Hermanos Navarro: Un cuento de amor

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  1. yisette
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    me encanto, de seguro tenia sue~o porque en algunos pedazo salia erin y en otro paloma jjj me lo lei todo...
     
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  2. Carcis~RW
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    Hola! Aca les dejo otro capitulo de esta historia....

    PD: yisette...si, no daba mas de sueño...lo hice prácticamente con los ojos cerrados , no daba mas d e sueño, jaja!
    Que bueno que volviste...por aca es igual con los servicios.
    Ahora espero el final de pasion peligrosa que lo prometiste. Besos


    Capitulo 8

    Paloma le creyó. Aquella mirada de determinación en sus ojos, la dura expresión de su rostro le hizo pensar: «¡Pobre de la mujer que intente separar a Cruz Navarro de sus hijos!». El guerrero vikingo presentaría batalla para vengarse.
    Pero, ¿se debería aquella reacción a un deseo de posesión o realmente sería un padre amante de sus hijos?
    —No todos los padres quieren responsabilizarse de educar a sus hijos —dijo Paloma—. Algunos prefieren que lo haga la madre.
    —¿Su experiencia personal fue así, Paloma? —preguntó con un ligero tono de burla.
    —Sí —confesó ella—, mi padre es catedrático de Lengua Inglesa y habita en el misterioso mundo de la Literatura. Da por hecho que una mujer debe satisfacer sus necesidades. En cuanto a lo que pueda necesitar un niño… —sacudió la cabeza sonriendo irónicamente—. Sólo hacía lo que a él le venía bien y eso era simplemente regalarme libros. No es que no me gustaran, pero siempre supe que nuestra relación se limitaba a lo que él disfrutaba haciendo. Yo no existía fuera de aquella afición que compartíamos. De hecho, aprenderlo me costó mucho sufrimiento… después de que mis padres se separaran… ya no tenía sentido pedirle más.
    Cruz hizo una mueca:
    —Un hombre egoísta. Lo siento, Paloma. No todos los hombres somos así.
    —No. Y no todas las mujeres son como la señora Ezcurra.
    —¿Cómo era la relación con su madre?
    Paloma dudó si contestar. Su comentario sobre la madre de Tomas había tenido como objetivo que Cruz reflexionara sobre su actitud de cinismo hacia las mujeres. Aquel intento por saber detalles tan personales sobre la relación con su madre la hicieron sentir vulnerable. Había contado a Cruz más cosas sobre su infancia de lo que nunca le había dicho a nadie. De alguna manera, el problema de la familia Ezcurra la había llevado hasta allí… ¿o acaso lo habían hecho esos ojos azules que la miraban fijamente?
    ¿Importaba mucho si le contaba cómo había sido la relación con su madre? Simplemente, estaban hablando sobre las consecuencias del divorcio. Probablemente, nada de lo que hablaran trascendería. Además, contestar a sus preguntas le daba cierto derecho a exigir que él respondiera las suyas.
    —No puedo decir que mi madre no me quisiera, pero siempre echó a mi padre en cara que no se comportara como tal, por lo que siempre le serví de arma arrojadiza contra él. Viéndolo con objetividad, creo que odiaba haber sido desplazada por otra mujer y me usaba para molestarle todo lo que podía.
    —Así que su padre la abandonó.
    Paloma suspiró, recordando los gritos y las peleas que habían precedido a la separación, encerrada en su habitación, intentando no oír los chillidos, deseando fervientemente que terminaran:
    —Mi madre descubrió que tenía una amante y le hizo la vida imposible —dijo de mala gana.
    —Parece como si le importara más hacerle pagar por su infidelidad que usted, ¿no? —preguntó Cruz.
    Paloma se encogió de hombros, huyendo instintivamente de los recuerdos de aquella etapa de su vida, en la que tuvo que aprender a arreglárselas sola, sin pedir nada a sus padres para evitar sufrir más rechazos por parte de su padre o sermones de su madre sobre lo difícil que era criar a un hijo sola.
    —Supongo que aprendí a desvincularme de ellos. Pienso que muchos niños se convierten en víctimas del fuego cruzado emocional que siempre desencadena un divorcio —suspiró de nuevo y sonrió a Cruz por el interés que mostraba—. Espero que Tomas no pase por todo eso. Y espero que su madre llegue a entender que Tomas Ezcurra necesita que lo dos le quieran.
    —Yo también lo espero.
    —¿Y qué me dice de usted, Cruz?
    La pregunta lo tomó por sorpresa. Paloma advirtió que aún daba vueltas a todo lo que le había contado sobre su experiencia personal, quizá planteándose si su acción de buen samaritano conseguiría mejorar las cosas para Tomas. La miró desconcertado y preguntó:
    —¿De mí?
    —¿Cómo se siente uno al nacer y crecer como un príncipe?
    Había planteado la pregunta con ligereza, pero el rostro de Cruz se endureció como si hubiera tocado una fibra sensible:
    —¿Cree que es fácil criarse así? ¿No se ha parado a pensar que la frivolidad de la gente puede llegar a cansar? —alzó una ceja desafiante—. Se sorprendería si supiera lo solo que se puede sentir alguien así, Paloma.
    Ella le miró, preguntándose si su confianza en la amistad se había ido al traste por su riqueza. Si aquello era verdad, era muy triste. Se dio cuenta de lo bien que se habría sentido al ayudar a Juan Ezcurra porque no se lo había pedido.
    Entonces les llevaron la comida. Cuando se hubo marchado la camarera, Erin se inclinó y le dijo:
    —Pagaremos la cena a medias; no he venido para que me invite.
    Había acudido para algo totalmente distinto: para tener una aventura con él.
    —Yo le pedí que viniera, Paloma —puntualizó él, divertido por aquella declaración de principios.
