquilos, lo que pasa es que no hay un bebe.
    C.-¿Que?
    B.-Pero usted dijo que ahi estaba, mi mujer se a echo la prueba de embarazo.
    DR.- Perdon no me explique bien, ustedes no estan esperando un bebe, sino dos.

    Camila y Benjamin se miraron sorprendidos.

    DR.- Felicitaciones papis por partida doble.

    Luego de salir de la consulta los dos se fueron a casa sin entender nada.
    _________________________________________________________

    Ya en casa...
    C.- ¿Estas bien Benja?
    B. - No puedo creerlo, vamos a ser papas de dos bebes.
    C.- Si yo tampoco, ¿como no me he dado cuenta de que tengo dos bebes dentro mio?- dijo tocandose el vientre.
    B.- El doctor dijo que es normal.
    C.- ¿Sere una buena madre?- le pregunto preocupada a Bewnjamin.
    B.- La mejor.

    Le comenzo a dar dulces besos en la cara boca nariz cuello.

    B.- Ahora nose si yo sere un buen padre.
    C.- Sos un buen hombre, un gran esposo, según Coco un gran amigo y se que seras el papá mas bueno dulce y tierno para nuestros hijos ó hijas.
    B.- Te amo.
    C.- Y yo te amo a vos.

    Entre besos y caricias él comienza a besarla apasionadamente.

    B.- La deseo señora Navarro.
    C.- Y yo a usted señor.

    Benja la levanto entre sus brazos y se la llevo al cuarto en su nido de amor...

    B.-Gracias por dejarme ser tu esposo y el padre de tus hijos.
    C.- Si tubiera que volver el tiempo atras, desearia volverte a encontrar y AL DIA SIGUIENTE despertarme en tus brazos y que me digas que somos marido y mujer, y que seremos felices por siempre.

    Fin
  4. .
    Capítulo 21

    Benjamin se había pasado toda la vida demostrándoselo a sí mismo y a cualquiera
    que se atreviese a relacionarlo con él por el apellido Navarro, el no era como su
    padre, y que aunque ese hombre le había dado su apellido después de que su madre se
    suicidase, después de decidir que debía hacerse cargo de él, jamas seria su padre.

    El día que había cumplido los dieciocho años había ido a ver a su padre
    al trabajo. Había ido a su despacho y le había dicho que no quería su
    dinero, ni el puesto que le había ofrecido en su empresa.
    No quería nada del hombre que había arruinado la corta vida de su
    madre con su egoísmo. Una sensación de angustia lo invadió. No quería ser
    como su padre; tenía que dejar marchar a Camila.

    ........................................................................................

    A Camila la llamada de teléfono a Benja dos noches atrás le había
    resultado terriblemente incómoda. Había sabido que tendrían que hablar en
    algún momento, decir las cosas que su ausencia ya había anunciado,
    resolver la cuestión del envío de las cajas que había dejado en su casa y
    tratar el asunto del divorcio.
    Y lo habían hecho, pero no se había esperado que la llamada fuese a ir
    como había ido: tan relajada, tan educada. También le había chocado el
    tono casual de él. «¿Ya tienes abogado? Si aún no lo tienes, podría
    ayudarte a encontrar uno». «He hablado con una compañía de mudanzas
    por lo de tus cajas. Me han dicho que lo más pronto que podrían llevártelas
    sería el viernes; ¿te va bien?». El oírle decir esas cosas la había
    descolocado.

    Casi la había destrozado marcharse, pero el dolor de darse cuenta de lo
    poco que le había afectado su marcha era aún peor. Solamente había
    pasado un día... y era como si le diese exactamente igual que se hubiese
    ido.

    La noche anterior a su marcha se había mostrado dispuesto a hablar, a
    intentar solucionar las cosas, pero de pronto parecía como si después de su
    marcha se hubiese encogido de hombros y hubiese decidido seguir con su
    vida.

    A pesar de lo espantoso que había sido para ella que volvieran a
    romperle el corazón, ese dolor había sido justo lo que necesitaba para
    disipar las dudas que tenía respecto a someterse a una inseminación artificial
    y su decisión de no volver a embarcarse en una relación de pareja.
    Ya no volvería a dudar nunca más. Solo por eso, aquella llamada, a pesar
    de haber sido muy incómoda, había merecido la pena, se había dicho,
    tratando de consolarse.
    O eso había pensado hasta hacía sesenta segundos, cuando bajó al portal
    a abrir, esperando encontrar a la gente de las mudanzas, y se había
    encontrado con Benjamin, dirigiéndole esa sonrisa que era casi una afrenta.

    B. —Eh, preciosa, ¿tienes algo alguna cosa con la que los chicos de las mudanzas puedan sujetar esta puerta y no se les cierre? —le preguntó señalando el camión de mudanzas aparcado junto a la acera, detrás de él—. Es bastante pesada, y como van a tener que entrar y salir varias veces...
    C. —¿Qué estás haciendo aquí? —le espetó ella, demasiado aturdida como para suavizar su tono.

    Él se encogió de hombros.

    B. —No sabía si tendrías a alguien que pudiera echarte una mano, y se me ocurrió venir a ofrecerme.

    Camila apretó la mandíbula. Una mezcla de emociones encontradas
    amenazó con hacer que se le saltaran las lágrimas.

    C. —Benjamin, no deberías haber venido. Me marché porque...
    B. —Todavía soy tu marido —dijo él sin perder la sonrisa. Giró la cabeza un momento para mirar a los tipos de las mudanzas, que ya estaban descargando las cajas del camión—. Cuando nos casamos prometí cuidarte, así que, si puedo ayudarte en algo mientras aún seamos marido y mujer, lo haré.

    Camila quería replicar, decirle lo furiosa que estaba de que se hubiera
    presentado allí sin avisar, y más teniendo en cuenta que se había ido de
    madrugada para evitar tener que volver a verlo otra vez, pero Benja no
    era tonto. Estaba segura de que sabía que iba a molestarla yendo allí, y aun
    así lo había hecho porque siempre tenía que hacer lo que le venía en gana.

    B. —En fin, el caso es que aquí estoy —dijo entrando en el portal.

    Se puso justo detrás de ella, y levantó un brazo por encima de su cabeza
    para sujetar con la mano la puerta que ella ya estaba sosteniendo—. Y ya
    que he venido, voy a ayudar.

    Cami sabía que debería ignorar el olor de su colonia, pero no pudo
    resistirse a inspirar y llenarse los pulmones con ese aroma que tantos
    recuerdos le traía. Recuerdos de noches de pasión, sus cuerpos desnudos, el
    placer de sus besos y sus caricias...
    De pronto él le puso una mano en la cintura, y un cosquilleo recorrió la
    espalda de ella.

    B. —Camila—dijo atrayéndola hacia sí.

    Ella sabía que debería apartarlo. Estar tan cerca de él era...

    B. —Apártate, cariño, los hombres necesitan pasar.

    Cami vio que se acercaba uno de los tipos de las mudanzas con una
    caja, y comprendió que lo que estaba haciendo él, era apartarla para
    que dejase el paso libre.

    *. —Gracias, señorita —dijo el hombre.

    Ella asintió azorada, con las mejillas ardiéndole. Intentó zafarse del
    brazo de Benjamin que le rodeaba la cintura, pero él no se lo permitió, y no
    tuvo más remedio que girar la cabeza para mirarlo y decirle:

    C. —¿Te importaría soltarme? Necesito subir para abrirles la puerta del apartamento y decirles dónde tienen que dejar las cajas.

    También necesitaba un poco de espacio para poder respirar, pensar, y
    recordarse los motivos por los que tenía que guardar las distancias con él,
    añadió para sus adentros.

    Benja dejó libre a Camila y se preguntó qué estaba haciendo allí. Se
    suponía que había decidido que iba a dejarla marchar.
    Cuando había vuelto a casa y se había encontrado con que se había ido,
    se había pasado todo el maldito día intentando aplacar su ira para llamarla
    y asegurarse de que había llegado a Denver y que estaba bien. Para
    llamarla sin intentar convencerla de que volviese con él.
    Y lo había hecho. Antes había llamado a la empresa de mudanzas para
    organizar el envío del resto de sus cosas, y al colgar al final de su
    conversación con Camila se había dado una palmadita en la espalda por
    haber hecho lo correcto.

    Luego se había ido a la cama y había estado mirando al techo incapaz de
    dormirse, hasta que al final se había dado por vencido y se había ido a la
    oficina, donde había pasado las siguientes dieciocho horas.

    Al día siguiente, cuando llegaron los de las mudanzas, había supervisado
    que subieran con cuidado todo al camión y no se dejaran nada. Había
    pensado que cuando todo estuviese fuera de la casa, cuando hubiese
    desaparecido el constante recordatorio de lo que había perdido, podría
    relajarse, que ya no sentiría esa opresión en el pecho.

    Le había preguntado a los tipos de las mudanzas cuánto tardarían en
    llegarle a Camila las cosas, qué precauciones tomaban para asegurarse de
    que todo llegara en buen estado, y cuando se había dado cuenta de que no
    se quedaría tranquilo por más que intentase cerciorarse de cada detalle,
    había decidido tomar un vuelo y reunirse con ellos en Denver. Solo para
    ver que todas las cajas llegaban sanas y salvas al apartamento de ella.
    No lo movía ninguna motivación.

    Sí, no iba a negar que había estado fantaseando con volver a tenerla
    debajo de él, gimiendo su nombre. ¿Pero tenía alguna intención de hacer
    realidad esas fantasías? No, por supuesto que no.
    O al menos así de claro lo había tenido hasta que la atrajo hacia sí para
    que dejara paso a los hombres de las mudanzas y ella había girado la
    cabeza para mirarlo a los ojos y pedirle que la soltara. Esos ojos tan
    seductores, tan...
    Bueno, aun así no iba a hacer nada. De hecho, la ira en esos mismos ojos
    le decía a las claras que ella no quería nada con él.
    Estaba esa otra emoción, muy distinta, entremezclada con la ira, y
    tampoco podía negar que lo halagaba saber que se había enamorado de él,
    pero no quería una relación con esa clase de responsabilidad. Quería que
    Camila lo deseara, pero no que lo necesitara. No quería que fuera tan
    vulnerable a él, que intentara dejarlo una y otra vez como le había pasado a
    su madre con su padre, y fracasar cada vez. No, se había asegurado de que
    estaba bien, y regresaría a San Diego sin mirar atrás.

    En cuanto la última caja estuvo dentro del apartamento, firmó los
    papeles de entrega a los tipos de la mudanza, les dio una propina y cerró la
    puerta.

    El apartamento de Camila le pareció más pequeño de lo que lo
    recordaba. Claro que en ese momento había cajas apiladas en cada
    habitación.
    De pronto se preguntó si echaría de menos no ver más en su casa las
    cosas que contenían. Camila estaba abriendo una caja de la que sacó una
    lámpara, y él se quedó observándola pensativo mientras la colocaba en el
    lugar que antes había ocupado: una mesita pequeña junto a una mecedora.
    Ella enchufó el cable y dio un paso atrás para mirar la lámpara con
    una expresión inescrutable en su rostro. Benjamin no habría sabido decir si se
    alegraba o no de volver a ver la lámpara en su sitio.
    Se volvió hacia él, y Benjamin sabía exactamente qué venía a
    continuación: iba a despedirse de él. No estaba preparado; por eso la cortó
    antes de que pudiera decir nada.

    B. —¿Por qué habitación quieres empezar? —le preguntó forzando una sonrisa y metiéndose las manos en los bolsillos de los vaqueros para que no viera sus puños apretados.
    C. —Benjamin, te agradezco que me hayas enviado mis cosas tan rápido, pero puedo ocuparme del resto.
    B. —Eh, ya que estoy aquí, déjame ayudar —respondió él—. Llamaré a mi secretaria para decirle que voy a estar fuera un día o dos y...
    C. —¿Qué? —exclamó ella, mirándolo boquiabierta.
    B. —Esta noche podemos pedir una pizza, abrir una botella de vino y ver una película —le dijo él.

    Sí, algo casual para no intimidarla, para que no se sintiera presionada.

    C. —¿Una pizza? ¿Te has vuelto loco o es que estás siendo cruel a sabiendas? —le espetó ella furiosa.
    B. —Solo intento ayudar. Quiero...
    C. —¡No se trata de lo que tú quieres, Benjamin! ¿Cómo puede ser que no lo entiendas? ¡No quiero ser tu amiga!

    De repente Benja ya no era dueño de sus actos. Se plantó justo delante
    de ella, la agarró por los brazos y le gritó también:

    B. —¡Yo no quiero que seamos amigos, maldita sea!

    Camila parpadeó, tan sorprendida por su reacción como él.

    C. —¿Y qué es lo que quieres? —le preguntó en un tono quedo.

    Pasaron unos segundos antes de que finalmente él soltara el aliento
    que había estado conteniendo.

    B. —Te quiero a mi lado. Quiero lo que se suponía que íbamos a tener. Quiero a mi esposa, a la compañera que encontré en Las Vegas. Quiero que reconozcas que puedo darte una vida mejor de la que tendrás sola.
    C. —No funcionaría.
    B.—¿Por qué no? —inquirió él soltándola.
    C. —Porque... —Cami arrojó las manos al aire con impotencia. En sus ojos había tanto dolor que Benjamin supo lo que iba a decirle a continuación antes de que lo dijera—. Porque te quiero, Benjamin.

    No era una sorpresa después de lo que le había dicho antes de marcharse,
    o al menos no debería haberlo sido. Lo había intuido por la mirada en sus
    ojos esa noche en que le había dicho que no usaran preservativo, en un
    millón de pequeñas cosas. Sin embargo, oír las palabras de sus labios... fue
    como si le hubiesen pegado un puñetazo en el plexo solar, dejándolo sin
    aliento, completamente aturdido.

    Cami fue hasta la puerta y la abrió. Luego, sin levantar la vista del
    suelo, le pidió:

    C. —Márchate, por favor.

    Continuara...
  5. .
    Aqui les dejo uno de los ultimos capitulos

    Capítulo 20

    Camila pasó al salón con paso torpe y aturdido.
    Su mente era un torbellino de pensamientos fragmentados y confusos.
    Oyó a Benjamin cerrar la puerta y soltar las llaves en la mesita del
    vestíbulo. Ella dejó su chal sobre el respaldo del sofá y se quedó
    mirando las puertas acristaladas a través de las cuales se veía la playa, con
    el océano como un manto negro bajo el cielo estrellado, y deseó poder
    estar en cualquier otro lugar en ese momento. En el reflejo de las puertas
    vio a Benja acercarse y quedarse a un par de pasos detrás de ella.

    B. —Ya sé... —comenzó a decir. Se frotó la cara con una mano—. Ya séque no estabas... preparada para eso.

    Ella sacudió la cabeza. No, en lo más mínimo.

    C. —Me siento como una idiota —admitió, pensando que al menos uno de ellos debería ser sincero.

    Benja acortó la distancia entre ellos y la rodeó con los brazos desde
    atrás, atrayéndola hacia sí.

    B. —Pues no tienes por qué. Todavía no puedo creer que Maria... Dios, Camila, tienes que entenderme: jamás esperé que pudiera hacer algo así. Si lo hubiera imaginado siquiera...
    C. —¿Qué? —le espetó ella, apartándose de él para girarse y mirarlo a la cara—. ¿Te habrías molestado en decirme la verdad, en contarme los detalles que habías omitido para que al menos estuviera preparada?

    Las facciones de él se endurecieron.

    B. —No te mentí.
    C. —¡Por favor! ¿Trece días? ¿Y qué hay de aquello que me dijiste de que queríais cosas distintas, de que os disteis cuenta de que no estabais hechos el uno para el otro? Hiciste que pareciera que ella perdió el interés en ti cuando de hecho fue justo al contrario: ¡se había enamorado de ti!
    B. —Yo no lo sabía. Maldita sea, ella me dijo que...
    C. —¡Olvida lo que te dijo, Benjamin! Con solo mirarla cualquiera podía ver lo que sentía. Igual que, según parece, ocurre conmigo. Ella desde luego lo supo con solo mirarme.

    Benja sacudió la cabeza lentamente.

    B. —Cami, no...
    C. —Relájate, Benjamin. Me doy cuenta cuando he cometido un error.
    B. —Camila...

    Él se pasó una mano por el cabello, lleno de frustración. ¿Qué
    podía decir? De pronto recordó la expresión de Camila esa noche en la
    limusina, cuando había dicho que esa noche iba a tener una reunión de
    trabajo. Había sonreído, como tratando de mantener la compostura, de
    parecer calmada, pero había visto el dolor en sus ojos.
    No era difícil enlazarlo con sus ojos llorosos la noche en que se había
    ofrecido a él, diciéndole que ya no necesitaba más tiempo. Se había
    enamorado de él. Eso precisamente era lo que había pretendido evitar, esos
    sentimentalismos que no hacían más que complicar las cosas.

    B. —Lo mío con Maria había terminado antes incluso de que tú y yo nos conociéramos.
    C. —Sí, trece días antes.
    B. —¿Y qué más habría dado si hubiesen sido trece horas? —replicó él—.

    Nuestro matrimonio fue un acuerdo entre dos personas que buscaban lo
    mismo, no hablamos de amor. En ningún momento te he mentido ni te he
    ocultado nada que fuera importante.

    C. —No, es verdad, fui yo la que no fui sincera.
    B. —¿De qué diablos estás hablando? —la increpó él irritado.
    C. —No te preocupes Benjamin, la única persona a la que engañé fue a mímisma.

    Debería haberla dejado marchar, pero cuando se dio la vuelta para salir
    del salón no pudo contenerse y la retuvo, asiéndola del brazo.

