Hermanos Navarro: Un cuento de amor

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  1. Bubble ball
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    Debería decirle la verdad y no esperar que Cruz lo descubra por sí mismo, gracias :mua:
     
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  2. yisette
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    me encanto el capitulo esa alegra rigatin es una vibora...
     
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  3. Carcis~RW
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    Capítulo 13

    El teléfono le despertó con su irritante sonido. Cruz lo alcanzó rápidamente para evitar que Paloma viera interrumpido su sueño. Habían compartido otra noche de pasión y la deseaba cada vez más.
    Pasaba un minuto de las ocho. Descolgó el teléfono y tapó el receptor con la mano mientras trataba de salir de la cama lo más sigilosamente posible, molesto ante una llamada a aquella hora tan intempestiva de un domingo. Al otro lado de la línea estaba su madre.
    Contestó con un tono de impaciencia en su voz:
    —Hola, mamá. ¿Pasa algo?
    Hubo un silencio.
    —Cruz, ¿has oído lo que te acabo de decir?
    —Me acabo de despertar —dijo exasperado.
    —Entonces, aún no te has enterado de que Paloma Andrade y tú salen en la portada de todos los periódicos. ¡En una fotografía a todo color!
    —¡Oh, por amor de Dios! No tienen otra cosa que hacer que fotografiarme a mí con una nueva mujer —recordó haber visto a unos fotógrafos mientras su caballo ganaba la carrera, pero no se dio cuenta de que podían retratarlos a Paloma y a él en cualquier momento.
    —Pero no se trata de una mujer cualquiera, ¿verdad, querido? —dijo su madre con toda la intención.
    —¿A qué te refieres? —gruñó él. ¿Acaso se habían inventado aquellos cotillas una mentira sobre ella? ¿Algo que pudiera avergonzarla en su lugar de trabajo, por ejemplo?
    —Me encantaría conocerla, Cruz. Vengan hoy a comer a casa los dos.
    El entusiasmo que mostraba su madre le pareció extraño.
    —¿Por qué quieres conocerla, mamá? —le preguntó secamente—. Hace apenas un par de días que nos conocimos —por lo general, había pasado meses de relación con sus novias anteriores hasta que su madre mostró interés por ellas.
    —Querido, los libros de Paloma Andrade están en todos los hospitales. Sus cuentos hacen mejorar hasta a los niños más enfermos. Les encantan. ¿Por qué no querría conocer a la autora que consigue hacerles olvidar su sufrimiento?
    Cruz tardó unos instantes en recuperarse de la sorpresa. Paloma no era profesora de preescolar; su tía dirigía la escuela y Paloma estaba con ella en el parque, pero para contarles cuentos a los niños.
    Ella sabía que él imaginaba que era profesora. ¿Por qué no le había dicho la verdad? Había tenido varias oportunidades para hacerlo.
    Él odiaba el engaño. ¿Por qué ocultaba Paloma esa información?
    —¿Cruz? —insistió su madre, impaciente ante su silencio.
    —Tengo que hablarlo con Paloma, mamá.
    —Claro. Dímelo lo antes posible, ¿de acuerdo?
    Volvió a la habitación y, tras comprobar que ella seguía dormida, tomó unos pantalones del vestidor. Después, llamó al ascensor para bajar a la calle y adquirir uno de aquellos periódicos que le habían descubierto la carrera literaria de Paloma.
    La portada mostraba una fotografía a todo color de Paloma acariciando al caballo ganador y a él a su lado, sonriéndole. El sombrero que llevaba ella tapaba parte de su rostro; ¿acaso había intentado ocultarse de los fotógrafos?
    Los titulares decían: Nueva pareja: la famosa escritora Paloma Andrade y Cruz Navarro.
    Si era famosa, sería para los demás, ya que él no se había interesado por los cuentos ni siquiera de niño.
    En el periódico decían que no era muy habitual verla en actos sociales… aquello podría explicar su reticencia a contarle más cosas sobre ella misma, pero ¿por qué lo hacía?
    Una vez de vuelta en su ático, Cruz leyó más detenidamente el contenido del reportaje. Su primer libro había sido un éxito arrollador y también lo fueron los siguientes. Sin embargo, la escritora siempre quiso mantener su vida privada a salvo de las indiscretas miradas del público y la prensa. Según decía, sus cuentos hablaban por ella.
    A continuación, relataban los cotilleos habituales sobre él, las mujeres con las que se había relacionado, etc. Según el periodista, sólo su riqueza había podido convencer a Paloma Andrade de que se dejara ver en público, lo cual Cruz consideró ridículo, ya que ella seguramente poseía una fortuna considerable. Lo más probable era que ella no pensara que fuera a haber tanto revuelo por ir a las carreras.
    Sintiendo la necesidad de conocer más datos sobre ella, Cruz encendió el ordenador y buscó su nombre en Internet. No tenía página web, pero descubrió que sus libros habían sido récord de ventas en varias ocasiones. Su editor era el que explotaba esta fama, Paloma había preferido permanecer en la sombra.
    Seguramente no le iba a gustar aquel reportaje, lo cual era lógico, pero le dolía el hecho de que le hubiera ocultado su identidad a él también. Aquello sólo podía significar una cosa: le consideraba una aventura temporal.
    La frustración se adueñó de él; quería respuestas y las quería en ese mismo momento. Subió las escaleras con el periódico en la mano furioso, dolido, decidido a obtener contestaciones a sus preguntas. Abrió la puerta del dormitorio de golpe, pero encontró la cama vacía; ¿acaso se habría marchado mientras él estaba fuera?
    No, su ropa seguía en el suelo de la habitación, en el mismo sitio donde se habían desnudado al volver de las carreras, presos de una ardiente pasión. ¿Le querría sólo por el sexo?
    —¡Paloma! —preguntó con dureza. Pensó que debía calmarse ya que no conseguiría nada con esa actitud.
    La puerta del cuarto de baño se abrió. Ella entró en el dormitorio envuelta en una toalla, mojada aún y dedicándole una sonrisa luminosa.
    —¡Hola! Me estaba secando. Me desperté y vi que habías salido, así que me he dado una ducha. ¿Has comprado el periódico? —preguntó mirando lo que llevaba en la mano.
    Cruz sintió una oleada de deseo; quería llevarla otra vez a la cama y dejar a un lado toda aquella historia, pero se recompuso. ¿Hasta cuándo le seguiría mintiendo?
    —Ha llamado mi madre y me ha dicho que nos invita a comer —dijo, esperando ver la reacción de ella.
    —¿Tu madre? —preguntó sorprendida—. ¿Le has hablado de mí?
    Cruz lanzó a la cama el periódico:
    —¡Ha visto esto!