    —Yo elegí el sitio —le recordó ella—. Empecemos a cenar.
    La comida era excelente; verduras frescas, suculentas gambas, sabores potenciados por el jamón y el chili picante.
    —¿Le gusta? —se interesó Paloma, esperando que su elección fuera acertada.
    —Mmm… muy sabroso.
    Las miradas de ambos se encontraron por un instante, con un estallido de chispas que hacían pensar que aquel comentario estaba dirigido a ella, no a la comida. Paloma continuó comiendo, pero la emoción que sentía por todo su cuerpo convirtió aquella acción en algo mecánico.
    —¿Está segura de que no le apetece una copa de vino? —preguntó Cruz, alzando la botella de la hielera.
    Paloma negó con la cabeza, sintiéndose embriagada sólo por el hecho de estar a su lado. Cuando volvió a dejar la botella en su sitio, dijo:
    —Pero, por favor, no deje de disfrutar usted de él.
    —No quiero beber mucho. Tengo que conducir.
    «Lejos de aquel lugar donde estaban juntos»:
    Aquel pensamiento devolvió a Paloma un atisbo de cordura. Una vez más se reprendió a sí misma por pensar que él deseaba algo más. ¿Acaso no había rechazado de plano sus intentos por descubrir aspectos de su vida? Ahora, él estaba seguro de haber hecho lo correcto con Juan y Tomas Ezcurra. Cuando terminara la cena y la camarera se llevara los platos, no tendría más razones para prolongar aquel encuentro.
    A no ser que…
    Paloma no pudo reprimir sus deseos.
    —¿Va muy lejos de aquí? —preguntó, intentando aceptar lo inevitable.
    —No, voy a Bondi Beach, no muy lejos de donde estamos.
    —¿Vive allí?
    —Tengo un apartamento —su boca se curvó en una sonrisa—. Vivo en muchos sitios, Paloma.
    —Yo también.
    Él la miró sorprendido.
    Paloma no deseaba seguir hablando de sí misma, no quería que él continuara allí por educación, escuchando detalles sobre su vida. Además, la gente que tenía familia la consideraba rara. Antes de que aquel hombre pensara lo mismo, añadió sonriendo:
    —Puedo ir a cualquier sitio con mi imaginación.
    —Debe usted de ser muy creativa para contar las historias tan bien como lo hace. ¿Se imagina viniéndose conmigo esta noche?
    Aquella pregunta fue pronunciada tan suavemente, que Paloma no estaba segura de haberla oído bien:
    —¿Perdón? —dijo atropelladamente, con el corazón latiendo a toda velocidad.
    Él se inclinó, ejerciendo todo el poder de su magnetismo físico mientras le asía las manos a través de la mesa. Sus ojos parecieron hipnotizarla cuando dijo:
    —No ha quedado con nadie en particular en esa fiesta.
    —No —no había ninguna fiesta.
    —Venga conmigo entonces —su blanca sonrisa era cautivadora—. Piénselo. Sólo el príncipe puede llevar a Cenicienta al castillo. No podemos dejar que la historia termine aquí, Paloma.
    Paloma tenía la boca totalmente seca. Tragó saliva con dificultad y su mente se debatió ante aquella proposición que había dejado de esperar. Cruz Navarro se sentía atraído por ella. Quería que se fuera con él, que estuviera con él.
    —No. No es buena idea dejar que termine aquí —respondió, desechando cualquier tipo de cautela.
    Él se echó a reír, encantado al escuchar su respuesta:
    —¡Vamos! Mi caballo espera fuera —dijo levantándose y ofreciéndole su mano.
    —¿Es un corcel blanco? —preguntó atolondradamente, dándole la mano y levantándose de la silla, feliz.
    —Azul —replicó burlonamente—. Pero es el más potente del reino.
    Ella rió, sintiendo sus dedos entre los de él, estableciendo un vínculo que no estaba dispuesta a dejar escapar. Cuando se detuvieron a pagar la cena, sus manos se separaron un momento, pero Cruz volvió a asirla inmediatamente para salir del restaurante.
    Aquel viernes por la noche, Oxford Street bullía de gente que intentaba divertirse después de toda una semana de trabajo. A pesar de la multitud que bullía a su alrededor, avanzaron en un espacio sólo para los dos, como si aquel hombre que tenía al lado obligara a los demás a mantenerse apartados. Se hallaban en medio de un círculo mágico, imaginó Paloma, sin pensar hacia dónde se dirigían, disfrutando de aquella sensación de incertidumbre sobre lo que sucedería después.
    Giraron en una esquina:
    —El siguiente establo a la derecha —informó Cruz, bromeando aún con la historia que habían inventado.
    Paloma sintió ganas de bailar. Se sentía como Cenicienta, dirigiéndose al baile de palacio:
    —Me pregunto si podremos detener el reloj para que no dé las doce —dijo ella caprichosamente.
    —¿Desaparecerás a medianoche?
    —Así es como acaba este día, ¿no? —le recordó, esperando secretamente que la aventura que habían comenzado ejerciera el mismo hechizo sobre ambos.
    —Llevo un zapatito de cristal en el bolsillo —dijo pícaramente.
    —¿De veras?
    —Sé dónde trabajas, así que te encontraré.
    Paloma no trabajaba en la guardería, pero Cruz podría dar con ella a través de su tía si tenía realmente interés. Sentía una gran felicidad cuando entraron en el aparcamiento. No tenía ningún temor por irse con él. Le parecía que su hada madrina había agitado su varita mágica para propiciar el encuentro ya que, por muy improbable que fuera, estaban predestinados.
    Ese mágico pensamiento se evaporó repentinamente cuando Cruz la condujo a un deportivo BMW Z4 azul descapotable. Era demasiada coincidencia que viera dos coches como aquél el mismo día. Su corazón tembló cuando se dio cuenta de la conexión. Se volvió hacia Cruz, buscando una explicación en sus ojos.
    —Estabas parado en el paso de peatones cerca de la guardería.
    —Sí —contestó él sin dudarlo.
    —Y después, apareciste en el parque.
    —No, tu sonrisa me llevó allí.
    —Mi sonrisa…
     