    B. —Esto no cambia nada, Camila. Las razones por las que apostamos por este matrimonio siguen siendo válidas.

    Ella bajó la vista a la mano en su brazo antes de volver a mirarlo a los
    ojos y espetarle:

    C. —¿Te has parado a pensar, en que con tu obsesión por demostrarme que nuestro matrimonio podría funcionar, no te has planteado siquiera las razones por las que podría no funcionar?
    B. —No —contestó él con una brusquedad que no pretendía—. Camila, sé que estás enfadada —le dijo en un tono más conciliador—. Dolida. Abochornada. Lo entiendo. Pero eres demasiado lista como para dejar que una noche dicte tu futuro.
    C. —Tienes razón. Jamás dejaría que un momento de bochorno echase a perder algo auténtico. Pero no estamos hablando de un solo momento, ni estamos hablando de algo auténtico.

    Benja se puso tenso y dio un paso atrás.

    B. —Dilo. Di lo que tengas que decir.

    Solo entonces podría contraargumentar para que se diese cuenta de que
    estaba equivocada. No iba a dejar que aquello se desmoronase.
    Ella irguió los hombros.

    C. —No puedo ser la esposa que quieres.

    Demasiado tarde.

    B. —Ya lo eres.
    C. —Entonces quizá no sea yo el problema; quizá el problema seas tú. Quizá no seas el marido que quiero.

    Benjamin soltó su brazo y dejó caer la mano, repentinamente desarmado
    de los argumentos que había estado dispuesto a lanzarle.
    Eran perfectos el uno para el otro, eran el matrimonio perfecto... El
    problema era esa condenada emoción que lo enturbiaba todo. Lo que
    necesitaban era tomar un poco de distancia, recobrar la perspectiva.

    B. —No dejes que un arrebato dicte tus actos, Camila. Necesitas un poco de espacio. ¿Sabes qué vamos a hacer? Meteré una muda de ropa y unas cuantas cosas en una bolsa de viaje y me iré a la oficina. Esta noche de todos modos tengo esa reunión, así que me quedaré a dormir en mi despacho y tú estarás a solas para poder pensar. Y mañana hablaremos.

    Camila se quedó callada, la desolación palpable en sus ojos, pero
    finalmente asintió.
    U
    n hombre capaz de dar y retirar tu afecto con la facilidad con que se
    acciona un interruptor... Un hombre capaz de alejarse sin mirar atrás... Un
    hombre capaz de dejar a una mujer, y después de solo unos días casarse
    con otra.
    Era justo la clase de hombre que se había jurado que evitaría como la
    peste, se dijo Camila. Era como si su subconsciente estuviese programado
    para buscar precisamente a un hombre así y por eso se había casado con él
    a las pocas horas de conocerlo.

    Todos los signos habían estado ahí, pero los había ignorado. Signos por
    todas partes, carteles enormes de advertencia con las letras en rojo. Acudió
    a su mente el recuerdo de la primera cena con Emilia y su marido, ese
    momento incómodo en que el silencio de ella prácticamente le había
    gritado que había algo más, algo que no sabía. Sin embargo, en vez de
    escuchar a su instinto, había desechado esa preocupación.
    Y lo había hecho porque no quería comportarse como una paranoica. ¡Ja!
    Lo que no había querido era enfrentarse a la verdad.
    Irritada consigo misma, cerró la caja de cartón que había estado llenando
    de cosas, y aseguró las solapas con un trozo de cinta adhesiva. Luego, con
    un rotulador, escribió en la parte de arriba de la caja la dirección de su
    apartamento en Denver.

    Puso la caja encima de otras dos y paseó la vista a su alrededor, mirando
    la casa que había creído que era su hogar. Se había pasado la noche
    desmenuzando en su mente la vida que había comenzado a construir allí,
    dividiendo sus pertenencias en dos categorías: su vida, y su vida con
    benjamin.

    Solo se quedaría con las que pertenecían a la primera. Y de esas solo
    podría meter unas pocas en la maleta; iba a tomar un vuelo en un par de
    horas, se volvía a Denver. En cuanto al resto... llamaría a Benjamin cuando
    ya estuviese allí para que se las mandase.
    Aunque en ese momento no quería volver a saber de él ni a hablar con él,
    sabía que no podía marcharse y borrarlo de su vida de un plumazo. Al fin y
    al cabo estaban casados, y era un matrimonio legal. Tendrían que hablar,
    arreglar los papeles del divorcio. Pero no sería allí, ni ese día.

    Sintió una punzada de culpabilidad al pensar que cuando Benjamin
    volviese se encontraría con que se había marchado. Se pondría furioso. Se
    sentiría traicionado. Sin embargo, él sabía demasiado bien cómo
    manipularla, y por eso iba a marcharse antes de que volviera, para no darle
    la oportunidad de hacerla cambiar de opinión.


    __________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________


    Se había ido. Las nueve de la mañana y ya se había ido. La casa estaba
    en silencio y solo se oía su respiración jadeante. Había ido de una
    habitación de la casa a otra, buscándola.
    Había creído que esperaría. Había creído que, siendo una persona
    sensible y respetuosa, no se iría sin hablar con él, sin decirle a la cara que
    se había acabado.
    Sin embargo, aunque era sensible y respetuosa, Camila también era lista.
    Demasiado lista como para darle la oportunidad de convencerla de que se
    quedara.

    Estaba tan furioso que sentía deseos de ponerse a tirar objetos contra la
    pared, de destrozarlo todo. Con los puños apretados salió del estudio.
    Aquello no había acabado.

    Camila se había marchado, sí, pero sabía dónde había ido. Iría tras ella.
    La haría entrar en razón. Haría que volviera con él.
    Emplearía el sexo para convencerla si fuera necesario. Comenzaría con
    un beso apasionado, la arrinconaría contra la pared, porque sabía que eso la
    volvía loca...
    Y cuando la tuviese gimiendo y jadeando, con las manos enredadas en su
    pelo y las piernas rodeándole la cintura, aprovecharía el momento para
    decirle: «No puedes abandonarme. No te dejaré marchar».

    Era el eco de las palabras del hombre al que más detestaba, su padre,
    palabras que le había oído decirle a su madre más de una vez. Era igual que
    él, pensó, sintiendo que la sangre se le helaba en las venas. Por mucho que
    se jurara que no iba a ser como él, el ADN de ese bastardo formaba parte
    del suyo.
    ¿Cuántas veces había intentado su madre alejarse de él? ¿Cuántas veces
    había intentado poner fin a su relación y empezar una vida lejos de aquel
    hombre que nunca la haría parte de la suya?
    Recordó aquella mañana, años atrás. La pequeña figura de su madre,
    demasiado quieta, acurrucada en la cama. Y cómo él supo, antes incluso de
    alargar la mano para intentar despertarla que...

    Se preguntó si las cosas habrían sido distintas si su padre hubiese
    respetado los deseos de su madre, si la hubiese dejado marchar. ¿Habría
    rehecho su vida?, ¿habría encontrado en su interior el deseo de seguir
    viviendo?

    Abrió la mano derecha, que aún tenía cerrada en un puño, y bajó la vista
    al anillo de diamantes en su palma.
    Era la segunda vez que Camila se lo devolvía. La segunda vez que él
    había ignorado por completo lo que ella quería. Se pasó una mano por el
    cabello y volvió a apretar el puño. Él no era como su padre.

    Continuara...
  6. .
    Capítulo 19

    Enfundada en otro vestido de fiesta, Camila tenía la cabeza girada hacia la
    ventanilla de la limusina, y observaba sin interés las calles iluminadas de
    la ciudad por las que pasaban. Miró a Benjamin, que iba sentado frente a ella
    repasando unos papeles de trabajo que habían recogido en su oficina hacía
    unos minutos y hablando con uno de los directivos de su compañía.

    Al llegar a casa la había saludado con un beso, aunque algo casto, había
    elogiado su peinado y lo bien que le sentaba el vestido y le había
    preguntado por su día, pero nada de todo aquello le había parecido real.

    La conexión que había habido entre ellos desde el principio, ese algo
    invisible que podía palparse en el aire, en cada frase, en cada sonrisa, en
    cada mirada, se había evaporado desde la noche en que le había ofrecido en
    bandeja lo que quería.¿Era ese el tipo de matrimonio que él le había propuesto desde el
    principio? El romanticismo, las risas, la complicidad entre ellos... ¿Podía
    ser que todo eso no hubiese sido más que el cebo que le había puesto para
    que picara el anzuelo, de asegurarse su interés y su afecto para que
    considerara su propuesta?

    No podía creerlo, no podía comprender por qué se habría esforzado tanto
    para tentarla con algo que no podría tener. A menos que fuese una especia
    de prueba, que quisiera asegurarse de que entendía exactamente aquello a
    lo que iba a renunciar.
    No, no podía ser tan cruel. Lo conocía y sabía que nunca haría
    intencionadamente algo que pudiera herirla de ese modo. Además, la
    conexión que había entre ellos... no podía haber fingido eso. ¿Qué estaba
    pasando allí? Quizá se estuviese sintiendo abrumado. Quizá necesitase
    tiempo.
    O quizá estaba engañándose a sí misma como una tonta. Pero le había
    dicho a Benja que por él estaba dispuesta a arriesgarse, y después de lo
    que habían vivido juntos en esos dos meses, aún creía que merecía la pena
    correr ese riesgo.

    Giró de nuevo la cabeza hacia la ventanilla, parpadeando para contener
    las lágrimas que habían acudido a sus ojos. Todo iba a salir bien, se dijo,
    estaba segura. Ya se sentía un poco mejor.
    ---------------------------------------------------------------

    Momentos después la limusina se detenía frente al hotel donde se
    celebraba la fiesta a la que iban. Benjamin dejó a un lado los documentos y le
    dijo a su interlocutor:

    B. —Ya hemos llegado, así que el resto tendrá que esperar. Si te parece, podríamos reunirnos esta noche para hablarlo... Sí, aunque acabemos de madrugada; es importante.

    Le lanzó una mirada a Camila, para ver como se tomaría que fuese a
    tener una reunión de trabajo a esas horas intempestivas.
    Ella esbozó una sonrisa comprensiva, sacó de su bolso de mano un
    espejito y se puso a comprobar su aspecto como si no le molestase en
    absoluto.
    Benja, que se había quedado mirándola, carraspeó y dijo por el móvil:

    B. —Sí, perdona, sigo aquí. De acuerdo, pues quedamos esta noche entonces. Hasta luego.

    Camila volvió a guardar el espejito y le sonrió de nuevo, ignorando su
    ceño fruncido y sus ojos entornados. ¿Tal vez estaba notando algo distinto
    en ella?
    Tenía que ser eso. Y lo que demostraba era que no se había equivocado
    respecto a esa conexión que había entre ambos. Los dos intuían cuando al
    otro le pasaba algo. Sí, todo iba a salir bien, se repitió una vez más.

    Cuando la limusina se detuvo, el conductor les abrió la puerta. Benja se
    bajó y le tendió una mano para ayudarla.

    B. —¿Lista? —le preguntó.

    Ella, sintiendo que volvía a tener confianza en sí misma, contestó con
    firmeza:

    C. —Lista.

    Cami era perfecta. Benjamin no dejaba de maravillarse de hasta qué
    punto Camila encajaba en su vida. A los cinco minutos de su llegada ya
    tenía a toda la mesa comiendo de su mano. Nadie escapaba al hechizo de su
    sonrisa y su facilidad para conversar sobre cualquier tema. Era asombrosa.
    Le había preocupado haberlo echado todo a perder al dejar que las
    emociones se desbordaran, y había temido que no hubiese vuelta atrás
    pero, tras unos días de convivencia más ajustada a como se suponía que
    debería haber sido desde el principio, parecía que ella había
    comprendido. Esa noche, en la limusina, lo había visto en sus ojos.

    Se había sentido sorprendido, pero también inmensamente aliviado
    porque no quería renunciar a ella. No quería perderla. Ahora lo que hacía
    falta era que mantuviese la cabeza fría para no estropearlo.

    Después de la cena habían pasado a uno de los salones de baile, donde
    algunos invitados bailaban y otros charlaban con una copa en la mano.
    El grupo en el que había dejado a Camila estalló de pronto en risas, y la
    de ella, más dulce y musical, destacaba por encima del resto. Dios, era
    preciosa.

    *. —De modo que es cierto.

    Benjamin giró la cabeza al oír aquella voz femenina tan familiar. A pesar
    de la acusación velada que contenían las palabras, por el tono,
    deliberadamente educado, cualquiera habría creído que le estaba
    preguntando por la salud de una anciana tía abuela.
    ¡Maria! Habría querido girar la cabeza para ver si Camila podía verlos
    desde donde estaba, pero se contuvo. En cualquier caso, llamaría menos su
    atención si simplemente tenía una conversación educada con Maria y luego
    iba a recoger a su esposa y la sacaba de allí. Eso era lo que iba a hacer.

    Cami sabía que antes de conocerla había estado comprometido con
    Maria y sabía que su ruptura había sido reciente, pero no conocía los
    detalles. O más bien no los recordaba, porque se los había contado la noche
    en que se habían casado en Las Vegas. Había tenido intención de volver a
    explicárselo, pero había estado esforzándose tanto para que le diera una
    oportunidad que no había querido echarlo todo a perder con algo que ya era
    agua pasada. Además, no le había parecido que hubiera ninguna prisa por
    hablar de ello. Claro que eso había sido porque no había esperado que fuera
    a toparse de improviso con Maria. Pero allí estaba, a un par de pasos de él,
    mirándolo con una sonrisa ensayada en los labios que no dejaba entrever lo
    que en realidad debía de estar pensando en ese momento.

    B. —Maria... No sabía que habías vuelto a San Diego. ¿Cómo estás?
    M. —¿Que cómo estoy, Benjamin? —repitió ella en un tono frío, sin perder la sonrisa—. Quizá debería decirte mejor cómo me siento: humillada.

    Él sintió una punzada de culpabilidad. Debería haberla llamado,
    debería haberle dado él la noticia de que se había casado.

    B. —Pues no deberías sentirte así —le dijo, y para intentar quitarle hierro al asunto, añadió—: Vamos, todo el mundo sabe que fuiste tú quien me dejaste. Fuiste tú quien rompió nuestra relación y...
    M. —Nuestro compromiso. Ibas a casarte conmigo.

    Benja empezaba a notarse los hombros y la espalda agarrotados por la
    tensión.

    B. —Es verdad, nuestro compromiso —concedió unánime.

    A pesar de que no habían subido la voz, sabía que acabarían atrayendo
    las miradas de las personas que tenían más cerca. Al girar la cabeza, vio
    aliviado que Camila se había unido a otro grupo de personas que estaba un
    poco más alejado.
    Acabaría cuanto antes con aquella conversación y se marcharían. Con
    Maria de vuelta en la ciudad tenía que contárselo todo cuanto antes.

    Seguramente no le haría gracia saber el poco tiempo que había pasado
    entre su ruptura con Maria y su boda con ella en Las Vegas, pero la primera
    noche lo había comprendido. Tenía que confiar en que cuando se lo
    explicase de nuevo también lo entendería.

    La voz de Maria adquirió un tono áspero que no le había oído nunca, y eso
    atrajo aún más la atención de quienes los rodeaban.

    M. —¿Cómo has podido hacerme esto?
    B. —No fue mi intención hacerte daño —se disculpó Benja con sinceridad, mirándola a los ojos—. Nuestra relación terminó y tú te marchaste, volviste al este y...
    M. —Porque quería algo más de ti. Quería que te dieras cuenta de lo que teníamos, de lo que ibas a perder dejándome marchar. Te he estado esperando... —la voz de ella se quebró, y los ojos se le llenaron de lágrimas.
    B. —Dijiste que querías algo que no había en nuestra relación, nunca me diste a entender que...
    M. —Creí que te darías cuenta sin que tuviera que decirte nada. Creía que, si te daba tiempo, comprenderías por qué quería algo más que un matrimonio de conveniencia. Pensaba que irías a buscarme.

    Aquello no podía estar pasando. Maria no podía estar en medio de aquel
    salón lleno de gente con las lágrimas corriéndole por las mejillas. La
    misma Maria a la que nunca había visto perder la compostura, o alzar la
    voz, que siempre le había recordado a una figurilla de porcelana de rostro
    inescrutable.
    No quería causarle dolor, nunca lo había querido.

    B. —Maria, cuando conocí a Camila...
    M. —¿Te enamoraste de ella? —lo cortó ella acusadora—. No, supongo que no —se respondió a sí misma sin darle tiempo a contestar—. Supongo que no es más que otra chica con las cualidades adecuadas, que cayó en tus redes solo trece días después de que me propusieras ir a Bali de luna de miel. Demasiado conveniente como para dejarlo pasar; seguro que te pareció una oportunidad que no podías desaprovechar —añadió—. Sabía que eras frío, Benjamin, pero incluso viniendo de alguien como tú esto es despreciable. ¿Lo sabe ella? No, me imagino que no, teniendo en cuenta la prisa que te diste en casarte con ella. Pero no tardará mucho en ver más allá de tu sonrisa y de tu encanto personal, de tus atenciones... No tardará en darse cuenta de que eres capaz de dar y retirar tu afecto con la facilidad con que se acciona un interruptor, que te alejarás sin mirar atrás. O quizá no le importe, quizá lo único que haya visto en ti sea un envoltorio atractivo y el tamaño de tu chequera.

    La ira de Benjamin se mezcló con el sentimiento de culpa. Sabía que le
    había hecho daño a Maria, y lo sentía. Si los dardos que estaba lanzando
    fueran dirigidos solo a él, no le habría molestado, pero que se metiera con
    Camila...

    B. —Maria... —le advirtió bajando la voz e inclinándose hacia ella—. No hagas esto; la gente está mirándonos.

    Ella miró a su alrededor, se irguió y volvió a mirarlo a él con un
    brillo de amarga satisfacción en los ojos.

    M. —Sí, nos están mirando.

    Y entonces, de repente, Benja lo supo. Apartó la vista de Maria y vio
    que Camila estaba a un par de metros escasos, mirándolos paralizada.