    Paloma notó que estaba furioso y sintió que se le encogía el corazón. Supo que algo iba mal antes incluso de ver la fotografía. Entonces, se dio cuenta de que el maravilloso idilio con Cruz Navarro había llegado a su fin.
    A él no le agradaba que fuera una escritora famosa. No le gustaba que fuera el centro de atención de la prensa, porque estaba acostumbrado a ser siempre él el protagonista.
    Eso siempre le pasaba con los hombres. Fingían que no era así, pero después siempre ocurría lo mismo.
    Pensó que Cruz Navarro no era una excepción a pesar de todos sus millones.
    —Creo que te gustaba más la historia de Cenicienta.
    —No especialmente —contestó él duramente—. Lo que prefiero es la sinceridad.
    —Tú empezaste este juego, Cruz —le recordó.
    Los ojos de Cruz brillaron con resentimiento:
    —Sabías perfectamente con quién estabas, Paloma. Yo no oculté en ningún momento mi identidad.
    —¿Y quién conoce realmente a nadie? —murmuró ella con desprecio.
    Siempre había algo oculto, algo que salía a la luz cuando cualquier factor lo desencadenaba.
    Paloma tenía experiencia con hombres que no soportaban verse eclipsados por su fama.
    Se volvió a recoger su ropa y el bolso. De repente, recordó la invitación de su madre:
    —Me apuesto lo que quieras a que tu madre no habría querido conocerme si no hubiera sido una escritora famosa —dijo mirando a Cruz, quien la escuchaba con rabia, pero sin respuesta, pues sabía que tenía razón.
    Con toda la ropa en la mano se dirigió al baño, deseosa de alejarse de aquel ambiente de tensión.
    —¡Paloma, deberías habérmelo dicho! —exclamó él.
    Ella le miró desde la puerta y contestó a su desafío:
    —Eso habría cambiado tu opinión sobre mí, como ha pasado ahora.
    —Al ocultarme información sobre ti, me he hecho una idea falsa. ¿Por qué no te mostraste tal cual eres?
    —Porque, de una manera o de otra, ha estropeado todas mis relaciones —sus ojos parecieron burlarse de su falta de comprensión—. Cruz, no voy al zoo porque odio ser un mono de feria, y eso es precisamente lo que quiere tu madre.
    —¡Eso no es cierto! Mi madre habría respetado los límites que tú hubieras puesto.
    —Entonces, espero que tú hagas lo mismo, porque los estoy poniendo entre nosotros.
    Entró al baño rápidamente y cerró la puerta tras de sí. Odiaba ser una escritora famosa, lo odiaba con todas sus fuerzas. Sin embargo, era demasiado tarde para retroceder en el tiempo y además amaba su trabajo, le encantaba desarrollar su imaginación y dar forma a las ideas hasta escribir una historia. Era una parte muy importante de ella.
    Pero estaba la otra parte, la niña solitaria que deseaba que alguien la mimara y la quisiera. La escritora había crecido con eso, inventándose las historias que deseaba que sucedieran en la realidad. Pero aquello nunca había ocurrido ni ocurriría con Cruz Navarro.
    Aceptando con gran dolor lo inevitable, Paloma reunió fuerzas y se vistió, metiendo la ropa del día anterior en el bolso. De pronto, se cayó al suelo la libreta donde había apuntado su maravillosa idea sobre los Caballos de Mirrima y pensó que aquello la distraería durante varios meses, consiguiendo recomponer su roto corazón.
    Respiró profundamente y salió para enfrentarse con Cruz por última vez. «Hazlo rápido», pensó. «Mantén la dignidad, no llores y no discutas más con él. Se acabó».
    Pero él no estaba en la habitación.
    ¿Dónde estaría?
    Miró hacia la terraza con el corazón en un puño. ¡Estaba allí! Quizá recordando lo que habían vivido un par de noches antes…
