El hijo del griego

amor, orgullo, pasion y paternidad

« Older   Newer »
 
  Share  
.
  1. marina973
        +1   -1
     
    .

    User deleted


    me encantó el capi! No sé como Paloma ha tenido la fuerza de separarse de semejante monumento jajaja Siguela pronto :D
     
    Top
    .
  2. yisette
        +1   -1
     
    .

    User deleted


    yo fuera paloma y le dijera los del niño ante de que sea demasiado tarde y el la odie por eso...
     
    Top
    .
  3.     +1   -1
     
    .
    Avatar

    Las Abuel@s te invitan a casa

    Group
    Abuela Escritora
    Posts
    162
    Escobas
    +6

    Status
    estubo super buena
     
    Top
    .
  4. jesreyes
        +1   -1
     
    .

    User deleted


    Esta buena la historia...Siguela!
     
    Top
    .
  5. lionsolar
        +1   -1
     
    .

    User deleted





    Capítulo 4



    Paloma no lograba conciliar el sueño.
    Hacía una hora que se había ido de la suite de Franco, avergonzada... y ardiendo de frustración. Aún podía sentir su boca besándo¬la, podía saborearlo en su lengua... Ningún otro hombre la había hecho sentirse así nunca. Apenas había salido con un par de hombres en los años transcurridos desde su encuentro con Franco. El úl¬timo era un médico muy agradable llamado Dave, aunque su relación no había ido más allá de algún casto beso.
    Todo era tan injusto e inesperado... El que de¬bería haber sido uno de los días más triunfantes de su vida había acabado siendo un completo desas¬tre. Hasta hacía unas horas habría jurado que Franco Kadros significaba menos que nada para ella, pero después del encuentro que habían mantenido no había tenido más remedio que cuestionarse su propio comportamiento.
    Suspiró pesadamente. Si Franco llegaba a averi¬guar alguna vez que había tenido un hijo suyo y no se lo había dicho... no quería ni pensar en lo que podría hacerle. Sin embargo, aquella decisión fue la única que pudo tomar en su momento.

    _Cerró los ojos mientras los recuerdos de su lle¬gada a la India y de los últimos meses que pasó con su madre se agolpaban en su cageza.
    En ningún momento se le ocurrió que pudiera es¬tar embarazada porque Franco utilizó preservativos.
    Pensó que el hecho de que mencionara aquella posi¬bilidad en el aeropuerto sólo fue un truco para mantenerse en contacto. Estaba furiosa con él y avergonzada de sí misma. Lo único que sabía de Franco era que era un mujeriego desaprensivo capaz de llevarse a cualquier chica que le gustara a la cama. Su suge-rencia de que pasaran el fin de semana juntos sólo había sido un truco para enviarla de vuelta a su habitación. Probablemente tendría aventuras por todo el mundo de las que su pobre novia no sabía nada, y sólo había querido añadirla a la lista.
    Paloma tenía que ir a la universidad en sep¬tiembre y estaba decidida a apartar a Franco Kadros de su mente y a disfrutar de las vacaciones con su madre. Asumió lo sucedido como un error que podía servide de experiencia y decidió seguir ade¬lante con su vida.
    Pero según fue avanzando el verano su madre empezó a preocuparse más y más por ella. Paloma creía sinceramente que la debilidad que empezó a apoderarse de ella y los ocasionales mareos se de¬bían al cambio de clima, pero nueve semanas des¬pués de su llegada su madre la llevó al médico y descubrieron que estaba embarazada.
    Fue su madre la que la convenció de que debía volver a Inglaterra para posponer un año su entrada en la universidad Y para que se pusiera de in¬mediato en contacto con el padre.

    Paloma aceptó de mala gana. Le había dicho a su madre que su ex novio era el hermano de una amiga, implicando que ya lo conocía cuando la dejó embarazada. No se atrevió a contarle la ver¬dad de lo sucedido.
    Cuando regresó a Londres, llamó a la casa de Franco dispuesta a decirle que estaba embarazada. Pero las cosas no salieron como esperaba. Cuando fue a la casa después de llamar en vano en varias ocasiones, la encontró completamente rodeada de andamios. El contratista de la obra le dijo que el edificio iba a ser utilizado para oficinas y que no te¬nía idea de dónde se habían trasladado los anterio¬res dueños.
    Cansada y asustada, Paloma volvió a su hogar familiar en Devon. Llamó a su madre y le dijo que su ex novio no estaba en Londres. Su madre le dijo que no se preocupara, pues su destino en In¬dia terminaba en unos días y, cuando volviera, se ocuparía de ayudarla en todo lo que necesitara.
    Pero, desgraciadamente, su madre sufrió un ac¬cidente mortal en India pocos días después y Paloma no volvió a verla nunca.
    Se tumbó boca abajo en la cama y enterró el rostro en la almohada. Después de todos aquellos años, sus ojos aún se llenaban de lágrimas cuando pensaba en su madre. Aún recordaba con horror el día en que un hombre perteneciente al Ministerio de Asuntos Exteriores se presentó en su casa con la urna que contenía sus cenizas.
    La pena y el dolor la anularon durante meses, y sólo logró salir adelante gracias a la ayuda de Tess, una vecina de su abuela. Ya estaba embara¬zada de siete meses cuando por fin logró, salir del pozo negro en que se hallaba sumida para concen¬trarse en el bebé que estaba creciendo en su inte¬rior. Decidió que había llegado el momento de avisar al padre, como su madre quería. Pero ya, era demasiado tarde.
    Se hallaba camino de Londrés con la dirección de las oficinas de Franco Kadros en el bolsillo cuan¬do abrió una revista que había comprado para leer durante el trayecto. Al abrirla se encontró con docenas de fotos de la boda de Franco Kadros con Dianne. Bajó del tren en la siguiente parada y re¬gresó a su casa.

    Consciente de que no iba a poder dormir, y rea¬cia a dejarse llevar por la autocompasión, salió de la cama. Hacía muchos años que había tomado aquella decisión y ya era demasiado tarde para cambiar.
    Lo último que le convenía era volver a ver a Franco Kadros. Miró su reloj y vio que eran las dos y media. A esa hora no habría ningún tren pero, ya que acababa de convertirse en una escritora de éxito, podía permitirse por una vez ir en taxi a donde quisiera.
    Se vistió rápidamente, hizo un par de llamadas para pedir un taxi y diez minutos después salía del hotel.
    Franco masculló una maldición mientras se servía otro whisky. Aquella bruja hanbía vuelto a descentrarlo por completo... pero en aquella ocasión había decidido andarse con tiento en todo lo referente a la encantadora Paloma.
    Le había costado un esfuerzo sobrehumano per¬mitir que se marchara, y esa era la causa de que casi hubiera vaciado media botella de whisky desde que se había ido. Normalmente apenas bebía. Había aprendido la lección por el camino más difícil.
    Después de que Paloma lo dejara plantado en el aeropuerto, furioso y traicionado, prometió apar¬tarla de su mente como fuera. El método que eligió fue beber demasiado, lo que le llevó a tomar una de las decisiones más tontas de su vida. Volvió con Dianne y aceptó casarse con ella. Dianne era una gran abogada, pero no resultó ser una bue¬na esposa. Cuando encontró a su mujer en la cama con otro hombre, el divorcio fue inevitable, y no lo lamentaba.
    Pero a pesar de cómo solía presentarlo la prensa del corazón, no se había convertido en un playboy empedernido. Sólo había tenido tres amantes desde que se había divorciado. La última era, Christine, que vivía en Atenas. Recientemente se había planteado la posibilidad de casarse con ella, pero sólo con intención de asegurarse un heredero. Su trabajo era su vida. Una vida de la que había estado bastante satisfecho hasta aquella mañana, cuando había visto a Paloma Blain bajando las escaleras del hotel.;


    A la mañana siguiente, cuando bajó a recepción y echó un vistazo al registro comprobó que Paloma se había ido de madrugada.
    Irritado consigo mismo por no haber previsto aquella posibilidad, estuvo apunto de responsabilizar al recepcionista por no haberle avisado; siguiendo sus instrucciones, pero. Afortunadamente se contuvo.
    Cuando logró calmarse un poco comprendió que había algo muy extraño en el comportamiento de Paloma. Conocía a las mujeres y sabía que la tensión sexual que había entre ellos era eléctrica.
    Con un poco de persuasión, podría habeda tenido en cama aquella misma noche.
    Era posible que Paloma no quisiera reanudar su relación, pero para conseguirlo sólo habría tenido que decir «no». De manera que, ¿porqué había sentido la necesidad de escapar en plena noche? Ésa era la cuestión. Debía reconocer que era muy astuta. Una irónica sonrisa curvó sus labios. A fin de cuentas era escritora de novelas de detectives, de manera que no era de extrañar.
    Pero era evidente que la encantadora Paloma tenía algo que ocultar, y él no pensaba descansar hasta averiguar de qué se trataba.

    Eran las ocho de la mañana cuando Paloma en¬tró en su casa. Benja estaba en la de Tess y su marido, que se hallaba a poco más de cien metros de distancia, y no la esperaban hasta la tarde.
    Miró a su alrededor y sonrió. Probablemente se había excedido marchándose de Londres de aquel modo, pero le daba igual. Estaba en casa y se sen¬tía bien.
    Subió a su dormitorio, tomó una rápida ducha y se lavó el pelo. Luego, se situó ante el espejo para secárselo. Cuando contempló el reflejo de su cuerpo desnudo, una vívida imagen de la oscura cabeza de Franco inclinada sobre ella mientras le acariciaba los pezones surgió en su mente. Gimió a la vez que una oleada de calor recorría su cuerpo de arriba abajo para acabar concentrándose entre sus piernas. ¡No!, exclamó su mente. Había deja¬do el sexo y todo lo demás atrás hacía nueve años y así era como quería que siguieran las cosas. Si¬guió secándose el pelo con más fuerza de la nece¬saria. Era la primera vez que pasaba una noche fuera desde que había nacido Benja y no tenía intención de volver a repetir la experiencia.
    Media hora después, cuando abrió la verja de la casa de Tess, su corazón latió más deprisa al ver al enérgico niño moreno que salió como una exha¬lación a recibida.
    -¡Mamá! Ya estás aquí! ¡Lo he pasado muy bien! exclamó Benja mientras corría hacia ella por el jardín seguido de Tess-. El reportero del pe¬riódico local llamó para entrevistarme y me sacó una foto. Dijo que saldría en el periódico y que tú ibas a ganar mucho dinero.
    Paloma se quedó momentáneamente conmocio¬nada, pero enseguida se recuperó.
    -Eso es magnífico -logro decir a la vez que to¬maba a su hijo en brazos y lo estrechaba contra su pecho.
    -Suéltame ya, mamá. No soy un bebé. Tengo ocho años.
    Paloma lo soltó, reacia.
    -He supuesto que no te importaría explicó Tess, sonriente-. El premio que has ganado es lo más excitante que ha pasado nunca en este pueblo.
    -Gracias dijo Paloma, tratando de sonreír aunque lo cierto era que la posibilidad de que la foto de Paloma apareciera en la prensa la horrori¬zaba.
    Pero su amiga Tess no pareció notar nada y si guió hablando.
    -¿Cómo es que has vuelto tan pronto? -Bueno...-Da iguaL Supongo que querrás llevar a Benja al colegio. Pasa por aquí luego y tendré el café pre¬parado. ¡Quiero enterarme de todos los detalles!
    Benja no paró de charlar mientras caminaban hacia el colegio pero, abrumada por el temor, Paloma apenas pudo concentrarse en lo que decía. Trató de convencerse de que se trataba de un pe¬riódico local y de que muy poca gente lo leería, pero aquello no bastó para calmarla.
    -Cuando el periodista preguntó quién era mi padre -continuó Benja-, Tess le dijo que terminara ya la entrevista y se fue.
    -¿Qué? -exclamó Paloma al escuchar la pala¬bra «padre», que penetró en su cerebro como una bala-. Tess hizo muy bien -añadió, esforzándose por sonreír, pero se sintió aún peor al ver que su hijo se ponía serio.
    -Mamá, ya sé que dijiste que mi padre se casó con otra mujer y que no sabes dónde se fue luego, pero ahora que vas a ganar dinero a lo mejor po¬dríamos ir a buscarlo. Hoy es el último día de cla¬se y la semana que viene tenemos vacaciones -Benja dedicó a su madre una mirada tan espe¬ranzada, que ella sintió que se le hacía un nudo en la garganta.
    -No veo por qué no -dijo Paloma, y se sintió terriblemente mal por mentirle. ¿Pero era una mentira? En el fondo siempre había creído que Benja querría conocer a su padre en algún mo¬mento, y los acontecimientos de las últimas veinti¬cuatro horas sólo habían reforzado aquella creen¬cia. Sonrió y añadió-: En cualquier caso, las vacaciones nos sentarán bien a los dos -la idea de llevarse a Benja de allí una semana le pareció brillante. Con un poco de suerte, para cuando regresaran, la prensa ya se habría olvidado de ella.
    Momentáneamente aliviada, vio que Tornrny, el amigo favorito de Benja en el colegio, corría ha¬cia éste para saludarlo. Un momento después, los dos niños entraban en el colegio sin mirar atrás.
    -¿ y bien? -dijo Tess-. ¿Es el señor Carlavitch tan atractivo y sexy en persona como en las fotos?
    ¿ y va a hacerte rica? Y lo más importante, ¿te ha gustado?
    Sentada a la mesa de la cocina de Tess con una taza de café en las manos, Paloma rió. O eso, o se ponía a llorar.
    -No sé -respondió sinceramente-. Supongo que es bastante atractivo.
    Tess frunció el ceño. -¿ Te encuentras bien? Pensaba que estarías loca de alegría tras ganar el premio, pero pareces un tanto alicaída.
    -Es cierto -dijo Paloma mientras se ponía en pie--. Viajar en coche toda la noche ha resultado bastante agotador. Gracias por haber cuidado tan bien de Benja, Tess. Ahora creo que vaya pasar un momento por el pueblo a comprar un poco de leche y luego volveré a casa a descansar un rato.
    -Por supuesto. No sé en qué estaba pensando -dijo Tess:--. Ya me pondrás al tanto de todo más tarde. .
    -Pasaré por aquí después de recoger a Stephen del colegio. Estoy pensando en llevármelo a Fal¬mouth durante las vacaciones, como hicimos el año pasado, y en viajar un par de días a Francia. Le encanta ir en barco y se merece alguna recom¬pensa por lo bien que se está portando.
    -Me parece una gran idea. Pero vas a necesitar estar bien descansada para dedicarte una semana entera a tu hijo, así que más vale que te vayas a dormir un rato.
    Pero cuando Paloma regresó a su casa media hora después, en lo último en lo que estaba pen¬sando era en dormir. Después de aceptar las felici¬taciones de medio pueblo, alguien la felicitó por la foto que había salido en un periódico de ámbito nacional y le entregó una copia. Horrorizada, Paloma vio que junto a una de las fotos que le habían hecho el día anterior había otra de Benja. Cuan¬do leyó el artículo, se sintió enferma.
    De regreso en casa se puso a limpiar con autén¬tico frenesi. Cualquier cosa con tal de alejar los problemas de su mente.
    Pero no logró dejar de pensar en el deseo que le había manifestado Benja de conocer a su pa¬dre. Tenía la terrible premonición de que iba a cumplirse mucho antes de lo que imaginaba su hijo. Trató de convencerse de que no tenía por qué preocuparse; un hombre como Franco sólo leía pe¬riódicos de economía. Pero no consiguió alejar de sí el temor de que acabara por descubrir su secre¬to.