    B. —Cami... —le dijo dando un paso hacia ella—. Vamos a por nuestros abrigos.

    Siguió avanzando, pero Maria, detrás de él, no había acabado todavía.
    Levantando la voz por encima de los murmullos de la gente, le dijo:

    M. —Iba a darle a tu esposa el consejo que desearía que alguien me hubiese dado a mí: que no se enamore de ti. Pero a juzgar por su cara parece que ya es demasiado tarde.

    Él se paró en seco y se volvió.

    B. —Ya basta, Maria.

    Cuando se giró de nuevo hacia Camila, vio que había abierto la boca,
    como para decir algo, pero al cabo de un instante sacudió la cabeza y
    esbozó una sonrisa de impotencia.
    Benja le puso una mano en la espalda y la atrajo hacia sí para
    protegerla de las miradas curiosas.

    B. —Vamos, hablaremos de esto en casa —le dijo.

    Continuara...
  7. .
    Gracias x sus comentarios buen Viernes abuelas


    Capítulo 18

    Camila no había conseguido pegar ojo en toda la noche. Le había ofrecido a
    Benjamin lo que le había estado pidiendo, lo que había dicho que quería. Se
    había ofrecido a él, le había ofrecido un futuro juntos... y él la había
    rechazado.
    No, no la había rechazado. Esa era la conclusión a la que había llegado
    después de todas esas horas en vela. Lo había hecho para protegerla.

    Benjamin sentía que le había fallado la noche en que se habían casado, y
    no quería arriesgarse a dejar que tomara una decisión tan monumental
    como aquella si había la más mínima posibilidad de que pudiera no estar
    pensando con claridad.
    No, no la había rechazado. Aquello no era algo malo, era algo bueno, y
    probaba una vez más que podía contar con el hombre con el que se había
    casado.

    Una sonrisa afloró a sus labios cuando lo oyó bajar por las escaleras.
    Miró su reflejo en la puerta del microondas, metió un mechón tras la oreja
    y se pasó las manos por el estómago en un intento desesperado por calmar
    los nervios que lo atenazaban.

    Tomó la jarra del café y sirvió un par de tazas. Un segundo después
    él entraba en la cocina, vestido como un dandi y perfectamente
    peinado. Le dirigió una sonrisa y tomó una de las tostadas con mantequilla
    que le había puesto en un plato.

    B. —No sabes cómo te lo agradezco —le dijo antes de darle un mordisco a la tostada—. Voy tarde.

    Antes de que Cami pudiera siquiera abrir la boca ya le había dado un
    beso en la mejilla y se había bebido media taza de café.
    Llevándosela con él, se detuvo en la puerta y miró la cafetera en la mano
    de ella y la tostada mordisqueada en la suya.
    Luego la miró a los ojos y ella supo que se había dado cuenta de su falta
    de delicadeza. Una sensación cálida disipó el aturdimiento de Camila

    B.—Café y tostadas —le dijo con una sonrisa.

    Él dejó la taza en la encimera y le dijo muy serio:

    B. —Camila, respecto a lo de anoche... quiero que sepas que me alegro de que te sientas preparada para comprometerte con lo nuestro. Anoche me preguntaste si no era lo que yo quería, y sí que lo es. Me siento muy halagado de que confíes en mí.

    Sin embargo, algo en la expresión de su rostro le decía que no estaba
    siendo sincero y su tono sonaba tenso. A Cami el estómago le dio un
    vuelco.

    C. —No comprendo... —murmuró con voz quebrada y suplicante antes de poder refrenar sus palabras, proteger su orgullo—. A pesar de tus palabras parece como si me estuvieses diciendo todo lo contrario, como si no te alegrases de verdad.

    Como si los temores y las preocupaciones que no le habían dejado
    conciliar el sueño la noche pasada estuviesen más justificados de lo que se
    había permitido creer.
    Benja dejó la tostada junto a la taza para ir junto a ella y le puso las
    manos en los hombros.

    B. —Sí que me alegro, pero es que cuanto más lo pienso, más importante me parece que esperes a que acaben los tres meses de prueba para tomar una decisión.

    Ella escrutó sus ojos, negándose a derramar las lágrimas que inundaban
    los suyos.

    C. —¿Por qué? Antes estabas tan seguro... No tenías ni una sola duda.
    B. —Por mi parte no tengo ninguna, Camila, pero en lo que respecta a ti... Mira, sé lo bien que encajarías en mi vida, pero no estoy seguro del todo de que hayas tenido aún suficiente tiempo para ver si yo encajaría en la tuya.

    Ella sacudió la cabeza.

    C. —¿Cómo puedes decir eso? Ya han pasado dos meses desde que...
    B. —El primero no cuenta. Tómate dos más. Asegúrate de que esto es lo que quieres —la besó en la frente y dejó caer las manos antes de cambiar de tema, como si hubiesen estado hablando del tiempo—. Hoy tengo una reunión que seguramente se alargará hasta tarde, y mañana a primera hora tengo otra, así que no me esperes levantada. Probablemente me quede frito en mi despacho.

    Y, dicho eso, se marchó.
    ::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

    Sentado en su despacho, Benjamin apretó los puños sobre la mesa cuando
    el recuerdo de la mirada dolida de Camila volvió a aflorar a su mente.
    ¿Se podía ser más estúpido?, se reprendió irritado. Tan empeñado había
    estado en convencer a Camila de que aquel matrimonio no era un error, en
    hacerle ver que era el hombre que necesitaba a su lado, que se había
    convertido en un hombre que no era.
    Y en esas lágrimas, en esa emoción que habían desbordado sus ojos,
    estaba la prueba de que aquello se le había ido de las manos, que había ido
    demasiado lejos cortejándola.

    Llamaron a la puerta, y su secretaria asomó la cabeza.

    *. —Perdona, Benjamin, pero la videoconferencia con Zúrich está programada para dentro de cinco minutos. ¿Necesitas que les envíe esos archivos o...?

    Dejó la pregunta en el aire en vez de decir lo que los dos sabían: se
    suponía que debía haberle pasado esos archivos, y le había prometido hacía
    media hora que se los iba a pasar, pero todavía no había acabado de
    repasarlos.
    ¡Por amor de Dios!, ¿qué le estaba pasando? Tenía que mantener la
    cabeza fría, tenía que poner las cosas en perspectiva. Y tenía que
    asegurarse de que aquello no se desmoronase. Tenía confianza en que
    Camila podía ver las cosas desde un punto de vista racional, en que se daría
    cuenta de que el plan que él le había propuesto era mejor que el suyo de ser
    madre soltera.
    Pero lo primero era lo primero: el trabajo. Para él el trabajo siempre
    había sido lo primero, y lo sería siempre.

    B. —Ponte en contacto con ellos y diles que necesito que lo retrasemos media hora, Luna—le dijo a su secretaria—. Dentro de veinte minutos te paso esos archivos. Y perdona por las molestias.

    :::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

    Esa noche, cuando Camila oyó abrirse y cerrarse la puerta de la entrada,
    el corazón le palpitó con fuerza. Benja le había dicho que probablemente
    no iría a casa a dormir, pero una parte de ella había estado esperando que al
    final sí lo hiciera.
    Llevaba toda la tarde intentando no pensar en todas las noches en vela
    que había pasado de niña, atenta a cada pequeño ruido, aguardando el
    regreso de Andres, ese regreso que nunca sucedió. A pesar del repentino
    cambio de actitud de Benjamin se repetía que no era lo mismo, que sí iba a
    volver.
    No iba a alejarse de ella, no iba a dejarla. Y su reacción no había sido
    una puñalada por la espalda, que era la sensación que había tenido con Andres
    y otros de sus padrastros. Se había quedado aturdida porque no se lo
    esperaba, pero no la había destrozado.
    Además, Benjamin lo había hecho porque se preocupaba por ella. Quería
    que se tomara más tiempo para que no tuviera las mismas dudas que había
    tenido durante el primer mes.
    Y ya estaba en casa. Lo oyó colgar el abrigo en el armario y soltar las
    llaves en la mesita del vestíbulo antes de que pasara al salón y la saludara
    como hacía cada noche:

    B. —Hola, señora Navarro.

    Una ola de alivio la invadió cuando se levantó del sofá y fue junto a él
    para ofrecerle el beso de bienvenida que se había convertido en parte de su
    rutina casi desde el primer día. Estaba todo bien, nada había cambiado.
    En ese momento no quería otra cosa más que hundir el rostro en la
    camisa de él y dejar salir las emociones que amenazaban con
    ahogarla. Quería sentir sus brazos en torno a sí, que le susurrara palabras
    de consuelo al oído, diciéndole que todo iba a ir bien. Quería que acallara
    con razonamientos sensatos las inseguridades que la habían atormentado
    desde que había salido por la puerta esa mañana.

    Sin embargo, se dijo, tenía que ser fuerte, no quería que la inseguridad
    fuera parte de esa vida que se suponía que estaban construyendo. Por eso,
    en vez de buscar el consuelo que ansiaba de Benjamin, se dio por satisfecha
    con la sonrisa campechana que afloró a sus labios. Le preguntó cómo le
    había ido el día, y durante unos minutos estuvieron hablando de su trabajo
    y de cosas triviales.

    Luego el se agachó para abrir su maletín, que había dejado en el
    suelo, y sacó de él una carpeta.

    B. —¿Tienes tiempo para hablar del viaje de luna de miel? —le preguntó incorporándose y yendo hacia el sofá con la carpeta.

    Una risa de alivio escapó de la garganta de Camila. Benjamin quería hablar
    del viaje, pensó eufórica mientras lo seguía. Nada había cambiado, era ella
    quien se estaba preocupando sin necesidad.
    Cuando se hubieron sentado en el sofá él abrió la carpeta y sacó unos
    cuantos folletos de viajes.

    C. —Vaya, veo que tienes unas cuantas ideas —observó divertida.

    Sin embargo, cuando vio las portadas de los folletos frunció el ceño:
    Zúrich, Múnich, Taiwán... El estómago le dio un vuelco al darse cuenta de
    lo que implicaban esos lugares.

    C. —No eres muy de playa, ¿eh? —comentó aturdida.

    Benja se encogió de hombros.

    B. —La playa me gusta, pero he pensado que tiene más sentido matar dos pájaros de un tiro.

    ¿Matar dos pájaros...? Camila volvió a bajar la vista a los folletos.

    B. —Tengo que ir a estas ciudades por trabajo el mes que viene —le explicó él—. Eh... —añadió acariciándole el hombro al verle la cara—, ya sé que hablamos de convertir nuestra luna de miel en una especie de fantasía romántica, pero después de la reunión que tuve ayer me he dado cuenta de que tengo que bajar de las nubes y volver a la realidad. Me apetece mucho hacer ese viaje contigo, pero siendo prácticos estarás de acuerdo conmigo en que lo que te estoy proponiendo es lo más conveniente. Y, cuando yo esté en una reunión de trabajo, tú puedes aprovechar y hacer un poco de turismo o ir de compras.

    La ira estaba empezando a reemplazar el aturdimiento de ella. ¿Qué
    diablos...? Había sido él quien había sugerido lo de la luna de miel, lo de
    los destinos románticos. Pero por supuesto eso había sido antes de que ella
    se ofreciera a él en bandeja de plata. Camila se quedó mirando a Benjamin,
    que tenía una expresión indulgente y una sonrisa en los labios, y por
    primera vez tuvo la sensación de que era un extraño.
    ¿Bajar de las nubes y volver a la realidad? ¿A qué había venido eso?
    ¿Era una especie de advertencia antes de que se comprometiera con su
    matrimonio? ¿Era la manera de Benjamin de asegurarse de que comprendiera
    que su vida juntos no iba a ser siempre champán y rosas?

    B. —Claro que, si tantas ganas tienes de ir a la playa, podrías hacer un viaje a Hawái, o algún spa. Podrías llevarte a una amiga contigo —añadió él.

    Cami levantó una mano para interrumpirlo.

    C. —Lo he entendido, Benjamin .

    La luna de miel se había acabado, y tenía la sensación de que estaba a
    punto de ver un lado de su esposo que no le había mostrado antes.

    Continuara...
  8. .
    Capítulo 17 (+16)

    Te lo digo yo, está hecho —Benja hizo girar su sillón hacia el ventanal de
    su despacho, que se asomaba al centro de la ciudad de San Diego.

    C. —¿O sea que se ha acabado el periodo de prueba? —preguntó Coco al otro lado de la línea—. ¿Vais a empezar con la producción de un Benjamin 2.0?

    Benjamin asintió.

    B. —Yo diría que un día de estos nos pondremos a ello.

    ¡Qué diablos!, probablemente esa misma noche a juzgar por el modo en
    que Camila lo había hecho volver a la cama esa mañana para hacerlo una
    vez más. Bueno, dos veces.
    Suerte que ese día su primera reunión no había sido hasta las diez. Por
    nada del mundo habría rechazado las promesas de placer que había visto en
    los ojos traviesos de su esposa cuando, al ir hasta la cama para despedirse
    de ella con un beso, Camila lo había agarrado de la corbata y lo había hecho
    caer sobre ella.
    O cuando, después de ducharse, al salir del baño se encontró a Cami
    sentada en la cama; se había puesto la camisa de su traje, pero había
    abrochado solo dos botones, y su corbata colgaba con un nudo suelto entre
    el valle de sus senos.

    Aquellos juegos suyos habían hecho que llegara una hora tarde al
    trabajo, pero no podía importarle menos, pensó con una sonrisa de
    satisfacción.

    C. —¿Sabes?, desde hace un par de semanas, vaya donde vaya la esposa de alguien, siempre acaba mencionando que te has casado.

    Benjamin entornó los ojos.

    B. —¿Y qué tienen que decir?
    C. —Bueno, salen las especulaciones que cabría esperar dadas las circunstancias: lo repentino que ha sido tu matrimonio con Camila cuando no hacía mucho que habías roto tu compromiso con Maria y esa clase de cosas. Pero la gente a la que le has presentado a Camila, como los Ayala, los Stalick, los Houston... van por ahí diciéndole a todo el mundo que están seguros de que para ti esta es la definitiva, que nunca te habían visto así.
    B. —¿Así cómo?
    C. —Por si no lo sabías, parece ser que estás enamorado. Dicen que salta a la vista; cada vez que alguien empieza a hablar de ello se me saltan las lágrimas —dijo Coco con sorna.

    Benjamin soltó una risa a pesar de que de repente se notaba la garganta
    seca.

    B. —Has estado viendo Armas de mujer otra vez, ¿eh? —contestó siguiéndole la broma—. Mira, Coco, no voy a negar que entre Camila y yo hay algo increíble, pero ninguno de los dos nos engañamos creyendo que es amor. Los demás que piensen lo que quieran.
    C. —Lo entiendo. Solo sentía curiosidad por saber si había cambiado algo.
    Camila...
    B. —Por supuesto que no ha cambiado nada —respondió con firmeza—. Camila y yo tenemos un trato y el amor no es parte de él. Además, me aseguré de antemano de que ella estaba de acuerdo. Lo último que querría es que ella sufriera —dijo. Y luego, para quitar un poco de tensión, añadió en un tono jocoso—: Así que ya sabes, búscate una esposa y deja de preocuparte con la mía.

    Coco se quedó callado un momento y respondió con seriedad:

    C. —De acuerdo, capto la indirecta, pero ¿quién dice que es tu esposa quien me preocupa?

    ---------------------------------------------------------------------------------------------------

    Después de otra noche en una más de las fiestas benéficas a los que
    acompañaba a Benja, ya de vuelta en casa, Camila estaba frente al espejo
    de su vestidor, intentando desabrochar el enganche del collar de zafiros que
    Connor le había regalado para la ocasión.

    Cuando este apareció detrás de ella y le dijo que permitiese que la
    ayudara, dejó caer las manos. Sin embargo, en vez de desabrocharle el
    collar, Benjamin le bajó lentamente la cremallera que tenía el vestido en la
    espalda.

    B. —He estado pensando... en nuestra luna de miel —murmuró, besándole un hombro desnudo y luego el otro.
    C. —¿Nuestra luna de miel? —repitió ella.

    Trató de centrarse en la conversación, pero le resultaba difícil con lo que estaba haciendo
    Benjamin, cuyas manos se habían colado en el vestido por la
    abertura de la espalda, y estaban deslizándose por su cintura hacia sus
    caderas. No permanecieron allí mucho tiempo antes de dirigirse al
    estómago, y después subieron para cerrarse sobre sus pechos.

    B. —Estaba pensando que deberíamos hacer un viaje, tener una luna de miel de verdad —él la besó detrás de la oreja—. No recuerdas nuestra boda, así que al menos me gustaría darte una luna de miel que puedas recordar.

    Un recuerdo que atesorar, pensó Cami, y sintió una punzada de
    emoción en el pecho, la clase de emoción que había creído que nunca
    volvería a experimentar. Notó que se le humedecían los ojos, pero se
    apresuró a parpadear para contenerlas. Se giró hacia Benja, tomó su
    rostro entre ambas manos, y mientras lo besaba sintió cómo su vestido caía
    al suelo.

    Las manos de él descendieron a sus nalgas, y la levantó del suelo,
    atrayéndola hacia sí. Camila le rodeó la cintura con las piernas y Benjamin la
    llevó al dormitorio, atormentándola con besos en el pecho y en el cuello, y
    haciéndole promesas con la lengua que pronto cumpliría con su cuerpo.

    ¿Cómo podía haber vivido sin él todo ese tiempo? ella se sintió muy
    afortunada al pensar que iba a pasar el resto de su vida a su lado. Porque
    Benjamin no iba a dejarla como habían hecho Matias ó Andres, no iba a cambiar
    de opinión. Le había demostrado que era un hombre en cuya palabra se
    podía confiar.