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    Genial parece q ambos estan ansiosos por conocerse a fondo jijj me imagino q lo q no le cuenta es q es escritora de exito y el cree q lo quiere utilizar
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  4. yisette
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    me reencanto cruz esta loquito por Paloma y ella tambien...
     
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  5. Bubble ball
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    Buena química entre los dos, ojala que sepan disfrutarla....
     
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  6. Carcis~RW
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    Capitulo 9

    Dentro de su cabeza se encendieron luces de alarma. Era una locura. Un hombre tan rico como Cruz Navarro se detiene para conocer a una mujer de la que piensa que es profesora de preescolar… Era todo tan extraño…
    De pronto, él, sonriendo, tocó su mejilla con una mano tan cálida que Paloma cedió automáticamente. Sus dedos le acariciaron la cara, apaciguando aquel torbellino de palabras que había desencadenado su confesión. Paloma sentía un nudo en la garganta, se había quedado sin habla, mirando el inconfundible destello de deseo en los ojos de él, deseo por ella, era indudable.
    Él se inclinaba lentamente, cada vez más cerca… Iba a besarla.
    Justo un instante antes de que sus labios tocaran los de Paloma, una idea cruzó la mente de ella: «¿Qué clase de hombre haría todo lo que Cruz Navarro ha hecho para estar conmigo… simplemente por haberme visto en la calle?».
    El corazón de Paloma latía desbocado. Cuando sus labios se rozaron, sintió como una descarga eléctrica; en ese momento, dejó de pensar en todo lo demás. Él atrapó su lengua entre sus labios, creando una íntima conexión.
    Dejó que le acariciara los hombros, sintiendo los dedos juguetear con su pelo, mientras que le rodeaba la cintura con el otro brazo. Entonces, la atrajo contra su cuerpo y Paloma se sintió mujer entre sus brazos. Sus senos se apretaron en éxtasis contra la cálida y poderosa pared de su pecho, y una corriente de excitación la recorrió al sentir que él ardía en deseos; sintió sus muslos temblorosos al contacto con los suyos y su cuerpo experimentó una oleada de pasión a medida que el beso se alargaba, sintiendo una urgencia sensual que se hallaba más allá de cualquier experiencia anterior.
    No fue consciente de enredar las manos en su pelo, de sostener su cabeza hacia la suya, como tampoco lo fue de cómo su otro brazo lo atraía para hacer más intenso el abrazo. Únicamente se dio cuenta de todo aquello cuando Cruz separó sus labios de su boca.
    —Me gustas mucho, Paloma Andrade —dijo él casi sin respiración.
    —Tú también a mí —respondió Paloma sin pensarlo dos veces.
    —Vamos al coche —propuso él.
    Paloma sintió que las rodillas le flaqueaban. Cruz prácticamente la llevó en volandas hasta el asiento del copiloto y le abrochó el cinturón antes de cerrar la puerta y dirigirse a su asiento. Paloma pensó con asombro cómo se las arreglaba para actuar con tanta determinación mientras que ella había perdido cualquier sentido del movimiento.
    El coche arrancó con un potente rugido. Cruz le guiñó un ojo:
    —¿Te importa despeinarte si bajo la capota?
    —No —respondió ella, confiando en que la brisa nocturna la ayudaría a despejar sus ideas.
    Cruz pulsó un botón y la capota se recogió automáticamente. Un instante después, circulaban por la oscuridad; el semáforo en rojo del cruce de Oxford Street los obligó a detenerse. Los peatones que cruzaban la calle se volvían a admirar el coche, tal y como Paloma había hecho unas horas antes, observando el aspecto de los ocupantes. Entonces, se preguntó si Cruz estaría mirando a las mujeres que pasaban. Le miró para comprobarlo; no parecía mostrar interés por ninguna de ellas. Centraba su atención en el semáforo, esperando a que se pusiera en verde.
    ¿Acaso estaba impaciente por llegar a donde se dirigían? Cruz notó que Paloma no se encontraba a gusto:
    —¿Qué pasa? —preguntó, alerta ante un posible problema.
    El riesgo que sintió la hizo responder:
    —Debe de ser divertido salir con una mujer que está fuera de tu círculo social y…
    —No —interrumpió él, decidido. Apartó la mano de la palanca de cambios y asió la suya:
    —Nunca he estado con una mujer como tú, Paloma. Mi vida era gris hasta que has llegado tú.
    Ella se sintió halagada, era especial para él. Le sonrió y él le devolvió la sonrisa.
    Entonces notó una agradable sensación de seguridad.
    Cuando el semáforo cambió a verde, Cruz le soltó la mano y el coche avanzó. Paloma se relajó en el asiento de cuero, disfrutando del trayecto en descapotable, con el aire revolviendo su pelo.
    Sólo deseaba dejarse llevar, que ocurriera lo que tuviera que ocurrir con aquel hombre, aunque fuera una locura. Sin embargo, aún conservaba un toque de cordura. Quizá le estaba mintiendo al decirle que ella era única, quizá les decía lo mismo a todas.
    Estaba claro que él se había hecho con la situación, propiciando todo para que no perdieran el contacto. Nada de todo aquello había sido espontáneo, sino algo premeditado por un hombre que sabía aprovechar las oportunidades.
    Cruz Navarro… el millonario… acostumbrado a conseguir todo lo que se proponía.
    Y allí se encontraba ella, directa a su cama, tal y como él se había propuesto quizá desde el principio. De pronto le vino a la mente una expresión latina que le gustaba mucho a su padre: «Vera, vidi, vici» Llegué, vi y vencí…
    De alguna manera, los millonarios eran la versión moderna de los antiguos conquistadores, haciéndose con todo lo que se les antojaba. Sin duda, Cruz Navarro era de esa clase de hombres. ¿Acaso no había detectado aquello desde el principio, antes incluso de saber quién era?
    Tal vez debería estar asustada, pero no lo estaba. Él la excitaba, más de lo que cualquier hombre había conseguido nunca. Así que poco le importaba convertirse en su marioneta por un día, hacer lo que él quisiera. Su vida carecía de sentido desde hacía tiempo, razón por la cual se había inmerso tanto en sus cuentos, que ponían una nota de color en su existencia. Al igual que los viajes que realizaba, eran una manera de buscar el sentido.
    Y de repente…
    Cruz Navarro y ella estaban juntos. ¡Habían congeniado! El príncipe… la princesa… ojalá no fuera una aventura de una noche, ojalá fuera algo más. Pero era mejor dejarse llevar.
      
    Capítulo 10

    Cruz tenía que refrenarse para evitar sobrepasar el límite de velocidad. Su euforia le hacía desear entrar en acción. Era plenamente consciente de la presencia de Paloma a su lado, aún podía sentir sus cuerpos abrazados… despertando instintos que difícilmente podían aplacarse.
    Estaba tan absorto en su excitación física que pasó un rato hasta que notó que Paloma se había quedado callada. La mayoría de las mujeres no paraban de hablar. Él no quería hablar, romper la magia del momento que prometía todo lo que deseaba de una mujer. Quizá era una fantasía, pero deseaba ardientemente dar rienda suelta a aquel sentimiento.
    Sin embargo, ¿acaso su silencio era buena señal o escondía pensamientos negativos?
    Quizá ella no estaba conforme con la respuesta que había dado a su pregunta anterior.
    Le dirigió una mirada. Estaba apoyada contra el reposacabezas del asiento, tenía los ojos cerrados y su pelo bailaba con la brisa. No mostraba expresión de tensión ni preocupaciones. Su rostro era sereno, su cuerpo estaba relajado y las manos reposaban en su regazo. Tal vez estaba disfrutando de la noche, sin dejar que ninguna preocupación la atormentase.
    Recordando un comentario que había hecho durante la cena, le preguntó:
    —¿En qué piensas, Paloma?
    —En nada en especial, disfruto de este momento contigo —contestó con una sonrisa.
    —¿Estás bien? —quiso confirmar Cruz.
    —Estoy… maravillosamente.
    Aquel timbre en su voz le convenció de que no había nada de lo que preocuparse.
    Ella estaba con él.
    ¿O estaría pensando en la fortuna de los Navarro?
    Una mueca de frustración se dibujó en la cara de Cruz. No quería pensar aquello de Paloma; no aquella noche. Sólo deseaba dejarse llevar. «No lo estropees», pensó. Aquella mujer era preciosa y la magia del momento podía desaparecer si seguía pensando esas cosas. «Olvídalo, disfruta del momento».