    Aún llevaba puestos los pantalones de antes y se encontraba de espaldas, mirando al mar y agarrado a la barandilla con ambas manos; todo su cuerpo estaba en tensión.
    Paloma cerró los ojos al recordar los bellos momentos juntos y la pasión que habían experimentado; sintió que su sexo se humedecía al pensar en ello. Nunca podría olvidar a ese hombre. Lo que habían compartido había sido muy especial.
    ¿Y si saliera y le tocara como había hecho aquella noche? ¿Se olvidaría él de su fama?
    «Deja de fantasear», pensó fríamente. Nada volvería a ser lo mismo.
    Con un suspiro de desolación, abrió los ojos. Cruz no se había movido. ¿Quizá le estaría dando la espalda para decirle que se fuera?
    Probablemente, era lo mejor que podía hacer, pero no podía sin decirle adiós. Cruz se merecía esa muestra de agradecimiento. Era un buen hombre, simplemente no se acostumbraba a que una mujer le robara el protagonismo.
    Avanzó hacia él y se detuvo a una distancia prudencial.
    —Cruz… —le dijo suavemente esperando que se le hubiera pasado el enfado.
    Él se volvió lentamente, apoyándose contra la barandilla y cruzando los brazos. Demostraba tal orgullo que toda la atracción que sentía por ella parecía haber desaparecido. De hecho, su mirada provocó un escalofrío a Erin.
    —Lo de la fiesta del viernes también era mentira, ¿no? —preguntó irónicamente.
    —Sí —admitió—. Me propuse vestirme para aparecer ante ti tan atractiva como pudiera, pero aquello no pareció gustarte e inventé una excusa.
    Él asintió con la cabeza, como si ella hubiera simplemente confirmado lo que él ya sabía.
    —Querías jugar conmigo.
    Paloma frunció el ceño.
    —Quería gustar al hombre al que conocí en el parque porque me parecía muy atractivo. En ningún momento me propuse jugar contigo.
    —Ni siquiera le das una oportunidad a una relación de verdad —se burló acusador—. Estás poniendo límites porque ya no se trata de un juego.
    —Aproveché la oportunidad que me diste, Cruz, porque en el fondo deseaba que fuera verdad.
    Él sacudió la cabeza:
    —No se puede construir nada verdadero basado en el engaño. Cada vez que intentaba avanzar hacia ti, me apartabas.
    Aquel comentario podría ser justo desde el punto de vista de Cruz, pero Paloma sabía bien por qué se había comportado así.
    —Intentaba conservar lo que teníamos. Sólo un hombre y una mujer. No el millonario y la escritora.
    —Pero siempre pensando que la historia tenía su final —cortó él—. No confiaste en que yo pudiera encajar en tu mundo.
    —Esperaba que lo hicieras —contestó en voz baja, sintiendo el dolor que le producía pensar que ya nunca lo conseguiría. Por un lado, él la acusaba de haberle engañado, pero por otro no era lo bastante maduro como para admitir todo lo que su fama como escritora conllevaba.
    El la miró, transmitiendo incredulidad con su mirada. Paloma se dio por vencida haciendo un gesto de abandono con la mano.
    —Siento que hayas imaginado algo diferente, Cruz. Sólo quería agradecerte todo lo que me has dado.
    Él apretó los labios con rabia.
    —Adiós —dijo Paloma y se volvió rápidamente con deseos de echar a correr tan velozmente que se perdiera por el camino todo el dolor que sentía.
    Deseaba que Cruz la dejara ir sin decirle nada. Y lo hizo.
    Cruz Navarro se sentía utilizado por ella y odiaba con todas sus fuerzas aquella sensación. Paloma odiaba que él se sintiera así, había querido al hombre que la había amado con tanta pasión. Pero no se podían cambiar las cosas y la fantasía había terminado.
     