    Franco ojeó con desgana el Financial Times mientras esperaba al coche que iba a llevarlo a su reunión, pero lo cierto era que su mente no estaba centrada en los negocios. Había llamado a la edi¬torial de Paloma para conseguir las señas de ésta, pero no le había servido de nada. Como era de es¬perar, le habían dicho que era información confi¬dencial.
    -Señor...
    -¿Sí? - Franco se volvió hacia el director del hotel. -Sé que este no es el periódico que suele leer habitualmente, pero he pensado que podría intere¬sarle -el director había sido testigo del enfado de Franco aquella mañana, cuando había descubierto que Paloma se había ido. Abrió el periódico por la página que quería enseñarle-. Es una buena foto, ¿no le parece?
    Franco miró la foto de Paloma y luego una más pequeña que había a su lado. Abrió los ojos de par en par, incrédulo, y enseguida los entrecerró, fu¬rioso. Su boca se transformó en una línea fina y tensa mientras leía el artículo.
    ¿ Quién habría imaginado que el ganador del Crime Writer s Prize de este año, J.M.Paxton, re¬sultaría ser una mujer en lugar de un hombre? Su verdadero nombre es Paloma Blain, y su belleza es deslumbrante.
    Pocas horas después de la ceremonia de entre¬ga de premios, el famoso productor Ben Carla¬vitch compró los derechos para llevar la novela A Class Act Murder al cine.
    Además de escritora, Paloma es madre soltera y vive en Devon con su hijo de ocho años, al que ha criado totalmente sola.
    Franco sacó su móvil, gritó unas órdenes, marcó de nuevo y canceló todas las citas que tenía para ese día.

    Capítulo 5

    CON todo listo para salir de viaje con su hijo a primera hora del día siguiente, Paloma decidió dar un paseo por el jardín para tratar de calmar el torbellino emocional que sentía desde su reencuentro con Franco Kadros.
    Al ver un cardo creciendo entre las flores, se agachó para arrancarlo. Las espinas le desgarraron la palma de la mano y masculló una maldición, pero el breve dolor físico no fue nada comparado con lo estúpida que se sentía.
    Si hubiera pensado las cosas con lógica y cal¬ma, no habría permitido que su editora la conven¬ciera para presentarse al premio y así ni ella ni su hijo habrían salido retratados en la prensa.
    Al oír el sonido de un coche aproximándose se volvió hacia la verja de entrada. Un gran Merce¬des negro se detuvo ante ésta y al ver a Franco sa¬liendo del coche Paloma sintió que se le helaba la sangre en las venas. Debía haber visto el periódico y sólo había tenido que sumar dos más dos.
    Franco la miró de arriba abajo sin disimular sus ganas de matarla. La culpabilidad, la rabia y la vergüenza estuvieron a punto de destruirlo des¬pués de acostarse con ella y descubrir lo inocente y joven que era. Como consecuencia había reto¬mado su relación sexual con Dianne y se precipitó lanzándose a un matrimonio que siempre supo que no iba a durar. Y la causa fue la imagen del exqui¬sito cuerpo de Paloma, que había quedado grabado en su mente para siempre.
    Llevaba años anhelando poseer de nuevo a aquella mujer; su rostro no había dejado de perse¬guirlo ni en sueños. ¬
    Una cínica sonrisa curvó sus labios al pensar que el día anterior había llegado a creer que los dioses le estaban dando una segunda oportunidad. Pero Paloma no era ninguna inocente que merecie¬ra compasión... Nunca lo había sido. Era una bruja manipuladora que había cometido el crimen más abyecto contra él y su familia, y estaba decidido a hacerle pagar por ello.
    -Vaya, qué aspecto tan campestre -dijo en tono burlón mientras abría la puerta del jardín.
    Aún paralizada, Paloma seguía sin poder creer lo que estaba viendo. Era Franco Kadros, pero era imposible. Ella había tardado cinco horas desde Londres viajando en plena noche, sin apenas tráfi¬co en la carretera. Era imposible que él hubiera hecho el viaje aquella mañana.
    -¿No tienes nada que decir, Paloma? -preguntó Franco mientras se encaminaba hacia ella-. ¿Te ha comido la lengua el gato?
    -Hola, Franco, me alegra volver a verte -respon¬dió ella educadamente, demasiado aturdida como para decir nada más. Miró el coche-. ¿Cómo has llegado aquí?
    -Mi jet privado me estaba esperando en el aeropuerto London City. Se suponía que iba a asistir a una reunión para luego volar directamente a Grecia esta tarde; en lugar de ello he hecho que el piloto me llevara al aeropuerto de Exeter y he or¬ganizado las cosas para que hubiera un coche es¬perándome.
    -Oh, comprendo -y en aquel momento Paloma comprendió mucho más de lo que habría querido. Al ver la fría y retadora mirada de Franco su cora¬zón se encogió. ¿Iba a tener la fuerza necesaria para proteger a su hijo de aquel poderoso hombre? ¿ y tenía derecho a hacerlo? Ya no estaba segura de ello.
    -Hola, Paloma. Felicidades por el premio -sa¬ludó una voz por encima de la valla del jardín. Paloma miró nerviosamente por encima del hombro de Franco y sonrió al ver al marido de Tess, que pa¬saba en bicicleta camino de su casa.
    -Gracias, Bob -contestó a la vez que saludaba con la mano.
    -¡Maldita sea! -exclamó Franco, que la tomó del brazo sin contemplaciones y prácticamente la arrastró hacia el interior de la casa-. Deja de ha¬certe la chica buena delante de mí, Paloma. Eres la mujer más taimada que he conocido en mi vida -espetó-. ¡Cielo santo! ¿Por qué no me contaste que tenías un hijo?
    -¿Cómo me has encontrado? -replicó Paloma. Sabía que su editor nunca le habría dado sus se¬ñas-. Además, ¿qué te hace pensar que mi hijo tie¬ne algo que ver contigo? -preguntó con calma, aunque por dentro estaba temblando como una hoja
    -No te molestes en negado -dijo Franco con as¬pereza, sin soltarle el brazo-. He visto la fotografía en el periódico, he hecho que investiguen la fe¬cha de nacimiento del niño y, sorpresa, sorpresa, nació en estas señas. No ha sido muy difícil des¬cubrirlo.
    -No. Oh, no -murmuró Paloma. Sus peores te¬mores se habían hecho realidad.
    -¿Te atreves a negado? -dijo Franco en tono despectivo-. En ese caso te llevaré a juicio para desenmascararte como la mentirosa que eres. Cuando mis abogados terminen contigo, me roga¬rás ver a nuestro hijo. No dudes ni por un momen¬to que puedo hacerlo. Me has privado de mi hijo durante ocho años -su mandíbula se tensó visible¬mente cuando apoyó una mano bajo la barbilla de Paloma-. No agaches la cabeza ahora. Ya es de¬masiado tarde. Lo único que quería mi padre antes de morir era ver que su hijo tenía una familia pro¬pia. Murió hace tres años sin saber que tenía un nieto, y todo por tu culpa la amargura de su mira¬da hizo que Paloma se estremeciera-. Ya basta de mentiras, Paloma. ¿Dónde está mi hijo? ¡Quiero verlo ahora!
    -No saldrá del colegio hasta las tres y media -Paloma comprendió que ya no tenía sentido ocul¬tar la verdad-. Y siento lo de tu... -al ver la expre¬sión de odio con que la estaba mirando Franco com¬prendió que los convencionalismos no tenían sentido en aquellos momentos. Cuando Benja nació, nunca se le ocurrió pensar al no informar a su padre que estaba privando a un anciano del pla¬cer de saber que tenía un nieto.

    -Desde luego que vas a sentirlo. Eso te lo pro¬meto -gruñó Franco a la vez que le apretaba el bra¬zo con más fuerza.
    -Me estás haciendo daño -protestó Paloma, re¬cuperando parte de su habitual espíritu de lucha y negándose a sentirse culpable. Si Franco no hubiera sido un canalla traidor y no se hubiera casado antes de que naciera Benja, las cosas tal vez habrían sido diferentes.
    -Aún no sabes lo que es el auténtico dolor -murmuró Franco amenazadoramente, pero la sol¬tó-: Esperaré aquí y, ya que no te has presentado a desayunar como habíamos quedado -añadió en tono sarcástico-, puedes prepararme el almuerzo -a continuación miró un momento a su alrededor y, sin añadir nada más, se apartó de Paloma y en¬tró en el cuarto de estar.
    ¿Que le preparara el almuerzo? ¿Apenas lleva¬ba dos minutos en su casa y ya le estaba dando ór¬denes? ¡Menudo descaro! Paloma contuvo su ra¬bia mientras lo seguía.
    Franco se detuvo en el centro del cuarto de estar y miró a su alrededor. La habitación estaba amue¬blada con los viejos muebles de roble y los ador¬nos de la abuela de Paloma, y apenas había cam¬biado desde la infancia de ésta. Willow había cambiado algunos muebles, pero, esencialmente, el estilo seguía siendo del siglo XVII, como la casa.
    -Está claro que el mote que te pusieron en el colegio era muy adecuado. El Topo -dijo Franco a la vez que se volvía hacia ella con expresión iróni¬ca-. Vives enterrada en una oscura casa del siglo XVII, en un pueblecito que ni siquiera aparece en los mapas, ocultándote y manteniendo oculto a mi hijo de la vista de los demás..
    Paloma no permitía que nadie criticara su hogar, o su estilo de vida, y menos aún un, mujeriego multimillonario con más dinero que sentido co¬mún. Había visto en las revistas la mansión que Franco hizo construir para su esposa Dianne y no se sintió impresionada lo más mínimo.
    -A mí me gusta -replicó-. Y también a Benjamin Es nuestro hogar, tenemos muchos amigos y somos felices aquí.
    Pero el sarcástico comentario de Franco había dado en la diana; Paloma siempre había sido una persona reservada, sensible y necesitada de una rutina en su vida. Cuando perdió a su abuela y poco después a su madre, estando ya embarazada, todos los habitantes del pueblo se volcaron en su ayuda. Aquella casa, que había conocido toda su vida, se convirtió en su refugio. Adoraba aquel lu¬gar. Gracias a que la casa estaba libre de hipotecas cuando la heredó y a sus ingresos como escritora pudo quedarse allí con su hijo, a salvo y segura entre sus amigos. Renunció a acudir a la universi¬dad para no tener que vivir entre extraños y para no tener que enviar a Benja a una guardería.
    Pero se conocía a sí misma y también sabía que era una persona que tendía a ignorar cualquier cosa que pudiera alterar su acogedor y cómodo es¬tilo de vida.
    Hacía ya tiempo que sabía que Benja quería conocer a su padre, y que iba a tener que hacer algo al respecto. Tal vez había permitido subcons¬cientemente que su editor la convenciera para acu¬ddir a Londres a revelar su verdadera identidad como un primer paso para enfrentarse a su responsabilidad y buscar a Franco Kadros.
    Pero lo último que esperaba era que se presen¬tara allí y empezara a hacer comentarios despecti¬vos respecto a su casa.
    -No te he invitado a venir a mi casa y no me dedico a preparar almuerzos, Franco. Así que haz el favor de irte -dijo mirándolo valientemente a los ojos.
    -Esta vez no vas a librarte tan fácilmente de mí, Paloma -dijo Franco mientras se sentaba en el sofá de cuero-. Pienso quedarme aquí hasta que consiga a mi hijo.
    Paloma notó que no había dicho «hasta que vea a mi hijo», sino «hasta que consiga a mi hijo», y lo había hecho con la seguridad de un hombre acostumbrado a conseguir lo que quería. El miedo volvió a atenazarle el corazón.
    -No es tu hijo -empezó en tono desafiante- Él... . Franco se puso en pie prácticamente de un salto, la rodeó con un brazo por la cintura y con la mano libre le hizo echar atrás la cabeza.
    -¿Aún te atreves a negarlo? ¿Te atreves a jugar conmigo incluso ahora? -espetó furioso.
    Pero Paloma no pensaba dejarse intimidar fá¬cilmente. Benja era su hijo y estaba dispuesta a luchar por él con uñas y dientes. Sabía instintivamente que no podía permitirse aparentar debilidad ante Franco Kadros.
    -Aparta tus manos de mí...
    -Ése es el problema, no puedo apartadas -re¬plicó antes de inclinarse hacia ella para besarla con una fuerza que la dejó sin aliento.
    La estrechó con tal fuerza, que Paloma se hizo consciente de cada hueso de su poderoso cuerpo.
    Sólo pudo captar un destello de su despiadada mi¬rada antes de que su boca se endureciera para forzarla a entreabrir los labios. Fue un beso salvaje y apasionado, pero que no tenía nada que ver con el amor y todo con el primitivo deseo masculino de castigar y dominar.
    Trató de resistirse, pero Franco apoyó una mano tras su nuca y la retuvo con firmeza mientras la exploraba con su lengua. Luego deslizó la otra mano hasta dejarla apoyada en sus nalgas y la pre¬sionó contra sí para hacerle sentir su estado de ex¬citación.
    Horrorizada, Paloma sintió que un traicionero calor comenzaba a incendiarIa por dentro. Cerró los ojos con fuerza. Las cosas no deberían estar saliendo así, gritó su mente. A pesar del destructivo poder de la pasión de Franco, aún fue capaz de darse cuenta de que estaba utilizando su pericia sexual para humillada deliberadamente. Pero mientras la acariciaba con la lengua a la vez que deslizaba una mano bajo su blusa para alcan¬zar sus pechos, Paloma supo que corría el peligro de volver a caer bajo su embrujo. No llevaba sujetador y, cuando Franco abarcó con una mano uno de sus pechos y deslizó el pul¬gar por su cima, Paloma fue incapaz de impedir que su cuerpo reaccionara. Gimió con una mezcla de desesperación Y deseo, y lo rodeó involuntaria¬mente con los brazos por el cuello a la vez que se rendía a la pasión que comenzaba a apoderarse de ella.
    Franco alzó lentamente su oscura cabeza.
    -Así está mejor, Paloma -dijo. Ella lo miró a los ojos y vio el evidente deseo que palpitaba en ellos, pero su voz sonó sorprendentemente firme cuando añadió--. Ahora sé que llegar a un acuerdo no será problema.
    El destello de cínico triunfo que reflejó su mi¬rada fue como un cubo de agua fría para Paloma.
    ¿Qué estaba haciendo? Debía de haber enlo¬quecido; Aquel hombre quería quitarle a su hijo, y sin embargo se encontraba entre sus brazos por se¬gunda vez en menos de veinticuatro horas, medio desnuda y mirándolo como una tonta enamorada. Aterrorizada por la fragilidad emocional de que estaba haciendo gala, se apartó de él y salió a toda prisa del cuarto de estar.
    Corrió a la cocina mientras se abrochaba la blusa y se lavó la cara con agua fría en un deses¬perado intento por calmar su ardor. Lo que necesi¬taba era un café bien cargado, pensó mientras se secaba. Puso a calentar agua y tomó con mano temblorosa el bote de café de un estante.
    -Ah, aquí estás -murmuró Franco desde el um¬bral de la puerta.
    Paloma le lanzó una mirada desafiante. Se ha¬bía quitado la corbata y no pudo evitar fijarse en su cuello fuerte y moreno. Sintió que se ruboriza¬ba al recordar que sólo hacía unos momentos ha¬bía estado rodeando aquel cuello con sus brazos.
    -Café. Buena idea. No me vendrá mal una taza, y espero que tu precipitada marcha del cuarto de estar signifique que vas a preparanne algo para almorzar -añadió Franco tranquilamente mientras ocupaba una de las sillas de la cocina-. Aquí tam¬bién podemos hablar. Paloma no se atrevió a decir nada mientras él echaba un vistazo a su alrededor y detenía la mira¬da en la ventana que daba al jardín trasero.
    -Si algo bueno tiene esta casa son las vistas, desde luego - Franco volvió su oscura cabeza hacia ella y la miró de arriba abajo-. Tanto las exteriores como las interiores.
    -Con halagos no vas a conseguir nada –dijo ella mientras se volvía para agarrar dos tazas-. Pero estoy dispuesta a prepararte un café -al me¬nos así podría darle la espalda un rato-. Si de ver¬dad tienes hambre, hay un buen restaurante a unas millas de aquí.
    -No pensarás que pienso dejarte sola, ¿no?
    - Franco se levantó y se acercó a ella-. Y espero que no seas tan cruel como para negarte a alimentar a un hombre hambriento. A fin de cuentas, ha sido culpa tuya que no desayunara.
    Paloma lo miró de reojo.
    -No me pareces precisamente hambriento, pero, si insistes, creo que tengo algunos huevos y pan hecho en casa -empezaba a comprender que no tenía ningún sentido enfrentarse a Franco. Nece¬sitaba preservar su genio y sus argumentos para el único tema que realmente importaba: Benja.
    Diez minutos después, dejaba en la mesa frente a Franco un plato con una tortilla de queso, un cuen¬co con ensalada, la mantequilla y una cesta de cru¬jientes panecillos. Ante su insistencia, ella también se había preparado algo, pero apenas fue ca¬paz de probar bocado. .
    -Estaba muy bueno, Paloma -dijo él cuando terminó, satisfecho-. Debo decir que me has sorprendido. La tortilla estaba perfecta y el pan es una auténtica obra de arte. Se nota que eres una cocinera estupenda. Creo que nunca he tenido una novia que hiciera su propio pan -añadió con una sonrisa.
    Paloma se levantó y empezó a recoger los platos. -y sigues sin tenerla -replicó-. Seguro que a tus novias apenas les queda tiempo para nada des¬pués de acudir a la peluquería, al esteticista, y de dedicarse a consentirte todos tus caprichos -añadió con ironía mientras llenaba el lavavajillas- ¿Quieres más café? -preguntó sin volverse.
    -Sí - Paloma estuvo a punto de dar un salto al oír la voz de Franco muy cerca de su oído. No le ha¬bía oído acercarse, y al volver la cabeza vio que estaba justo tras ella-. Pero creo que tú vas a nece¬sitar el café más que yo antes de que acabe el día, porque estás muy equivocada. Es cierto que no eres mi novia, pero no te equivoques conmigo. Ya no soy el pobre tonto al que impresionaste con tu mentira sobre la pastilla del día después -murmu¬ró suavemente-,. Esta vez no te quiero como una simple novia. Esta vez me casaré contigo si tengo que hacerlo, pero quiero a mi hijo.
    Paloma se volvió hacia él como una exhala¬ción.
    -¿Qué? ¿Te has vuelto loco? ¡No me casaría contigo aunque fueras el único hombre que queda¬ra sobre la tierra?