    Su castillo era un ático con vistas a Bondi Beach. Un ascensor los llevó desde el garaje directamente a un espacioso salón que daba a una terraza con piscina. Paloma atisbo esos lujosos detalles sólo de pasada. Cruz la condujo al dormitorio principal y descorrió unas cortinas que dejaron al descubierto una vista espectacular.
    Abrió las puertas a una terraza, sonrió y la acompañó hasta la barandilla situándose detrás de ella y rodeándola con sus brazos.
    —Esta noche es de los dos, Paloma.
    —Sí —susurró ella, dejando escapar su emoción. Era una bella noche y se podía oír el rumor de las olas; pero lo mejor era sentir al hombre que tenía al lado.
    Se apoyó contra su pecho, sintiéndose protegida en sus masculinos brazos. Se sentía más segura que nunca aunque no lo conocía apenas.
    —Me siento tan bien a tu lado —dijo él, asombrado de sus propios sentimientos.
    —Yo también —respondió ella sin dudarlo.
    —Te deseo, Paloma —susurró él mientras le desabrochaba el cinturón—. ¿Te importa si te desnudo aquí fuera?
    Ella deseaba sentir sus manos por todo el cuerpo.
    —No, si tú me dejas hacer lo mismo —musitó.
    Él se echó a reír, con una risa tan sensual que Paloma se excitó aún más. Se había acostado con muchos hombres, a veces por soledad, otras por curiosidad, otras esperando que el sexo diera lugar a algo más profundo, pero nunca se había sentido así con nadie. No esperaba nada; la única realidad estaba allí y en ese momento, y nunca se había sentido tan viva.
    Él le desabrochó el cinturón y éste cayó al suelo. Después, sus manos recorrieron sus brazos hasta llegar a los hombros.
    —¿Tienes frío? —preguntó mientras desataba el vestido.
    —No. Creo que estoy demasiado excitada.
    Él volvió a reír:
    —A mí me pasa lo mismo —contestó mientras la despojaba de la ropa.
    Paloma notó un hormigueo de la cabeza a los pies. El vestido cayó al suelo dejando sus pechos al descubierto; sus pezones se volvieron duros y prominentes, sensibles a la repentina libertad y al cambio de temperatura. Entonces notó unos dedos que deslizaban su tanga por los muslos.
    —Levanta los pies, Paloma.
    Hizo lo que le pedía. Peter no le quitó las sandalias. Era increíblemente erótico permanecer allí, desnuda y con sandalias de tacón, mientras sus dedos recorrían sus tobillos y después subían, acariciándole las piernas, los muslos, el trasero y el abdomen.
    Su corazón latía salvajemente; Paloma estaba tan concentrada en lo que le hacía sentir aquel hombre que le costaba respirar. Entonces sintió las manos de él cerrándose sobre sus senos, apretando los pezones, efectuando una sensual fricción sobre ellos que los excitaba aún más.
    El deseo por sentirle de la misma manera hizo que sus manos se acercaran a su cuerpo y tomaran posesión de él.
    —Ahora te toca a ti —dijo ansiosamente.
    Él la miró sorprendido, con el ceño ligeramente fruncido, quizá desagradándole la forma en la que había sido interrumpido. Paloma temió haber roto el hechizo, pero pronto se tranquilizó al ver que la expresión de él se relajaba:
    —Ahora mandas tú, Paloma. Haz lo que quieras conmigo, tú tienes el control.
    ¿Control?
    De repente, le vino a la mente una de las frases que había pronunciado durante la cena: «No dejaré que nadie controle mi vida». Sin embargo, aquella noche lo había hecho, había confiado en él… ¿Por qué?
    Porque se sentía a gusto con él.
    Y él estaba demostrando que era la decisión acertada. Él podría haber asumido el papel de dominador, pero también estaba ofreciendo, dando, sin importarle su ego masculino.
    Paloma se sintió exultante. Él le daba completa libertad para hacer lo que deseara:
    —Muy bien. Tu princesa te ordena que no te muevas hasta que ella te lo diga.
    Él emitió una risa chispeante ante la perspectiva de la fantasía que había iniciado ella.
    —Debes estarte quieto mientras sientas mis manos —continuó ella, deseando que sintiera lo mismo que ella.
    —Fingiré que estoy de guardia —contestó él, adoptando una postura marcial y mirando hacia el mar.
    —Sí, como los Beefeaters de Buckingham Palace.
    —¿Has estado en Buckingham Palace?
    —No hables. Sólo siente.
    Ella comenzó a desabrocharle la camisa, tocando ligeramente su piel con los dedos. Él permanecía en silencio; sólo se oía el sonido de su respiración. Ella sonreía, imaginando la excitación que le provocaba y anticipando sus siguientes movimientos para aumentarla.
    Cruz no estaba acostumbrado a aquello, pero se obligó a permanecer pasivo y a sentir cada toque de sus manos. Paloma quería que aquella noche fuera tan inolvidable para él como para ella, que se convirtiera en un maravilloso recuerdo para ambos.
    La camisa pronto cayó al suelo y dejó ver un fuerte torso y unos robustos hombros. Las manos de Paloma disfrutaban al tacto de aquel espléndido cuerpo. Entonces sintió el impulso de lamer sus pezones y se dispuso a ello.
    Le oyó gemir y sintió como la agarraba del pelo para retenerla contra él.
    —Has roto las reglas, Cruz.
    —Paloma… —protestó él.
    —No he terminado de desnudarte.
    El suspiró con resignación y se dejó hacer de nuevo.
    —Te gustará —aseguró Paloma.
    Le gustaba…
    El cuerpo de Cruz ardía de deseo. Nunca se había sentido tan excitado ante el tacto de una mujer. De hecho, ninguna mujer le había tocado de una manera tan sensual. Aunque la espera se le hizo eterna, disfrutaba con cada momento.
    Tuvo que hacer verdaderos esfuerzos por mantenerse quieto mientras le despojaba de los vaqueros y la ropa interior, dejando al descubierto su erección. En una situación como aquélla, normalmente se habría quitado la ropa con rapidez; era extraño hacerlo como si fuera un ritual, una ceremonia…
    ¿Acaso enseñaban a las princesas a hacer eso?
    Ese pensamiento le pareció divertido hasta que cayó en la cuenta de que aquella forma de desvestirle era completamente sensual.
    Entonces notó las manos de Paloma en la ingle, jugando con su vello púbico. Miró hacia las estrellas, tratando de reprimir su instinto sexual. Ella estaba consiguiendo un nivel de excitación que nunca había sentido y deseaba experimentar hasta dónde llegaba.
    Ella introdujo una mano entre sus muslos y después sus dedos recorrieron su miembro hasta la punta; entonces la besó. Cruz cerró los ojos mientras una dulce oleada de placer recorría todo su cuerpo.
    Paloma le besó el ombligo, el pecho, acercó sus senos a él.
    —¿Te ha gustado?
    Cruz abrió los ojos:
    —Esto no ha terminado —aseguró mientras la abrazaba con fuerza y la besaba con toda la pasión.
    Cruz entró en acción, la tomó en brazos y la llevó a la cama.
    Quedaba mucho para que terminara.
     
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  7. yisette
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    muy buen capitulo, lo malo es que dejaste los mas bueno para despues...
     