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  4. yisette
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    en parte entiendo a cruz porque paloma no le dijo la verdad , pero en parte entiendo a paloma quizas ella queria que la quisiera por paloma la persona y no la famosa escritora...
     
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  5. jaydi
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    Nooooo seguilaaaaaaa porfa que estuvo muy buena pero no aguanto la intriga de saver k pasa ahora que todo salio a la luz ayaiyai!!!
     
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  6. Bubble ball
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    Eso quieria Paloma " Intentaba conservar lo que teniamos. Solo un hombre y una mujer, no el milionario y la escritora" seguro las esperienzas del pasado la lastimaron mucho
     
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    Horneas galletas con la Abuel@

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    jooo sabía q todo estallaria... cruz se queja del comportamiento de ella pero el había hecho lo mismo , es más, sí no hubiera pasado lo de Tomás seguro q Cruz no le habría dicho quién era en realidad...es injusto :-(
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    Te salen tus primeras canas

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    Ohhh no es q las mentias siempre salen a la luz
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  9. Carcis~RW
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    Gracias por sus comentarios y por seguir esta historia que tambien esta llegando a su final


    Capítulo 14

    Cruz sentía que Paloma había estado jugando con él. Estaba claro, tan pronto como la situación dejó de convenirle, ella no tuvo ningún reparo en decirle adiós.
    Lo que más le indignaba era que, de no haber estado tan obnubilado con ella, se habría dado cuenta de su estrategia desde el principio. Paloma se había vestido para el baile del viernes por la noche y no había dudado ni un momento en acompañarle a su castillo. Hasta su silencio en el coche, cuando se dirigían a su casa, debería haberle dado a entender que no necesitaba que le siguiera dando conversación, ya que había conseguido lo que quería de él.
    Y en cuanto al sexo… Todo el placer que ella le había proporcionado se veía eclipsado por el pensamiento de que su único interés había sido una relación física y siguiendo sus reglas.
    Su ataque de orgullo al rechazar la ropa que estaba dispuesto a regalarle con la advertencia «No soy de tu propiedad, Cruz», su ensimismamiento en las carreras de caballos… Todo había sido como ella había deseado.
    Pero el juego había terminado.
    Ella había cerrado la puerta tras de sí y Cruz no estaba dispuesto a hacerla cambiar de opinión. En toda su vida nadie le había hecho sentir tan insignificante.
    Esperó hasta que ella salió del bloque de apartamentos; se vistió para ir al gimnasio ya que necesitaba descargar toda aquella energía negativa que guardaba.
    Dos horas después, Cruz salía del gimnasio y oyó sonar su móvil. Vio el número de su madre en la pantalla y de repente recordó la invitación a almorzar. Descolgó el teléfono y le ofreció una disculpa:
    —Lo siento, mamá. Debería haberte avisado antes. No podemos ir hoy a comer, Paloma tiene otro compromiso.
    —¡Oh! —su madre suspiró decepcionada—. Tenía tantas ganas de conocerla… ¿Podemos quedar otro día?
    Él hizo un gesto de fastidio ante la sugerencia, aunque probablemente debería haber imaginado que su madre insistiría:
    —Me temo que no. Hemos discutido esta mañana y todo ha terminado entre nosotros —contestó lacónicamente, deseando que su madre dejara el tema.
    —¡Oh, querido! Justo cuando pensaba que habías encontrado a una chica realmente agradable… Sus cuentos son tan bellos… —se lamentó su madre—. Y también la forma en que están narrados e ilustrados. Tiene una gran inteligencia. Debes de haberte sentido muy atraído por ella, porque además es muy guapa. ¿Por qué demonios has tenido que dejarla marchar?
    —Mamá, me ha dejado ella a mí, ¿de acuerdo? —contestó él, sintiendo que necesitaba desahogarse.
    —¿Por qué? ¿Qué le has hecho?
    ¡Como si fuera culpa suya!
    Cruz se mordió la lengua y contestó:
    —Dejemos el tema, de verdad.
    —¿Acaso fue la prensa? ¿No pensó que salir contigo atraería a todos los periodistas?
    Cruz llegó al coche:
    —Mamá, no quiero seguir hablando de esto. Adiós.
    Colgó el teléfono, lo metió en el bolsillo de la camisa y entró en el coche. Decidió que no le apetecía ir al apartamento, donde todo le recordaría a los maravillosos momentos vividos con Paloma, así que pensó que sería buena idea dirigirse al club náutico.
    Durante las semanas siguientes, Cruz se volcó en sus negocios y su vida social, concentrando todas sus energías en olvidar a Paloma Andrade. Cuando le preguntaban por su romance, se limitaba a contestar que la había llevado a las carreras porque deseaba saber del tema. Fin de la historia.
    Se trataba de una mentira que le servía de protección. Pero no se sentía cómodo diciéndola.
    Especialmente sabiendo que no podía apartarla de su pensamiento. No le atraía ni deseaba a ninguna otra mujer. El comentario de su madre acerca de que Paloma era guapa además de inteligente le hizo pensar en las cosas que le gustaban de Paloma y preguntarse si quizá se habría equivocado al enfadarse porque ella le había ocultado su identidad. Al fin y al cabo, él también había estado reticente a revelar quién era en un principio.