    Franco contempló un momento la asombrada ex¬presión de sus ojos azules y luego se encogió de hombros.
    -La elección no está en tu mano, Paloma, sino en la mía.
    -:Eso es ridículo. La mera sugerencia de un matrimonio entre nosotros resulta diabólica.
    Franco rió desdeñosamente.
    -No tan diabólica como el hecho de que me hayas privado de mi hijo durante ocho años. He tenido que enterarme de su existencia a través de un periodico. Pero no vas a tener la oportunidad de humillarme y mentirme de nuevo. Si nos casa¬mos, nuestro hijo podrá contar con ambos padres. Es la solución más sencilla, y de lo único que ne¬cesitamos hablar es de lo que le has dicho a Benja sobre su padre ausente -miró a Paloma con auténtica ferocidad antes de añadir-: Y espero que no cometieras el error de decide que había muer¬to, porque te arrepentirás.
    De pronto, algo estalló en el interior de Paloma que, sin pensárselo dos veces, lo abofeteó de lleno en el rostro.
    -¡No te atrevas a amenazarme, despreciable mujeriego! ¡Nadie te ha privado de nada en tu vida y tienes el valor de venir a amenazarme!
    Franco le dedicó una mirada fría como de hielo.
    -Lo que acabas de hacer ha sido una estupidez, Paloma. Quiero a mi hijo, pero no tengo por qué cargar contigo. Me he ofrecido a casarme contigo por pura generosidad, pero bastará con una orden judicial-añadió cínicamente.
    -Como si me importara tu generosidad. Mere¬cías lo que te pasó -espetó Paloma, a punto de atragantarse a causa de la rabia-. Ningún juez del mundo te daría la custodia de Benja, arrogante, diablo. No después de que yo le cuente la verdad.
    -Como ambos sabemos, la verdad es que eras una jovencita precoz que quería dejar de ser virgen a toda costa. De hecho, estabas tan desespera¬ da por conseguido que te acostaste con el primero que te lo propuso. Luego negaste que pudieras ha¬ber quedado embarazada y privaste deliberada¬mente al padre de su hijo. '
    -Eso tiene gracia viniendo de ti. Me echaste un vistazo y me metiste en tu cama en tu propia casa,¬ donde se suponía que tu hermana y sus amigos me estaban cuidando. ¡y olvidaste convenientemente que estabas comprometido!
    -No trates de librarte mintiendo, Paloma. Yo no estaba comprometido con nadie.
    -¡Oh, vamos, Franco! -replicó Paloma en tono burlón-. Yo misma contesté aquella mañana a la llamada de tu prometida. No le sorprendió que si¬guieras dormido porque al parecer te había man¬tenido despierto en su cama toda la noche ante¬rior.
    Franco la miró a los ojos y notó que creía real¬mente lo que estaba diciendo. Entonces recordó la conversación que mantuvo con Anna aquella ma¬ñana, nueve años atrás. Paloma respondió a la pri¬mera de varias llamadas de Dianne. Debía admitir que Paloma tenía razón en cuanto a que la noche anterior apenas había dormido, pero en cuanto al resto... Frunció el ceño con expresión desconcertada, pero Paloma ya estaba lanzada. Todo el dolor acu¬mulado durante aquellos nueve años afloró de pronto a la superficie.
    -La mujer con la que te casaste seis meses des¬pués, Franco, incluso antes de que Benja naciera. La recuerdas, ¿verdad, miserable traidor? ¡Y enci¬ma tienes el valor de culparme a mí!- agitó la ca¬beza y su larga melena flotó un momento en torno a sus hombros. Alzó las manos y las apoyó en el pecho de Franco para empujarlo-. Sal de mi casa; me pones enferma.
    -No - Franco le sujetó ambas manos con una de las suyas y con la otra colocó un mechón de pelo tras la oreja de Paloma-. ¿Tratas de decirme que huiste de mí hace nueve años porque creíste que estaba comprometido?
    -No lo «creía», Franco. Lo sabía -replicó ella con vehemencia.
    -Me mentiste en el aeropuerto porque asumiste que estaba comprometido y estabas celosa -mur¬muró él, más para sí mismo que para ella.
    -¿Celosa? ¿De ti? ¡Nunca! ¡Y no te mentí! -espe¬tó Paloma, tratando de aferrarse a su enfado a pesar de que la ronca voz de Franco se lo estaba poniendo difícil-. Sólo dije que había oído hablar de la píldora del día después. Tú elegiste cómo interpretarlo. Y nunca lo habría mencionado si no hubiera estado se¬gura de que no podía estar embarazada porque habí¬as usado protección, una precaución muy razonable dado tu estilo de vida de mujeriego, sobre todo te¬niendo en cuenta que en aquellas fechas ya estabas comprometido -dijo, tratando desesperadamente de reavivar su rabia recordándose que Franco era un ser taimado con el corazón de piedra y sin la más míni¬ma ética.
    Por un momento Franco casi sintió compasión por ella, pero la mención que acababa de hacer de su su¬ puesta vida disoluta borró de inmediato aquel senti¬miento. Paloma seguía siendo la mujer que lo había privado con todo descaro y frialdad de su hijo.
    -Ayer dijiste que no te gustaba mirar hacia atrás, sino hacia delante, hacia el futuro, ¿recuerdas? Paloma podía sentir los fumes latidos del cora¬zón de Franco mientras éste seguía reteniéndole las manos contra su pecho. Una parte de ella deseaba acariciar aquella perfecta musculatura, rodearlo por el cuello y atraer hacia sí su boca. Conmocio¬nada por la intensidad de su deseo, tragó con es¬fuerzo. ¿Qué tenía aquel hombre que la afectaba de aquel modo?
    -Es hora de que sigas tu propio consejo, Paloma -Continuó Franco -, pero ten en cuenta que tu futuro y el de nuestro hijo está conmigo.
    Paloma podía gritarle lo que quisiera, pero sa¬bía que sólo tenía que inclinar la cabeza para to¬mar de nuevo su boca y hacer con ella lo que qui¬siera. Aquella mujer rezumaba atractivo sexual.
    No podía evitarlo. Recordaba muy bien que el sexo con ella había sido una experiencia casi ajena a este mundo. Y si lo que necesitaba era sexo, ca¬sado o no, él estaba totalmente dispuesto a com¬placerla, pensó mientras inclinaba la cabeza. Paloma supo que iba a besarla y, para su bo¬chorno, su cuerpo se tensó de anticipación. Espe¬ró, incapaz de dar el paso atrás que su sentido co¬mún le exigía que diera. ¬


    Edited by lionsolar - 9/9/2013, 09:59
     
    Top
    .
  6.     +1   -1
     
    .
    Avatar

    Te salen tus primeras canas

    Group
    Staff Abuelas Vuelan (A)
    Posts
    2,224
    Escobas
    0

    Status
    Me encanta la novela espero q la puedas continuar prontoo
    Web
     
    Top
    .
  7. yisette
        +1   -1
     
    .

    User deleted


    muy buen capitulo, los dos tiene la culpa por no haber sido claro con ellos mismo....
     
    Top
    .
  8. ayelen
        +1   -1
     
    .

    User deleted


    Siguelaaaaaaaaaaa
    quiero saber que pasa!!!!!!!!
     
    Top
    .
  9. lionsolar
        +1   -1
     
    .

    User deleted




    Capítulo 6


    Hola, Paloma -saludó una Voz desde el Jardín trasero. .Ésa es Tess -murmuró Paloma. Franco la soltó Y en un par de zancadas estaba despreocupadamente apoyado contra el borde de la encimera.
    -Hola, cariño. Veo que estás levantada -dijo Tess a la vez que asomaba la cabeza por la puer¬ta-. He venido por si acaso porque ya casi es la hora de ir a por Benja. Parecías tan cansada an¬tes.
    -Sí, gracias, Tess - Paloma sonrió a su amiga. -Estaba limpiando el cobertizo del jardín cuan¬do he encontrado esta nevera portátil - Tess señaló la gran caja de plástico rojo y blanco que sostenía en una mano-. He pensado que os vendría bien a Benja y a ti para cuando os vayáis mañana de vacaciones.
    -Seguro que sí -dijo Paloma.
    -¿No vas a presentarme a tu amiga, querida? -preguntó Franco.
    Sorprendiqa, Tess dejó caer la nevera. No vio a Franco hasta que éste se acercó a Paloma y pasó una posesiva mano en tomo a su cintura. Tess no ocul¬tó su curiosidad y su apreciación femenina mien¬tras lo miraba.
    -Soy Tess, la vecina de Paloma -dijo a la vez que ofrecía su mano a Franco. En lugar de estre¬charla, éste se la llevó a los labios para besarla.
    -Es un placer conocerte, Tess. Soy Franco Ka¬dros, un viejo amigo de Paloma -miró de reojo la expresión ruborizada y furiosa de ésta-. ¿No es cierto, querida?
    -Sí -murmuró Paloma entre dientes, pensando que si volvía a llamarla «querida» iba a darle una patada en la espinilla.
    -Ahora entiendo por qué tenía tanta prisa por volver a casa esta mañana -dijo Tess con una son¬risa cómplice antes de mirar a Paloma-. Te he pre¬guntado por el señor Carlavitch, pero no me has dicho que tenías un hombre aún más atractivo es¬perando en casa.
    -Soy el hombre con el que Benja y Paloma van a ir de vacaciones, y espero que podamos salir hoy mismo en lugar de mañana -dijo Franco, son¬riente-. Espero que no te moleste echar un vistazo a la casa de vez en cuando mientras estamos fuera.
    -Claro que no me molestará -dijo Tess de in¬mediato-. Siempre le estoy diciendo a Paloma que no sale lo suficiente. Benja es un chico encanta¬dor y ella es una madre estupenda, pero también trata de suplir al padre. Creo que necesita urgente¬mente compañía adulta.
    Paloma se quedó boquiabierta ante la traición de su amiga, pero cuando fue a decir algo Franco la interrumpió.
    -Estoy totalmente de acuerdo y pienso hacer lo que sea necesario para remediado. Siempre le estoy diciendo que, para ser una mujer inteligente y de éxito, pasa demasiado tiempo encerrada con sus libros.
    -Exactamente lo mismo que suelo decide yo-dijo Tess, radiante.
    Paloma no pudo callar por más tiempo.
    -Un momento -estaban hablando de ella como si no existiera. Podía esperar aquella clase de comportamiento por parte de Franco, pero no de Tess-. No voy a ningún sitio con Franco, Tess. Lo has interpretado todo mal. Tess rió, divertida.
    -No creo, cariño, no creo -dijo. De pronto miró su reloj y se llevó una mano a la frente-. ¡Pero si ya son más de las tres! Tengo que irme, y supongo que tú tendrás que salir a recoger a Benja enseguida. Deja la llave en el buzón antes de irte y que disfrutéis de vuestras vacaciones -tras sonreír a Franco, Tess salió rápidamente de la casa.
    Aquello fue la gota que colmó el vaso para Paloma, que dio un codazo a Franco para que la soltara.
    -¿A qué crees que estás jugando? -preguntó, dedicándole una mirada iracunda-. ¿Cómo te atre¬ves a mentir y a abochomarme delante de mi ami¬ga? ¿Quién diablos crees que eres? ¡No pienso ir a ningún sitio contigo! .
    -No hay tiempo para rabietas -dijo Franco a la vez que miraba su reloj con calma-. A menos que quieras dejar a nuestro hijo esperando a las puertas del colegio. Aunque lo cierto es que eso daría aún más argumentos a mis abogados en casó de que tengamos que ir a juicio por la custodia del niño. ¬