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  8. Carcis~RW
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    Lo deje ahi, porque termino el capitulo.
    Yo no lo deje en lo mejor, fue la autora. El proximo capitulo empieza a la mañana siguiente :badboy:
     
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    Se ha quedado genial q pasara a la mañana siguiente se rompera la magia??
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    Capítulo 11

    Paloma despertó lentamente de un profundo y placentero sueño; se estiró lánguidamente y abrió los ojos. Vio que Cruz estaba observándola desde los pies de la cama con una sonrisa de satisfacción en los labios. Así que todo era real.
    Y allí se encontraba ella, en su cama, en el apartamento de Bondi Beach.
    De repente, todos los recuerdos de la noche anterior se agolparon en su mente, y un escalofrío de placer recorrió sus ingles. Había sido fantástico, pero ¿qué pasaría a continuación?
    —Vaya, la Bella Durmiente se ha despertado —dijo él con tono indulgente—. Podrías haber esperado a que te besara.
    Automáticamente, Paloma se sintió aliviada. Parecía que la historia no iba a terminar ahí; habría otras noches, quizá muchas noches con él.
    —Bueno, no llevo durmiendo cien años, ¿verdad?
    —No, pero era hora de que te despertaras si quieres venir conmigo a las carreras.
    —¿A las carreras?
    —Uno de mis caballos corre en Randwick esta tarde.
    ¡Carreras de caballos! Paloma recordó que él había quedado con su entrenador la tarde anterior. Le apetecía formar parte por una vez en su vida de aquel mundo de color y lujo que parecía rodearle.
    —¿Suele ir la gente tan arreglada como en la Melbourne Cup? —preguntó, pensando en que alguna vez había visto por la televisión las carreras y le habían parecido un gran desfile de moda.
    —No te preocupes por eso —respondió él, acercándose a ella y apartándole los rebeldes mechones de pelo de la cara—. Te vestiré como una princesa.
    Entonces Paloma notó que sus fantasías se desmoronaban. Estaba bien que la invitara a las carreras, pero en cuando a vestirla… ¿qué significaba exactamente aquello?
    —¿Cómo lo vas a hacer?
    Él se encogió de hombros:
    —Conozco a los mejores diseñadores de Sidney. Bastará una llamada para que traigan lo que necesites. ¿Qué tipo de ropa te gusta? ¿Lisa Ho, Peter Morrisey, Collette Dinnegan…? —respondió despreocupadamente.
    Erin se sintió como su maniquí particular y no le gustó en absoluto.
    —No, gracias.
    —¿No? —Cruz frunció el ceño con incredulidad—. ¿De verdad me estás diciendo que no?
    Entonces la miró a los ojos fijamente, intentando recuperar aquella conexión que habían vivido la noche anterior. Había sido tan increíblemente fantástico… Por una parte, Paloma deseaba que aquello continuara, pero una parte de su cerebro le impedía que nadie controlara su vida. Si Cruz pensaba que podía comprarla… ¿qué tipo de respeto sentía por ella?
    —No soy de tu propiedad, Cruz —dijo muy seria—. Simplemente, decidí pasar contigo la noche y aún tengo derecho a elegir lo que me conviene.
    El rostro de Cruz se mostró preocupado:
    —No me dirás que quieres que esto termine.
    Estaba decidido a superar cualquier barrera que ella le pusiera. Estaba claro que se preocupaba por ella y deseaba cuidarla, pero Paloma no sabía si se debía tan sólo al plano sexual o porque se sentía atraído por ella más profundamente.
    Paloma no deseaba pelear con él, era un hombre único y muy especial. Sin embargo, había aprendido que, en la vida real, no era bueno dejarse dominar por nadie.
    Había tenido demasiadas experiencias con hombres que esperaban que les siguiera el juego, sin respetar lo que pudiera pensar ella. Por tanto, estaba decidida a no dejarse someter por Cruz Navarro.
    —Me encantará acompañarte a las carreras, pero no ser tu florero.
    —¿Mi florero?
    A él no le gustó aquella descripción, pero a Paloma no se le ocurría nada más apropiado. Ella pensó con desilusión que no podía permanecer allí si no se sentía respetada.
    —Puedo vestirme yo sola, Cruz. Sólo quería saber qué es lo más adecuado para una ocasión como ésta.
    Él suavizó su mirada y contestó con tono de disculpa:
    —Sólo quería facilitar las cosas, no era mi intención ofenderte. No quiero que te sientas fuera de lugar.
    ¿Acaso estaba intentando protegerla?
    Paloma se relajó; la intención era buena, pero no le gustaban sus maneras. Quizá escondía algún otro motivo detrás de su propuesta:
    —¿No te estarás avergonzando de mí? —respondió ella desafiante, con la mirada fija en sus ojos.
    Cruz adoptó una mueca despectiva:
    —No me importa que vayas en vaqueros. Son las mujeres las que critican a las demás. No me parecía buena idea que fueras víctima de eso, pero si a ti no te importa…
    —¡Estupendo! ¿Qué hora es?
    —Son casi las nueve —respondió con aire ausente.
    —Y ¿a qué hora tenemos que llegar a las carreras?
    —Sobre las doce.
    —Me da tiempo —dijo, saltando de la cama envuelta en las sábanas y dirigiéndose al cuarto de baño—. ¿Podrías llamar a un taxi? Estaré preparada dentro de quince minutos.
    —¿Preparada para ir a dónde?
    —A David Jones en Elizabeth Street.
    Era uno de los principales grandes almacenes de Sidney. En un par de horas, tendría el aspecto adecuado para ir a las carreras de Randwick:
    —Puedes venir a buscarme a las once y media.
    Cruz sintió una gran frustración al verla dirigirse al baño, admirando su bello cuerpo, sus largas y fuertes piernas que la noche anterior le habían rodeado, invitándole a poseerla…
    «No soy de tu propiedad», había dicho después.
    No estaba seguro de si podría ganar el terreno que había perdido con el tema de la ropa. «No soy de tu propiedad».
    El deseo de entrar en el cuarto de baño y poseerla le quemaba; deseaba besarla, quedarse en la cama los dos juntos todo el día. «Olvídate de las malditas carreras». No quería que nadie se entrometiera entre Paloma Andrade y él.
    Sin embargo, se dio cuenta de que el sexo no la retendría, como tampoco lo haría su fortuna. Paloma estaba orgullosa de su independencia y no estaba dispuesta a perderla.
    Pensó que el plan de ella no estaba mal pensado, pero no se iría en un taxi. La llevaría él mismo y se aseguraría de que no estaba huyendo. ¿Por qué se sentía tan inseguro acerca del interés que ella sentía por él?
    Porque era diferente. Todo en ella era diferente. Y aquello era totalmente nuevo.
    Si ella albergaba alguna duda sobre su futura relación con él, Cruz estaba decidido a disiparla. Porque no quería que aquella mujer saliera de su vida.