    Paloma estaba sentada ante su escritorio, frente a la pantalla apagada del ordenador. No tenía sentido encenderlo ya que aquel día se sentía incapaz de emprender su trabajo. Así que no sabía qué hacía allí sentada. Probablemente, porque era el lugar donde más cómoda se encontraba. Sin embargo, una palabra ocupaba su mente y la hacía olvidar todo lo demás.
    Embarazada.
    Aquella noticia la había trastornado por completo. No había reconocido los síntomas; no sabía nada sobre embarazos. Durante aquellas semanas, no había conseguido dormir bien, pensando todo el tiempo en Cruz Navarro. Y comía mucho, sobre todo, comida precocinada. Por las mañanas, se mareaba.
    Le parecía razonable que la píldora que tomaba le hubiera producido un desarreglo, pero aun así, decidió ir al médico para quedarse tranquila.
    Embarazada. Iba a ser madre. Y el padre era Cruz Navarro.
    La píldora anticonceptiva podría ser fiable en un noventa y nueve por ciento de las veces, pero Cruz Navarro había conseguido burlar el uno por ciento en dos noches de intensa actividad sexual. O quizá su propio cuerpo había sido el culpable, no queriendo poner barreras a aquello tan extraordinario que habían vivido ambos.
    Sin embargo, una fantástica conexión sexual no era suficiente para que una relación funcionase. Él no estaba dispuesto a dejar de ser protagonista; ella habría permanecido en la sombra gustosamente durante el resto de su vida. Su reticencia a salir en los medios de comunicación era lo que la hacía tan interesante para todos los periodistas. Pero, si estaba con él, aquello no terminaría nunca.
    Pero tenía un problema aún más grave. Ahora debía enfrentarse a aquel embarazo. Seguro que él no creería que ella estaba tomando la píldora. Eso si se lo contaba.
    ¿Podría ocultárselo? Vivían en dos mundos tan distintos… Si todo transcurría con normalidad, no volverían a verse nunca. Pero alguien podría dar la voz de alarma y, entonces, perdería el control sobre aquello.
    Entonces, si Cruz ataba cabos, sabría que era el padre y lucharía con uñas y dientes por la custodia, lo que podría ser realmente muy desagradable. La acusaría de contar mentiras y más mentiras, y acabaría odiándola. Definitivamente, aquella idea no era la acertada.
    Además, sabiendo los pensamientos de Cruz hacia la paternidad, nunca se sentiría bien consigo misma si se lo ocultaba. No sería justo ni para él ni para el hijo o la hija que querría conocer a su padre.
    Tendría que decírselo e intentar llegar a un acuerdo amistoso para el futuro. Esperaba que, al igual que ella, Cruz dejara a un lado sus diferencias por el bien del niño. Evidentemente, no sería la situación ideal para criar a un hijo, pero si ambos ponían de su parte, podrían darle todo lo mejor.
    Abrió con un gesto automático el cajón superior del escritorio y sacó la tarjeta de Cruz Navarro. La señora Ezcurra la había dejado en el despacho de Felicitas con desprecio y Paloma la había recuperado.
    Ahora la tenía en la mano, recordando lo confiado que parecía Cruz del poder que ejercía su nombre sobre los demás. ¿Utilizaría ese poder contra ella?
    Entonces pensó que el anuncio que debía hacerle podía esperar. Lo que tenía que hacer era cuidarse a ella misma y al niño, empezar a comer bien y dormir mejor. Quizá le vendría bien un poco de ejercicio. Iría caminando por la playa hasta el centro comercial. Quería comprar un libro sobre el embarazo, para aprender qué debía hacer y qué era lo mejor para el bebé.
    Sí, aquello era lo primero.
     
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  10. Carcis~RW
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    Capitulo 15