    -Eres, eres... -espetó Paloma, conteniéndose apenas de volver a abofetearlo. Incapaz de soste¬ner la mirada de él, bajó la suya hacia el suelo. No podía permitirse perder el control. No podía-. Voy a recoger a Benja. Tú puedes esperar aquí -aña¬dió con toda la calma que pudo, y a continuación salió de la cocina.
    Un instante después, sintió una poderosa mano cerrándose en torno a su brazo.
    -No. Te acompaño y así podrás explicarme en el camino qué le has contado a Benja respecto a mí.
    Paloma suspiró mientras salía de la casa a toda prisa. Sólo faltaban unos minutos para que Benja saliera del colegio y se estaba quedando sin tiempo.
    Franco se detuvo y la hizo volverse.
    -Estoy esperando, Paloma, y quiero la verdad.
    -Le dije a Benja la verdad -contestó ella sin rodeos. Le dije que conocí a su padre cuando era muy joven, pero que enseguida tuve que irme a ver a mi madre a la India. Cuando descubrí que estaba embarazada, volví a Londres, pero su padre había desaparecido. Fui a tu casa, pero me encon¬tré con que una empresa llamada British Land Ud. la estaba convirtiendo en un bloque de oficinas. En cuanto al resto, le conté que te casaste con otra mujer antes de que él naciera, es decir, la verdad. Vi las fotos de tu boda en una revista. Fin de la historia -concluyó, retándolo con la mirada a que lo negara.
    Franco se sintió como si acabara de pasarle por encima un camión sin ocultar su temor, aterrorizada por lo que pudie¬ra decir.
    _-¿Volviste a Londres a buscarme?
    -Sólo porque mi madre me convenció de que era lo correcto. Pero yo ya sabía que estaba per¬diendo el tiempo -replicó Paloma en tono despec¬tivo a la vez que se encaminaba de nuevo hacia el colegio. ¬
    Franco la siguió, serio. Paloma estaba diciendo la verdad. Había vuelto a buscarlo. De lo contrario, ¿cómo podía conocer el nombre de la empresa Bri¬tish Land Ltd., que era subsidiaria de una de las su¬yas? Y recordaba muy bien que Dianne quiso que las fotos de su boda salieran en una conocida revista.
    Miró a Willow, que caminaba a toda prisa ante él. Debía reconocer que parte de la culpa de lo su¬cedido era suya, y así pensaba decírselo. Empezó a andar más deprisa para alcanzarla... y de pronto vio a su hijo.
    -¡Hola, mamá! -saludó el niño, y Franco se que¬dó mudo mientras Paloma casi corría hacia él.
    -Sabes que no debes salir del patio del colegio solo lo reprendió su madre a pesar de que no pudo evitar sonreír al verlo.
    -Te he visto venir y la señorita Lamb me ha di¬cho que podía salir.
    -En ese caso, lo pasaré por alto por esta vez. Pero recuerda que el próximo trimestre, cuando empieces a ir a la escuela de los mayores, debes esperarme siempre en el patio.
    -Sí, ya lo sé -dijo Benja con el ceño frun¬cido a la vez que señalaba a Franco-. ¿Pero por qué te está siguiendo ese hombre, mamá?
    Paloma había olvidado por unos momentos su presencia y volvió de pronto a la realidad. Lo miró sin ocultar su temor, aterrorizada por lo que pudiera decir
    Pero la mirada de Franco estaba totalmente con¬centrada en Benja, que lo miraba con cautela. Paloma vio que apretaba los puños con frustración para contenerse de abrazarlo. Por primera vez des¬de su reencuentro sintió compasión por él. Ella siempre había contado con el amor incondicional de Benja en su vida, pero Franco...
    -¿Quién eres? -preguntó Benja valientemen¬te a la vez que tomaba la manos de su madre. Paloma sintió que su corazón se inflamaba de orgullo y amor. Con sólo ocho años ya se comportaba como su protector-. ¿Por qué sigues a mi mamá?
    -No te preocupes, Benja -Paloma miró a Franco y vio que sus ojos brillaban de animadversión hacia ella. Nunca iba a perdonada por haber¬lo privado de su hijo, y la compasión que había sentido por él se esfumó al instante.
    -Lo que tu madre quiere decir es que soy Franco Kadros, un viejo amigo suyo -dijo Franco a la vez que se ponía en cuc1illas para estar a la altura del niño-. Nos encontramos ayer en Londres y toma¬mos algo juntos. Esta mañana he visto tu foto y la de tu madre en el periódico y he decidido venir a visitaros. Te llamas Benja, ¿verdad? –Preguntó con una sonrisa-. Puedes llamarme Franco -añadió a la vez que le ofrecía su mano.
    Con la típica volubilidad de la infancia, Benja le devolvió la sonrisa a la vez que estrechaba su mano.
    -Hola, Franco. ¿De verdad has visto mi foto en el periódico?
    -Claro que sí, y era una foto excelente.
    Benja se volvió hacia su madre, emocionado. -¿Lo ves, mamá? Te dije que el reportero pro¬metió que mi foto saldría en el periódico -se vol¬vió de nuevo hacia Franco y preguntó-. ¿Aún tienes el periódico? ¿Puedo verlo?
    -Claro que puedes. Lo tengo en mi coche Franco sonrió y se irguió-. Está aparcado justo de¬lante de tu casa. Si quieres, te lo enseño.
    -¡Sí, por favor! ¡Vamos, mamá!
    Paloma no tuvo más remedio que regresar a casa con Benja brincando entre Franco y ella. Cuando miró a Franco de reojo, palideció al ver la furia que reflejaba su oscura y expresiva mirada. Era posible que se hubiera mostrado encantador con su hijo, pero también era evidente que no te¬nía intención de hacer lo mismo con ella.
    Cuando llegaron a la casa, dejó que Benja se quedara con Franco en el coche mientras ella entra¬ba a preparar un té.
    Mientras esperaba a que el agua hirviera cerró los ojos con fuerza para evitar llorar y maldijo re¬petidas veces por haber expuesto estúpidamente su pequeña familia ante la prensa. Debía de haber¬se vuelto loca.
    Franco Kadros no era la clase de hombre que se conformaría con una visita ocasional a su hijo. Había ocultado su enfado ante el niño, pero no po¬día hacerse ilusiones. Quería quedarse con él y, cómo había aclarado antes, no tenía por qué que¬darse también con ella. ¿Pero sería ella capaz de enfrentarse a la batalla que podría suponer luchar por la custodia de Benja?

    ¡Por supuesto que sería capaz!, se dijo con fir¬meza a la vez que se frotaba los ojos. Fuera lo que fuese, no era una cobarde, y no pensaba permitir que aquel hombre la convirtiera en una.
    De manera que fue rápidamente al teléfono y marcó el número de su abogado, el señor Swinburn. .
    Cinco minutos después, colgaba el teléfono sintiéndose mucho más aliviada. Había explicado su problema y su abogado la había tranquilizado.
    Un hombre al que sólo había visto una vez; un hombre al que había ido a buscar para decirle que iba a ser padre, sólo para descubrir que se había casado con otra mujer. Un hombre que no había conocido a su hijo hasta que éste ya tenía ocho años y que no había pagado un penique para su manutención. Según el señor Swinburn, Franco Ka¬dros no tenía ninguna posibilidad de ganar un jui¬cio. En cuanto a los gastos del proceso, aseguró a Paloma que con el dinero que iba a ganar con sus libros podría permitírselo sin problemas.
    De pronto, Paloma se preguntó en qué estaba pensando para atreverse a dejar a Benja a solas con Franco. Podía llevárselo en un instante. Asusta¬da, salió de la casa como una exhalación al ver por la ventana que el niño estaba a punto de entrar en el coche.
    -¡Ven aquí enseguida, Benja! Ya está lista tu merienda.
    -Oh, mamá. Franco estaba a punto de llevarme a dar un paseo. ¿No puedes esperar?
    -No -dijo Paloma mientras tomaba al niño de la mano y se encaminaba con él de vuelta a la casa .con la esperanza de que no se notara lo asustada que estaba. Puede que más tarde.
    -Tu madre tiene razón, Benja -para asombro de Paloma, Franco la apoyó aunque, tras sonreír al niño, le dedicó a ella una cortante y fría mirada. Primero la merienda, y luego, ¿qué tal si vamos todos a Exeter, donde espera mi avión?
    -¡Guau! ¡Tienes un avión! -exclamó Benja, emocionado-. ¿Puedo verlo?
    -Claro. De hecho, puedes volar en él. Sé que tu madre y tú teníais planeado salir de vacaciones mañana, pero, ¿qué tal si nos vamos todos juntos esta noche? Podéis alojaros en mi villa, en Grecia - Franco miró a Paloma con una mezcla de triunfo y algo más que ella no fue capaz de descifrar-. En lugar de... ¿adónde ibais a ir, Paloma?
    Paloma maldijo en silencio la indiscreción de Tess. Las cosas apenas podían empeorar... pero así lo hicieron
    Normalmente vamos a Falmouth. Y luego a Francia -contestó Benja por ella-. Mamá iba a buscar a mi papá. Pero eso puede esperar un poco más. Ahora prefiero ir a Grecia.
    -Ven por tu merienda -espetó Paloma, aterrori¬zada al pensar en lo que pudiera decir Franco a con-tinuación.
    Sus peores temores se hicieron realidad.
    -Este es tu día de suerte, Benja - Franco apoyó una mano en; el hombro del niño y lo miró a los ojos-. Porque tu madre ya ha encontrado a tu pa¬dre. Yo soy tu padre, y vamos a irnos todos a Gre¬cia para que conozcas a tu abuela, a tus tías y a tus primos.
    Paloma rogó para que la tierra se la tragara. Se puso pálida como una sábana y las piernas se le volvieron de gelatina. Miró a Franco, incapaz de pronunciar palabra. ¿Cómo podía haberle contado aquello al niño de un modo tan brutal?
    Franco la sorprendió pasándole un brazo por la cintura.
    -¿No es cierto, Paloma?
    -Sí -susurró ella.
    Benja la rodeó con los brazos por las piernas y la miró con tal adoración, que Paloma tuvo que parpadear para contener las lágrimas.
    -Gracias, mamá. Sabía que lo encontrarías. Lo sabía -dijo, encantado.
    Su fe ciega en ella hizo que Paloma se sintiera mal, y la irónica sonrisa de Franco sólo sirvió para acrecentar su sentimiento de culpa.


    Capítulo 7

    Paloma maldijo en silencio mientras ca¬minaba de un lado a otro del dormitorio, iluminado tan sólo por la lámpara de la mesilla de noche. Le hervía la sangre de rabia y estaba demasiado furiosa para dormir y todo por culpa de Franco Kadros.
    Había entrado en su vida como un ciclón. Benja dormía en la habitación contigua y Paloma aún no lograba asimilar la velocidad con que había aceptado a Franco. Se sentía dolida, celosa y enloquecida.
    Tras la revelación que había hecho Franco a Benja aquella tarde, los acontecimientos la habían superado por completo. Sabiendo que no querría disgustar a su hijo, Franco había utilizado el chantaje emocional para conseguir lo que pretendía. No le había dado tiempo a reaccionar y, poco después, se encontraban en el coche camino de Exeter, y más tarde en el lujoso avión de Franco.
    La llegada a la villa, situada en lo alto de unas colinas de las afueras de Atenas, había estado car¬gada de tensión. Un mayordomo llamado Takis los recibió y los condujo a un elegante salón. El re¬cuerdo más intenso de Paloma era el de la madre de Franco, una mujer pequeña, morena y elegante que cubrió de besos y abrazos a Benja. Cuando ofreció a Paloma algo de comer y beber, ésta dijo con cierta rigidez que era muy tarde, mientras Franco permanecía a su lado sin decir nada. Pero tampoco habría hecho falta que lo hiciera, pues ya había conseguido lo que quería.
    Finalmente, la señora Kadros insistió en llevar a un adormecido Benja en brazos a su habitación. Después de que Paloma lo acostara, la acompañó a la habitación contigua, le dio las buenas noches y añadió que al día siguiente podrían hablar.
    Paloma se encaminó a los ventanales que se abrían al balcón y contemplo el cielo nocturno mientras se preguntaba qué le depararía el futuro. Estaba en una casa llena de gente, pero nunca se había sentido tan sola en su vida.
    -He pensado que estarías despierta.
    Paloma se volvió con expresión incrédula al oír la voz de Franco a sus espaldas.
    -Sal de mi habitación -espetó mientras él se volvía a cerrar la puerta-. ¿No has hecho ya sufi¬ciente daño por un día? -añadió con amargura.
    -Calla - Franco avanzó hacia ella y fue entonces cuando Paloma se dio cuenta de que sólo llevaba un albornoz corto que dejaba expuestas sus pier¬nas y su ancho pecho. Seguro que debajo no lleva¬ba nada... como ella debajo del camisón.
    -No te atrevas a decirme que me calle, misera¬ble manipulador -replicó, con los ojos echando chispas-. Sólo un ser rastrero habría sido capaz de utilizar a un niño pequeño para coaccionarme y obligarme a venir aquí -dijo con desprecio.
    Franco había mantenido sus emociones bajo con¬trol durante las últimas veinticuatro horas. Le ha¬bía contado a su madre una versión reducida de lo sucedido y luego había pasado la última hora viendo a su hijo dormir. Abrumado por el intenso amor que sentía hacia él, comprendió que habría sido capaz de dar su vida por protegerlo. Al pensar en aquello comprendió que Paloma debía de sentir lo mismo y también imaginó lo asustada que debía de estar ante su amenaza de recurrir a la justicia.
    Al salir de la habitación de su hijo y ver que ha¬bía luz bajo la puerta de la de Paloma, decidió pasar para tranquilizarla y decirle que no tenía intención de dirimir en un juzgado el asunto de la custodia del niño, y que estaba seguro de que podrían llegar a un acuerdo que los beneficiara a los tres. .
    Pero viendo en aquellos momentos a Paloma con aquel camisón que apenas le cubría los mus¬los, el pelo ligeramente revuelto en torno a los hombros y la expresión de intenso desprecio que había en su precioso rostro, cambió de opinión. Estaba mirándolo como si fuera el ser más despre¬ciable de la tierra. Los delicados sentimientos que habían aflorado mientras contemplaba a su hijo quedaron rápidamente olvidados.
    Una fría furia destelló en sus ojos. Franco no ad¬mitía que nadie le faltara al respeto, ni hombre ni mujer, y menos aún aquélla. Encima de haberlo privado de su hijo durante ocho años, Paloma aún se atrevía a cuestionar su habilidad como padre. ¿Pero que oportunidades le había dado? Ninguna.
    La miró de arriba abajo sin ocultar su enfado. El camisón que llevaba era casi transparente y moldeaba sus altos pechos y su estrecha cintura. Era una visión que habría tentado a un santo, y el no era ningún santo, como dejó bien claro su ins¬tantánea erección.
    -Qué, ¿no respondes? dijo Paloma desdeñosa¬mente. El aire entre ellos crepitaba de tensión. Franco dio un paso hacia ella y le dedicó una mirada de aprecio sexual tan cínico, que Paloma se quedó sin aliento. Su instinto de protección la impulsaba a dar un paso atrás, pero no estaba dispuesta a dejar¬se intimidar por su presencia.
    -¿Me preguntas qué clase de padre soy? -pre¬guntó Franco en tono acusador-. Soy la clase de pa¬dre al que han privado de su hijo durante años, la clase de padre cuyo hijo ha cumplido ocho años y no habla una palabra de su lengua -añadió a la vez que la rodeaba con un brazo por la cintura y la atraía hacia sí.
    Paloma no podía negar aquellas palabras, y el repentino contacto con el fuerte cuerpo de Franco hizo que la sangre corriera con más velocidad y ardor por sus venas.
    -¡No! -exclamó, pero ya era demasiado tarde.
    Ignorando su negativa, Franco continuó hablan¬do con aspereza.
    -La clase de padre que ha tenido que ver a su madre derramando lágrimas de pesar porque su marido no vivió lo suficiente para ver al niño. Me debes ocho largos años de mi vida, y ha llegado la hora de que me los cobre.
    Paloma tembló ante la furia que brillaba en los profundos ojos de Franco. También era consciente de la reacción mucho más básica que estaba te¬niendo su cuerpo.
    -No, Franco. ¡Suéltame o me pongo a gritar!
    -Grita todo lo que quieras. Las paredes son muy gruesas -dijo él en tono burlón-. Tú has dis¬frutado de los ocho primeros años de la vida de Benja y yo pienso disfrutar de los siguientes ocho... legalmente. Nos casaremos y cuando Benja cumpla dieciséis, podrá elegir con quién quiere quedarse. Entonces, podremos divorciarnos -inclinó su oscura cabeza y Paloma se quedó sin aliento al sentir el roce de sus labios en una oreja-. Pero antes voy a hacerte arder por todo lo que me has hecho.
    Paloma estuvo a punto de admitir que ya estaba ardiendo, pero debía recordar a toda costa que Franco era su enemigo y que lo odiaba. ¿Qué hom¬bre podía mencionar el divorcio en la misma frase en que mencionaba el matrimonio? Trató de alzar las manos para empujarlo, pero fue inútil.
    -No te molestes en tratar de escapar. Deseas esto tanto como yo, y por mucho que lo niegues, no me convencerás de lo contrario. Soy el hombre al que elegiste para iniciarte en los placeres del sexo y tu encantador cuerpo me recuerda, por mu¬cho que te empeñes en olvidar. Y mi cuerpo tam¬bién recuerda el tuyo -confesó Franco con suavi¬dad-. No ha dejado de hacerlo dolorosamente durante todos estos años.
    Anonadada, Paloma vio el ligero rubor que cu¬brió las mejillas de Franco. ¿Qué estaba diciendo? ¿Que no la había olvidado y la había echado de menos? No. Eso no podía ser verdad. Si no se hubiera sentido tan confusa, tal vez habría tenido alguna oportunidad de resistirse, pero cuando Franco deslizó la punta de la lengua por los surcos interiores de su oreja, supo que estaba per¬dida.
    -No... Franco... -dijo, abrumada por la intensidad de su deseo.
    -Sí, di mi nombre -murmuró él mientras desli¬zaba una mano bajo su camisón a la vez que vol¬vía a besarla.
    Paloma hizo un débil esfuerzo por resistirse, pero la mano de Franco en su cadera desnuda y la presión de su cuerpo se lo impidieron.
    Las ardientes llamas del deseo la consumieron y alejaron cualquier idea de resistencia de su men¬te. Sin darse cuenta de lo que hacía, introdujo las manos bajo las solapas del albornoz de Franco y las curvó sobre sus anchos hombros. El albornoz se abrió debido al movimiento y pudo sentir su pode¬rosa, firme y palpitante erección contra el estóma¬go. Su cuerpo se estremeció a causa de la excita¬ción y se frotó instintivamente contra él.
    Franco murmuró algo en griego contra su boca y de pronto se apartó.
    -No -protestó Paloma, pero en aquella ocasión no fue para que se detuviera, sino más bien al con¬trario.
    Entonces, de un solo movimiento, Franco le qui¬tó el camisón por encima de la cabeza. Paloma abrió los ojos y se encontró con su ardiente mira¬da. Por un instante se preguntó qué estaba hacien¬do desnuda ante él, pero entonces Franco flexionó los hombros y el albornoz que aún pendía de estos cayó al suelo. Paloma se quedó embelesada ante la visión de su increíble cuerpo bronceado. Instinti¬vamente, alargó una mano para tocarlo.
    -Todavía no -dijo él, y tiró de ella con suavi¬dad para tumbarla en la cama-. Más tarde podrás tocarme, pero antes voy a hacerte arder.
    Paloma debería haber sentido miedo, pero la primera vez que hizo el amor con Franco las cosas fueron exactamente así. Él sólo tuvo que besarla para hacerle perder todas sus inhibiciones.
    Al mirarlo supo por qué nada había cambiado. Franco había sido su primer y único amante y ella estaba sintiendo la misma fascinación que sintió de adolescente cuando lo vio por primera vez. Deslizó la mirada por su magnífico cuerpo hasta detenerla en su excitado sexo... y se quedó sin aliento.
    -¿Ya has visto suficiente? -dijo él mientras se tumbaba a su lado.
    Paloma tembló al sentir el roce de su largo cuerpo desnudo. Franco la tomó de las manos, se las llevó a la boca, las besó y deslizó la lengua por sus palmas, haciendo que una oleada de placer la recorriera de arriba abajo. Luego enlazó sus dedos con los de ella y le sujetó las manos por encima de la cabeza.
    La miró intensamente, luchando contra el im¬pulso de tomarla en aquel instante. Por fin tenía a Paloma donde quería, y estaba decidido a saborear cada centímetro de su piel, a prolongar el placer al máximo. Sus brillantes ojos azules estaban carga¬dos de deseo, sus labios, ligeramente inflamados y palpitantes y sus pechos, blancos y firmes, resulta¬ban demasiado tentadores como para ignorarlos por más tiempo. Inclinó la cabeza y deslizó la len¬gua por cada uno de sus erectos pezones antes de volver a, besarla.
    Paloma se sintió como si acabara de alcanzarla un rayo. Sintió un ardiente calor entre los muslos y tembló de necesidad. No podía ni quería contro¬lar la pasión que se estaba apoderando de ella.
    Aquello era lo que su cuerpo había anhelado durante años, y todas sus dudas y sentimientos de culpa se esfumaron en un instante. Estaba perdida en las maravillosas respuestas que las caricias de Franco evocaban en su cuerpo, que llevaba dema¬siado tiempo privado de sexo.
    -Llevo años soñando con hacer esto, con sentir tu maravilloso cuerpo bajo el mío y ver tu melena negra esparcida sobre la almohada -murmuró él a la vez que tomaba uno de los pezones de Paloma entre el pulgar y el índice.
    Cada célula del cuerpo de Paloma respondió a sus caricias, y cuando Franco sustituyó los dedos por su boca, comenzó a jadear de placer.
    -Sí, oh, sí... -gimió, temiendo estallar de placer.
    Entonces Franco deslizó una mano por su estómago hasta detenerla sobre su sexo a la vez que volvía a besarla posesiva e íntimamente. Paloma separó instintivamente las piernas para facilitarle el acceso.
    -Quiero verte -dijo él con voz ronca-. Quiero ver la pasión reflejada en tus preciosos ojos azules -añadió a la vez que deslizaba un dedo entre los temblorosos muslos de Paloma y encontraba el cá¬lido y húmedo centro de su placer esperándolo.
    Ella cerró los ojos Y un largo gemido escapó de su garganta mientras Franco la acariciaba con una delicadeza enloquecedora.
    -Voy a darte más placer del que jamás hayas creído posible, hasta que no puedas pensar en otro hombre más que en mí, y voy a disfrutar de cada segundo mientras lo haga.
    Paloma podría haberse sentido amenazada por sus palabras, pero había entregado su cuerpo por completo a aquel hombre poderoso. Se arqueó ha¬cia él en la cama.
    -Por favor... -rogó mientras alzaba las caderas para presionar su sexo contra la mano de Franco.
    Un espasmo de pura emoción recorrió por un instante los tensos y oscuros rasgos de Franco mien¬tras se situaba entre sus muslos.
    -Tengo que poseerte ya... No puedo esperar más... Paloma no quería que esperara y, con un des-parpajo que no sabía que poseyera, tomó entre sus dientes un duro pezón masculino y lo acarició con su lengua mientras alargaba una mano hacia su sexo.
    Franco le apartó la mano, la alzó por las caderas y hundió su hombría en el fuego líquido que lo aguardaba entre las piernas de Paloma. Ella gritó a la vez que lo rodeaba con éstas por la cintura. Al sentir que Franco se detenía le dedicó una mirada de súplica mientras, al borde del orgasmo, su sexo se cerraba y palpitaba en tomo al de él. El rostro de Franco era una rígida máscara de pura ten¬sión.
    -¿Estás ardiendo ahora, Paloma?
    Ella no contestó. No necesitaba hacerlo. Deján¬dose llevar por un instinto tan primitivo como el tiempo, clavó las uñas en la satinada piel de Franco y empujó hacia arriba con sus caderas. Incapaz de controlarse por más tiempo, él la penetró con una intensidad que llevó a Paloma a la cima de su de¬seo en una tumultuosa liberación. Se aferró a él mientras una oleada tras otra de increíbles sensa¬ciones recorrían su cuerpo a la vez que repetía el nombre de Franco. El mundo pareció desaparecer cuando el "magnífico cuerpo de éste se estremeció violentamente sobre ella, dentro de ella, llevándo¬la consigo en su fulgurante ascenso hacia la cum¬bre del placer.
    Permanecieron unidos largo rato, acompañados tan sólo por el sonido de sus agitadas respiracio¬nes; Aún temblorosa, Paloma se hizo consciente de que aún seguía aferrada a él. ¿Qué había he¬cho?, préguntó la voz de su conciencia. Pero no tuvo tiempo de pensar en ello pues, increíblemen¬te, sintió que Franco comenzaba a crecer de nuevo en su interior y volvieron a hacerlo.
    En aquella ocasión fueron más despacio, con más calma, en mutua exploración de sus cuer¬pos en la que el tiempo perdió todo significado. Lo único que importaba eran sus sudorosos cuer¬pos deslizándose juntos, frotándose, fundiéndose en una creciente pasión que volvió a llevarlos a un increíble clímax.
    Largo rato después, Franco se irguió sobre un codo para mirar a Paloma. ¿Qué tenía aquella mu¬jer para hacerle perder el control de aquel modo? Ni siquiera había pensado en utilizar protección... Paloma era todo lo que recordaba de la primera vez, y mucho más. Era una mujer increíblemente sensual, y de pronto se preguntó cuántos hombres habría habido en su vida durante aquellos nueve años.
    Se irguió en la cama, disgustado por el camino que estaban tomando sus pensamientos.
    -Nos casaremos antes de que acabe la semana -salió de la cama y se volvió hacia Paloma con el ceño fruncido-. Bastará una discreta ceremonia ci¬vil y...
    -Un momento -interrumpió Paloma, sintiendo cómo se esfumaba de pronto toda la euforia de la pasada hora. Se sentó en la cama y se cubrió con la sábana, repentinamente avergonzada de su des¬nudez. Sin embargo, Franco parecía sentirse total¬mente cómodo con la suya- En ningún momento he aceptado casarme contigo.
    Franco ni siquiera se molestó en discutir. No necesitaba hacerlo. Nunca perdía la oportunidad de convertir un error en un éxito en el mundo de los negocios, y se aferró al instante a la oportunidad de hacer lo mismo en su vida privada.
    -Ya no tienes elección, Paloma -en su mira¬da hubo un destello de burlón triunfo-. Un hijo ilegítimo es suficiente para cualquier familia y, como habrás notado, no hemos utilizado ningu¬na protección. Aquí no tienes posibilidad de conseguir la píldora de la mañana después, así que, a menos que estés tomando la píldora... -dejó las palabras suspendidas en el aire mien¬tras la expresión conmocionada de Paloma lo decía todo.