    Paloma estaba gratamente sorprendida de que él hubiera decidido llevarla en coche. Pensó con felicidad que deseaba pasar más tiempo con ella, aunque notó que no estaba relajado en su camino a los grandes almacenes. De hecho, sus manos aferraban con fuerza el volante.
    ¿Acaso se había arrepentido de llevarla a las carreras, de introducirla en su círculo social? ¿Se estaría planteando que había llevado la situación demasiado lejos?
    Su silencio hizo que la mente de Paloma bullera de actividad. Cuando finalmente habló, ella esperaba una despedida inminente:
    —En cuanto a lo que pasó anoche… —la miró preocupado—. Siempre utilizo protección.
    ¡Conque era eso! ¡No quería que terminara ahí! Entonces, Paloma se relajó y contestó rápidamente:
    —No te preocupes, no tendrás ninguna sorpresa conmigo. Estoy tomando la píldora.
    La tomaba desde los dieciséis años debido a que sufría períodos sumamente dolorosos. Gracias a la píldora, sus menstruaciones eran regulares e indoloras.
    Entonces, una desagradable idea cruzó su mente:
    —Eso no significa que me acueste con cualquiera. Así que tampoco debes preocuparte por enfermedades de transmisión sexual. Espero poder hacer lo mismo…
    —Claro, estoy completamente sano, puedes estar tranquila.
    —¡Perfecto!
    Entonces pensó en su atolondrado comportamiento de la noche anterior:
    —Debería haber pensado en eso.
    —No hay problema —contestó él, concentrándose de nuevo en el tráfico.
    Paloma suspiró y se sintió aliviada de la tensión de hacía unos instantes.
    —¿Te gustaría tener hijos en el futuro?
    Paloma pensó en aquella pregunta. No parecía que él se tomara aquella relación a la ligera:
    —Me gustaría tenerlos, pero no veo el momento.
    —¿Por qué no?
    —Bueno, como te dije anoche, creo que un matrimonio sólido es el mejor entorno para criar a un niño y no estoy segura de estar hecha para el matrimonio.
    Cruz le dirigió una mirada de desconcierto:
    —Explícame eso.
    —Bueno… estar subordinada a un marido. Tener que ceder una parte de mí para formar una pareja. Parece que no hay vuelta atrás.
    —Suena como si hubieras tenido una mala experiencia. ¿Cuántos años tienes?
    —Cumplí los temidos treinta hace casi un año —contestó ella con ligereza.
    —¿Y no escuchas el reloj biológico?
    —Eso no puede evitarse. ¿Cuántos años tienes tú?
    —Treinta y cinco.
    —Entonces también has debido de tener unas cuantas malas experiencias.
    —¡En esto también coincidimos! —respondió con una sonrisa cómplice.
    El corazón de Paloma se aceleró. Cruz Navarro era un hombre extraordinario y le encantaba estar pasando esos momentos con él. Sin duda alguna, aquello se terminaría, pero mientras tanto…
    —Para mí, el matrimonio ideal es un negocio ideal —dijo—. Dos personas que se quieren y no compiten por encabezar el reparto.
    —¿Has conocido a alguna pareja así?
    —Sí, mis padres. Mi hermana y su marido. Aunque hay diferencias entre sus matrimonios. Mi madre puede parecer dominada por mi padre, pero es muy seria y se preocupa mucho por sus labores caritativas. Papá respeta y apoya su deseo de ayudar a los demás y no le exige que esté siempre con él para satisfacer sus demandas. Por otra parte, Camila y Benja son almas gemelas, lo comparten todo.
    Hablaba con tanto cariño de su familia que Paloma no pudo evitar envidiarle.
    —Tienes mucha suerte, Cruz.
    —No —sacudió la cabeza—. Ellos tienen suerte; encontraron a su media naranja.
    —¿Qué clase de matrimonio desearías para ti, el primero o el segundo? —preguntó Paloma curiosa.
    Pensaba que ella podría encajar en el primero, pero no en el segundo.
    —Creo que, si encuentras a la persona con la que quieres pasar el resto de tu vida, el punto de partida es ése y desde ahí se construye todo.
    —Interesante teoría, Cruz —dijo Paloma sonriéndole—. Pero mientras tanto, eres una bala perdida.
    Cruz se echó a reír, con un brillo en los ojos que hizo que Paloma sintiera un escalofrío de placer:
    —Ahora no tanto —respondió, dejando a Paloma entusiasmada.
    Parecía que el final de la historia entre los dos no sucedería aquel día. Aún le gustaba a Cruz Navarro, su príncipe azul.
    No le importaba lo diferentes que eran sus respectivas vidas, le apetecía conocer un poco más el entorno de Cruz, por lo que merecía la pena hacer todo lo posible por encajar en él. El mero hecho de estar con él le hacía pensar que todo era posible entre ellos.
    Llegaron a Elizabeth Street y Cruz paró el coche. Se inclinó sobre ella y le dijo mirándole a los ojos:
    —No te gastes todo tu presupuesto en comprarte ropa para hoy, ¿de acuerdo?
    —De acuerdo —sonrió ante su ternura.
    —Te recogeré a las once y media.
    —No te haré esperar, lo prometo —respondió Paloma bajando del coche.
    Le hizo un gesto con la mano y se dirigió a la entrada de David Jones. Su vestido hizo girar a más de un hombre la cabeza, ya que no era la vestimenta apropiada para llevar por la mañana; Paloma decidió que se llevaría puesto lo que comprara y metería el vestido en una bolsa. Lo bueno de David Jones era que se podía encontrar todo tipo de ropa, accesorios y, además, tenía peluquería, manicura, etc. Así que, para cuando fuera a recogerla Cruz, estaría espectacular, sin importarle el precio. Los beneficios de sus libros la habían convertido en una de las autoras más ricas del mundo. Su fortuna resultaba muy atractiva para muchos hombres, aunque también había provocado mucha envidia. Con Cruz, sería distinto. Pertenecían a mundos totalmente distintos y quizá no fuera negativo.
    Sin embargo, Paloma se obligó a no hacerse demasiadas ilusiones. La aventura de ir a las carreras con Cruz Navarro era suficiente por el momento; iba a disfrutar de ello sin pensar. No quería ilusionarse con mucho más.
     
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  12. yisette
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    muy buien capitulo...
     
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  13. Carcis~RW
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    Capitulo 12