    Siete meses después…

    Paloma comprobó que todo estaba preparado: una jarra de agua helada en la nevera, vasos, la cafetera lista… Victoria Paz, su agente, no bebía otra cosa. Té marca Earl Grey para Guido Lassen, su editor, y una bandeja de galletas surtidas. El cuarto de estar estaba ordenado y las cortinas estaban descorridas para que se pudiera admirar la vista a Byron Bay, su arena blanca y el agua azul turquesa.
    Había comprado aquella casa cuatro años antes; se trataba de un lugar idóneo para ella y su trabajo, alejado del jaleo de la ciudad. Numerosos productores de cine animado insistían en visitarla para que les asesorara sobre la mejor manera de llevar su historia a la gran pantalla, pero ella no les hacía caso. A sus ocho meses de embarazo, deseaba mantener su estado lo más en secreto posible.
    La publicidad podría hacerse más adelante, cuando todo estuviera firmado. Sin duda, su editor y agente tomarían las decisiones adecuadas al respecto, dado que aquello impulsaría aun más las ventas de sus libros, teniendo detrás una película creada por el afamado director australiano Joaquín Arias. Por lo que parecía, entonces se dedicaba a las películas de dibujos animados. Paloma estaba deseando conocerlo para enterarse de qué pensaba hacer con su historia.
    Se oyeron varios coches parando justo en frente de su casa. Era la hora a la que debían llegar sus invitados, por lo que Paloma respiró profundamente y, tratando de olvidar lo torpe que se sentía con su abultado vientre, abrió la puerta.
    Vico y Guido se bajaron de un taxi. Paloma miró hacia el segundo coche, un Mercedes blanco. Un hombre alto y moreno salió del asiento del copiloto. Entonces, otro hombre se apeó del vehículo: un hombre más alto que el anterior, con cabello rubio oscuro y unas anchas espaldas. Cuando se volvió hacia la casa, Paloma no podía creer lo que veía: ¡Cruz Navarro!
    Sintió un tumulto de emociones por su mente, en su estómago, en su corazón. Durante todo el embarazo, había luchado por mantenerle al margen. Pero estaba allí, a punto de descubrir todo. La odiaría por aquello, la acusaría de las cosas más terribles… ¡No!
    Casi sin darse cuenta, se escondió dentro de la casa. Sentía la necesidad imperiosa de ocultarse, de evitar a toda costa aquella reunión. Se encontraba sin aliento, agitada, un fuerte dolor se estaba instalando en su espalda.
    Aquella frenética actividad no era buena para ella ni para el bebé. Apoyó la cabeza contra la pared y se obligó a calmarse. Un atisbo de cordura le hizo ver que huir no era la solución ideal. Se trataba de una importante reunión de negocios y había muchos millones de dólares en juego. Guido y Vico habían viajado desde Inglaterra sólo para eso. Era imposible escapar.
    —¿Paloma? —la llamó Vico.
    Se había dejado la puerta de la entrada abierta. No había escapatoria.
    Escuchó partes de la conversación mantenida por sus invitados en la puerta de su casa. Entonces, la llamó Guido:
    —Paloma, ¿estás ahí?
    Ella tomó aliento para contestar:
    —Sí, entrad.
    El dolor iba desapareciendo, pero le costó mucho erguirse y poner la espalda recta. Vico precedía a los demás hacia el cuarto de estar, charlando animadamente y procurando compensar la falta de hospitalidad por parte de la dueña de la casa al no haberlos recibido en la entrada.
    Se acercaba el momento. Paloma respiró profundamente y se volvió.
    Vico y Guido estaban en una nebulosa, así como Joaquín Arias. Sus ojos se centraron instantáneamente en el padre de su bebé, quien parecía haberse quedado de piedra al verla.
    —Paloma, éste es Joaquín Arias; él será el director creativo de la película —presentó Vico jovialmente—. Y este es Cruz Navarro, quien financiará los costes de producción. Caballeros, Paloma Andrade.
    El director se aproximó ofreciéndole la mano. Paloma permaneció inmóvil; desconocía que Cruz formara parte del proyecto de la película. Él no podía dejar de mirar su vientre y después la miró a los ojos con una mirada tan glacial que parecía traspasarla.
    —Vámonos, Joaquin—ordenó con una voz que no admitía protestas—. Esta reunión se aplaza hasta nuevo aviso.
    —¿Qué?
    —¿Por qué?
    —Pero…
    Hizo un gesto con la mano ante las protestas:
    —Esperadme en el hotel —mientras decía esto, sacó unas llaves del bolsillo y se las entregó a Joaquin—. Llevate mi coche.
    Su mirada era tan intimidatoria que nadie se atrevió a replicar. Además, él era quien ponía el dinero, por lo que aquella tensa situación significaba que los planes estaban en peligro.
    Guido se atrevió a preguntar:
    —Paloma, ¿estás de acuerdo?
    —Sí, pueden irse—contestó, resignada al inevitable enfrentamiento.
    Y se marcharon.
    Cruz no se movió y Paloma tampoco.