    -Veo que tu ruindad no tiene límites -dijo, pá¬lida-. Lo has hecho deliberadamente. Pero da igual -había podido criar a Benjamin por su cuenta y volvería a hacerlo si era necesario-. No pienso casarme contigo.
    Franco arqueó una ceja irónicamente antes de volverse a tomar su albornoz. Se lo puso y se ató el cinturón firmemente a la cintura.
    Acababa de soltar una bomba y se había limita¬do a dar la espalda a Paloma.
    -¡Contéstame! ¡Maldito seas! -gritó ella, asus¬tada y furiosa.
    Franco se volvió hacia ella con expresión impenetrable.
    -Que yo recuerde no has hecho ninguna pre¬gunta -dijo con un encogimiento de hombros-. Puedes pensar lo que quieras, pero nos casaremos. Te he dicho que me debes ocho años de mi vida, y lo he dicho en serio -añadió con frialdad-. Benja y tú os quedaréis aquí después de la boda para que el niño pueda aprender su lengua. Podemos hablar de los detalles por la mañana.
    La enormidad de lo que acababa pe decir Franco fue como una bofetada para Paloma. El atento amante de hacía unos momentos se había conver¬tido en un tirano. Pero lo que más le asustaba era saber que podía tener razón. Podía volver a estar embarazada. La única vez que Franco la había toca¬do antes había dado como resultado a Benja, ¡y eso que entonces utilizó preservativo! Pero el sen¬tido común y la madurez prevalecieron. Sólo ha¬cía tres días que había terminado su periodo, de manera que, a menos que fuera la mujer con me¬nos súerte del mundo, estaba a salvo. No iba a permitir que nadie la obligara a casarse.
    -Duerme un poco... pareces agotada –dijo Franco.
    -¿y de quién es la culpa? -replicó ella.
    -Mía, por supuesto. Pero no irás a decir que no has disfrutado. Has estado a la altura de las cir-cunstancias y, a menos que quieras que sigamos donde lo hemos dejado: te sugiero que descanses. Hablaremos por la mañana.
    -¡No hay nada de qué hablar! -espetó Paloma, furiosa-. No puedes obligarme a casarme contigo, y no pienso hacerlo añadió a la vez que tomaba una almohada y se la arrojaba.
    Franco la apartó de un manotazo y rió despecti¬vamente.
    -Guarda tu pasión para la cama, Paloma -dijo, y a continuación giró sobre sus talones y salió del dormitorio.

     
    Top
    .
  10. jesreyes
        +1   -1
     
    .

    User deleted


    Muy pasional el capitulo.....Síguela, abrazos!
     
    Top
    .
  11. yisette
        +1   -1
     
    .

    User deleted


    me encanto el capitulo...
     
    Top
    .
  12. lionsolar
        +1   -1
     
    .

    User deleted





    Capítulo 8



    EL sonido de risas y voces hizo salir a Paloma del profundo sueño en que se hallaba sumida. Bostezó, abrió los ojos... y gimió al recordar dónde estaba y por qué.
    El sonido de agua salpicada seguida de la voz de Benja gritando sólo sirvió para hacerle sen¬tirse peor. De pronto, recordó con detalle lo que había hecho en aquella cama con Franco.
    Gimió y enterró el rostro en la almohada. ¿Cómo podía haber sido tan débil como para caer en sus brazos como una tonta hambrienta de sexo?
    Con un suspiro, salió de la cama. Iba a tener que enfrentarse a Franco y a su familia, y mucho se temía que iba a ser un día largo y traumático.
    Tras ponerse el camisón, se asomó al balcón y contempló las preciosas vistas que se divisaban.
    -¡Hola, mamá! ¿Quieres ver cómo buceo?
    Al bajar la mirada, Paloma vio a su hijo sumer¬giéndose en una enorme piscina. Esperó a que sa¬liera con el aliento contenido.
    -¡Bien hecho! -exclamó-. Pero no deberías es¬tar en el agua... -«solo», iba a añadir, pero en aquel momento apareció Franco junto a su hijo y se interrumpió.¬
    -Lo siento si te hemos despertado, pero son más de las nueve. El desayuno se sirve en la terra¬za. Baja a reunirte con nosotros.
    -De acuerdo... -murmuró Paloma, incapaz de apartar la mirada del cuerpo de Franco, tan sólo ata¬viado por un diminuto bañador negro-. Enseguida bajo -añadió, y volvió precipitadamente al dormi¬torio, donde decidió que lo que más le convenía era una rápida ducha fría.
    No pudo evitar ruborizarse al pensar en lo su¬cedido aquella noche, pero lo cierto era que ella había tomado una parte muy activa en lo sucedido, y que había disfrutado cada segundo mientras ha¬bían hecho el amor.
    Pero el amor no entraba en la ecuación, se co¬rrigió mientras abría el agua de la ducha. Lo que había habido entre Franco y ella había sido sexo puro, nada más, y eso era algo que no debía olvi¬dar.
    Cuando regresó al dormitorio y abrió el armario en que estaba su ropa, hizo una mueca. Había he¬cho el equipaje para pasar una semana de diversión en Cornwall, pero la casa de Franco y su entorno fa¬miliar eran mucho más elegantes y sofisticados que el hotelito en el que iba a alojarse con su hijo durante las vacaciones. Ella no encajaba allí, pero mucho se temía que su querido Benja no tendría ningún problema en adaptarse.
    Finalmente se puso un vestido de algodón in¬dio sin mangas, estampado en tonos azules y ver¬des y salió al descansillo.
    La casa estaba en silencio y en penumbra, de¬bido a que casi todas las contraventanas estaban semiechadas, pero no hacía falta más luz para dar¬se cuenta de la opulencia del lugar. Una magnífica escalera de mármol llevaba hasta un vestíbulo cir¬cular en cuyo suelo había un exquisito mosaico que representaba un antiguo mito griego. Unas elegantes columnas flanqueaban cuatro puertas dobles y, por un momento, Paloma dudó del cami¬no. El sonido de voces la condujo hacia una puerta parcialmente abierta. Al entrar se encontró en una espaciosa habitación con un aspecto sorprendente¬mente cómodo. Un sofá y varios sillones rodeaban el hogar de una hermosa chimenea y al fondo se hallaba el televisor más grande que había visto en su vida.
    -Pensábamos que te habías perdido.
    Al oír la voz profunda voz de Franco, Paloma se volvió hacia unas puertas acristaladas que daban a la terraza. Al menos había tenido el detalle de po¬nerse unos pantalones cortos.
    -Ojalá pudiera perderme -murmuró con un es¬tremecimiento.
    -No lo dices en serio. No te gustaría nada verte separada de nuestro hijo - Franco avanzó hacia ella-. Por lo que he visto es un niño feliz y equili¬brado que te adora. En cuanto a ti y a mí, nuestro matrimonio puede ser tan bueno como tú quieras que sea -miró a Paloma con una mezcla de diver¬sión y algo más en sus ojos negros-. Ambos sabe¬mos que el sexo es magnífico entre nosotros, lo que es un buen comienzo.
    -¿No sabes pensar en otra cosa? -replicó Paloma-. Tengo un trabajo, un hogar y una vida que adoro, y te repito por enésima vez que no pienso casarme contigo. Benja y yo estamos aquí para pasar una semana de vacaciones, nada más.
    -Puedes escribir en cualquier parte del mundo, Paloma, Y yo no soy ningún ogro. También puedes conservar tu casa. Será un buen lugar al que ir de vez en cuando de vacaciones, pero nada más, Yo me ocuparé de que tengas cualquier otra cosa que necesites.
    -No necesito que nadie se ocupe de mí. Sé ha¬cerlo yo sola.
    Franco asintió.
    -Lo sé. Stephen es prueba de ello, y no hay duda de que has demostrado tu habilidad para triunfar en la vida, pero debe de haberte costado mucho trabajo. Há llegado el momento de que te relajes un poco y disfrutes. Deja de crear problemas donde no los hay, Paloma. Ahora tengo que subir a vestirme. Mi madre está esperando para volver a verte, pero no tienes por qué preocuparte.
    Está tan emocionada con Benjamin que ya lo ha perdonado todo.
    «Benjamin». Ya estaba sucediendo, pensó Paloma, asustada. Franco se estaba apoderando de su hijo.
    -Se llama Benja -espetó-. Y no he hecho nada por lo que tenga que ser perdonada irguió los hombros-. Sin embargo, creo que tú sí deberías hacer un buen examen de conciencia sobre tu com¬portamiento. Franco la sujetó con firmeza por un brazo cuan¬do fue a pasar junto a él.
    -Nos están oyendo, así que calla y escucha -murmuró con dureza-. Tuviste la suerte de elegir el nombre Benja; mi padre se llamaba Benjamin. Mi madre es una mujer religiosa y cree en el desti¬no. Está convencida de que fue voluntad de dios que llamaras a nuestro hijo Benja, y gracias a ello te perdona por no habémoslo traído antes. Pero yo no estoy tan dispuesto a perdonar como ella -aña¬dió en tono gélido-, y si haces cualquier cosa para disgustarla haré que lamentes haber nacido.
    -No se me ocurriría hacer algo así -dijo Paloma mientras negaba con la cabeza. Era evidente que Franco no la conocía en absoluto-. Y para tu in¬formación, Benja tiene ese nombre porque así se llamaba el conductor de la ambulancia que me llevó al hospital -dijo y, al dar un tirón para librar¬se de la mano de Franco, se sorprendió por la facili¬dad con que éste la soltó.
    -¿El conductor de la ambulancia? -repitió él con el ceño fruncido-. ¿Para qué hizo falta una ambulancia?
    Paloma aprovechó la oportunidad para dar un paso atrás.
    -Ya que eres tan listo, dedúcelo por ti mismo. -¿Era un amante tuyo?
    Lo absurdo de la pregunta hizo reír a Paloma.
    -Desde luego que no. De hecho, puede que a partir de nuestro encuentro renunciara a su vida sexual. Era su primera semana de trabajo cuando llamé a pedir una ambulancia porque el parto era inminente. Desafortunadamente, cuando la ambu¬lancia llegó, ya era demasiado tarde y el pobre hombre tuvo que ayudarme a dar a luz en el dor¬mitorio.
    Franco la miró con expresión conmocionada.
    -¿Un hombre? ¿Un completo desconocido? -movió la cabeza, incrédulo.
    Paloma sonrió. Había logrado dejarlo mudo. Giró sobre sus talones y salió a la terraza, donde la señora Kadros aguardaba sentada junto a Benja a una mesa de piedra circular en la que se hallaba el desayuno.
    -Ah, Paloma, buenos días. Siéntate, por favor.
    No tienes idea de lo feliz que me has hecho.
    -Buenos días, señora Kadros -contestó Paloma, nerviosa.
    -Llámame Judy, por favor. Nací y me crié en los Estados Unidos, así que no necesitamos andar¬nos con ceremonias. Aunque a veces mi querido Benjamin se desesperaba por mi actitud abierta y poco ceremoniosa, siempre encontraba algún modo de tranquilizarlo -añadió con una sonrisa traviesa.
    -En ese caso, buenos días de nuevo, Judy -Paloma sonrió. Había algo contagioso en el humor de la madre de Franco -. Quiero agradecerte que nos hayas acogido a Benja y a mí durante las vaca¬ciones -dijo mientras se sentaba, aliviada tras ha¬ber aclarado la situación con Judy. No pensaba ca¬sarse con su hijo, pensara lo que pensase Franco.
    -De nada -Judy sonrió mientras servía café en la taza de Paloma. Luego se volvió hacia una jo¬ven empleada de la casa que se hallaba a unos me¬tros-. Trae más café, Marta, por favor -miró de nuevo a Paloma, sonriente-. ¿Qué te apetece co¬mer? Dilo y Marta te lo preparará. .
    -Me basta con café y una tostada. No suelo co¬mer mucho por las mañanas.