    Cruz paró a las once y media en punto en un paso de cebra cerca de donde debía encontrarse con Paloma. Miró a la calzada donde suponía estaría ella esperándole y vio a una mujer resguardada bajo la sombra de un árbol, vestida tan espectacularmente que parecía salida de las páginas de moda del Vogue.
    ¿Sería Paloma?
    Aunque la estatura y su silueta hacían pensar que se trataba de ella, un elegante sombrero negro le tapaba parte de la cara. Entonces, volvió el rostro hacia él y Cruz sintió que el corazón le daba un vuelco. ¡Era ella! Paloma reconoció el coche, le saludó con la mano sonriendo y avanzó para reunirse con él.
    Llevaba un vestido de seda verde sin mangas estampado de lunares negros y con un cinturón de piel del mismo color, que se ceñía a su fina cintura y resaltaba la curva de sus caderas. Al caminar, la falda dejaba entrever sus muslos. El sensual conjunto se completaba con unas sandalias negras de tacón alto.
    Cruz era consciente de que debía intentar aplacar el deseo que recorría su entrepierna si no quería protagonizar una situación poco decorosa. El coche de detrás pitó con impaciencia, ya que el semáforo estaba en verde. Aceleró rápidamente y colocó el coche a la altura de donde se encontraba Paloma.
    Ella portaba un gran bolso blanco y negro y le preguntó si podía dejarlo en el maletero.
    Después de hacerlo, se acomodó a su lado y Cruz volvió a sentir cómo le subía la temperatura al ver cómo se ajustaba el cinturón de seguridad en torno al cuerpo, destacando sus abundantes senos.
    —¡Vámonos! —exclamó ella con alegría.
    Cruz pensó que estaba decidido a convencer a Paloma Andrade de que él era el hombre de su vida.
    —¿Qué te parezco? ¿Crees que pasaré la prueba?
    —Tienes un aspecto fabuloso —contestó Cruz, advirtiendo inseguridad en su voz y deseando no se sentirse así—. Todos estarán celosos de mí.
    —¡Gracias! —rió ella feliz ante el cumplido y, fijándose en el atuendo de él, añadió—. Tú también estás fantástico.
    Cruz intentó concentrarse en el tráfico aunque deseaba a la mujer que estaba a su lado mucho más de lo que había deseado a ninguna otra.
    —¿Eres celoso, Cruz?
    —No, puedes tachar ese defecto de la lista —respondió él.
    —¿Qué lista? —preguntó ella alarmada.
    —La lista de defectos del marido típico que mencionaste esta mañana —contestó él divertido.
    —¡Ah!… Bueno, en realidad no quise decir eso… —aclaró apurada, advirtiendo que se estaba aplicando a él mismo esas observaciones.
    ¿Acaso no se lo imaginaba como su futuro marido? No parecía ser contrario al matrimonio, sino que carecía de la confianza hacia la manera de ponerlo en práctica. Cruz pensó que ella no consideraba atractiva la idea de compartir su vida con ningún hombre, pero sí tener una aventura; por otro lado, no había afirmado nada parecido y el hecho de invertir dinero en ropa para asistir con él a las carreras era buena señal. Se preguntó hasta qué punto llevaría bien Paloma aquella relación hasta que deseara recuperar su independencia y le diera la patada. En cuanto a su fortuna, más que un punto a su favor, en este caso sería cuanto menos un escollo.
    —Fuiste tú quien sacó la conversación sobre el matrimonio —le recordó ella.
    —Sí, sobre el matrimonio y la maternidad —reconoció él, intentando profundizar más en el tema.
    —Así que ya hemos hablado del tema —trató de zanjar el asunto—. No he estado nunca en las carreras. Cuéntame cosas, ¿cómo es tu caballo?
    Ella mostraba tanto interés que Cruz se mostró encantado de contarle todo lo que pudo sobre el tema hasta que llegaron al hipódromo.


    Su viva curiosidad continuó durante el almuerzo y más adelante. Toda la gente que encontraron, amigos, socios, conocidos, conectaron fácilmente con ella. Era muy difícil no apreciar su encanto: su mirada, su sonrisa, la forma de escuchar tan concentrada en su interlocutor, independientemente de lo que estuvieran hablando… Los hombres estaban fascinados y las mujeres, intrigadas, seguramente deseando encontrarle algún defecto.
    Cruz sabía perfectamente lo que estaban pensando: «¿Quién es Paloma Andrade?».
    La esposa de uno de los directores del hipódromo dijo:
    —Paloma Andrade… estoy segura de haber oído este nombre en alguna parte, pero no sé dónde. ¿Es usted actriz?
    Paloma rió ante la ocurrencia:
    —No, sólo tengo la suerte de acompañar hoy a Cruz.
    Deseaba por todos los medios no revelar su identidad y Cruz captó al momento la idea de no querer ahondar más en su vida, así que desvió la conversación a otros derroteros.
    Cuando se alejaron para ver las carreras desde la terraza, le hizo un guiño y preguntó:
    —¿Te preocupa cómo me puedo sentir si se enteran de que eres maestra?
     

    «Seguro que no le preocuparía en absoluto», pensó Paloma. Probablemente, le divertirían las reacciones que aquella revelación podría suscitar en los demás. Sin embargo, ¿qué pensaría si se enterara de que ella no era una don nadie? Si le hubiera dicho la verdad a la mujer que le había preguntado sobre su identidad, aquella maravillosa relación que compartía hasta ese momento con Cruz se habría ido al traste.
    No quería que el hombre que la había invitado a pasar el día con él se viera en ridículo por no saber quién le acompañaba realmente. Tendría que decirle la verdad, pero no era el momento. No deseaba que él pensara en ella de otra forma. Le gustaba lo que tenían en ese momento y no quería que nada lo estropeara.
    —Tengo derecho de mantener mi vida privada como tal, Cruz —dijo convencida.
    Era mejor así. Odiaba el revuelo que se formaba cuando la gente conocía su identidad. Además, normalmente a los hombres no les gustaba que les hiciera sombra.
    —Cuanto más tiempo estemos juntos, menos posibilidades tendrás de conseguir eso —le advirtió Cruz con seriedad.
    Ella suspiró y contestó suplicante:
    —No le incumbe a nadie cómo nos hemos conocido ni qué hacemos juntos. Disfrutemos del día simplemente.


    Automáticamente, Cruz sintió despertar un instinto protector hacia ella. Intuía su temor a no estar a su altura social y esa inseguridad que mostraba le hacía convencerse cada vez más de que no deseaba simplemente una aventura con ella.
    —De acuerdo, vamos a ver las carreras —dijo con despreocupación.
    Encontraron dos sitios en la grada y Cruz comenzó a explicarle detalles sobre los jinetes y los caballos. Paloma escuchaba atentamente ansiosa por aprender cosas nuevas sobre ese deporte. Su actitud era de interés total hacia lo que estaba oyendo y observando.
    Cuando los caballos comenzaron a galopar para llegar primero a la línea de meta, Paloma no se levantó con expectación; todos los demás espectadores gritaban y hacían gestos, pero ella permaneció sentada y Cruz pensó con inquietud que ella estaba pensando en otra cosa. Incluso cuando terminó la carrera y la gente se dirigió a tomar algo, a celebrar lo que habían ganado o lamentarse por lo que habían perdido, ella parecía totalmente ausente a lo que le rodeaba.
    —Paloma…
    Ella no respondió. Cruz se inclinó y la tomó de la mano. Paloma giró rápidamente la cabeza con expresión de sorpresa.
    —¿Dónde estabas?
    —¡Oh! —sus mejillas se tiñeron de rojo, avergonzada por aquello—. ¡Lo siento! No quería evadirme tanto. A veces me sucede —se excusó.
    ¿Acaso padecía algún trastorno mental?
    —No tiene nada que ver contigo, Cruz —le aseguró—. Has sido un acompañante maravilloso. Estaba admirando los caballos, son tan bellos que he empezado a pensar…
    Dudó si continuar o no y él notó una cierta reticencia a revelar sus más íntimos pensamientos. Entonces le respondió:
    —Erin, no tengo que ser el centro de tu atención. Simplemente, tenía curiosidad por saber en qué estabas tan concentrada.
    Ella suspiró y le sonrió:
    —Tengo una gran imaginación. A veces, me dejo llevar por ella. Sé que puede resultar desconcertante para la gente que tengo a mí alrededor, pero no pretendo ignorarlos. Por favor, perdóname. Ya he vuelto al planeta Tierra.
    ¿Tal vez no estaba dispuesta a compartirlo todo con él?
    —¿Qué estabas imaginando ahora? —insistió él.
    Su mirada se mostró instantáneamente recelosa; contestó:
    —Sólo jugaba con una idea; dejémoslo en eso —se puso de pie y le dijo con apremio—: Tengo que ir al lavabo; ¿me disculpas?
    —Por supuesto.
    Cruz sentía que se había perdido algo; sin embargo, le había dejado ver lo que significaba para ella aquel encuentro. Procedían de mundos diferentes y, según ella, era imposible que su relación llegara a ser algo serio. Quizá tenía razón.
    Pero él no estaba dispuesto a dejarlo tal cual, sentía más que nunca una gran atracción por aquella mujer y no iba a dejarla escapar.


