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yisette.
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Hola gracias mil gracias por sus comentarios, aqui le dejo el epilogo espero que le gusten...
Epílogo….
Cuando Flor cumplió un año, Marizza y Pablo se casaron. A pesar que ellos querían una
ceremonia íntima, Mia y Lujan hicieron todo lo posible por convencerlos que no era apropiado.
Después de todo lo sucedido, todo el mundo debía enterarse de la felicidad de la pareja.
— Mira quien llegó —le dijo Pablo a su esposa—. Franco Colucci.
— Franco Colucci —murmuró Lucía retrocediendo un paso, ese era el otro hombre a quien
Fabrizio la vendió.
— No te asustes, no es como lo pintó Fabrizio. Jamás quiso comprarte. Al contrario, preciosa, siempre
estuvo en desacuerdo.
Franco llegó a su lado, llevando del brazo a la que era su secretaria.
— Buenas noches, felicidades —dijo Franco, dándole la mano a Pablo y un beso en la mejilla a
Marizza.
— Gracias —contestó temerosa la novia.
— Les presento a mi futura esposa, Marina.
— Yo ya la conocía —contestó Pablo, saludándola cordialmente— ¿Cómo lograste atrapar a este
hombre?
La mujer sonrió, era una bella mujer.
— Él me conquistó a mí, yo no hice nada —contestó con timidez.
— Has estado a mi lado todos estos años, querida, y me sigues amando. Eres la única que me conoce
tal como soy —contestó Franco— Y me acepta —miró a los recién casados— que es lo más
importante.
— Me alegro por ti. Ojala ahora sientes cabeza —sonrió Pablo.
— Sí, esta mujer es mi cable a tierra, me ha ayudado mucho en mi relación con mis hijos. Ellos la
adoran. Una mujer como ella es lo que yo necesito.
— Te felicito, Franco. Y a ti, Marina… te deseo suerte —bromeó Pablo.
— Felicidades —dijo Marizza, abrazando a Marina.
Franco abrazó a su novia protector y la llevó al otro lado del salón.
Pablo miró a su esposa sonriendo, la besó suavemente y caminaron rumbo a la terraza.
— ¿Eres feliz? —le preguntó a su esposa.
— Mucho, jamás pensé que fuera posible ser tan feliz.
— Quiero que seas siempre feliz.
— ¿Y tú lo eres?
— Demasiado. Verte ahora a la luz de la luna, siento que es un sueño del que no quiero despertar
jamás —la besó con ternura apasionada, como solía hacer. Se olvidaron de todos y de todos por un
buen rato.
Volvieron al gran salón mirando desde lo alto de la escalera a todos sus invitados.
Acudió mucha gente. Empresarios especialmente. Pero para ellos los más importantes, aparte de su
familia, eran Guido y sus guardias que formaban parte importante en esta historia. Y tanto Pablo
como Marizza agradecían su participación, de no ser por ellos, quizás ambos estarían solos… o muertos.
Su luna de miel fue en una pequeña isla que Pablo compró especialmente para la ocasión. Quería a
su esposa sólo para él, disfrutarla y amarla como no había podido por todas las circunstancias
ocurridas.
Pablo tomó en sus brazos a Marizza y entró a la gran casa de la pequeña isla. Cumplían 20 años de
casados y querían celebrarlo como correspondía.
— Bienvenida a nuestro refugio —la apretó contra su pecho, besándole el cabello.
Su voz suave y su trato delicado y delicioso no habían cambiado a través de los años. Siempre igual.
La enamoraba cada día con su mirada, su ternura, su forma de hacerle el amor…
— Te amo —atinó ella a decir besándolo. Aún la sonrojaba el trato de su esposo.
— Y yo más a ti —la dejó sobre la cama suavemente.
Comenzó a desabrochar su blusa, con dulzura, besando cada zona que quedaba al descubierto.
— Eres tan hermosa, preciosa mía… —decía mientras rozaba con sus labios su piel desnuda.
— Ya no soy la joven que era y tengo tres hijos—le dijo cuando él le quitó la blusa y el sujetador, a
pesar de los años que llevaban juntos, se avergonzaba que la viera desnuda.
— Eres aún más hermosa…—besó su vientre—, las marcas de la maternidad te hacen bella —delineó
con sus dedos las delgadas líneas que no pudo evitar con los embarazos haciéndola estremecer—, mis
hijos estuvieron aquí dentro —la besaba y recorría con su lengua los surcos— ¿cómo no vas a ser
preciosa? ¿Mi preciosa?