    -Pues aquí sí vas a comer, mamá -dijo Benja, con la boca medio llena-. Las pastas con miel están buenísimas. Saben mucho mejor que la ave¬na con leche.
    -Pero no les sentarán tan bien a tus dientes. No dejes de limpiártelos después del desayuno -ad¬virtió Paloma antes de dar un sorbo a su café; lo necesitaba.
    -Tienes toda la razón -dijo Judy-, pero debes disculpar a una anciana como yo por malcriar al pequeño.
    -No soy pequeño -protestó Benja-. Tengo ocho años.
    -Lo siento, Benjamin. Ya eres un hombrecito, y estoy segura de que acabarás siento tan grande como tu padre.
    Benja se volvió hacia su madre, esperanzado. -¿De verdad, mamá?
    -Es muy probable que sí -contestó Paloma, sonriente, y se preguntó durante cuánto tiempo se¬guiría contando con la absoluta fe que su hijo te¬nía en ella.
    -Dentro de poco voy a empezar a sentirme como la enana de la familia -bromeó Judy, que enseguida se volvió hacia Paloma-. Pero es una minucia comparada con la felicidad de ver crecer a mi nieto. No puedes imaginar lo maravilloso que es tener al hijo de Franco en mi casa, a mi nieto. Es¬toy segura de que su abuelo estará disfrutando en el cielo -sus ojos se humedecieron visiblemente cuando dijo aquello-. Discúlpame, pero aún me emociono después de los últimos acontecimientos. -No hay nada que disculpar -dijo Paloma y, a continuación, tomando el toro por los cuernos, -hizo lo que sabía que debía hacer-. Si alguien ne¬cesita ser perdonada soy yo. Debería haber tratado de ponerme en contacto contigo antes -ya estaba. Lo había dicho. Respiró profundamente y se ter¬minó su café de un trago.
    -Ve a buscar a tu padre, Benjamin; y dile que te vista adecuadamente antes de volver para que no te quemes con el sol.
    -Oh, yo me ocuparé de eso -dijo Paloma de in¬mediato-. He olvidado que no es bueno que estédemasiado rato seguido expuesto al sol.
    -No -Judy apoyó una mano para retenerla mientras el niño se alejaba de la mesa- Quédate, por favor. Deja que Franco vaya aprendiendo lo que supone ocuparse de un niño. Además, me gustaría hablar contigo.
    Paloma la miró con cautela. Había llegado el momento de las preguntas, algo que no le apetecía nada.
    -No te preocupes, querida. Franco me lo ha con¬tado todo y no tienes nada de que avergonzarte -continuó Judy-. Me dijo que fuiste a buscarlo a Londres cuando supiste que estabas embarazada y que te resultó imposible encontrarlo. También me dijo que no te había dado sus señas ni su número de teléfono -añadió en tono reprobatorio-. Quiero a mi hijo, pero conozco sus defectos. Sé que entre los veinte y los treinta años tuvo muchas mujeres y ninguna intención de comprometerse. Si alguien tiene la culpa de álgo es él. No tenía derecho a se¬ducirte para casarse con otra mujer seis meses después, cuando ya estabas embarazada. Ninguna mujer tendría por qué sufrir tal indignidad, y yo habría hecho lo mismo que tú en tu situación. Así que no hablemos más del asunto; el tema queda zanjado.
    -Eres muy generosa, Judy, pero no creo que Franco opine lo mismo.
    -Me está pitando el oído izquierdo.
    Al oír a Franco, Paloma volvió la cabeza hacia él, reacia. Vestía un traje veraniego de color crema con una camisa blanca abierta en el cuello.
    -¿Qué significa eso? -preguntó Benja mien¬tras su padre se sentaba junto a Franco.
    -Normalmente significa que cuando uno escu¬cha la conversación de otras personas y oye su nombre mencionado, lo normal es que no estén hablando bien de uno -dijo Judy a la vez que lan¬zaba una significativa mirada a su hijo.
    Paloma vio con asombro que Franco se ruboriza¬ba. Aquello tenía que ser otra primicia.
    -Estaba ac1arándole a Paloma que no la res¬ponsabilizo por haberme mantenido alejada de mi nieto -continuó Judy-. Era muy joven cuando lo tuvo y estaba muy asustada.
    -Mamá tenía dieciocho cuando me tuvo -dijo Benja y, por una vez, Paloma lamentó que fuera tan brillante en inquisitivo.
    -¿Dieciocho? -repitió Judy, y la mirada que dedicó a su hijo fue muy explícita-. Pobre niña -añadió a la vez que se volvía hacia Paloma con expresión compasiva-. Pero supongo que tu fami¬lia te echó una mano.
    -No tenemos familia. Mi abuela y mi bisabuela murieron el año antes de que yo naciera –continuó Benja-. Ahora vivimos en la casa de la bisabue¬la y tenemos toneladas de fotos y cosas de las dos.
    -No creo que a nadie le interese todo eso, Benja dijo Paloma en tono reprensivo.
    -Claro que nos, interesa -replicó Franco, que parecía muy concentrado en lo que estaba dicien¬do el niño.
    -Nuestra vecina Tess las conocía a las dos; de hecho, todo el mundo en el pueblo las conocía, ¿ verdad, mamá?
    -Sí -contestó Paloma. ¿Qué más podía decir?
    -Es triste perder a una abuela, pero perder a la vez a la madre debe de ser terrible. ¿Fue un acci¬dente? -preguntó Judy con delicadeza.
    -Mi abuela murió por causas naturales en Se¬mana Santa, y mi madre sufrió un accidente en In¬dia el verano de ese mismo año.
    -Lo siento -murmuró Franco.
    -Pobre niña mía -añadió Judy.
    -Sí, bueno, eso sucedió hace mucho y Benja y yo nos las hemos arreglado muy bien por nues¬tra cuenta -Paloma alargó una mano para tocar el brazo de su hijo, más para su propio consuelo que para el de él.
    Luego, asombrada, vio que Judy lanzaba lo que sonó como una reprimenda en griego a Franco.
    -Disculpa mis modales dijo cuando volvió a hablar en inglés-, pero, como madre, estoy segura de que entenderás que a veces hay que sermonear a los hijos, tengan la edad que tengan -tras dedi¬car una severa mirada a Franco, sonrió a su nieto- y ahora, jovencito, ¿qué te parece si vamos a visi¬tar la mayor tienda de juguetes de Atenas?
    -No tan rápido, mamá dijo Franco - Benja -miró a su hijo a la vez que pasaba un brazo por los hombros de Paloma, que se quedó muda al es¬cuchar lo que añadió-. Si estás de acuerdo, tu ma¬dre y yo queremos casarnos lo antes posible para que podamos vivir juntos como una auténtica fa¬milia feliz.
    -¿En serio? -preguntó el niño, emocionado-¿Seremos una familia de verdad?
    Paloma trató de librarse del brazo de Franco con un disimulado movimiento de los hombros, pero éste la sujetó por la nuca con el mismo disimulo.
    -¿No es verdad, querida?
    Benja saltó de su silla y corrió a rodear a su madre por la cintura. Al ver su expresión esperan¬zada, Paloma fue incapaz de decepcionarlo.
    -Sí, Franco dijo, y sonrió a la vez que dedicaba a éste una mirada furiosa. Aquel despiadado dia¬blo había vuelto a utilizar a su hijo y el chantaje emocional para conseguir lo que quería. Tal vez creía que la había obligado realmente a aceptar, pero si creía que estaba dispuesta a dedicarse a ju¬gar a la esposa obediente estaba muy equivocado.
    Judy, que no parecía menos emocionada que Benja, llamó de inmediato a Marta para que lle¬vara una botella de champán y propuso un brindis por la felicidad de la futura pareja. Paloma sonrió y simuló sentirse feliz, pero por dentro echaba humo.
     
    Top
    .
  13. lionsolar
        +1   -1
     
    .

    User deleted






    Capítulo 9



    No -dijo Paloma enfáticamente-. No pienso probarme ni un vestido más -estaba acalo¬rada, sudorosa y harta.
    Benja se había ido con su abuela de compras y Franco la había llevado a ella a una boutique. El último vestido que se había probado había sido la gota que había colmado el vaso, entre otras cosas porque no tenía intención de comprar nada de lo que se había probado.
    Se acercó a Franco con el ceño fruncido.
    -No sé tú, pero yo me marcho. Y no pienso comprar nada. Todo es carísimo y bastante inútil, así que si quieres que alguna otra mujer se pruebe ese vestido verde, llámala para que venga a pro¬bárselo. Estoy segura de qúe le encantará.
    Franco se puso en pie, sonrió a la dependienta a la vez que le decía algo en griego y luego sujetó a Paloma con firmeza por el brazo.
    -Como esposa mía que eres, debes respetar tu posición -dijo con firme frialdad-. Por muy guapa que seas, es obvio que tu sentido para vestirte deja mucho que desear. ¿No sabías que la moda hippy acabó hace cuarenta años?
    -Puede que eso sea cierto en tu mundo de ro pas de diseño y modas pasajeras, pero no en el mío -espetó ella-. Las prendas joviales y baratas son mucho más prácticas. Y al parecer voy a tener que repetirte una vez más que no pienso casarme contigo -añadió en tono desafiante.
    Al ver el dolor que reflejaba la mirada de Paloma, Franco se sintió como el ser más rastrero del mundo. Paloma era una mujer orgullosa y capaz que había logrado salir adelante por su propio esfuerzo. Y, como había averiguado con horror aquella maña¬na, lo había hecho tras la muerte de su madre y su abuela el mismo año. Desde que se había enterado, su conciencia no le había dejado en paz. Su madre lo había reprendido severamente al enterarse de aquello y no la culpaba por ello.
    -De acuerdo, olvida el verde. Pero insisto en que te lleves el resto. Y a menos que quieras rom¬perle el corazón a Benja diciéndole que esta ma¬ñana le has mentido, te casarás coninigo el jueves.
    Paloma bajó la mirada. Sabía que se hallaba en una terrible encrucijada. ¿Podía romper el corazón de su hijo, o arriesgarse a que se le rompiera el suyo? Enseguida supo que sólo había una repues¬ta.
    -De acuerdo, que sea el jueves -dijo, resignada a lo inevitable.
    La tensa expresión de Franco se transformó de inmediato en una risueña sonrisa.
    -Bien. Sabía que acabarías entrando en razón -dijo, y a continuación la soltó y fue a pagar los vestidos.
    Si quería gastar su dinero, que lo hiciera, pensó Paloma con amargura mientras salía de la tienda.

    A fin de cuentas, aquello era lo único que tenía para ofrecer a una mujer. Aquello y unas magnífi¬cas relaciones sexuales, susurró una diabólica vo¬cecita en su mente a la vez que una fuerte mano se cerraba en tomo a su brazo.
    -Ya estoy harto -gruñó Franco -. Lo siento si te he disgustado, pero no se te ocurra volver a dejar¬me plantado nunca más.
    -¿Disgustarme? No estoy disgustada. ¿Por qué iba a estarlo? Después de todo, no todos los días consigue una chica un marido rico que la cubre de vestidos de diseño -Paloma no trató de ocultar el sarcasmo de su tono.
    -Pues yo sí estoy disgustado -replicó Franco, en¬fadado-. Si quieres lograr que me sienta culpable, considéralo hecho. ¿Cómo crees que me he senti¬do esta mañana cuando he descubierto que no sólo te dejé embarazada y el conductor de una ambu¬lancia tuvo que ocuparse de ayudarte a dar a luz, sino que además estabas sola porque acababas de perder a tu madre y a tu Abuela? Me siento as¬queado.
    -Ya lo he notado -dijo Paloma con amargura.
    -No contigo. Conmigo mismo -declaró Franco - Mi propia madre se ha avergonzado de mí al ente-rarse de lo joven que eras y lo sola que estabas. Me ha reprendido como no lo hacía desde que era un niño.
    -¿Por qué no te has limitado a contarle la ver¬dad? -replicó Paloma-. ¿Que fue una aventura de una sola noche y que después te dejé?
    -Jamás desacreditaría de ese modo a la madre de mi hijo -dijo Franco entre dientes-. Y, creas lo que creas, para mí nunca fuiste tan sólo la aventu¬ra de una noche. Te pedí que te quedaras conmigo, ¿recuerdas?
    -Eso dijiste anoche -le recordó Paloma sin rodeos.
    Franco hizo un visible esfuerzo por controlar su genio.
    -¿Por qué tienes que cuestionar todo lo que digo? Todo lo que hago está mal desde tu punto de vista. Sólo te he traído aquí para comprarte ropa porque he pensado que disfrutarías de ella y por¬que creo que es lo menos que puedo hacer.
    Paloma lo miró, aún asombrada por el hecho de que hubiera reconocido su sentimiento de culpa. Luego, dejó escapar una risita burlona.
    -Gracias... creo.
    -Debería haberme esforzado más para ponerme en contacto contigo --continuó Franco con amargu¬ra-, pero me mentiste y no me diste la oportuni¬dad. Tú tampoco te esforzaste demasiado en locali¬zarme cuando supiste que estabas embarazada.
    -Lo intenté más de una vez. Cuando estaba embarazada de siete meses, conseguí las señas de tus oficinas en Londres y tomé un tren para ir a verte, pero en la revista que compré para el cami¬no salían las fotos de tu boda con Dianne. Me bajé en la siguiente parada y volví a casa. ¿Te parece que me esforcé lo suficiente o no? -Paloma quería que aquel miserable se sintiera culpable; era lo único que tenía para atacarlo-. ¿O crees que debe¬ría haberte seguido a tu luna de miel?
    Franco permaneció unos segundos mirándola con gesto impenetrable.