    C. —No necesito una luna de miel —le dijo en un susurro, peinándole el cabello con los dedos.
    B. —Pues claro que sí —replicó él antes de dejarla en el suelo, junto a la cama—. Tahití..., Venecia..., las Cataratas del Niágara... —murmuró mientras se agachaba, imprimiendo besos en el cuerpo de ella. Al llegar al ombligo lo acarició con la lengua—. ¿Dónde te gustaría ir? —le bajó las braguitas y se las sacó por los pies.

    Cuando Camila se tumbó en la cama, esperando que se uniese a ella, el
    brillo juguetón en los ojos de Benjamin fue reemplazado por una mirada
    hambrienta.

    Camila estaba desnuda por completo, salvo por el exquisito collar de
    zafiros y los zapatos de tacón. Dejándose llevar por un impulso perverso se
    incorporó apoyándose en los codos y frotó una rodilla contra la otra,
    observándolo mientras se desabrochaba la camisa.

    Iba por el cuarto botón cuando ella alargó la pierna y metió la puntera
    del zapato por debajo del cinturón de Benjamin para tirar de él.
    Los ojos de él se oscurecieron de deseo y descendieron a su boca
    cuando ella se mordió el labio inferior.

    B. —Eres la fantasía de cualquier hombre —murmuró él.

    Y se desabrochó el resto de los botones a una velocidad de vértigo antes
    de arrancarse la camisa y el cinturón y subirse a la cama con ella.
    Si hubiera sido capaz de tener un poco más de paciencia, se habría
    quitado los condenados pantalones antes de subirse encima de Camila. Y lo
    habría hecho si no hubiera sido por ese numerito suyo del cinturón y el
    zapato y lo de morderse el labio. Lo había puesto a cien y necesitaba
    hacerla suya. Ya. Necesitaba sentir esos increíbles tacones en la espalda y
    sus suaves piernas rodeándole las caderas. Necesitaba el húmedo santuario
    de su boca y sentir los dedos de Camila enredados en su cabello.

    La asió por las nalgas y la atrajo hacia sí, al tiempo que empujaba las
    caderas, torturándose con la barrera de las dos capas de ropa que aún
    quedaban entre ellos porque era incapaz de apartarse de ella.

    Las manos de ella se abrieron paso entre ambos para bajarle la
    cremallera, y con una expresión de concentración absoluta, enganchó los
    tacones en la cinturilla de los pantalones y los boxers y los empujó hacia
    abajo.
    Cuando se los hubo bajado todo lo que podía, Benja se liberó de ellos y
    le dijo:

    B. —Eso ha sido impresionante.

    La sonrisa de Camila no tenía precio; parecía que hubiese hecho una
    proeza.

    C. —Es que tengo habilidades ninja —contestó ella con una mirada sugerente.

    Él se rio.

    B. —Ya lo veo, ya.

    Se puso de rodillas y se inclinó hacia la mesita de noche para abrir el
    cajón, pero la mano de Camila lo detuvo.

    B. —Necesitamos un preservativo, cariño —dijo él bajando la vista hacia ella.
    C. —No, espera, Benja—le pidió ella poniéndole la mano en el pecho—. No quiero que uses preservativo, no quiero que haya nada entre nosotros — tragó saliva e inspiró lentamente—. No necesito más tiempo para decidir. Sé que esto es lo que quiero.

    Él parpadeó. No podía creerse que hubiera llegado el momento que
    tanto había estado esperando. Camila era suya... Al fin. ¿Pero estaba...
    estaba llorando?
    La satisfacción que lo había inundado se desvaneció al ver las lágrimas
    en sus ojos, en esos preciosos ojos que estaban mirándolo con...

    B. —Camila... —murmuró aturdido, y maldijo entre dientes y cerró los ojos cuando sintió a ella tensarse debajo de él.

    No... No, aquello no era amor. Ella misma le había dicho que no quería
    una relación con amor de por medio. Ninguno de los dos quería eso.
    No, lo que estaba viendo en sus ojos era afecto, el afecto que había
    estado esforzándose por conseguir. Lo que ocurría era que, verlo así, de
    repente, con Camila ofreciéndole justo lo que había estado esperando,
    dándole acceso a su cuerpo sin ningún tipo de protección... Era demasiado.
    Se suponía que no debía mirarlo de ese modo, como si le estuviese
    confiando un pedazo de su alma. No podía permitir que se expusiera de esa
    manera, volviéndose vulnerable.

    C. —Creía que querías esto —murmuró .

    La duda, el dolor y la confusión habían reemplazado la inmensa dicha
    que había reflejado su rostro hacía un momento.

    B. —Y lo quiero. Sabes que sí. Es solo que... —él no podía creer que fuera a decirle lo que iba a decirle, pero no le quedaba otra salida. Se rio aunque no tenía el menor deseo de reír, y le dio un beso en la mejilla—. Has estado bebiendo champán esta noche, y después de lo que ocurrió en nuestra noche de bodas... bueno, creo que las decisiones importantes deberíamos tomarlas a la hora del desayuno, con un café y unas tostadas.
    C. —Pero...
    B. —Shh... —Benja le impuso silencio colocando un dedo sobre sus labios, y abrió el cajón para sacar un preservativo.

    Momentos después estaba dentro del cuerpo de Camila, haciéndole el
    amor con pasión para intentar hacerles olvidar a ambos las barreras físicas
    y emocionales que acababa de poner entre ellos.

    Continuara...
  9. .
    Muchas gracias por sus comentarios aqui les dejo un nuevo capitulo


    Capítulo 16

    El chorro de agua caliente de la ducha azotaba el rostro de Benjamin que, con
    las manos apoyadas en la pared de mármol, intentaba apartar de sus
    pensamientos a la sexy ninfa que había dejado en la cama.

    Eran las cinco de la mañana, demasiado temprano para despertarla con
    la clase de beso que tenía en mente. Tenía que dejarla descansar un poco,
    sobre todo después de que hubiesen vuelto a hacerlo a las dos de la
    madrugada.

    Camila era increíble, como la química que había entre ellos. Desde la
    noche en que la había conocido había sabido que era lista. Lo había
    impresionado su habilidad para hablar de casi cualquier tema y dar siempre
    su perspectiva única y de encontrarle el toque humorístico a las cosas.
    Pero ahora que estaba empezando a relajarse y tomarse aquel periodo de
    prueba de otra manera, ahora que estaba abriéndose a él, lo tenía
    completamente fascinado.
    Y lo mejor de todo era que, como los dos querían lo mismo y no tenían
    fantasías románticas, podía disfrutar de cada momento sin preocuparse de
    que ella llegara a hacerse ilusiones equivocadas.

    Ninguno de los dos quería otra cosa que no fuera lo que ya tenían.
    Bueno, eso no era cierto del todo; él quería más, quería que dejaran atrás
    ese periodo de prueba junto con las dudas que aún hacían vacilar a Camila.
    Y quería tener hijos con ella. Por algún motivo lo excitaba
    tremendamente imaginarla embarazada de él.
    De repente, sintió detrás de él como una brisa fresca que se abriera paso
    entre el vapor, y un instante después los esbeltos brazos de Cami le
    rodeaban la cintura, y sus senos, cálidos y con los pezones endurecidos, se
    aplastaban contra su espalda.

    C. —Buenos días, señor Navarro —murmuró, haciendo una pausa para darle un lametón en la espalda—. ¿Creías que ibas a marcharte sin mi beso de buenos días?

    Benja se volvió y la asió por las nalgas, atrayéndola hacia sí. Estaba
    muy sexy con todo el pelo revuelto de acabar de levantarse, y su piel
    húmeda y desnuda era una tentación que no estaba seguro de poder resistir.

    B. —Ni se me había pasado por la cabeza —respondió con voz ronca.

    Bajó la cabeza para tomar su boca con un profundo beso con lengua, y de
    inmediato su cuerpo se puso rígido de deseo y todo pensamiento racional
    abandonó su mente, salvo todas las maneras creativas de hacer que gimiese
    su nombre durante los próximos sesenta minutos. El trabajo podía esperar.

    :::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

    E.—¿Acababais de conoceros? ¿Y ya supisteis que estabais hechos el uno para el otro? —exclamó encantada Emilia, mirando con ojos brillantes a Camila y a Benja.

    Habían pasado casi seis semanas de los tres meses de prueba y aquella
    era la primera vez que Cami acompañaba a Benjamin, que al día siguiente
    se iba a Ontario por trabajo, a una cena de negocios. Era una faceta de la
    vida de esposa que le esperaba si aceptaba seguir adelante con el
    matrimonio.

    La pareja con la que habían salido a cenar, Emilia y Nicolas,
    debían andar por los cincuenta y tantos, y por el trato que les estaban dando
    parecía que Benjamin y ella fuesen de su familia en vez de un socio de
    negocios y la mujer con la que acababa de casarse y a la que no conocían
    de nada.

    Camila abrió la boca para responder a Emilia, pero Benja se le
    adelantó con una sonrisa traviesa en los labios.

    B. —Ninguno de los dos habíamos ido a aquel casino buscando el amor ni nada parecido —dijo—, pero empezamos a hablar, y hablamos y hablamos... En fin, una cosa llevó a la otra y... aquí estamos —le pasó el brazo por los hombros a Cami con ese aire algo posesivo que hacía que se le llenara el estómago de mariposas—. Y, si no, que te lo diga Nicolas, Emilia: cuando se te presenta una oportunidad única no debes dejarla escapar. Por eso no perdí de vista a Camila esa noche hasta que me aseguré de que la tendría a mi lado durante el resto de mi vida.

    Emilia se llevó una mano al pecho, suspiró, e hizo un comentario
    sobre lo romántica que era su historia.
    Nicolas cruzó una mirada divertida con Benjamin, y le prometió que miraría
    esos números que Benja había quedado en enviarle al día siguiente.

    La cena continuó durante un par de horas más, y la conversación fue
    fluida y entretenida. A Camila le dio la impresión de que Benjamin respetaba
    profundamente a Nicolas y disfrutaba de su compañía. Las risas que
    se oían en su mesa eran cálidas y sinceras, y al final de la velada sentía que
    había hecho dos nuevos amigos.
    Unos amigos que esperaba conservar toda su vida, porque esperaba pasar
    el resto de su vida junto a Benja. Era lo que quería, ya no tenía dudas, y
    daba las gracias al destino por concederle una segunda oportunidad.

    Dejar a un lado sus temores era una de las cosas más difíciles que había
    hecho jamás, pero al darse cuenta de en qué la estaban convirtiendo había
    decidido que al menos tenía que intentarlo.
    Y, una vez que él le había hecho renunciar a intentar mantener el
    control sobre la situación, se había dado cuenta de que era agradable
    dejarse llevar y vivir el momento. Era algo que nunca antes se había
    permitido, y era casi adictivo. Se sentía... libre. Y segura. Era como si los
    cuentos de hadas fueran posibles y aquel fuese el suyo propio.

    Mientras los hombres iban a recoger sus abrigos en el ropero, Emilia
    tomó las manos de Camila en las suyas y las apretó afectuosamente.

    E. —No sabes lo contentos que nos sentimos de que Benjamin te haya encontrado. Tuvo una infancia difícil con ese padre suyo, y se ha ganado a pulso la felicidad que es evidente que los dos compartís.
    V. —Gracias, Emilia.

    La mujer sacudió la cabeza y exclamó con una sonrisa:

    E. —¡Y pensar que por muy poco todo habría sido completamente distinto!

    Camila ladeó la cabeza sin comprender. Había acordado con Benjamin que
    no le contarían a nadie la parte de su «historia de amor» en la que ella se
    había despertado sin recordar nada y había intentado marcharse, así que no
    sabía a qué podía referirse Emilia.

    C. —¿Quieres decir porque podríamos no haber coincidido en Las Vegas? —aventuró.

    La sonrisa de Emilia flaqueó, y giró la cabeza hacia donde estaba
    Benjamin con su marido antes de volver a mirarla. Sin embargo, fue solo un
    instante, porque de inmediato volvió a sonreír y contestó a Camila:

    E. —Sí, por supuesto —le dio un abrazo y le dijo en un susurro—: Nunca lo había visto mirar a otra mujer como te mira a ti. Salta a la vista que eres especial para él —añadió antes de soltarle las manos.

    «Eres especial para él»... Camila frunció ligeramente el ceño, confundida
    por aquel instante de vacilación de Emilia y esas palabras. No, se estaba
    volviendo paranoica. Estaba viendo fantasmas donde no los había. Las
    palabras de Emilia únicamente expresaban el cariño que sentía por
    Benjamin ; quería verlo feliz. Por eso, le contestó con un sincero:

    C. —Así es como me hace sentir él: especial.

    En ese momento regresaron sus maridos. Nicolas ayudó a su esposa a
    ponerse el abrigo mientras Benjamin la ayudaba a ella con el suyo y se
    despidieron en la puerta del restaurante, intercambiando buenos deseos y la
    promesa de otra cena muy pronto.

    La velada había tocado a su fin, pero, al mirar a Benjamin y ver la sonrisa
    seductora en sus labios, Camila supo que para ellos dos la noche no había
    hecho más que comenzar.

    Con los ojos pegados a la pantalla del ordenador, Camila intentó
    concentrarse en la última línea de código que estaba repasando. Sin
    embargo, algo se lo impedía. Necesitaba un descanso; y quizá algo de
    comida.

    El ruido de monedas cayendo de una máquina tragaperras, su nuevo tono
    de móvil para los mensajes de Benja la hizo sonreír, y su cansancio se
    evaporó como por arte de magia. Tomó el móvil para leer el mensaje,
    recibido a las 23:37 según indicaba la pantalla: ¿Estás levantada?
    Excitada, contestó al momento, preguntándole cómo habían ido las
    reuniones que había tenido ese día. Lo había echado muchísimo de menos,
    y aunque se había dicho que debería refrenar ese sentimiento, no había
    podido evitarlo.

    De pronto sonó el timbre de la puerta. ¿Habría vuelto antes de Ontario
    para darle una sorpresa?

    Corrió escaleras abajo con la esperanza de encontrarlo esperando en el
    porche, pero cuando llegó al piso de abajo volvió a sonarle el teléfono, y
    apretó el botón para contestar la llamada al tiempo que abría la puerta.

    C. —¡Oh, Dios mío! Eres genial, te adoro —murmuró dejando escapar una risa y conteniendo las lágrimas de la emoción.

    El repartidor que estaba de pie en el porche asintió.

    *. —Me lo dicen mucho a lo largo del día —respondió socarrón, tendiéndole una caja de pizza.

    Divertido, Benjamin le preguntó a Camila al otro lado de la línea:

    V. —¿Necesitáis un momento a solas o estás lista para disfrutar de la pizza que te he pedido? Dejándote sola estaba seguro de que no te prepararías nada para cenar.

    Ella se rio.

    C. —No te equivocabas.

    Veinte minutos después, Camila se había terminado la pizza y estaba
    acurrucada en el sofá del salón hablando aún por el móvil con Benjamin
    mientras observaba las llamas de la chimenea. ¡Le gustaría tanto que
    estuviera allí con ella...!

    C. —Me alegra que hayas llamado —le dijo.
    B. —Me he acostumbrado a charlar contigo al final del día para contarnos cómo nos ha ido. Me gusta.

    Ella cerró los ojos, concentrándose solo en la aterciopelada voz de
    benjamin.

    C. —Sí, a mí también.

    Él se quedó callado un momento.

    B. —Bueno, y entonces... ¿cómo ves esto de estar casada conmigo? ¿Te estoy convenciendo?

    Una sonrisa traviesa se dibujó en los labios de ella.

    C. —Sí, Benja; estás demostrando ser un buen marido, procurándome comida aunque estés a kilómetros de distancia.

    Él se rio suavemente.

    B. —No me refería a eso —le dijo fingiéndose molesto.

    Cami se puso seria.

    C. —Sí, Benjamin, creo que esto funciona, como dijiste que ocurriría — respondió—. De hecho, me parece que está siendo aún mejor de lo que habría podido imaginar.

    Esperaba que él la picara, como había hecho ella con él hacía un
    instante, pero en vez de eso él inspiró profundamente y murmuró:

    B. —A mí me pasa lo mismo.

    Continuara...
  10. .
    Capítulo 15 (+18)

    Benjamin se quedó mirando a su esposa, digiriendo aquella revelación. Hasta
    entonces había pensado que no podría haber nada peor que la sensación de
    fracaso e inutilidad que lo había marcado durante los trece primeros años de su vida,
    cuando ni las mejores notas, ni que marcara un gol en un
    partido del colegio había bastado para disipar el dolor de los ojos de su
    madre. No había podido competir con la dependencia que su madre tenía
    de los somníferos, con los que un día había puesto fin a su vida.
    De pronto se preguntó si no habría reemplazado a una mujer con un
    dolor que él no había podido aliviar, por otra que tenía unas dudas que no
    podía resolver.
    Debería dejarla marchar, pensó, pero entonces recordó la desolación que
    había visto en los ojos de Camila la noche anterior, y ese instante en el que,
    aunque había pensado que intentaría alejarlo, se había abrazado a él y había
    llorado en su pecho y aceptado su consuelo. ¿Cómo después de eso podía
    levantarse a la mañana siguiente y decirle que quería marcharse? Aquella
    situación lo estaba sacando de sus casillas.

    B. —¿Quieres ver una reacción, Camila? ¿Quieres algo real? —avanzó lentamente hacia ella, dando vía libre a su ira—. Estoy furioso, y no es porque mi mujer me cocinara la comida más repugnante que he probado, ni por ninguna de las otras nimiedades con las que has estado poniéndome a prueba. ¿Y quieres saber por qué? Porque para mí esas cosas no significan nada. Lo que ha colmado el vaso, lo que me ha enfadado de verdad, ha sido enterarme ahora de que la mujer fuerte e independiente con la que me casé sin pensármelo dos veces ha resultado ser una cobarde que huye de los retos, una mentirosa que hace promesas que luego no cumple, y que está demasiado amargada como para creer que lo que tiene delante de las narices pueda ser real.