Subió a su boca y la besó profunda y apasionadamente. La besaba mientras recorría con sus manos su
cuerpo entero, con exquisita suavidad. Cuando llegó a su entrepierna y sus dedos sintieron que ya
estaba lista, se separó un poco de ella.
— Mírame, preciosa —le rogó con voz profunda.
Ella obedeció. Sus miradas estaban cargadas de pasión y amor.
— Quiero mirarte cuando seas mía, como aquella primera vez…
Y la hizo suya mirándola a los ojos, tal como la primera vez, cuando ella vio el amor reflejado en sus
ojos, custodiada en esa caja de cristal donde estaba hasta el día de hoy, en ese lugar donde no sentía
miedo, dolor ni dudas. En sus ojos podía perderse sin miedo al fracaso, porque en sus ojos no había
fracaso, al contrario, si caía, él estaba allí para rescatarla. Y ahora sentía que caía en un abismo de
placer y felicidad, que sólo él podía darle.
— Nunca podré dar todo el amor que tengo para ti—le dijo cansado sobre su pecho. Se dio la vuelta
atrayéndola a él, subiéndola a su pecho— Y nunca tendré suficiente de ti —agregó con amor.
— Me encanta estar aquí —le dijo ella besando su pecho y acariciándolo.
— No hagas eso —le rogó sonriendo.
— ¿Por qué no? —le preguntó Marizza sin dejar de hacerlo, al contrario, intensificaba sus caricias y
besos. Lo seguía deseando.
— Te voy a hacer el amor de nuevo —la amenazó con ternura.
— No serás capaz —lo retó coqueta.
— ¿No? —sonrió con complicidad. Se sentó en la cama y tomándola de las caderas entró en ella,
mientras la besaba, explorando con su lengua toda su boca.
Cuando le hacía el amor ella era incapaz de hablar, eran tales las sensaciones que le producían sus
manos que no paraban de acariciarla, parecía que tenía cientos de manos recorriendo su cuerpo.
Cuando iba a alcanzar el clímax, se detuvo y la miró. Ella lo miró suplicante, quería acabar pronto con
esa deliciosa tortura. Pablo sonrió tiernamente maquiavélico.
— ¿Me amas, Marizza? —Le preguntó besándola en todo su rostro.
— Demasiado… no sabes cuánto… —contestó ella entre gemidos, intentando moverse, pero él se lo
impedía.
— ¿Te hago feliz? —Insistió.
— Estar contigo es lo mejor que me ha pasado en la vida, mi amor... La forma en que me tratas…, que
me besas, que me haces el amor… Jamás me he arrepentido de amarte... —suspiró— ¿Y tú?
— Te amo más que a mi vida, preciosa —contestó dejándola en libertad de acabar con esa hermosa
tortura.
Y llegaron juntos al clímax del amor, entre gemidos, suspiros y lágrimas de felicidad corrieron por las
mejillas de la mujer.
— ¿Estás bien? —Le preguntó secándole las lágrimas.
— Sí…, es que… te amo tanto… no creí que después de tantos años… el amor siguiera intacto.
— Mi preciosa niña, eres lo más maravilloso que he tenido en la vida. Nuestra familia, nuestros
hijos… No sabes lo feliz que me has hecho todos estos años.
— Veinte ya… —murmuré.
— Los veinte años más felices de mi vida.
— Y los míos.
El amor de Pablo y Marizza jamás menguó, al contrario, con cada año, se hacía más fuerte. Una
mañana cualquiera, muchos años después, sus hijos los encontraron en la casa, acostados en su cama
como si durmieran, pero en realidad dormían el sueño eterno, se fueron juntos de este mundo, en
nombre del amor que se tenían, ninguno dejó al otro, se amaron hasta la muerte.
libro:Vendida como una mercancia.
Autora:Freya Asgard.. -
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Genial !! Ame esta historia desde el principio.. Me encanto! Es increible el amor que se tiene, muy lindo. Felicitaciones! . -
Carcis~RW.
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Llore con el fin, muy dulce
Me encanta el amor que se profesan. Mr hizo acordar a diario de una pasion.
Me encanto la historia pense que ya habia terminado.. -
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Bella histori yi . -
reinab.
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Madre mía vaya historia estoy tan conmovida sigue escribiendo lo haces realmente bien!!! . -
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linda historia .