    -No, y siento que tuvieras que averiguado de ese modo -dijo finalmente-. Es obvio que resulta inútil que hablemos del pasado. Lo que tenemos que hacer es mirar hacia el futuro.
    Cuando inclinó la cabeza para besarla, Paloma no podía creerlo, pero unos momentos después, cuando Franco se apartó y la dejó respirar de nuevo se sentía demasiado afectada como para que le im¬portara.
    ¿Cómo lo hacía?, se preguntó. Aquel hombre lograba reducirla a un ser tembloroso y carente de voluntad con un solo beso. Miró su atractivo y os¬curo rostro.
    -¿A qué ha venido eso? -preguntó, aturdida.
    -Sólo quería hacerte callar -dijo él con una iró¬nica sonrisa-. Creo que no discutía en la calle des¬de que terminé el colegio, y ya he sentido sufi¬ciente culpabilidad por un día. Estoy declarando una tregua -dijo a la vez que enlazaba el brazo de Paloma con el suyo y empezaba a caminar.
    Cinco minutos después, cuando se detuvo ante una elegante puerta negra con una placa dorada en la que aparecía un nombre escrito, Paloma volvió a protestar.
    -¡Oh, no! ¡No más compras!
    Franco sonrió al ver su tozuda expresión.
    -Una última parada y te prometo que luego ire¬mos a almorzar.
    Al entrar, Paloma comprobó con desazón que se hallaban en una joyería.-Debes llevar un anillo de compromiso -al ver que iba a protestar, Franco apoyó un dedo en sus labios-. No olvides que hemos declarado una tregua.
    Hasta entonces Franco había conseguido todo lo que se había propuesto, pero Paloma tuvo su mo-mento de venganza cuando llegó el momento de elegir el anillo. Ya que se veía obligada a casarse con él, y aún molesta por el comentario que había hecho sobre su falta de gusto para la ropa, eligió el anillo que tenía el diamante más grande de toda la joyería. Y para redondearlo también eligió la alianza más ostentosa.
    Franco la miró con curiosidad.
    -¿Estás segura de que eso es lo que quieres?
    -Desde luego -Paloma ladeó la cabeza para mirarlo y sonrió falsamente-. Has dicho que debo interpretar adecuadamente mi papel de esposa de un hombre tan rico como tú. Además, me encanta lo que he elegido, «querido».
    Esperaba que Franco se enfadara, pero la descon¬certó rompiendo a reír.
    -Tocado, querida -dijo, divertido.
    Y a continuación pagó los anillos.

    Dos días después, Paloma acababa de ponerse un vestido de seda azul sin mangas elegido entre los que Franco se había empeñado en comprarle, cuando éste entró en la habitación.
    La miró de arriba abajo con evidente aprobación y un calor en la mirada que alcanzó a Paloma con la fuerza de un rayo. Había aceptado casarse con aquel hombre y en unos momentos iba a co¬menzar la fiesta en que iba a anunciarse su com¬promiso.
    -¿Ya es la hora? -preguntó, inquieta.

    -Dado que ya tenemos un hijo, algunos opina¬rán que hace tiempo que se pasó la hora -dijo Franco con una sonrisa-. ¿Estás lista?
    Paloma asintió, nerviosa.
    La fiesta había sido idea de Judy, que no se ha¬bía dedicado precisamente a ocultar que tenía un nieto de ocho años. Su alegría era incontenible.
    Pero mientras permanecía junto a Franco reci¬biendoa los invitados, Paloma no pudo dejar de captar la conmoción de algunos invitados cuando Franco la presentaba como su prometida. Ella no pa¬raba de hacer girar el su anillo mientras se arrepen¬tía de haberlo elegido. El tiro le había salido por la culata. La mayoría de las invitadas le pedían que se lo enseñara, pero aunque se mostraban aparente¬mente maravilladas por su esplendor, Paloma per¬cibía que sus comentarios no eran sinceros.
    Se dijo que le daba lo mismo cómo reaccionara la gente, pero le costó contenerse cuando algunos comentaron la suerte que habían tenido su hijo y ella de volver a encontrar a Franco, pues así nunca volverían a necesitar nada. Lo mismo podrían ha¬berla llamado «cazafortunas». Y el gran diamante que llevaba en el dedo no ayudaba precisamente a disipar aquella idea.
    -Tienes unos amigos muy agradables -dijo en tono irónico a la vez que miraba a Franco -. Pero si me disculpas, creo que necesito una bebida.
    Él se encogió de hombros.
    -¿Qué esperabas? Este tipo de situaciones sue¬len dar pie a toda clase de cotilleos, pero no podía manteneros ocultos a Benja y a ti. Ésa es la so¬lución que tú habrías buscado, pero no yo -pasóIun brazo por la cintura de Paloma y la atrajo hacia sí-. No estés tan tensa. Eres una mujer increíble¬mente guapa. Mucho más que cualquiera de las que hay aquí. Así que relájate y disfruta de la fies¬ta -dijo a la vez que la tomaba de la mano y se la llevaba a los labios para besarla-. En cuanto al anillo, el joyero me dijo cuando lo pagué que era un hombre muy afortunado. Tú eres una de las po¬cas cmujeres en el mundo con las manos lo sufi¬cientemente elegantes y los dedos lo suficiente¬mente largos como para llevarlo. Te aseguro que lo único que les sucede a algunas de las invitadas es que están verdes de envidia. Afortunadamente, vamos a casamos muy pronto, y entonces podre¬mos seguir adelante tranquilamente con nuestras vidas... juntos.
    Franco diciéndole piropos y tranquilizándola; aquello sí que era nuevo, pensó Paloma mientras trataba de apartarse de él. .
    -¡ Franco! No me extraña que no quieras soltarla -exclamó de pronto junto a ellos un profunda voz masculina-. Es la perfección personificada. ¿No vas a presentamos?
    Paloma se volvió para mirarlo y pensó de in¬mediato que, aparte de Franco, debía de ser el hom¬bre más atractivo de la fiesta. De la misma altura que Franco, llevaba su pelo negro y rizado recogido en una pequeña coleta. Su traje era de un azul vis¬toso que le sentaba muy bien y tenía los ojos gran¬des, dorados y sonrientes.
    -Leo. Me sorprende que hayas podido venir -dijo Franco con frialdad.
    -Ya me conoces, Franco. Soy incapaz de resistir¬me a una fiesta -Leo sonrió a Paloma-. Me temo que tu prometido no quiere decirme tu nombre. Probablemente le asuste la competencia -añadió a la vez que sonreía traviesamente y se llevaba una mano al pecho-. De todos modos, me declaro tu esclavo de por vida.
    Paloma rió. Aquel hombre era bastante escan¬daloso, pero suponía un auténtico alivio en com¬paración con la rígida formalidad del resto de los invitados.
    -Ya basta, Leo -dijo Franco, serio-. Te presento a mi prometida Paloma... y te advierto que está fuera de tu alcance.
    -¿Por qué, Franco? -dijo Paloma con dulzura, empezando a divertirse-. No me digas que estás celoso; Leo sólo estaba siendo amable.
    -Puede que tengas razón, pero ya es hora de que nos reunamos con los demás invitados -repli¬có Franco que, ignorando al otro hombre, se enca¬minó hacia otro grupo de personas sin soltar a Paloma de la mano.
    -¿Qué tienes en contra de Leo? -preguntó ella.
    -Nada. Es un buen amigo al que conozco hace años. Pero también es un conocido mujeriego. Por algún motivo las mujeres lo adoran, y no quiero correr ningún riesgo.
    Paloma lo miró, sorprendida, y se quedó asom¬brada al comprobar que hablaba en serio.
    Un rato después, se anunció el comienzo del bufé y Judy se reunió con ellos mientras iban al salón. Anna y su marido llegaron pocos minutos después y durate la siguiente hora comieron y bebieron juntos.
    Paloma ya había visto a Anna y a sus dos hijas el día anterior, cuando llegó con su marido. Benja tuvo un éxito inmediato con las niñas, pero Anna no había ocultado su conmoción. Había pasado la mañana dedicando miradas de reprobación a su her¬mano y luego se llevó a Paloma de paseo para dis¬culparse por lo sucedido en Inglaterra la última vez que se habían visto. También dijo en varias ocasio¬nes que estaba segura de que Franco debía de haberse enamorado de ella desde el principio.
    Después del bufé, Franco sugirió a Paloma que salieran a dar una vuelta.
    -Tal vez te vendría bien salir a respirar un poco de aire fresco.
    Paloma lo miró casi con alivio. Dentro hacía calor y el ruido de los invitados le estaba dando dolor de cabeza... por no mencionar sus miradas de censura.
    -Me has leído la mente -dijo con desacostum¬brada ligereza, y tomó la mano que le ofrecía.
    En cuanto salieron a la terraza, aspiró el aire casi con fruición.
    -¿Mejor? -preguntó Franco a su lado.
    -Sí -murmuró Paloma. Aún seguían tomados de la mano.
    -Bien - Franco la miró con expresión seria-. No quiero que te preocupes por los invitados; puedes estar segura de que tardarán muy poco en aceptar tu presencia en mi vida. Y los que no lo hagan ten-drán que vérselas conmigo. Te lo aseguro.
    Paloma sonrió. Incluso cuando trataba de po¬nerse serio afloraba su arrogancia, pensó, divertida.
    -De secuestrador a caballero blanco en cuatro días --dijo con una sonrisa-. Un cambio asombro¬so, incluso para ti, pero, sorprendentemente, te creo. Ninguno de los presentes se atrevería a dis¬cutir contigo.
    Franco le pasó una mano por la cintura y la atra¬jo hacia sí.
    -Así que te divierto, ¿no? --dijo a la vez que in¬clinaba la cabeza, hacia ella -. Te atreves a reírte de mí cuando todo lo que pretendo...
    -Sé muy bien lo que pretendes -respondió Paloma, y su cuerpo entero tembló de anticipación.
    Franco iba a besarla...
    -¡Paloma Blain! -exclamó en aquel momento junto a ellos un hombre con marcado acento britá¬nico, interrumpiendo la tensión sensual que palpi¬taba en el ambiente-. Llevaba toda la tarde pre¬guntándome dónde la había visto antes, y de pronto lo he recordado.
    Franco alzó la cabeza y miró al hombre rubio que acababa de hablar.
    -Me alegro de verte, Charles. Espero, que estés disfrutando de la fiesta.
    -Ahora sí --dijo Charles sin apartar la mirada de Paloma-. ¿Es usted, verdad? Su foto apareció en un periódico inglés la pasada semana, cuando reveló que el escritor J.P.Paxton era usted. A pe¬sar de haber leído todos sus libros, nunca lo habría adivinado. Opino que es una escritora brillante.
    Tras darle las gracias, Paloma descubrió que aquel hombre era el primer secretario del embaja¬dor británico en Atenas.
    -Veo que has hecho otra conquista --dijo Franco mientras Charles se alejaba después de conseguir que Paloma prometiera darle un ejemplar firmado de su último libro-. Pero me temo que dentro de unos momentos todo el mundo va a saber quién eres. ¿Quieres que volvamos dentro para enfren¬tamos con tu público?
    -Dudo que tus amigos se cuenten entre mi pú¬blico. Hace sólo un mes que se publicó mi primer libro en griego, así que nadie me conocerá. .
    -Te aseguro que lo harán en cuanto Charles les ponga al tanto. Si hay algo que atraiga a los, grie¬gos más que el dinero son las artes, especialmente la literatura.
    -Eres griego y no puedo discutir eso, pero, si no te importa, preferiría no volver dentro –dijo Paloma-. Ya he visto suficiente gente por una tar¬de.
    Franco la tomó por un brazo.
    -En ese caso ven conmigo --dijo, y se inclinó para besarla con fmne delicadeza en los labios.
    Hacía dos días que no la tocaba y Paloma creía que se debía a que había perdido el interés tras conseguir que aceptara casarse con él. Pero des¬pués de los últimos minutos había empezado a preguntarse si estaría equivocada y bajó con él las escaleras del jardín sin protestar.
    Cinco minutos después, se hallaban en un pe¬queño patio circular rodeado de plantas y flores con una pequeña y preciosa fuente en medio.
    -Es como un jardín secreto --dijo Paloma mien¬tras miraba a su alrededor, encantada-. Mágico y precioso. .
    -Como tú -murmuró Franco junto a ella. Aquel cumplido dejó a Paloma sin aliento.

    Cuando lo miró, pensó por enésima vez que era el hombre más atractivo que había visto en su vida.
    Sintió que sus pechos se endurecían e inflamaban y tuvo que humedecerse los labios con la lengua al sentirlosrepentinamente secos. Necesitaba a aquel hombre como necesifuba el aire y el sol y, al com-prenderlo,- sus ojos azules parecieron agrandarse a causa de la conmoción. .
    -¿Qué sucede, Paloma? -preguntó Franco, con la mirada fija en su rostro. El aire entre ellos estaba cargado de tensión sexual
    Ella bajó la mirada y negó con la cabeza. Ape¬nas lograba reconocer al ser puramente sensual en que se convertía cuando estaba a solas con aquel hombre, y no estaba segura de que le gustara.
    -Nada -murmuró, insegura.
    Pero no hubo ninguna inseguridad en los bra¬zos que la rodearon ni en el modo en que la besó Franco. Ella lo rodeó con los suyos por el cuello y sintió que sus piernas se volvían de goma cuando sus lenguas se encontraron. Con un ronco gruñido, y mientras dejaba un rastro de besos en su cuello y garganta, Franco le bajó la parte delantera del vestido para buscar sus pechos. Cuando tomó en su boca uno de los pezo-nes, Paloma arqueó su espalda hacia él, increíble¬mente excitada.
    Acarició el pelo de Franco con una mano mien¬tras bajaba la otra hacia los botones de su camisa.
    Le desabrochó los dos primeros e introdujo una mano debajo, ansiosa por sentir la fuerza y calidez de su pecho. Los fuertes latidos de su corazón le revelaron que Franco se sentía tan impotente como ella para controlar la pasión que los mantenía uni¬dos. Pero comprobó que estaba equivocada cuan¬do Franco alzó la cabeza.
    -Tienes unos pechos asombrosamente sensi¬bles -dijo a la vez que volvía a cubrírselos con el vestido-, pero éste no es el lugar -añadió a la vez que retiraba la mano de Willow de su pecho y se abrochaba los botones.
    Ella lo miró, conmocionada, y de pronto sintió una intensa vergüenza. Franco la había engatusado a propósito.
    Como si hubiera leído su mente, Franco negó fir¬memente con la cabeza a la vez que volvía a rodear¬la con sus brazos.
    -No, no, Paloms. Lo único que pretendía decir es que cualquiera podría encontramos aquí -Paloma empezó a relajarse al sentir las fuertes manos de Franco acariciándole la espalda-. Te aseguro que esto es tan duro para mí como para ti -la apartó de sí con delicadeza y apoyó las manos en sus hom¬bros-. O más aún -añadió con una sonrisa-. Pero vamos a casamos el jueves y, aunque tenga que pasar los tres próximos días tomando duchas de agua fría, estoy decidido a hacerlo bien en esta ocasión y vamos a esperar hasta nuestra noche de bodas.