    Cami lo miró boquiabierta y parpadeó incrédula.

    C. —Te equivocas —musitó.

    Él sacudió la cabeza.

    B. —Yo no lo creo. Eres como un boxeador que abandona antes del primer asalto. No tires los guantes; pégame fuerte en la cara y demuéstrame que me equivoco. Quiero que te quedes porque merece la pena luchar por esto que tenemos. Y, si eso no es lo bastante real para ti, también quiero que te quedes por esto —la agarró por los hombros y la atrajo hacia sí para besarla.

    Aunque apasionado, fue un beso demasiado breve como para
    satisfacerlo, y cuando despegó sus labios de los de ella, con la sangre
    hirviéndole aún en las venas, la miró a los ojos, retándola a contestarle.
    Ella se quedó mirándolo aturdida, con las manos descansando en el
    pecho de él.

    c. —A pesar de estar furioso conmigo... todavía me deseas —murmuró, estrujando con los dedos el frontal de la camiseta de Benjamin.

    Él no podía negar el fuego que lo consumía.

    B. —Es algo que escapa a la razón.

    La atrajo más hacia sí, apretándose contra ella, y tomó de nuevo sus
    labios, besándola con fruición.
    Las manos de ella subieron hasta su pelo para enredarse en él
    mientras él la empujaba contra la pared y le subía las piernas, colocándolas
    alrededor de sus caderas.

    Fue un beso como el de aquella primera noche, pensó Benja, ardiente,
    abrumador..., la clase de beso por el que estaría dispuesto a caminar sobre
    un lecho de ascuas al rojo vivo. Aquella era la mujer con la que se había
    casado.

    Y entonces, cuando interrumpió el beso para que los dos pudieran tomar
    aire, ella le dijo lo que había estado deseando oír:

    C. —No soy una cobarde, ni una mentirosa.
    B. —Demuéstramelo —la retó él con voz ronca.

    Volvió a besarla de nuevo, y esa vez la lengua de Camila se enroscó con
    la suya con tal afán que aquello fue como echar gasolina al fuego. Las
    manos de ella descendieron ansiosas por su espalda y tiraron de la
    camiseta, levantándosela. Benjamin estiró los brazos y despegó sus labios de
    los de ella para sacársela por la cabeza.
    Cuando iba a volver a apoderarse de sus labios, ella interpuso una
    mano entre los dos para detenerlo.

    C. —Tampoco soy de las que tiran la toalla —le dijo, dejando caer la mano.

    Benjamin le puso una mano en la nuca y escrutó sus bellos ojos marrones.

    B. —Pues quédate, Camila. Quédate y danos la oportunidad que nos merecemos.

    Ella le rodeó el cuello con los brazos.

    C. —Perdóname —murmuró bajando la vista—. Tenías razón en lo que has dicho antes: he estado centrándome solo en lo que podría salir mal en vez de apreciar lo bueno. Creía que, si te mostraba lo peor de mí... —sacudió la cabeza antes de alzar el rostro y mirarlo implorante—. Me he comportado como una tonta.

    Benjamin le puso las manos en la cintura sin poder creerse del todo lo que
    estaba oyendo: Camila estaba dispuesta a luchar por ellos.

    B. —Dime qué quieres —le dijo. Le daría lo que quisiera, lo que necesitara. Le daría cualquier cosa.

    Los grandes ojos de Camila se miraron en los suyos, y se oscurecieron
    antes de descender a su boca, donde permanecieron unos instantes que a él
    se le hicieron eternos.

    C. —Te quiero a ti.

    Ella dejó caer la cabeza hacia un lado mientras los labios de Benjamin
    devoraban su cuello. Estaban de pie junto a la cama, ella desnuda salvo por
    sus braguitas y benja ataviado tan solo con aquellos boxers que tan bien
    le sentaban.

    Camila se estremeció mientras las palmas de sus manos subían y bajaban
    por el torso de él. Su cuerpo era tan perfecto que no sabía qué parte quería
    tocar primero, qué parte quería saborear. No, quería acariciar y besar todo
    su cuerpo, eso era lo que quería, lo que necesitaba.

    B. —Voy a hacerte el amor, Camila —murmuró él, recorriendo su cuerpo con las manos y dejando una sensación cálida en toda su piel—, y lo haré con mis manos...

    Dios..., le encantaban sus caricias.

    B. —... con mi boca... —los labios de él se cerraron sobre el sensible hueco en su clavícula y succionó con sensualidad, haciéndola gemir—, con mi cuerpo...

    La empujó suavemente para tumbarla en la cama, y se colocó sobre ella.
    Luego se inclinó y trazó un ardiente reguero de besos desde su cuello hasta
    el pecho.

    B. —Eres tan hermosa, Camila... —murmuró.

    Rozó con sus labios un pezón, dibujó un círculo en torno a él con la
    lengua y lo lamió lentamente antes de seguir descendiendo por su cuerpo.
    Pasó por las costillas, alrededor del pequeño y delicado ombligo,
    acarició con la punta de la lengua la línea de piel sobre la costura de sus
    braguitas...

    Las manos de Benjamin descendieron por sus caderas, los muslos, las
    rodillas... La tocaba de un modo casi reverencial, como si no quisiera
    dejarse ni un solo milímetro.
    Le abrió las piernas y se agachó para imprimir pequeños besos en el
    triángulo de seda y encaje de sus braguitas, tentándola con su cálido
    aliento.

    C. —Oh, Benja... —gimió cuando él le dio un firme lengüetazo.

    Él frotó sus labios contra la mancha húmeda que había dejado en las
    braguitas y ella sintió una punzada de deseo en el vientre.

    C. —Te necesito... —murmuró enredando los dedos en su cabello.

    Benjamin enganchó los pulgares en las braguitas y se las bajó lentamente
    para luego arrojarlas a un lado. Con un brillo decidido en sus ojos, oscuros
    de deseo, la miró y le dijo con una sonrisa lobuna:

    B. —Voy a darme un festín contigo; voy a lamerte despacio, saboreándote...

    Camila se sonrojó, y cuando él bajó la cabeza y deslizó la lengua por
    entre sus pliegues jadeó su nombre. Benja continuó lamiéndola, y ella
    hincaba las uñas en sus hombros, en el colchón, volvía a enredar los dedos
    en su pelo... Nunca había experimentado unas sensaciones tan deliciosas.
    Benjamin estaba siendo extremadamente meticuloso, dibujando arabescos
    con la punta de la lengua y luego deslizando la lengua entera con lentas y
    firmes pasadas. Al mismo tiempo también la estaba tocando, trazando
    círculos con el pulgar para luego introducírselo mientras con la lengua le
    estimulaba el clítoris.

    C. —¡Oh, Benjamin! —volvió a gemir ella, levantando las caderas.

    El placer iba en aumento, su respiración se había tornado jadeante y
    estaba casi a punto de... Se mordió el labio inferior para no gritar y sus
    manos se aferraron a la colcha debajo de ella.

    B. —Déjate ir, Camila. Quiero oírte.

    Él volvió a inclinar la cabeza para lamer el clítoris, y Cami ya no
    pudo seguir conteniéndose. Gemidos de deseo y desesperación escaparon
    de sus labios.

    La tensión que había estado acumulándose dentro de ella alcanzó lugares
    donde jamás habría creído posible que el placer pudiera llegar, lugares que
    ella misma ni siquiera había sabido hasta ese momento que existían.
    Sacudió la cabeza de un lado a otro, balbuciendo súplicas incoherentes, y
    cuando él succionó suavemente su clítoris fue como si tras sus
    párpados cerrados estallaran fuegos artificiales. Su mente se quedó en
    blanco con la fuerza de aquel orgasmo, y su cuerpo se convulsionó.
    Jamás había experimentado una satisfacción semejante. Y, aun así, no
    era suficiente. Su cuerpo seguía deseando a Benjamin, pedía más.

    Alargó el brazo y puso una mano en la mejilla de él que, después
    de quitarse los boxers y ponerse un preservativo, se estaba volviendo a
    colocar sobre ella.

    La miró a los ojos y movió hacia delante las caderas, penetrándola con la
    gruesa punta de su miembro erecto. Camila aspiró por la boca y se asió a
    sus hombros, deleitándose en la sensación de tenerlo dentro de sí.
    Benja se movió hacia atrás y luego otra vez hacia delante,
    estableciendo un ritmo que lo llevó poco a poco más adentro hasta que
    finalmente su miembro quedó hundido por completo en ella.

    B. —No te contengas, Camila —le dijo en un susurro mientras seguía sacudiendo las caderas—. Yo tampoco voy a hacerlo.

    Las caderas de ambos se movían cada vez más deprisa, y los gemidos y
    los jadeos de ambos se entremezclaron, culminando en un grito al unísono
    cuando alcanzaron el orgasmo juntos.

    Cuando ella abrió los ojos se encontró con que al lado de su mejilla,
    sobre la almohada, descansaban las manos de los dos, unidas. Las piernas
    de ambos también estaban entrelazadas, el musculoso pecho de Benja le
    calentaba la espalda, y notaba su respiración acompasada en el hombro.
    Era como estar en el cielo. ¡Y pensar que había estado a punto de echarlo
    todo por la borda!
    Al sentir moverse ligeramente el brazo de Benjamin, que descansaba sobre
    su costado, supo que se había despertado, y cuando se volvió le chocó lo
    íntimo que era que los rostros de ambos estuvieran tan cerca el uno del otro
    sobre la misma almohada, con el sol de mediodía desparramándose por la
    cama.

    C. —¿Sigues enfadado conmigo? —inquirió, escrutando las simétricas facciones de su marido.

    Él esbozó una sonrisa.

    B. —No, no soy rencoroso, ni soy de los que discuten por cualquier cosa. De hecho, hasta ayer nunca había discutido con una mujer.
    C. —¿Nunca? —repitió ella, sin saber muy bien qué deducir de aquello—. ¿Tan bonachón eres?

    Benja rodó sobre la espalda, tragó saliva y alzó la vista hacia el techo.

    B. —Sí y no —respondió, girando la cabeza para mirarla—. Es verdad que no me molestan las pequeñeces, las cosas que no tienen importancia, pero antes de casarme contigo... bueno, nunca me había volcado tanto en una relación.
    C. —¿En serio?
    B. —Sí. ¿Y tú?, ¿sigues teniendo dudas?

    Ella se quedó callada un instante.

    C. —Sí, pero por ti me merece la pena arriesgarme.

    Benjamin le tomó la mano para ponerla en su pecho, y jugueteó con el
    anillo en su dedo con una expresión pensativa y el ceño fruncido, como si
    quisiera decir algo que no supiera muy bien cómo decirlo. Luego carraspeó
    para aclararse la garganta y le dijo:

    B. —Quiero que sepas que lo entiendo, entiendo por qué esto te asusta. No quieres depositar tu fe en un tipo como ese Andres con el que se casó tu madre, un tipo que te haga promesas y luego se largue. No quieres que vuelvan a hacerte daño. Significa mucho para mí que me estés dando un voto de confianza, Camila, y te juro que no te voy a defraudar.
    C. —Lo sé —respondió ella en un susurro. Tenía la sensación de que había algo más que no le estaba diciendo—. ¿Qué ocurre, benja?

    Él volvió a aclararse la garganta y, cuando se giró hacia ella, Cami vio
    dolor en sus ojos.

    B. —También quiero que sepas que comprendo por qué te cuesta confiar; yo también sé lo que es que te abandonen.

    Hubo una larga pausa, y al final ella no pudo seguir esperando.

    C. —¿Qué quieres decir?
    B. —Creo... creo que te he hablado de mi madre, ¿no? —comenzó él vacilante.

    Ella parpadeó.

    C. —Me contaste que murió cuando eras un chiquillo.

    Él asintió con la cabeza.

    B. —Lo que no te dije... lo que no le cuento a nadie... es que fue ella quien se quitó la vida.

    Camila se incorporó y puso su mano sobre el corazón de él.

    C. —¡Oh, Benja, cuánto lo siento!

    Él le dio un par de palmadas en la mano y asintió antes de estrecharla
    contra su pecho.

    B. —Gracias. Llevaba mucho tiempo sintiéndose infeliz, y al final no pudo soportar tanto dolor.
    C. —Y te dejó atrás aunque solo tenías trece años... —murmuró ella con el corazón en un puño.

    De pronto las piezas comenzaron a encajar: la estrecha amistad entre
    Benjamin y Coco, el resentimiento que sentía hacia su padre...

    B. —Han pasado muchos años y no suelo hablar de ello —añadió él —, pero estás depositando tu fe en mí, estás dispuesta a confiar en mí, y quería que supieras que sé lo difícil que es y lo mucho que significa para mí.

    Con un nudo en la garganta, Camila asintió contra su pecho. Estaba
    hablando de ella, pero en ese momento en lo único en lo que ella podía
    pensar era en la confianza que Benjamin había puesto en ella. Iba a hacerse
    digna de esa confianza.

    CONTINUARA...
  11. .
    Capítulo 14

    De acuerdo, sí, estaba buscando pelea, admitió Benjamin para sus adentros.

    Al subir con el coche hacia la casa sintió la misma tensión en la espalda y
    el cuello que cuando iba a comenzar una dura negociación en su trabajo.
    Estaba deseando ver a su esposa y que ocurriese algo, lo que fuera.
    No había vuelto a someterlo a más «pruebas», pero se había
    incrementado el distanciamiento emocional, las miradas de recelo y
    especulativas cuando pensaba que no la estaba mirando... y a veces hasta
    cuando sabía que la estaba mirando. Aquello iba a estallar de un momento
    a otro.

    Lo que no se esperaba era encontrarse, al cruzar la verja y ver la puerta
    del garaje abierta, el coche de Camila aparcado allí con ella sentada dentro.
    Alarmado, paró el coche, se bajó, y se dirigió hacia allí. Algo no iba bien.

    Al entrar en el garaje rodeó el coche para ir junto a su ventanilla, y se
    paró en seco al ver su expresión desolada y sus mejillas surcadas por
    regueros de lágrimas. Por primera vez desde el día en que se habían
    conocido, vio en Camila algo distinto: bajo su aparente fortaleza había
    fragilidad, algo que sin duda no dejaba entrever muy a menudo, pero que
    en ese momento no podía ocultar.

    ¿Era culpa suya que estuviera así?, se preguntó preocupado. ¿La habría
    presionado demasiado?, ¿le habría pedido demasiado? Con el corazón
    latiéndole pesadamente se obligó a llamar con los nudillos en el cristal en
    vez de arrancar la puerta para averiguar qué había pasado y si era culpa de
    él, para asegurarse de que Camila estaba bien.

    Ella dio un respingo cuando él abrió la puerta, y se apresuró a secarse
    las mejillas con el dorso de la mano y balbucir una disculpa ininteligible.
    Benja le puso una mano en el hombro para calmarla y se acuclilló a su
    lado, escrutando su rostro en silencio antes de que ella pudiera ocultar sus
    sentimientos tras una máscara. Sin embargo, por más que Cami se
    enjugaba las mejillas, nuevas lágrimas volvían a rodar por ellas.

    B. —Camila, cariño, ¿qué ocurre?

    Ella inspiró temblorosa por la boca, tragó saliva y agachó la cabeza.

    C. —Es una estupidez. Perdóname, no debería estar así. Es que... he visto a alguien a quien conocía en el supermercado.

    Él sintió un inmenso alivio al saber que no era él quien la había
    hecho llorar, pero no fue nada comparado con la ira que se apoderó de él de
    solo pensar que alguien le había hecho daño a su esposa. Alguien a quien
    conocía...

    B. —¿Matias? —le preguntó.

    ¿El idiota que se había casado con otra estando prometido con ella?
    Benjamin creía que Camila lo había olvidado, que había pasado página.
    ¿Podría ser que estuviera equivocado y aún sintiera algo por él?
    Ella negó con la cabeza e hizo un valiente esfuerzo por sonreír a pesar
    de que le temblaban los labios.

    C. —No. Se llama Andres, y durante un año, hace mucho tiempo, fue mi padrastro.

    ¿Su padrastro? Benja no entendía nada. Camila le había dicho que su
    madre se había casado varias veces y que ninguno de sus maridos le había
    durado mucho, por lo que había tenido la impresión de que no habían sido
    importantes en su vida. Quizá había sido una impresión errónea.

    B. —¿Qué ha pasado?
    C. —No se acordaba de mí —ella contrajo el rostro y cerró los ojos.

    Cuando volvió a abrirlos, parpadeó para intentar contener las lágrimas y
    apretó la mandíbula, como si quisiera mostrarse fuerte a toda costa,
    dominar sus emociones. Benjamin la admiraba por ello, pero las lágrimas
    volvieron a surcar sus mejillas, y el dolor en sus ojos era inconfundible. Él
    conocía muy bien ese dolor, la clase de dolor que emanaba de una herida
    en lo más hondo del alma. Lo conocía y lo temía.
    Era la clase de dolor en el que la esperanza de algo que uno sabía que no
    podía tener le atenazaba el corazón. La clase de dolor que nadie podía
    mitigar, la clase de vacío que nadie podía llenar. Uno solo podía rezar por
    que la persona fuese lo bastante fuerte como para sobrellevarlo.

    B. —No sabes cuánto lo siento, cariño —le dijo.
    C. —Fue hace mucho tiempo —respondió —. No sé cómo esperaba que se acordase de mí, pero estuve a punto de echarme a sus brazos y... — la voz se le quebró y apartó la vista.

    Benja no podía soportar verla así; tenía que hacer algo. Tomó su mano
    y le acarició los nudillos con el pulgar.