    Después de un tenso silencio, él preguntó:
    —Es mío, ¿verdad?
    No había ningún atisbo de duda en su voz ni en su mirada. Tan sólo quería que ella le confirmara lo que ya sabía.
    —Sí —respondió Paloma.
    Cruz hizo una mueca de ironía:
    —Así que aquella aventura conmigo tenía su objetivo. ¿Debería sentirme halagado por haber elegido mis genes para tu hijo?
    Entonces, Paloma se dio cuenta de que él asumía que todo había sido premeditado.
    —¡Fue un accidente!
    —¿Me consideras tan tonto, Paloma? —dijo él con desprecio—. Mantuviste en secreto tu identidad, me mentiste sobre tus métodos anticonceptivos…
    —¡No te mentí sobre eso! —replicó ella—. Puedes preguntarle a mi médico por qué no funcionó, porque yo no lo sé. La estaba tomando cuando fui a su consulta cinco semanas después de verte por última vez.
    —¡Cinco semanas! —se burló él—. Tuviste tiempo suficiente para contarme el «accidente» desde entonces, ¿no? ¿Por qué te lo guardaste para ti?
    —Porque… —su mente repasaba todas las razones por las que no se lo había dicho.
    —Porque… —replicó él despiadadamente.
    —No necesitaba tu… ayuda económica —contestó ella.
    Cruz le lanzó una mirada furiosa:
    —El hecho de que puedas mantenerlo sin problemas no te da ningún derecho a ocultarme una cosa así.
    —Iba a contártelo, Cruz —rogó ella.
    —¿Cuándo?
    —Cuando hubiera nacido. Cuando fuera un bebé de verdad.
    —¿Un bebé de verdad? —su voz mostraba incredulidad—. ¿Tú crees que esto no es real? —dijo señalándole el vientre.
    —Ha habido complicaciones —intentó explicar—. Estuve a punto de tener un aborto; guardé cama durante semanas, intentando por todos los medios salvar al bebé. Pero no era suficiente. El médico me diagnosticó diabetes gestacional y tuve que tener mucho cuidado con mi dieta. No me pareció necesario decírtelo hasta que… el niño hubiera nacido.
    —Necesario… —pronunció esta palabra con desdén—. ¿Quién ha cuidado de ti cuando lo has necesitado? ¿No se te pasó por la cabeza que yo querría contribuir a que mi hijo naciera sano?
    No, no lo había pensado. No conocía a ningún hombre al que le importaran aquellas cosas. Normalmente, las mujeres eran las que cuidaban de los demás. Pero quizá él se refería a una ayuda que ya había previsto:
    —Contraté a una enfermera.
    —Así que compartiste con una extraña lo que deberías haber compartido conmigo —repuso él con desprecio.
    Paloma le miró impotente, incapaz de ofrecerle más explicaciones. Simplemente, no se había planteado que él se preocuparía tanto por un bebé que aún no había nacido.
    —Te lo iba a contar, —respondió sin fuerzas, deseando que la creyera.
    —¿De verdad? —sus ojos brillaban con cinismo—. Si no hubiera participado en este proyecto de la película manteniendo mi nombre en secreto hasta el último momento, podrías haberme ocultado todo esto el tiempo que hubieras querido.
    Era inútil negarlo. Él no aceptaría ninguna excusa.
    —¿Por qué lo hiciste? —preguntó Paloma, sintiendo la necesidad de una explicación por parte de él.
    —¿Por qué hice qué?
    —Participar en el proyecto.
    Cruz resopló con desdén:
    —Tuve la brillante idea de que podía forzar una situación en la que estuvieras obligada a sentarte a hablar conmigo e intentar recuperar aquello tan mágico que tuvimos cuando simplemente éramos un hombre y una mujer.
    El aguijón de aquellas últimas palabras se clavó tan hondo en el corazón de Paloma que se sonrojó.
    —¿La culpa es lo que hace que te sonrojes, Paloma? —se burló él.
    Era tan frío, tan despreciativo… No tenía sentido, él no había aceptado que ella fuera una escritora de éxito. ¿Acaso era una cuestión de ego? ¿Sería la primera mujer que le había rechazado? ¿Pensaría que podría obligarla a aceptarlo de nuevo con sus condiciones?
    —Se te da muy bien manipular… ¿De verdad has hecho todo esto para conseguirme, Cruz?
    —Sí, es totalmente cierto —contestó, dolido por aquel ataque a su integridad.
    —¿Pensabas que todo tu dinero, toda esta parafernalia, me harían cambiar de opinión?
    —¿Después de que rechazaras la ropa que quise regalarte? —contestó él con desprecio—. No soy tan idiota.
    —No sé por qué haces todo esto —gritó Paloma, sin entender la razón de que quisiera darle más fama y dinero al financiar su película.
    —Ahora eso carece de importancia —dijo él suavemente—. Sólo hay una cosa que debes comprender, Paloma.
    Avanzó hacia ella y Paloma sintió temor ante aquella rabia que demostraba. Un latigazo de dolor sacudió su espalda, pero se obligó a mantenerse erguida a pesar del temblor de sus piernas.
    Él extendió la mano y tocó el vientre con ademán posesivo.
    —No me vas a apartar nunca más de la vida de este niño —dijo con decisión.
     