    Capítulo 10
    SE casaron tres días después en el jardín de la casa de Judy. Para sorpresa de Paloma, Tess, su marido Bob y Tommy, el mejor amigo de Benja en el colegio, asistieron a la boda, corte¬sía del jet privado de Franco.
    Con un vestido de raso de color crema que moldeaba su figura a la perfección y con el pelo sujeto por dos prendedores de diamantes que le había regalado Franco para la ocasión, Willow posó estoicamente para el fotógrafo junto a su nuevo marido.
    -Una más con toda la familia -dijo el fotógra¬fo-. Con las que he sacado bastará para enseñárse¬las a los nietos.
    Al oír aquello, Paloma se preguntó con ansie¬dad qué sucedería si volvía a quedarse embaraza¬da. Con ayuda de Anna había ido a visitar a un médico que había confirmado con una simple prueba que no estaba embarazada, y había empe¬zado a tomar la píldora. El primer mes no estaba garantizado, pero esperaba que no sucediera nada.
    Por mucho que le apeteciera la idea de tener otro hijo, no se atrevía a correr el riesgo. No dejaba de recordarse que aquel matrimonio era sólo para ocho años, no para toda la vida. No veía motivo para advertir a Franco sobre sus precaucio¬nes. Aunque éste se había apoderado de su vida casi por completo, estaba decidida a conservar el control sobre los aspectos más personales de su vida.
    Más tarde, después de innumerables brindis, y cuando la música interpretada por un cuarteto em¬pezó a sonar en la terraza, Franco la condujo hasta ésta con gran ceremonia para inaugurar el baile.
    -¿Te he dicho ya que estás absolutamente ma¬ravillosa, señora Kadros? -preguntó Franco cuando la tuvo entre sus brazos y Paloma casi lo creyó.
    Bien debido al champán, o a que había decidi¬do finalmente adaptarse a las circunstancias, Paloma descubrió que ya le daba todo igual.
    -Tú tampoco estás nada mal... para ser tan ma¬yor -bromeó.
    -Te recordaré eso esta noche -susurró Franco junto a su oído-. Entonces veremos quién tiene más resistencia.
    La seductora calidez de su aliento en la oreja hizo que el deseo atravesara a Paloma como un cuchillo. Bajó la mirada, temiendo que Franco pudiera ver en ella la necesidad que tanto le costaba ocultar.
    Lo había observado durante aquellos días y no podía dudar de que su amor por Benja fuera abso¬luto. En cuanto a ella, simplemente formaba parte del paquete. Imaginar otra cosa podría resultar fa¬tal. Ya había confundido en otra ocasión el sexo con Franco con el amor y no podía permitirse volver a cometer aquel error. Pero mucho se temía que ya era demasíado tarde... ¿Estaría ya medío enamora¬da de él? no lo sabía, y agradecíó que Tess apare¬cíera en aquel momento junto a ellos y sugíriera que ya había llegado la hora de que se cambíara de vestído.
    -Ní hablar díjo Franco, sonriente-. Nadíe va a quítarme el placer deretírar ese espectacular vestí¬do del cuerpo de mí esposa. Me ha estado volvíen¬do loco todo el día. Píenso llevármela de aquí en helícóptero tal y como está dentro de díez mínu¬tos.
    Tess rió.
    -¡Vaya hombre! De no ser por Bob, yo misma me habría quedado contígo.
    -¡Tess! -protestó Paloma, escandalízada. ¿Qué le pasaba a su amíga que cada vez que veía a Franco empezaba a flírtear descaradamente?
    -Tranquíla cariño. Hace años que te conozco y apenas has rnírado a otro hombre en todo ese tíem¬po... y ahora entíendo por qué. Tuvíste suerte. Em¬pezaste con el mejor. La primera vez que ví a Franco supe que era el padre de Benja y el úníco hombre que podía haber para tí. Por cíerto, le he dícho a tu amígo Dave que íbas a casarte, así que no tíenes por qué preocuparte por eso. Y ahora, marchaos a dísfrutar de vuestra luna de míel. Benja estará perfectamente aquí conmígo y con Bob, y además podrá jugar con su amígo Tommy.
    Paloma lo había olvídado todo respecto a Dave. Habían salído, Con más o menos asíduídad durante un año, pero ella nunca había sentí do más que amístad por él.
    -Olvída a Dave -díjo Franco -. El helícóptero está esperando.
    Sítuado en un espectacular cabo, el hotel era una maravílla. La suíte en la que estaban era mag¬nífíca, pero Paloma estaba nervíosa y decídíó salír a la terraza a respírar un poco de aíre fresco y con¬templar el cíelo nocturno.
    Un momento después, Franco aparecíó a su lado. Paloma permaneció muy quíeta. Una semana atrás, era una mujer índependíente, aclamada por la prensa por su habílídad como escrítora; ahora estaba casada con un hombre que le ofrecía rique¬za y una pasíón prímaria y elemental durante un periodo determínado de tíempo. ¿Cómo había po¬dído cambíar su mundo tan drástícamente?
    Franco pasó una mano por su cíntura y le hízo volverse para besarla. El beso empezó con una sencílla y delícada carícía de sus labíos... pero sólo acabó cuando Paloma práctícamente se des¬madejó entre sus brazos.
    -Creo que ha llegado la hora de buscar el dor¬mítorio -murmuró él y, sín darle tíempo a reaccio¬nar, la tomó en brazos.
    Paloma enterró el rostro en su cuello míentras la llevaba al dormítorio. Una vez en éste, la dejó en el suelo, le bajó la cremallera del vestído y dejó que éste se deslízara por su tembloroso cuerpo.
    -Llevo todo el día deseando hacer esto. El ves¬tído es exquísíto, pero tú... tú eres la perfeccíón -añadíó Franco con voz ronca tras contemplar sus pechos altos y fírmes, su estrecha cíntura y las dí¬minutas braguitas negras de encaje, única prenda que la cubría.
    El corazón de Paloma latió con más fuerza al alzar la mirada y ver el turbulento deseo que palpitaba en sus ojos. Entonces, Franco volvió a incli¬nar su oscura cabeza y comenzó a besarla en el cuello mientras se quitaba la ropa. Finalmente desnudo, alzó la cabeza.
    -Creía que había imaginado lo suave y pálida que era tu piel, pero estaba equivocado -murmuró-.Pálida y traslúcida como una perla perfecta -alzó las manos para acariciarle los pechos y lue¬go deslizó una hasta las braguitas para quitárselas.
    .Incapaz de controlarse, Paloma gimió de antici¬pación a la vez que lo rodeaba con los brazos por el cuello. ¿De verdad importaba que se rindiera sin luchar? ¿Importaba que aquello fuera sólo deseo, o química, o incluso amor? Franco era su mari¬do y lo deseaba... y eso era lo único que le impor¬taba en aquellos momentos.
    Echó la cabeza atrás a la vez que él deslizaba una mano entre sus piernas y encontraba el ya ex¬citado centro de su placer.
    Franco contempló cómo parecían agrandarse sus preciosos ojos azules mientras la acariciaba, y unos segundos después, sintió los estremecimien¬tos que recorrieron su cuerpo.
    Con el corazón latiendo aceleradamente en su pecho, la tomó en brazos y la tumbó en la cama. Paloma pareció enloquecer bajo sus caricias. Era obvio que lo deseaba dentro de ella, precisa¬mente donde él quería estar, pero logró controlarse mientras introducía lentamente un dedo entre los pliegues de su sexo. Una sonrisa de triunfo curvó sus labios al ver cómo se cubría de rubor el pálido y exquisito cuerpo de Paloma mientras la mirada de sus ojos azules se extraviaba a causa de la pa¬sión.
    Finalmente era suya. Finalmente la tenía rendi¬da. Era su esposa. .
    -Mi Paloma... toda mía... -murmuró mientras se situaba entre sus piernas y la tomaba por las ca¬deras.
    -¡ Franco! -gimió ella, delirante de excitación cuando la penetró. Al notar que se quedaba quieto, deslizó las manos por su fuerte pecho hasta apo¬yarlas en sus nalgas para atraerlo hacia sí-. Por fa¬vor...
    -Todavía no -dijo él sin apartar la mirada de ella.
    Despacio, hábilmente, llevó a Paloma hasta el límite. Poniendo a prueba su capacidad de control, la mantuvo allí mientras acallaba sus gemidos a besos. Introdujo en su boca la lengua y simuló con ésta los movimientos que ella ansiaba que hiciera entre sus piernas con otra parte de su cuerpo. A base de un increíble esfuerzo de voluntad logró contenerse y dedicó unos momentos a saborear y mordisquear las cimas de sus pechos antes de vol¬ver a moverse. Al sentir que los músculos del sexo de Paloma se tensaban en torno a él, volvió a reti¬rarse, reteniéndola de nuevo cuando estaba a pun¬to de alcanzar la cima.
    -Por favor... por favor, Franco... ¡no pares! -rogó ella a la vez que le clavaba las uñas en las nalgas y lo buscaba ciegamente con su boca, sin aliento, enloquecida de deseo-. Ahora... por favor,.. no puedo más...
    Sus ruegos lograron que Franco perdiera el con¬trol. Sus penetraciones se volvieron más profun¬das y rápidas. Al instante, Paloma se adaptó a sus movimientos y alcanzaron juntos un prolongado clímax mientras él derramaba poderosamente su semilla en ella.
    Más tarde, cuando los latidos de sus corazones se apaciguaron, Franco se irguió y apartó un me¬chón de pelo del rostro de Paloma para mirarla. Sus magníficos ojos, saciados y adormecidos, le dedicaron una perezosa sonrisa.
    -Guau -dijo soñadoramente.
    -¿Guau? ¿Eso es lo mejor que se te ocurre como escritora? -bromeó él a la vez que deslizaba un dedo por sus labios, ligeramente inflamados a causa de los besos.
    -¿Qué esperas después de haber alejado todo pensamiento racional de mi mente?
    -En ese caso, tendré que asegurarme de que no pienses. Así nuestro matrimonio irá bien.
    Paloma giró para apoyar un brazo en el pecho de Franco.
    -¿De verdad piensas que una esposa sin cerebro garantiza un buen matrimonio? ¿Por eso te divorciaste de Dianne? -en cuanto formuló aquella pregunta supo que no debería haberlo hecho-. Lo siento. No debería haber preguntado eso.
    -No. No deberías haberlo hecho -dijo Franco, repentinamente serio-. Pero ya que lo has hecho, tal vez será mejor que sepas la verdad. Me divorcié de Dianne porque la encontré en la cama con otro hombre.
    Paloma esperaba todo menos aquello.
    -¿Bromeas? Eres un hombre muy atractivo y rico, y has debido de tener docenas de mujeres a lo largo de los años. Y dado que engañaste a Dianne conmigo cuando ya estabas comprometido con ella y luego te casaste de todos modos, hay muchas más probabilidades de que fueras tú quien la engañara.
    -Gracias por la opinión que tienes sobre mí -dijo Franco en tono sarcástico-, pero no podrías estar más equivocada. No estaba comprometido con Dianne la noche que me acosté contigo. Había roto con ella el día anterior. ¿Lo captas?
    Paloma no ocultó su asombro. ¿Habría estado equivocada todos aquellos años?
    -y antes de que digas nada, sí, pasé la noche anterior en casa de Dianne... pero en la habitación de los invitados. Trató de manipularme utilizando el sexo para que me comprometiera con ella, y yo no permito que ninguna mujer haga eso. Le dije que todo había acabado y me marché. Sus frenéti¬cas llamadas de la mañana siguiente, una de las cuales respondiste tú, eran para tratar de recupe¬rarme. No sé qué le dijiste, pero se quedó con la idea de que tenía un rival.
    -Yo no hice nada para que pensara eso -protes¬tó Paloma-. Simplemente le dije que aún estabas en la cama, dormido.
    Franco la miró con expresión incrédula.
    -No hay duda de que eras realmente inocente.
    Decirle eso fue prácticamente lo mismo que decir¬le que habías compartido mi cama.
    -Oh - Paloma se llevó una mano a los labios, sintiéndose tonta-. Pero te casaste con ella de to¬dos modos -añadió.
    -Sí, ¿y sabes por qué? Por ti -dijo Franco, casi con resentimiento-. ¿Se te ha ocurrido pensar al¬guna vez en cómo me sentí después de que te en¬tregaras a mí para luego salir corriendo. Y luego tuve que averiguar a través de mi hermana que acababas de cumplir dieciocho. -Es cierto que me pregunté por qué me seguiste al aeropuerto -murmuró Paloma.
    -Te seguí porque me mortificaba lo que había hecho y quería enmendarlo de algún modo. Quería volver a verte, pero no lo conseguí. En lugar de ello, pasé los siguientes tres meses bebiendo de¬masiado, consumido por la rabia y el autodespre¬cio.
    -Tenías razón, Franco. En el aeropuerto te dije lo que te dije porque pensaba que eras un hombre in¬fiel, un playboy que tenía mujeres por todos lados, además de una sufrida prometida.
    -Menuda impresión te causé -dijo él, burlón-Aunque ahora da igual. Cuando te fuiste, mi ego sufrió un duro revés, pero Dianne se ocupó de res¬taurarlo y me casé con ella.
    -Lo siento - Paloma acarició casi con cautela un brazo de Franco -. No tenía idea.
    -Olvídalo. Y no malgastes tu compasión en mí -dijo él, y tomó en una mano uno de los pechos de Paloma a la vez que su mirada se oscurecía-. Y ahora, basta; de hablar -dijo con voz repentina¬mente ronca-. Quiero volver a tenerte.
    Paloma descubrió en un instante que estaba totalmente dispuesta a complacerlo, y no puso nin¬guna objeción a que Franco empleara su magia en cada centímetro de su piel. Y le devolvió el favor jugueteando, saboreándolo, estremeciéndose sobre él, hasta que alcanzaron de nuevo juntos el clímax y todo lo que pudo hacer fue gemir y aferrarse a él, pérdida en las sensaciones de un éxtasis del que nunca había creído capaz a su cuerpo.
    Oyó vagamente que Franco murmuraba algo en griego y luego se quedó profundamente dormida.
    -Tengo que disimular esta marca -dijo Paloma mientras entraba en el cuarto de estar de la suite-. Puede que baste con un pañuelo al cuello.
    -Si de verdad quieres bajar al comedor a almorzar, un pañuelo no te servirá de mucho -dijo Franco, divertido-. Los empleados del hotel saben muy bien que llevamos tres días sin salir de la ha¬bitación, y no hace falta ser un genio para deducir qué hemos estado haciendo...
    -Eso ya lo sé -dijo Paloma, ruborizada-, pero nos vamos esta tarde y aún ni siquiera he visto el lugar.
    Franco rió.
    -No te preocupes, cariño. Soy dueño del hotel y puedo describírtelo.
    Finalmente, Paloma no tuvo tiempo de visitar el hotel, pero mientras se iban supo que nunca ol¬vidaría aquel lugar.
    Habían sido tres días de magia pura, durante los que había visto una faceta completamente dis¬tinta de la personalidad de Franco; el increíble amante, el divertido y atento compañero que no había parado de mimarla... Habían reído, hablado de libros, de música, de Benja...
    Alzó la mirada hacia él. Era posible que su ma¬trimonio no fuera perfecto, pero aquellos tres días se habían acercado mucho a la perfección.
    Al sentir que lo observaba, Franco miró a Paloma.
    -Pareces muy satisfecha contigo misma -dijo, sonriente, y ella le sonrió.
    Sí. Había tomado la decisión correcta casándo¬se con ella, pensó. Nunca había disfrutado de un sexo tan increíble en su vida. Paloma era todo lo que una mujer debía ser.
    Pasó un brazo por sus hombros mientras se encaminaban hacia el helicóptero. Paloma le había dado un hijo maravilloso y esperaba que pronto llegaran otros. El futuro parecía de color rosa... excepto por un pequeño detalle del que aún debía ocuparse.


    ¬
     
    Top
    .
  14.     +1   -1
     
    .
    Avatar

    La Abuel@ te presta la escoba

    Group
    Abuela Escritora
    Posts
    1,231
    Escobas
    +38
    Location
    Argentina

    Status
    Anonymous
    muy bueno siguela pronto porfis
     
    Top
    .
  15.     +1   -1
     
    .
    Avatar

    Horneas galletas con la Abuel@

    Group
    Abuela Lectora
    Posts
    656
    Escobas
    +39
    Location
    Madrid, España

    Status
    :O me encanta!!!! parece que ya han aclarado algunas cosas del pasado, ahora sólo falta saber como irá todo cuando vuelvan a la rutina... sigue pronto bss!!!
    Web
     
    Top
    .
32 replies since 18/8/2013, 07:30   1431 views
  Share  
.