    Mientras tanto, cuando Paloma se dirigía al lavabo, cinco maravillosos caballos alados volaban por su imaginación; eran de distintos colores: blanco, castaño, gris, marrón oscuro y negro. Eran los Míticos caballos de… de Mirrima. Sí, sonaba bien. Y serían los protagonistas de una mágica historia.
    Justo cuando Cruz la despertó de su ensueño, estaba elaborando en su mente el principio del cuento. Como tenía por costumbre, decidió apuntar todas esas ideas en su inseparable libreta. Tan pronto como llegó al lavabo, anotó todo lo que se le había ocurrido.
    Sin embargo, no quería estropear aquel día con Cruz Navarro. «Esto no está bien», pensó. Había tenido la inmensa suerte de conocer a un hombre fuera de serie y éste le había dado la oportunidad de acercarse a él. Sería una estupidez tirar todo aquello por la borda. Seguramente, la historia entre los dos no tardaría en acabar, pero cuanto más tarde, mejor.
    —¿Estás apuntando la calificación que le das a Cruz Navarro?
    Aquel comentario jocoso hizo que Paloma se diera la vuelta. Ante ella vio a una espectacular rubia que la miraba con malicia. Se quedó por un momento sin saber qué decir.
    —¿Dónde se conocieron? —continuó indagando la rubia.
    Paloma recuperó rápidamente el habla:
    —Perdone, ¿nos han presentado?
    —Cruz se las ha arreglado para no hacerlo. Soy Alegra Rigantti, hasta hace muy poco novia de Cruz.
    Paloma no pudo evitar preguntarse por qué había terminado Cruz aquella relación. ¿Quizá se había vuelto demasiado engreída o codiciosa?
    —Lo siento, no sé de qué me está hablando.
    —Obviamente, eres nueva en todo esto —se burló Alegra.
    —Sí —reconoció Paloma—. He estado fuera de Australia bastante tiempo.
    —¿Te ha traído desde Londres?
    Evidentemente, aquella mujer continuaría indagando hasta saber lo que deseaba averiguar, pero Paloma no estaba dispuesta a ceder terreno:
    —En realidad, no es asunto suyo. Si me disculpa…
    —Seguro que te ha deslumbrado, como es millonario y todo eso… Pero te advierto que es un estirado que no consiente ni el más mínimo desliz, así que ándate con ojo para que no descubra ninguna mácula en tu pasado si no quieres que te aparte de su lado.
    La curiosidad pudo más que el sentido de la discreción de Paloma.
    —No sé a qué se refiere —contestó decidida.
    —Oh, vamos. La vida nocturna de Londres está plagada de éxtasis y cocaína. He estado allí y lo conozco.
    —¿Y Cruz no toma drogas?
    —Está totalmente limpio, querida. Y no tiene consideración con quienes consumen. Sólo quería advertirte, nada más —le dijo con una sonrisilla burlona.
    —Gracias —contestó Paloma satisfecha.
    Aparentemente, Alegra estaba lo bastante contenta con haber hecho surgir la duda de Paloma y la dejó marchar. Sin duda, había sido toda dulzura e inocencia con Cruz, pero había tenido la mala suerte de que descubriera su vicio oculto. Paloma pensó que Cruz había tomado la decisión acertada librándose de ella. Y no le importaba que fuera tan estricto en el tema de drogas, sólo le preocupaba que deseara controlar otros aspectos de su vida.
    Hasta entonces, todo había ido bien. Pensó por un momento en la tórrida y vibrante escena de la terraza de su apartamento, cómo se habían tocado, la hambrienta pasión con la que se habían dado placer mutuo…
    Su corazón se aceleró cuando lo avistó entre un grupo de gente; él la vio y se acercó hacia donde estaba ella. Estaba tan guapo con aquel traje que Paloma no pudo evitar imaginarlo desnudo. Le deseaba cada vez más.
    Estaba tan ensimismada que no se dio cuenta de lo tensa que se encontraba hasta que Cruz llegó a su lado.
    —¿Estás bien ? —le preguntó preocupado.
    —Sí, estoy bien —le aseguró rápidamente.
    —¿Seguro que no has vivido una escena algo desagradable en el lavabo?
    —¡Ah, eso! —ella sonrió y le encantó que se preocupara tanto—. No hay problema. Aunque tengo que reconocer que tu ex no es muy amable que digamos.
    —Vi que Alegra corría tras de ti cuando te dirigías al lavabo, pero no tuve tiempo de advertirte.
    —No te preocupes por eso. Volvamos a la terraza, pronto empezará la siguiente carrera.
    —¿No te habrá molestado con algo que haya dicho? —preguntó mientras se dirigían a las gradas.
    —¿Debería haberme molestado?
    —Me gusta hablar las cosas, Paloma, que todo quede claro.
    Aún se sentía tenso. Paloma notó que la despreocupación que había intentado mostrar por su encuentro con Alegra no ayudaba. A Cruz no le había bastado con la respuesta que le había dado.
    —En lo que a mí respecta, todo está bien —dijo para tranquilizarle—. Alegra me dijo que eres un histérico que no tolera los pequeños vicios sin importancia como las drogas.
    Su boca se frunció en una mueca de ironía.
    —¿Crees que eso es bueno?
    —Bueno, no tengo ningún interés por saber cómo funciona mi cerebro al tomar drogas; por otra parte, me dijo que eres muy controlador y eso no me parece tan bien, pero aún no me lo has demostrado.
    —Gracias —dijo intentando ponerse serio, pero sin poder contener la risa. Paloma se sintió feliz de hacerle reír.
    Y de repente se dio cuenta… se estaba enamorando de Cruz Navarro. Aquello iba más allá de una pura atracción física. No iba a poder seguir con, su vida como si tal cosa cuando aquello terminara. Le deseaba con tal intensidad que llegaba a preocuparle.
    Incluso sintió miedo: ninguno de los dos se adaptaría a la vida del otro. Así que tomó una decisión:
    «Disfruta del momento y aléjate antes de que sea demasiado tarde».
     
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    vaya!! parece que ha tardado poco en darse cuenta que se ha enamorado de Cruz... lo que no logro entender es pq no es capaz de decirle a Cruz que no es maestra sino escritora y de las buenas!!!
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