    B. —Anda, vamos dentro.

    Camila asintió y él dio un paso atrás y la ayudó a bajarse del coche.
    Ella se quedó mirándolo con los labios apretados y los ojos llenos de
    lágrimas que se agolpaban en ellos, y se abrazó a él, hundiendo el rostro en
    su pecho. Benjamin no pudo hacer otra cosa más que rodear con los brazos
    sus hombros temblorosos.
    Apoyó la mejilla en su sedoso cabello y le acarició la espalda.

    B. —Tranquila, cariño, me tienes a mí; estoy aquí —la tranquilizó acunándola suavemente.

    Quería protegerla, y se sentía feliz de que ella no estuviese rechazando
    su consuelo.

    C. —Le dije mi nombre, pero aun así seguía sin recordarme. Cuando le dije quién era mi madre por fin recordó, pero fue tan... incómodo.

    Benja la llevó dentro de la casa, y luego al dormitorio, donde se tumbó
    con ella en la cama. Camila tenía la cabeza apoyada en su hombro, y
    hablaban en susurros, mientras la luz del día se disipaba para ser
    reemplazada por las sombras.

    C. —Todos los hombres que estuvieron con mi madre eran buenos tipos — dijo —. Habría sido más fácil si mi madre se hubiese emparejado cada vez con un idiota; así habría deseado que saliesen de nuestras vidas lo antes posible. Pero no fue así, eran todos amables, hombres buenos, y yo siempre esperaba que se quedaran, aunque en el fondo sabía que no lo harían.
    B. —¿Cuántos...?
    C. —¿Con los que se llegara a casar? —lo interrumpió ella—. Siete.

    Siete con los que se había casado... De modo que había habido unos
    cuantos más. Connor no podía ni imaginarse lo que debía haber sido para
    una niña pequeña que sus padrastros entraran y salieran de su vida como si
    fuera una puerta giratoria. Tampoco comprendía cómo su madre podía
    haberle hecho algo así, pero sabía muy bien cómo eran las mujeres que no
    podían controlar su corazón, ni siquiera por el bien de sus hijos o de sí
    mismas. Aunque al menos la madre de Camila había sido capaz de
    reaccionar y no se había quedado paralizada cuando le habían roto el
    corazón.

    C. —Cuando se casó con Andres yo apenas hablaba con él —le confesó—. Sé que no estaba bien que lo tratara así, pero solo hacía dos meses que se había marchado el hombre con el que había estado mi madre antes de él, y yo no quería... encariñarme con él, supongo.
    B. —Lo comprendo —asintió Benja.
    C. —Pero Andres quería ganarse mi confianza, hacer que su relación con mi madre funcionase. Me contaba chistes y cuentos, me llevaba a pescar... Y también charlaba conmigo y me escuchaba, me escuchaba de verdad. Me hizo sentirme... especial. Era como si para él no fuera solo la hija que entraba en el lote con la mujer con la que se había casado. Claro que ahora, en retrospectiva, me pregunto si no sería más bien que quería encontrar algo que lo uniera a mi madre, con quien en realidad tenía más bien poco en común —le explicó Camila—. Cuando se marchó creí que sería... distinto de como había sido con los otros. Creía que se despediría de mí, o que a lo mejor me llamaría para decirme que me echaba de menos y que sentía haber tenido que marcharse. Pero no lo hizo, y supuse que era porque mi madre, cuando acababa con uno de sus novios o se divorciaba, no quería volver a saber nada de esos hombres. Y, aun así, como él me había dicho que me quería, seguí esperando, esperando... Y quizá nunca perdí del todo la esperanza de que le importara de verdad, porque esta tarde, cuando lo vi en el supermercado... Dios, Benjamin..., me comporté como una tonta.
    B. —No, Camila, eso no es verdad.

    Que pensara siquiera eso... benja maldijo en silencio a su madre y a
    aquel Andres por haberla hecho sufrir de ese modo, por no haberse dado
    cuenta del impacto que tendría la irresponsabilidad de sus actos. Y encima
    aquel tipo le había hecho creer a Camila que la quería para luego salir de su
    vida sin mirar atrás, a una niña a la que le habían roto el corazón una y otra
    vez.
    Si ella le dejaba, le daría la felicidad que merecía, se juró a sí mismo.
    Sería constante en su cariño, sería un hombre con el que pudiese contar.

    ::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

    Cami se despertó sobresaltada y se incorporó como un resorte. Sus ojos
    recorrieron el hueco vacío a su lado en la cama y el resto de la habitación,
    intentando centrarse en la realidad del presente, intentando apartar la
    pesadilla que aún flotaba en su mente.
    En ella se había visto corriendo, perdida en una densa niebla. Iba
    buscando a Benjamin, y aunque en la pesadilla se había dicho que aquel
    matrimonio era un error, había sido incapaz de detenerse y había seguido
    buscándolo.
    De pronto él había aparecido a su lado, sus cálidos brazos la habían
    rodeado, y la había calmado susurrándole al oído cosas que no comprendía.
    Y entonces, al alzar la vista para preguntarle qué estaba diciendo, se
    había encontrado con que era la cara de Andres, aunque hablaba con la voz de
    benja.
    «No te preocupes», le había susurrado. «Vamos a ser buenos amigos tú y
    yo».
    Desesperada, había mirado a su alrededor, y había visto a benjamin a lo
    lejos y le había llamado. Él le había sonreído, y había dicho: «Lo siento, no
    te recuerdo».
    Apartó a un lado las sábanas y se dijo que aquella pesadilla no era más
    que su mente intentando procesar el mal trago por el que había pasado el
    día anterior, pero el pánico que la había invadido no parecía pasar. Tenía
    que ver a Benjamin; necesitaba...

    B. —Eh, te has despertado.

    Camila se giró hacia la puerta, en cuyo umbral estaba Benja con una
    camiseta y unos vaqueros que insinuaban el musculoso cuerpo que se
    ocultaba debajo de ellos. La sonrisa en sus labios, Camila sintió una
    punzada en el pecho por lo que estaba a punto de hacer.
    Tragó saliva al ver que la sonrisa desaparecía, llevándose consigo la
    calidez de su mirada, como si hubiese adivinado lo que estaba pasando por
    su mente.

    B. —No... —murmuró él con aspereza.
    C. —Lo siento —murmuró ella poniéndose de pie y dando un paso vacilante hacia él—. No puedo hacer esto.
    B. —Mentira —le espetó él. La chispa de la ira había saltado como si hubiese estado esperando a hacerlo—. ¡Ni siquiera lo has intentado!
    C. —Eso no es verdad —replicó —. Sí que lo he intentado, llevo un mes intentándolo, pero es inútil. No quiero acomodarme en una vida que antes o después acabará desmoronándose. Yo no... —se quedó callada y rehuyó la mirada acusadora de él.
    B. —¿Tú no qué, Camila? Si esto va a acabar aquí, di lo que tengas que decir.

    Ella apretó los puños y trató de ignorar el dolor que sentía en el
    pecho.

    C. —No confío en ti.
    B. —No, claro, ¿por qué ibas a confiar en mí? —le espetó él con sarcasmo —. Al fin y al cabo solo he sido completamente sincero contigo desde el principio —dijo apartándose de la puerta y pasándose irritado una mano por el cabello.

    Ells lo observó angustiada mientras iba de un lado a otro de la
    habitación, como un león enjaulado.

    C. —No es por ti —le juró—; es por mí.

    Él le lanzó una mirada fulminante y soltó una risa áspera.

    B. —¿Eso crees? Y supongo que no hay nada que yo pueda hacer, ¿no?
    C. —No —musitó ella.

    Ya había hecho demasiado. Había sido demasiado perfecto. Demasiado
    perfecto como para que pudiera creer que era real.
    Benja se cruzó de brazos y se quedó mirándola fijamente.

    B. —Nunca quisiste convencerte de que este matrimonio podría funcionar. Desde el principio has estado buscando excusas para poder justificar tu marcha sin haber arriesgado... nada.

    Ella lo miró boquiabierta. Eso no era cierto. Ella... ella... De repente
    estaba enfadada, muy enfadada. Consigo misma, con Benjamin, con Andres y
    con su madre.

    C. —¿Cómo esperas que lo arriesgue todo con alguien que no es real?
    B. —¿De qué diablos estás hablando?
    C. —¡Nada te hace reaccionar, Benjamin!, nada te molesta, nada te frustra. Da igual lo que te haga, lo que diga, es como si lo único que te importara fuera llegar a la línea de meta: asegurarte de que voy a seguir siendo tu esposa. Todo lo demás te da igual. Siempre te muestras tan calmado, tan encantador, tan razonable, tan racional... Siempre encuentras la solución perfecta a cualquier problema, y me es imposible creer que seas así de verdad porque nadie es tan perfecto, Benjamin. Por eso no puedo confiar en ti. ¡Por eso tengo que irme!.

    Continuara...
  12. .
    Buen martes a todas aqui les dejo un capitulo nuevo para que se rian un poquito de las lucuras de esta pareja


    Capítulo 13

    Que te preparó qué? —exclamó Coco con incredulidad al otro lado de la
    línea Benjamin le estaba contando el último intento de Camila de «abrirle los
    ojos» a una realidad que esperaba que le causara rechazo. Y había vuelto a
    fallar.

    B. —Crema de atún con puré de patatas y guisantes —repitió. Los guisantes eran de lata, el puré de caja y la crema de atún congelada. Lo sabía porque Camila había dejado los envases vacíos a plena vista en la encimera de la cocina—. Según parece es uno de los platos favoritos en su familia y le gusta prepararlo de vez en cuando.
    C. —¡No fastidies! Parece que va en serio con lo de intentar que te eches atrás.

    Benjamin apretó la mandíbula.

    B. —Pues va a necesitar algo más si cree que voy a salir huyendo porque no me gusta lo que cocina.
    C. —¿Y te lo comiste?
    B. —Pues claro que me lo comí —contestó él, entre ofendido y sorprendido de que Coco le preguntara eso—; lo había preparado para mí —se había tomado hasta el último bocado como si fuera maná caído del cielo. Luego, sin embargo, se rio entre dientes y añadió—: Pero tengo que reconocer que esa porquería gelatinosa... que ni siquiera Camila se comió, por cierto, es lo peor que he probado en toda mi vida.
    C. —Yo no podría comerme eso.

    Una media hora después, habiendo dejado aparcada su frustración por aquellas pruebas
    a las que lo sometía Camila, Benjamin entraba en la cocina aflojándose la corbata y
    desabrochándose el primer botón de la camisa. Sus ojos se posaron en el delicioso trasero en
    pompa de Camila que, enfundada en unos leggings, estaba inclinada mirando algo que
    tenía en el horno.

    Parecía una lasaña, pero, por cómo olía, a Connor le dio la sensación de
    que se estaba quemando más que un poco. No..., otra vez no...

    B. —Eh, hola, preciosa —la saludó, un segundo antes de deslizar las manos por la suave curva de sus caderas.

    Necesitaba recordarse por qué iba a comerse esa lasaña quemada dentro
    de unos momentos, un incentivo.
    Cami cerró la puerta del horno antes de erguirse, y cuando fue a
    volverse hacia él Benja comenzó a decirle:

    B. —¿Qué tal si me das ahora mi beso de bienve...? ¡Puaj! —exclamó echándose hacia atrás al verle la cara. La tenía toda cubierta de un emplasto verdoso que apestaba.
    C. —Tu beso, ¿eh? —Camila se rio y le dio unas palmaditas en el pecho—. Perdona si te he asustado con estas pintas. Es una mascarilla facial que me aplico una vez a la semana.
    B. —¿Una vez a la semana? —repitió él. ¿Con lo mal que olía? Se acercó un poco y tocó la pringosa mejilla de Camila con el dedo—. ¿Y qué se supone que hace?

    Ella se encogió de hombros y se movió a un lado, apartándose del
    calor del horno.

    C. —Eh... bueno, reduce los poros, elimina impurezas de la piel y deja la piel más suave. Y le da un aspecto más joven y más sano.

    Umm... La mitad del tiempo que pasaba con ella no llevaba ningún
    maquillaje y estaba preciosa. De hecho, nunca habría dicho que su piel
    tuviera la menor impureza. ¿Sería por esa mascarilla?

    B. —Interesante —murmuró frotándose la yema del índice con la del pulgar para quitarse la pringue del dedo—. ¿Algún otro secreto de belleza que deba conocer?

    Una sonrisilla asomó a los labios de ella, y aunque la reprimió de
    inmediato, él ya la había visto, y le había parecido una sonrisa juguetona,
    igual que el brillo en sus ojos.

    C. —No, creo que no —respondió.

    Él frunció el ceño. De modo que otra vez estaba poniéndolo a
    prueba... Aquello estaba empezando a irritarlo de verdad. Llevaban tres
    semanas viviendo bajo el mismo techo y seguía obsesionada con que en
    algún momento iba a descubrir algo de ella que le hiciera poner pies en
    polvorosa.

    B. —Sé lo que estás intentando, Camila.

    Ella se quedó mirándolo recelosa y apretó los labios, como preparándose
    para una discusión. Y hacía bien en prepararse, pensó él, porque tenía
    que dejarle algunas cosas bien claritas. Dio un paso hacia ella, apartando
    de su mente esas murallas defensivas que ella había ido levantando en
    torno a sí, y también la apestosa mascarilla y las demás pruebas a las quelo había sometido,
    hasta que solo vio delante a la mujer que lo había
    fascinado desde el instante en que se habían conocido.

    B. —Sé lo que quiero, Camila —dijo mirándola a los ojos.

    Ella dio un paso atrás, como queriendo alejarse de él, pero se topó con la
    encimera y espiró temblorosa por la boca.

    B. —Y si crees que la amenaza de una mascarilla maloliente o cualquier otra cosa parecida va a evitar que me cobre mi beso... —le acarició la oreja y metió tras ella un mechón, para luego dejar que sus dedos descendieran por el cuello de Camila. Se inclinó, y le susurró—: te equivocas.

    Cami parpadeó y abrió la boca para decir algo, pero antes de que
    pudiera decir nada, sus labios descendieron sobre los de ella.
    De acuerdo, aquello no había ido como había planeado, pensó Cami.
    Jadeante y temblorosa por el deseo insatisfecho, se bajó de la encimera y
    siguió con la mirada a Benja, que estaba saliendo de la cocina... ¡e iba
    silbando!

    Como si se hubiera apuntado una victoria en vez de estar alejándose con
    la cara pringosa de su mascarilla, con la mitad de los botones de la camisa
    arrancados y un bulto más que sospechoso en la bragueta.
    Ella había logrado resistírsele, aunque le había llevado varios minutos
    recobrar el juicio. Y posiblemente había sido solo porque, en medio del
    apasionado beso, cuando él había despegado sus labios de los de ella para
    besarla en el cuello, había abierto los ojos y había visto reflejado su rostro
    verdoso en un bol de metal que había sobre la isleta central de la cocina.
    Aun así, después de un par de intentos infructuosos porque le faltaba el
    aliento, había logrado pronunciar su nombre en un tono de reproche y unos
    minutos después hasta había desenganchado los tobillos de su espalda y le
    había pedido que parara. Y se lo había dicho en serio. Bueno, más o menos.

    Benja había tomado sus labios una última vez con un beso que había
    vuelto a dejarla sin aliento y luego se había alejado... silbando.
    ¡Por favor! ¿Es que ni siquiera aquella apestosa mascarilla bastaba para
    hacer que él se echara atrás? Era evidente que se había casado con un
    peso pesado. Sabía lo que quería y estaba dispuesto a aguantar lo que fuera
    para mantenerla a su lado.

    Camila tragó saliva. Benjamin le gustaba, le gustaba de verdad, pero el
    hecho de que en ningún momento dejara entrever la menor vacilación la
    aterraba. Porque al negarse a aceptar quién era en realidad, y reprimir cada
    una de sus reacciones, no le estaba dejando ver a ella tampoco al verdadero
    Benja.

    Sin embargo, a pesar de todo se sentía incapaz de decir «esto no va a
    funcionar» y marcharse. Por cada defecto que él le había pasado por alto
    había habido un centenar de momentos en los que le había sido sincero,
    momentos tan puros, tan intensos... Dios..., tenía que tener cuidado; no
    quería acabar con el corazón roto otra vez.

    Camila no podía creerse que las cosas hubiesen llegado a ese punto.
    Sabía que lo que más le gustaba para desayunar eran los gofres con sirope
    de caramelo. Y no solo eso; llevaba parada diez minutos en la sección de
    congelados, con un paquete de distinta marca en cada mano, comparando
    los ingredientes para ver cuál podía ser mejor.
    Aquello no era bueno, nada bueno. Por no mencionar lo embarazoso que
    era, ahora que se paraba a pensarlo. «¡Por amor de Dios, no son más que
    gofres!», se reprendió, dejando los dos paquetes.

    Sintiéndose como una tonta miró hacia el final del pasillo, casi
    esperando encontrar a un grupo de gente mirándola y haciendo apuestas
    por qué marca se iba a llevar.

    Sin embargo, sus ojos se posaron en una cara conocida, aunque los
    veinte años que habían pasado la habían vuelto ajada, y peinaba ya
    bastantes canas. Estaba inclinado sobre una de las repisas del
    supermercado, como buscando algo en particular.

    C. —Andres ... —musitó.

    Parpadeó y avanzó hacia él antes siquiera de pensar en refrenar el
    impulso. No podía ser él. En todos esos años, cada vez que había visto a
    algún hombre que se le parecía había pensado que era él y luego no había
    sido. Pero esa vez... podría jurar que era él.

    Con el corazón latiéndole con fuerza, sintió que una risa le subía por el
    pecho. ¿Cómo debería saludarlo? ¿Con un abrazo?, ¿estrechándole la
    mano? ¿Debería decirle cuánto lo había echado de menos?
    Tenía que vivir por allí cerca, aunque sabiendo lo mucho que le gustaba
    viajar, tal vez solo estuviese de paso.
    Justo cuando estaba alargando el brazo para tocarle el hombro, él dijo de
    repente:

    A. . —Eh, cariño, ¿nos llevamos una tableta de estas de chocolate con almendras?

    Cami se detuvo confundida. Solo entonces él se giró y se rio
    sorprendido antes de dar un paso atrás.