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    Te salen tus primeras canas

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    Ohhh me parece a mi qel bebe esta a punto de nacer
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    Horneas galletas con la Abuel@

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    si, yo tambien creo que el bebé no tardará mucho en saludar a sus padres jajaja ahora empieza lo bueno :)
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  13. Bubble ball
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    :emocionado: Pobre bebé, que suerte que tiene con dos padres tan testarudos! :mua:
     
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  14. yisette
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    estoy de acuerdo con la chica ese bebe ya esta por venir al mundo...
     
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  15. Carcis~RW
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    Capitulo 16

    ¨Paloma no podía luchar contra él, ni tampoco quería hacerlo. Él tenía derecho a conocer a su hijo, pero no podía soportar que él pensara que quería mantenerlo al margen. No era cierto, nunca habría hecho algo así. Pero, ¿cómo podría hacer que la creyera?
    La intensa actividad de su cerebro le proporcionó una manera de demostrárselo:
    —Iba a decírtelo, Cruz. Y te lo enseñaré —le aseguró dirigiéndose hacia su despacho.
    —¿Enseñarme qué?
    Ella no contestó. Pensaba para sus adentros: «Ver es creer». Abrió la puerta del despacho y se encaminó a su escritorio.
    —¡Dios mío! ¿Estabas pensando en esto aquel día en las carreras?
    Cruz observaba los dibujos de los caballos voladores, realizados por el ilustrador del libro de Paloma. Se encontraban colgados de las paredes y le habían servido de inspiración mientras escribía el cuento.
    —Sí. Los míticos caballos de Mirrima —contestó ella distraídamente.
    —¿Escribiste un cuento mientras estabas tan preocupada por tu embarazo?
    Aquel tono crítico en su voz sugería que las complicaciones de las que le había hablado eran falsas, así como todo lo demás.
    —Esto me hacía olvidar todo lo demás.
    —Como el hecho de ocultármelo.
    —¡Iba a contártelo! —exclamó Paloma casi gritando.
    Él se encontraba de pie junto a la puerta, amenazante, y Paloma pensó que debía convencerle si quería evitar un futuro enfrentamiento abierto entre ambos.
    —¡Mira! —gritó sacando del cajón la tarjeta de Cruz, aquella que había tenido en la mano tantas veces preguntándose si debía llamarle o no—. La guardé. ¿Por qué crees que la tendría tan a mano si no fuera a llamarte?
    La dura mirada de él se ablandó por un instante mientras miraba la tarjeta, pero se endureció de nuevo.
    —¡Por el amor de Dios, Cruz! Me contaste lo que significaba para ti la paternidad. ¿Cómo podría habértelo negado?
    Él volvió a mirarla a la cara, no tan enfadado como antes, pero sí escéptico.
    —¿Recuerdas nuestra conversación sobre los Ezcurra? —preguntó ella suplicante.
    —Recuerdo que tú me dijiste que sólo tendrías un hijo en el seno de un matrimonio —contestó él fríamente.
    —¿Y eso no sirve para que creas que fue un accidente? No te utilicé, Cruz. No planeé nada. He intentado seguir con mi vida hasta que…
    Y, de nuevo, aquel dolor, sólo que más fuerte… Paloma se dobló intentando contenerlo.
    —¿Paloma?
    No podía responderle. Su mente se concentraba en respirar en rápidos jadeos para aliviar la agonía. Entonces, horrorizada, vio cómo un líquido tibio empapaba su ropa interior y se escurría por sus piernas.
    —¡Oh, no! ¡No! —gimió.
    —¿Qué pasa?
    Alzó la cabeza.
    Cruz se apresuraba a ayudarla con gesto de preocupación.
    —El bebé… está en camino.

    Un temor completamente distinto se adueñó de Paloma mientras Cruz la ayudaba a sentarse: temor por el bebé. Algo iba mal si nacía un mes antes de lo previsto. Se abrazó el vientre con los brazos con ademán protector, meciéndose en agonía con la esperanza de que estuviera sano.
    —Intenta tranquilizarte. El pánico no ayudará —le aconsejó Cruz—. Dime el nombre de tu médico y yo me ocuparé de todo.
    —Simon —señaló al teléfono que se encontraba sobre la mesa—. Pulsa seis para cirugía.
    En cuestión de segundos, Cruz tomó las riendas de la situación.
    —Soy Cruz Navarro, llamo en nombre de Paloma Andrade. Necesito que me pasen con el doctor Simon urgentemente. Es una emergencia.
    Un momento de silencio y, a continuación:
    —Sí, soy Cruz Navarro. Estoy con Paloma. Ha roto aguas y tiene dolores de parto. ¿Podría enviar una ambulancia a su casa de Ocean Drive 14 y acudir al hospital, por favor?
    Otro silencio.
    El fuerte dolor había cesado, dando paso a pinchazos sordos.
    —Gracias —dijo Cruz, quien obviamente había obtenido una respuesta favorable. Colgó el teléfono y centró su atención en ella. Dándose cuenta de que estaba preocupada por algo más, preguntó:
    —¿Me he perdido algo?
    —Vas a convertir este nacimiento en un circo si continúas anunciando tu nombre a los cuatro vientos.
    Sus ojos brillaron ante la protesta de ella:
    —Debes ir acostumbrándote a esto, Paloma, pues vas a pertenecer al zoo Navarro durante bastante tiempo a partir de ahora. Y, sinceramente, me importa un bledo tu intento de mantener todo esto en secreto; lo más importante ahora es el niño y voy a solicitar una asistencia médica de primera.
    Ella estaba agradecida de que él hubiera centrado sus esfuerzos en ella y el niño, de que estuviera allí, ayudándola…
    —Lo siento. Simplemente, me parecía innecesario. Estoy un poco aturdida…
    —No te preocupes por eso —dijo con dulzura—. Sólo déjame que me ocupe de todo. ¿Crees que deberías cambiarte de ropa o prefieres no moverte?
    —Tengo miedo de moverme.
    —De acuerdo. Haré que traigan una camilla.
    —Tengo una maleta preparada para el hospital. Está en mi dormitorio, siguiendo el pasillo a la derecha.
    —La dejaré en la entrada. ¿Te importa que salga un momento?
    —No, no me importa.
    Sin embargo, justo cuando él salió, el intenso dolor volvió. Paloma se levantó de la silla y se apoyó contra la mesa. Se sentía mejor de pie que sentada. Cruz volvió y le acarició el pelo.
    —La ambulancia no tardará en llegar —murmuró.
    Los ojos de Paloma se llenaron de lágrimas; apenas podía hablar. De repente, pensó que si hubiera sabido lo de su embarazo, habría cuidado de ella. Para ella su independencia era muy importante, pero también se había sentido muy sola y se alegraba de que Cruz estuviera con ella en ese momento.
     
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