    A. —Oh, perdóneme, señorita. Como no estaba mirando, he pensado que era mi hija.

    En ese momento apareció una mujer joven embarazada de bastantes
    meses, acariciándose la barriga con una mano mientras comprobaba la lista
    de la compra que llevaba en la otra.

    *. —No deberíamos, papá, pero bueno, por una tableta tampoco creo que pase nada.

    Andres asintió y echó una tableta al carro antes de girar de nuevo la cabeza
    hacia Cami, que se había quedado mirándolo.
    No tenía ni idea de quién era, pensó ella. Claro que, ¿por qué iba a
    acordarse de ella? La última vez que la había visto solo era una chiquilla.

    C. —Andres, soy Camila, Camila Andrade. Bueno, era Camila Andrade hasta hace poco; me he casado. Mi apellido de casada es Navarro.

    Notó que se le subían los colores a la cara por el placer que suponía para
    ella poder decirle que se había casado. ¡Y pensar que podría presentarle a
    Benjamin! Seguro que se caerían bien. Hasta ese momento no se le había
    ocurrido, pero la verdad era que había muchas cosas en las que se parecían.
    Sin embargo, toda esa emoción se frenó en seco cuando vio a Andres
    fruncir el ceño, como si no la recordara.

    A. —¿Camila... Andrade? —giró la cabeza hacia su hija, que estaba observándoles con una sonrisa amable, y chasqueó los dedos antes de volver a mirar a Camila—. ¡Ah!, la chica del banco, ¿no?.

    Continuara...
  13. .
    Capítulo 12

    Nada de sexo? —repitió Coco entre toses al otro lado de la línea.

    Benjamin , que había activado la opción «manos libres» en el móvil porque
    iba conduciendo, apretó irritado el volante. No le había pasado
    desapercibido el tono divertido de su amigo, por mucho que hubiera
    intentado disimularlo. Al menos a alguien le parecía gracioso.

    B. —Sí, yo tampoco puedo creerlo, pero Camila...

    Inspiró y miró un instante el acantilado que descendía hasta el océano a
    su derecha antes de volver a fijar la vista en la carretera. Había estado
    seguro de que conseguiría vencer su resistencia con aquello de la cuota
    diaria de besos porque, cuando se besaban, se besaban de verdad. De hecho,
    solo de pensar en cómo subía la temperatura cuando se besaban le invadió
    una ráfaga de calor y tuvo que desabrocharse el primer botón de la camisa
    y aflojarse la corbata. Sin embargo, ella estaba manteniéndose firme.

    B. —En fin... —continuó—, dice que no quiere que nada le nuble el juicio mientras intenta decidir si lo nuestro puede funcionar.
    C. —Es comprensible. El sexo puede hacer que uno confunda las prioridades, darle sentido a lo que no lo tiene, hacer que algo parezca especial cuando en realidad no lo es. Chica lista.

    Benja apretó los dientes. No estaba seguro de qué respuesta había
    esperado de Coco, pero desde luego no era esa.

    C. —Bueno, y dejando a un lado que tu mujercita te encuentra absolutamente «resistible», ¿cómo te trata la vida de casado?
    B. —Bien, sin muchas sorpresas. Camila es más reservada de lo que me pareció la noche que nos conocimos, y la noto algo obsesionada con asegurarse de que sé en lo que me estoy metiendo. Me enumera los defectos que tiene porque dice que no quiere arriesgarse a que me tope de repente con algo que luego se convierta en causa de divorcio.

    Coco se quedó callado unos segundos, y cuando volvió a hablar ya no
    tenía ese tono de guasa.

    C. —¿Causa de divorcio?
    B. —Son tonterías sin importancia —lo tranquilizó Benjamin—, pequeñas rarezas de esas que tenemos todos.

    A él por lo menos le daba igual que no fuera la mejor de las cocineras o
    que tuviera una cierta tendencia a entusiasmarse demasiado cuando se
    aficionaba a algo.

    B. —Me hace reír, me siento a gusto cuando estamos juntos, y siento que puedo hablar con ella de cualquier cosa —le dijo a Coco.

    Sin embargo, aunque había conseguido que le diese una oportunidad a su
    matrimonio, sabía que no era cosa hecha ni mucho menos que accediese a
    permanecer a su lado después de esos tres meses.

    C. —Bueno, me alegra que hayas encontrado a una mujer con la que puedes hablar. Sé que siempre habías querido un matrimonio que se pareciese más a una fusión empresarial que a un matrimonio, y después de lo de Maria...
    B. —Oye, estoy a punto de entrar en casa —lo interrumpió Benja, aminorando la velocidad al acercarse a la verja—. Hora de enfrentarme a un nuevo asalto con mi mujercita —bromeó.
    C. —Lo capto —contestó Coco riéndose—. Pues nada, buena suerte. Me parece que la vas a necesitar.

    Benjamin cortó la llamada, y momentos después se bajaba del coche,
    ansioso por ver a Camila. Ya no estaría en pijama como al despedirse de
    ella esa mañana. Medio dormida como estaba, había ronroneado como un
    gatito cuando la había besado.

    Sin embargo, no pudo evitar fantasear con que apareciese con el cabello
    revuelto, ese pijama de seda, y que se lanzase a sus brazos y le diese uno de
    esos besos que decían: «Estaba deseando que llegaras». Sí, ya, ¡como que
    eso iba a pasar...!
    Entró en la casa, cerró la puerta tras de sí y la llamó con un: «¡Cariño, ya
    estoy en casa!».

    Solo le respondió el silencio. Soltó las llaves en la mesita de cristal del
    salón y subió las escaleras. El segundo piso estaba a oscuras e igualmente
    en silencio. El tercer piso también. Frunció el ceño y miró en su móvil por
    si tenía algún mensaje de ella. Nada.

    No era que fuese una novedad para él volver a casa y encontrársela
    vacía, pero con ella viviendo allí con él había esperado... algo distinto.
    Y no era que estuviese decepcionado. Siempre había tenido claro que
    quería por esposa a una mujer independiente que no lo hiciese sentirse
    culpable por los horarios que tenía o que estuviese pegada a él como una
    lapa. Sin embargo, tuvo que admitir para sus adentros que no había
    esperado que las cosas fueran a ser así ya, cuando apenas llevaban una
    semana casados.

    A medio camino por el pasillo a oscuras Benja se detuvo frente a la
    puerta del estudio, que le había cedido a Camila como despacho. Por debajo
    de la puerta cerrada se veía una rendija de luz, y al quedarse escuchando
    oyó un ruido, como un tecleo. De modo que estaba allí...

    Giró el pomo, abrió lentamente la puerta, y vio que en el escritorio, de
    espaldas a él, estaba sentada Camila con la mirada fija en la pantalla del
    ordenador mientras tecleaba sin cesar.

    Estaba vestida con una camiseta y unos pantalones de chándal, se había
    recogido el pelo en una coleta, y no lo había oído entrar porque tenía unos
    auriculares puestos. No podía decirse que estuviera sexy, pero Benja no
    podía apartar los ojos de ella.

    Nunca se habría esperado llegar a casa y encontrarse una escena así si se
    hubiese casado con Maria. Habría estado toda peripuesta, y al verlo llegar se
    habría mostrado atenta y habría iniciado una charla insustancial, como uno
    hacía con los extraños en una fiesta.

    Desde el umbral de la puerta, benja se planteó qué hacer, ya que no lo
    había oído llegar. Podría entrar y, aprovechando que estaba distraída,
    apartarle la coleta y besarla en el cuello, en ese punto tan sensible detrás de
    la oreja, y luego dejaría que sus labios siguieran por donde quisieran.
    O podría ir a llamar por teléfono para pedir comida a domicilio, porque
    con lo abstraída que estaba en el trabajo seguro que ni se había acordado de
    la cena. Además, cuando reclamara su beso de «bienvenido a casa» quería
    tener toda la atención de Camila. Estaba dándose la vuelta cuando ella lo
    llamó a voces, sin duda porque con los auriculares no se oía a sí misma.

    C. —¿Benjamin?

    Él se giró y vio que se había quedado mirándolo con una expresión
    confundida que resultaba adorable. Cuando sonrió y se señaló la oreja, ella
    se dio cuenta de lo que quería decirle y se quitó los auticulares.

    B. —Eh, hola, preciosa. ¿Qué tal tu día?

    Ella debió de tomarse lo de «preciosa» como una crítica velada,
    porque se apresuró a remeterse tras las orejas los mechones que habían
    escapado de la coleta y a sentarse bien en la silla.
    Y entonces, de repente, ocurrió algo muy interesante: ese azoramiento se
    disipó y Cami apretó la mandíbula, como si fuera a afrontar un reto.

    C. —Perdona, a veces cuando estoy trabajando pierdo la noción del tiempo.

    A algunas personas les resulta bastante irritante.
    Ah, más revelaciones. En fin, si con decirle esas cosas se quedaba más
    tranquila...

    B. —¿Te queda mucho? Porque estaba pensando que podría llamar y pedir comida china.
    C. —¿No te importa? —le preguntó .
    B. —Pues claro que no; hoy por ti, mañana por mí —respondió él—. Voy a llamar y luego me daré una ducha rápida. Nos vemos abajo cuando termines.

    Al ver a Camila fruncir ligeramente el ceño, Benjamin se detuvo.

    B. —¿Ocurre algo?
    C. —¿No quieres tu beso de «bienvenido a casa»?
    B. —Ya lo creo que lo quiero —contestó él con una sonrisa traviesa—, pero no hasta que tenga toda tu atención.

    Cuando salió y cerró la puerta tras de sí, Cami se quedó mirando la
    pantalla del ordenador. Se sentía aliviada de que Benjamin hubiese aceptado
    tan bien haberla encontrado enfrascada en el trabajo y vestida de andar por
    casa, pero seguía sin poder desechar sus dudas. Tenía la sensación de que si
    aquello no lo había echado para atrás, alguna otra cosa lo haría. Antes o
    después ocurriría, estaba segura.

    No quería pensar así porque había muchas cosas que le gustaban de él,
    pero sospechaba de esa calma que mostraba cuando hacía algo que se
    suponía que tendría que irritarle o desagradarle, y se preguntaba qué podría
    esconder.

    Cierto que tampoco era un crimen quedarse trabajando hasta tarde, pero
    es que era como si no le molestara en absoluto nada de lo que hiciera o
    dijera, como si le resultan indiferentes sus malos hábitos y sus defectos.
    Era como si Benjamin estuviese tan empeñado en demostrarle que aquel
    matrimonio era cosa de la providencia, que hubiese decidido cerrar los ojos
    a cualquier cosa que no encajase en la ecuación. Pero un día ya no sería
    capaz de seguir haciéndolo, ¿y qué pasaría entonces?
    ¡Dios!, quería creer en aquello, en ellos, pero con tanto en juego
    necesitaba que él viese más allá de esa ilusión de perfección,
    necesitaba que la viese tal y como era.

    Continuara...
  14. .
    Aqui les dejo otro capitulo




    Capítulo 11

    Pero ¿es que te has vuelto loco? —exclamó Coco al otro lado de la línea.
    Benjamin pagó al dueño del puesto de periódicos del aeropuerto.

    B. —¿Me creerías si te dijera que me he vuelto loco, que me siento como si flotara y que estoy completamente enamorado? —le respondió, levantando del suelo su bolsa de viaje.
    C. —No —contestó Coco con sequedad.
    B. —Bueno, está bien, tienes razón —Benja miró los paneles con las puertas de embarque y las horas de salida y miró su reloj—: no es verdad. Estoy perfectamente cuerdo, con los pies en el suelo, y casado con una mujer guapísima, sexy e inteligente que resulta que es todo lo que buscaba en una esposa.
    C. —Vaya, no sabía que estuvieses buscando a una cazafortunas —dijo su amigo con retintín—. De haberlo sabido te habría recordado a cualquiera de las docenas de ellas que han estado arrojándose a tus pies durante los últimos diez años. ¿Cómo te dejaste convencer?, ¿te echó algo en la bebida?

    Benjamin apretó la mandíbula irritado mientras se dirigía a la cafetería
    donde había dejado a Camila . Había imaginado que así sería como lo verían
    los demás, las conclusiones que sacarían al saberlo, y se había dicho que no
    le importaba lo más mínimo, pero la verdad era que le molestaba, y mucho.

    B. —Por supuesto que no. De hecho, más bien podría decirse que fue al revés.

    En ese momento vio que ella salía de la cafetería, con una bandejita
    en una mano en la que había un par de cafés y una bolsa de papel con
    bollos, y el maletín de su portátil en la otra.
    Se detuvo para que no oyera su conversación con Coco.

    C. —Eh... Benja, ¿de qué estás hablando? —le preguntó su amigo sin comprender.
    B. —Dejé que bebiera demasiado y no se acuerda de casi nada de lo que pasó esa noche.
    C. —Déjame adivinar —dijo Coco con la misma aspereza de antes—: seguro que sí recordaba que os habíais casado.
    B. —Sí, pero por desgracia no recuerda por qué accedió cuando se lo pedí, y me ha costado bastante convencerla para que me dé una oportunidad. Vamos camino de Denver para recoger sus cosas y va a vivir tres meses de prueba conmigo.
    C. —¿Me tomas el pelo? —inquirió su amigo con tal incredulidad que hasta se le escapó un gallo.

    Benjamin no pudo evitar sonreír.

    B. —No. Ya sé que parece una locura, Coco, pero sé que es la mujeradecuada, y me gusta muchísimo.
    C. —¿Y sabe lo de Maria?
    B. —Sí, se lo conté la noche que nos conocimos. Bueno, lógicamente a la mañana siguiente no se acordaba, así que se lo volví a contar.

    Durante la charla que habían tenido esa mañana para refrescarle a
    Camila la memoria, ella le había preguntado si había tenido alguna relación
    seria.

    C. —No puedo creer que ni siquiera me la hayas presentado. Quiero conocerla... ahora que sé que no te llevó al altar a punta de pistola —dijo Coco.

    Benja sonrió y empezó a caminar de nuevo, levantando una mano para
    que Camila lo viera. Cuando ella le sonrió también sintió un cosquilleo en
    el estómago.

    B. —Ya te la presentaré.
    C. —Está bien, pero quiero detalles, así que comienza por el principio.
    B. —Apenas te habías marchado con la camarera se presentó en nuestra mesa la «gimnasta» y me entró con la que debe ser la peor frase para ligar de la historia.
    C. —¿La gimnasta? ¡No fastidies!

    Cami llegó junto a él en ese instante, y debía haber oído la última
    parte, porque enarcó una ceja, como divertida, y se puso de puntillas para
    decir por el teléfono:

    CA. —No soy gimnasta.

    Benjamin se rio y sonrió al verla sonrojarse cuando la besó en la sien.

    B. —Está bien, es verdad —le confesó a Coco—, no es gimnasta y no era una frase para ligar...

    ::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

    Camila se despertó con los rítmicos latidos del corazón de benja bajó
    su oído, con el peso de su brazo en torno a su cintura, y un torbellino de
    pensamientos.

    Después de dos días en Denver durante los que no habían parado un
    momento, por fin habían acabado de empaquetar todo lo necesario en su
    apartamento.

    Se habían reído muchísimo mientras negociaban las condiciones de esos
    tres meses: si dormirían juntos o no, los viajes y obligaciones sociales, los
    compromisos profesionales de cada uno...
    Con tanto que planear, hasta medianoche no habían llegado a la casa de
    Benja en San Diego, y unos cinco minutos después habían caído rendidos
    en la cama.
    Soñolienta, parpadeó para acabar de despertarse, y una sonrisa tonta se
    dibujó en sus labios cuando de improviso acudió a su mente la frase «hoy
    es el primer día del resto de tu vida».
    Se bajó de la cama con cuidado de no despertarlo , bajó las
    escaleras, y fue encendiendo las luces por donde pasaba para familiarizarse
    con la casa y tomando nota de los detalles que pudiesen darle pistas sobre
    el hombre con el que se había casado.

    Entonces, sin saber por qué, recordó lo que le había dicho su madre al
    despedirse de ella cuando la había llamado por teléfono el día anterior:
    «Pues vas a tener que espabilarte y esforzarte más si no quieres perder a
    este...».
    Camila sacudió la cabeza. Su madre... ¡siempre igual!, pensó con un
    suspiro. A través de las puertas acristaladas del salón se veía que la
    oscuridad de la noche se estaba diluyendo en la claridad del amanecer. Las
    palmeras se recortaban en la distancia y las olas acariciaban la tranquila
    playa.

    Dio un paso hacia allí, queriendo apartar de su mente las palabras de su
    madre y los recuerdos que habían arrastrado consigo, perderse en aquella
    belleza que estaba destapando la salida del sol, pero los fantasmas del
    pasado ya se habían apoderado de ella.
    Recordó a todos los «papás» que habían pasado por su vida, aquellos
    hombres por los que su madre, Sonia , había estado dispuesta a hacer
    lo que fuera y a ser lo que creía que ellos esperaban que fuera con tal de
    mantenerlos a su lado.

    Recordó los cambios en la personalidad de su madre y en sus metas
    habían anunciado cada vez la llegada de un hombre nuevo a su vida.
    Recordó su determinación de no encariñarse demasiado con ninguno, por
    muy simpático o divertido que fuera, porque aquellas relaciones de su
    madre nunca duraban demasiado.
    Su madre creía que si se esforzaba lo suficiente, si hacía lo indecible, no
    la dejarían, pero todos habían acabado dejándola. Octavio, Franco, Andres,
    Lucas, Fabricio, Santiago y Marcel . Siete maridos que habían entrado y salido de
    su vida, y su madre todavía no había comprendido que una relación
    dependía de dos personas y no solo de una, y que intentar aferrarse a un
    barco que se hundía era prolongar lo inevitable.

    ¿Estaría repitiendo los errores de su madre aunque se había prometido
    cien veces que a ella no le pasaría? Se había casado con un hombre al que
    acababa de conocer, un hombre que estaba decidido a no dejarla escapar.
    Benjamin decía que le gustaba todo de ella, pero... ¿y si estaba
    equivocado? ¿Y si esa noche por el efecto del alcohol no había sido ella
    misma? ¿Y si estaba tan entusiasmado por que había accedido a casarse
    con él que todavía no se hubiese dado cuenta?
    ¿Cuánto tardaría en romperse la burbuja y la viese tal y como era y no
    como creía que era? ¿Sería durante esos tres meses de prueba... o cuando
    ella hubiese empezado a hacerse ilusiones?

    B. —Te has levantado tempranO.- Camila se giró y encontró a Benjamin apoyado en el quicio de la puerta del salón. Llevaba unos pantalones de pijama de color gris claro, pero tenía eltorso desnudo.
    C. —Tú también —contestó ella.

    Estaba guapísimo con el cabello revuelto y esa sombra de barba que le
    daba un aire de bandido que encajaba perfectamente con la media sonrisa
    en sus labios y el brillo travieso en sus ojos.

    b. —Me sentía solo en la cama sin ti —le dijo guiñándole un ojo—. Y estaba pensando que a lo mejor te gustaría que te hiciera un pequeño tour por tu nuevo hogar. ¿Te apetece un café?

    Al oír esa palabra, a ella se le escapó un gemido de placer. Hasta que
    no se había tomado su taza de café por la mañana no era persona.

    C. —Café... oh, sí, por favor. Me muero por un café.

    Él se rio antes de ir junto a ella y tomarla de la mano.

    B. —Mi ego me exige que la próxima vez que gimas de esa manera no sea por una taza de café. Anda, vamos.

    Ya en la cocina, mientras el ponía la cafetera en marcha, Camila vio qué
    podía encontrar en el frigorífico.

    C. —No se me da muy bien la cocina, por si no lo había mencionado ya — le dijo girando la cabeza—, pero aquí tienes unos gofres congelados que nodeben ser difíciles de preparar.
    Connor se le acercó por detrás y empujó la puerta del congelador con
    una mano para cerrarla mientras con la otra le rodeaba la cintura.

    B. —Luego —dijo girándola hacia él.

    A Cami el corazón le dio un brinco y sintió un cosquilleo en el vientre.

    C. —Benjamin... —le advirtió dando un paso atrás.
    B. —Relájate, cariño —Él la asió por las caderas para hacerla retroceder hasta la mesa de la cocina y la levantó para sentarla encima—. Lo único que quiero es el beso de buenos días que habíamos acordado.

    Como tenían posturas enfrentadas respecto a esa cuestión, ella no quería
    que el sexo le impidiera pensar con claridad, y él no quería prescindir del
    sexo—, después de mucho debatirlo habían llegado a un acuerdo de cuatro
    besos al día: uno de buenos días, otro de «que tengas un buen día», uno al
    llegar a casa, y uno de buenas noches.
    Cuatro besos. Podía con cuatro besos, se dijo, pero una ola de calor la
    invadió cuando él se inclinó hacia ella asiéndola de nuevo por la
    cintura para atraerla hacia sí. Camila, que no sabía qué hacer con las
    manos, se las puso en los hombros.

    C. —Solo un beso, Benja —le recordó en un susurro, sintiéndose algo embriagada por el olor de su piel.
    B. —Un beso... como yo quiera —le recordó él también, rozándole la línea de la mandíbula con la nariz.
    C. —Sí, pero solo uno —insistió ella cuando los labios de Benjamin se acercaban ya a los suyos.

    Él esbozó una sonrisa lobuna.

    B. —Ya veremos —murmuró.

    Continuara...
  15. .
    Gracias x sus coemntarios abuelas aui les dejo un nuevo capitulo


    Capítulo 10

    Un momento, ¿qué...?
    C. —¿Estás... chantajeándome... con sexo?
    B. —No lo sé —murmuró él apartando un poco sus caderas de las de ella—. ¿Funcionaría?

    Sí, ya lo creía que funcionaría.

    B. —Por supuesto que no —mintió Camila.

    Benjamin bajó la mirada a sus labios.

    B. —Pues es una lástima.

    Ella exhaló un suspiro tembloroso.

    C. —Mira, Benjamin, esto no me deja pensar con claridad y...
    B. —Lo comprendo —la interrumpió él—; dame los tres meses que te pido y así podrás pensarlo tranquilamente.

    Sin embargo, antes de que pudiera plantearse darle siquiera tres minutos,
    la boca de Benja volvió a asaltar la suya con un profundo y sensual beso
    con lengua, tentándola de nuevo a dejar a un lado sus recelos y claudicar.
    Jadeante y con el corazón latiéndole como un loco, sacudió la cabeza, y
    empujo suavemente a Benja para apartarlo. No podía claudicar.

    B. —Camila... —murmuró él, con los ojos nublados por el deseo.

    Esa mirada... Cami tragó saliva y dio un paso atrás, y luego otro.
    Necesitaba alejarse de él, necesitaba espacio para respirar, para pensar.

    B. —Vamos, nena, no huyas; sentémonos en el sofá y hablemos.

    Ella giró la cabeza hacia el sofá, y en un abrir y cerrar de ojos se
    encontró imaginándose las escenas más tórridas con ellos dos de
    protagonistas. Últimamente había estado leyendo demasiadas novelas
    románticas.

    B. —Mantendré las manos quietas —le aseguró él.

    camila lo miró, allí de pie, con la camisa medio desabrochada, y al
    entrever su torso desnudo, con esos músculos tan bien definidos y sus
    pezones, nuevas fantasías volvieron a asaltarla y se le hizo la boca agua.

    C. —Ya, seguro que sí.

    Y, aunque mantuviera las manos quietas, tal vez no fuera eso lo que más
    la preocupaba.

    b. —¿No me crees? Si te quedas más tranquila siempre puedes atarme las manos —Benja se quitó la corbata, que colgaba desaflojada de su cuello, y se la tendió con una sonrisa lobuna—. A menos que prefieras...
    C. —¡Ni lo menciones!

    No, decididamente no eran sus manos lo que la preocupaban. Y con los
    pensamientos lujuriosos que estaban cruzando por su mente no estaba
    segura de poder volver a sentarse en un sofá, y mucho menos en ese.
    Se dio la vuelta y obligó a sus pies a moverse en dirección al dormitorio.

    Entró en el cuarto de baño, se desnudó, se metió en la ducha y giró el
    mando hacia el lado del agua fría con la esperanza de que eso disipase
    todas aquellas fantasías sexuales.

    Cuando el agua helada se le clavó en la piel, como un millar de agujas,
    soltó un chillido, pero tuvo el efecto deseado y recobró la cordura. ¡Por
    Dios!, había estado a punto de acceder a... Habría accedido a cualquier
    cosa. A seguir casada con él, a irse a vivir a otro estado... Sin embargo, aun
    con aquella manta de agua fría cayendo sobre ella, no podía pensar en otra
    cosa más que en los increíbles besos de Benjamin, que prácticamente la
    habían consumido.
    Un gemido involuntario escapó de sus labios, y levantó el rostro hacia la
    alcachofa de la ducha, obligándose a poner su mente en blanco.

    C. —¡Dios, Camila, no sabes cómo me gusta cuando haces esos ruidos...!

    ¡El pestillo!, pensó Camila abriendo los ojos de golpe y dando un
    respingo. Ni siquiera se le había ocurrido echarlo. Se giró al tiempo que se
    enjugaba el agua del rostro con las manos, y a través del cristal
    transparente de la mampara vio a Benjamin apoyado en la pared, con esa
    media sonrisa impertinente en sus labios.

    B. —¿Qué estás haciendo ahí dentro, cariño?
    C. —Intentando aclarar mis pensamientos.

    Él enarcó una ceja y se apartó de la pared, recorriendo su cuerpo
    desnudo con una mirada depredadora.
    No había ningún sitio donde esconderse y el cristal transparente de la
    mampara no la tapaba nada, pero extrañamente Camila no se sentía
    azorada. De hecho, casi diría que se sentía cómoda; nunca se había sentido
    así con ningún otro hombre.

    B. —Umm... Quizá a mí tampoco me vendría mal una ducha para despejarme.

    Entonces fue ella la que sonrió traviesa para sí. Desde luego,
    necesitaba que le enfriasen los ánimos.

    C. —¿Tú crees?

    Benja ya estaba acabando de desabrocharse la camisa. Se la quitó,
    arrojándola a un lado, y le siguieron los pantalones y los calcetines. Camila
    se quedó mirándolo boquiabierta al darse cuenta de que iba en serio.

    Luego él enganchó los pulgares en sus boxers negros, que apenas
    podían ocultar su erección, y se los quitó también, quedándose
    completamente desnudo. Su cuerpo era tan hermoso que las fantasías de
    Camila ni siquiera le hacían justicia.

    Antes de que pudiera reaccionar estaba avanzando hacia ella, y cuando
    abrió la puerta de la mampara para entrar había tal fuego en sus ojos que
    Camila sintió que ardía por dentro a pesar del agua fría. Dio un paso atrás.
    Benjamin dio un paso hacia ella y...

    B. . —¿Qué diablos...? —aulló dando un paso atrás en cuanto el agua tocó su cuerpo.

    Camila se echó a reír.

    B. —¡Lo has hecho a propósito! —la acusó él, que se había refugiado del frío chorro en una esquina de la ducha.
    C. —Dijiste que querías despejarte —le espetó ella.

    Un cosquilleo la recorrió cuando los ojos de Benja se posaron en sus
    senos antes de ir más abajo. Los dos estaban desnudos, cada uno en un
    extremo de la espaciosa ducha. Cuando él intentó agarrarla, ella lo
    esquivó y salió de la ducha riéndose.

    Oyó un gruñido detrás de ella mientras tomaba el albornoz que había
    dejado sobre el lavabo. Se lo puso y anudó el cinturón.
    Cuando se dio lavuelta y vio a Benjamin estirándose en la ducha,
    con el agua resbalándole por todo el cuerpo,
    no pudo evitar quedarse mirándolo hipnotizada.

    B. —Si te soy sincero —le confesó él de repente—, esto no está funcionando.
    C. —Es justo lo que yo estaba pensando —murmuró ella, incapaz de apartar los ojos de él.

    Benjamin se pasó una mano por el rostro.

    B. —Camila, estoy haciendo un esfuerzo por quedarme donde estoy, pero si no sales ahora mismo por esa puerta me temo que voy a salir de aquí y te voy a hacer el amor contra la pared.

    Camila se quedó boquiabierta al oír eso, y nuevas imágenes lujuriosas
    asaltaron su mente. «Primero lo del sofá y ahora la pared...», pensó. Era
    como si Benjamin tuviera superpoderes de seducción, o al menos la habilidad
    de infundir un potencial erótico a los objetos más mundanos.

    B. —¿O quizá sea eso lo que estás esperando?

    La voz ronca de él y la amenaza implícita en sus palabras la hizo
    salir del cuarto de baño a toda prisa. Si se hubiese dado la vuelta, habría
    visto que la sonrisa se había borrado de los labios de él y que su rostro se
    había contraído.

    Benjamin plantó la palma mojada en la pared de azulejos de la ducha y
    soltó una palabrota entre dientes. Aunque estaba seguro de que había
    logrado tentarla, Camila no había querido arriesgarse a ceder a la tentación.
    Tomó la pastilla de jabón y se puso a frotarse con fuerza, aprovechando
    esos momentos a solas para barajar sus opciones. Ninguna de ellas parecía
    conducirle a lo que quería: que Camila accediese a pasar tres meses con él.
    Estaba bastante seguro de que, aunque fuese contra los principios
    morales de ella, si le ofreciese una noche de pasión sin ataduras, se
    entregaría a él sin pensárselo dos veces. Pero no quería solo una noche, ni
    tampoco quería perder el tiempo con un cortejo a la manera tradicional:
    empezar a salir, conocerse y demás.

    ¿Qué podía hacer? Si no conseguía convencerla, al día siguiente Cami
    tomaría un avión y solo volvería a saber de ella para el papeleo del
    divorcio. Bajó el mando de la ducha de un golpe, se frotó el rostro con la
    mano para quitarse el agua, y sacudió su cabello mojado.

    Luego salió de la ducha, se lio una toalla en la cintura y se preparó para
    el adiós que estaba seguro que le esperaba al otro lado de la puerta. O quizá
    en el salón de la suite, aunque ciertamente no en el sofá.

    Sin embargo, al abrir la puerta del baño vio que en una esquina del
    dormitorio, envuelta en el enorme albornoz y sentada en un sillón orejero
    con las piernas dobladas debajo de ella, estaba Camila.

    C. —Muy bien —dijo jugueteando nerviosa con sus dedos—, seré tu esposa.

    Cami siguió hablando, pero Benja ya no estaba escuchándola, y en un
    abrir y cerrar de ojos cruzó la habitación y la levantó del sillón para
    rodearla con sus brazos mientras silenciaba sus labios con un beso.
    Ya le diría luego lo que tuviera que decirle, cuando se hubiese disipado
    el efecto de la descarga de adrenalina que estaba teniendo en ese momento.
    Camila le puso las manos en el pecho y lo empujó suavemente entre risas.

    C. —Espera —le pidió tomando su rostro entre ambas manos—. Espera un momento, Benjamin; tenemos que poner en claro algunas cosas antes de que esto vaya más lejos.

    Benjamin, que estaba conduciéndola a la cama, sacudió la cabeza.

    B. —Luego. Acuerdo postmatrimonial, lo que sea, ya lo hablaremos en otro momento; o mañana.
    C. —No, eso no es lo que... —Cami giró la cabeza para mirar detrás de ella—. No, Benja, en serio; a la cama no...

    Pero él ya la estaba tumbando en ella.

    B. —Sé que te gustaba la idea de la pared del baño, pero dale una oportunidad a la cama; no te decepcionará.

    Volvió a apoderarse de sus labios, y su mano subió por el muslo y se
    introdujo por debajo del albornoz hasta llegar a la cadera. Camila se arqueó
    debajo de él, gimiendo dentro de su boca, y sus manos se aferraron primero
    a sus hombros y luego a su pelo. Era tan sexy... Y era suya.

    Esa noche iba a besar y acariciar cada centímetro de su cuerpo. Sin
    embargo, cuando abandonó sus labios para besarla en el cuello, Camila
    farfulló algo entre dientes y le pidió que parara, y no tuvo más remedio que
    incorporarse para mirarla.

    C. —Ahora, Benja, tenemos que hablar ahora porque no puedo acceder a todo. Tenemos que poner unas normas básicas de convivencia.
    B. —Normas de convivencia —repitió él. No le gustaba cómo sonaba eso
    C. —. ¿Como cuáles?

    Ella se quitó de debajo de él, se ajustó el cinturón del albornoz y
    mirándolo a los ojos le dijo:

    C. —Nada de sexo.

    Él apretó los dientes y resopló lleno de frustración.

    B. —¿Te refieres a esta noche? —inquirió, aunque ya sabía la respuesta.
    C. —No, me refiero a todo el tiempo durante los tres meses de prueba.

    Obligándose a reírse en vez de maldecir, él sacudió la cabeza.

    B. —Olvídalo, Camila. Si esto va a ser un matrimonio de verdad, aunque de momento solo sea de prueba y por tres meses, ¿por qué reprimirnos? El sexo es algo sano que forma parte de la vida de pareja.
    C. —Es una distracción demasiado grande —protestó ella—. Ni siquiera podía pensar con claridad ahora mismo, cuando estábamos... —murmuró moviendo la mano entre los dos— aquí, en la cama. Se trata de mi futuro, del resto de mi vida, y necesito pensarlo bien.

    Benjamin frunció el ceño.

    B. —Tendrás tiempo de sobra para pensar, cariño. ¿Qué tal si te prometo no «distraerte» cuando estemos hablando de algo importante?
    C. —Me temo que esa concesión se queda corta. Cuando estamos juntos, aunque solo estemos besándonos... Benjamin, me cuesta muchísimo mantener la cabeza fría incluso en esos momentos, y es mi futuro el que está en juego.

    De acuerdo, sonreír como un tonto probablemente no era lo más
    adecuado, pensó él, ¡pero qué narices, le gustaba lo que estaba
    oyendo! De modo que la afectaba hasta ese punto...

    B. —¿Te he dicho ya lo feliz que soy de que te hayas casado conmigo?
    C. —Benjamin, hablo en serio —le espetó ella, levantándose enfadada de lacama.
    B. —Y yo —él se levantó también y le puso las manos en los hombros—. En lo que se refiere a que te quedes embarazada..., obviamente esperaremos a que estés convencida de que esta es la vida que quieres, pero en cuanto al sexo... Lo siento, Camila, pero eso no puedo prometértelo; sé que diga lo que diga intentaré seducirte.
    C. —Y yo te rechazaré —respondió ella, aunque sus ojos traicioneros descendieron a la boca de él.
    B. —Me parece justo —Benja le acarició el labio inferior con el pulgar—. Y yo, naturalmente, si me dices que pare, pararé.

    Cami asintió y cerró los ojos. Dios, era preciosa.

    C. —Sé que lo harás —Camila abrió los ojos de nuevo e inspiró profundamente—, pero yo seré capaz de resistir la tentación. Puedo hacerlo —dijo, más para sí misma que a él.

    Benjamin no pudo evitar que una sonrisa traviesa se dibujase en sus labios.

    B. —Bueno, puedes intentarlo.

    Continuara...
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