casada con un millonario

final

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  1. espica3
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    Capítulo 9
    EL BARCO se alejó de la costa en que Camila ha¬bía encontrado y perdido su felicidad en dos ocasiones.
    El contraste entre cómo se sentía en aquellos mo¬mentos y cómo se había sentido el día anterior era de¬masiado doloroso como para pararse a pensar en ello.
    Benjamin detuvo el motor cuando llegaron a una de las playas en las que tanto habían disfrutado en el pa¬sado. Con un estremecimiento, Camila vio cómo sal¬taba al agua.
    -Toma mi mano -ordenó Benjamin.
    -No.
    Decidida a ser totalmente independiente, Camila se levantó y se dispuso a saltar del barco sin ayuda.
    -Eleni puede vernos desde la casa -dijo él seca¬mente-. Toma mi mano.
    Camila obedeció de tan mala gana que cuando saltó ambos perdieron el equilibrio y acabaron en el agua. Benjamin la sujetó con firmeza. Con demasiada firmeza.
    Por un instante, Camila estuvo a punto de besarlo. ¿Cómo podían engañarla sus instintos de aquella ma¬nera?
    Pero Benjamin no se lo pensó dos veces. Se puso en pie sin soltarla, la besó con dureza y enseguida se apartó.
    -Eso bastará -murmuró.
    Camila se encaminó hacia la orilla y se concentró en escurrir su pelo. No sabía qué tenía planeado Benjamin, pero de pronto supo que no iba a poder pasar el día allí con él, a la vista de la casa. No pararía de exigirle que se comportaran como amantes y ella no estaba en con¬diciones de hacerlo.
    -Me niego a pasarme el día sentada en la playa mientras representas tu papel de amante esposo para la pobre Eleni. No soy un objeto que puedas dedicarte a exhibir. ¡Y no quiero que me manosees más que lo es¬trictamente necesario! Así que haz el favor de llevarme a otro sitio.
    Benjamin masculló una maldición.
    -¿A dónde quieres ir?
    -No sé. Cualquier sitio me va a parecer el infierno -espetó Camila-. Pero ya que parece que tenemos que estar juntos, preferiría ir a las montañas. Así podré sen¬tarme en la ladera contraria a la que ocupes tú.
    -Tienes razón -dijo Benjamin, sorprendiéndola-. Yo también preferiría no tener que tocarte. Lo mejor será que volvamos a casa, nos cambiemos y busquemos otro lugar al que ir.
    El trayecto de regreso tuvo lugar en medio de un te¬rrible silencio. Cuando desembarcaron, sin ocultar su malhumor, Benjamin dijo:
    -Mírame.
    -No -replicó Camila.
    Sin darle tiempo a reaccionar, él la tomó por los brazos y la miró a los ojos.
    -Lo único que tienes que hacer es dejar que te tome por la cintura y apoyar la cabeza en mi hombro mien¬tras caminamos hacia la casa. Si crees que estoy dis¬frutando de esto más que tú te equivocas. Por fin he descubierto lo que realmente eres. Una mujerzuela con el corazón de hielo que sólo busca satisfacer sus egoís¬tas necesidades.
    -Y tú eres un machista además de un miserable fan¬farrón que desconoce por completo lo que es el amor o la decencia —replicó Camila sin ocultar su desprecio-. Además empiezo a pensar que en el fondo odias a las mujeres, porque sólo sabes traicionarlas y hacerlas su¬frir.
    Benjamin se limitó a rodearla con un brazo por la cin¬tura mientras subían hacia la casa desde el puerto.
    Cuando llegaron, Camila comprobó con alivio que Eleni no andaba por allí. Cuando Benjamin preguntó, le dijeron que había salido hacía un rato con un joven que había ido a buscarla en un coche deportivo. Parecía que la treta estaba funcionando y Camila rogó para que así fuera.
    Tras cambiarse de ropa se reunió con Benjamin en la entrada del garaje.
    ¿Consideras necesario que volvamos a salir? -pre¬guntó altivamente.
    -De lo contrario no saldríamos. Preferiría ence¬rrarme en mi despacho a revisar el correo -replicó Benjamin—. Pero estoy dispuesto a hacerlo para librarme de ti cuanto antes. Y ahora entra en el coche.
    Una vez en marcha, Camila lo miró de reojo. La gra¬nítica expresión de Benjamin le hizo comprender que la hostilidad que había entre ellos había alcanzado pro¬porciones épicas.
    Miró con tristeza por la ventanilla, sin apenas fi¬jarse en el paisaje. Le dolía la cabeza a causa de la ten¬sión que estaba teniendo que soportar. Si aquella ho¬rrenda situación se prolongaba iba a enfermar.
    -¿A dónde vamos? -murmuró.
    -No tengo ni idea.
    -Pues busca rápidamente algún lugar en que parar -dijo Camila en tono imperativo-. No quiero pasarme el día metida en el coche contigo.
    -Sólo estoy matando el tiempo. Si se te ocurre algo, dímelo —replicó Benjamin en tono sarcástico.
    -Me basta con cualquier colina, mientras tú te sien¬tes en un lado y yo en el otro.
    Benjamin encendió la radio. Los suaves acordes de una triste canción de amor resonaron en el coche. Camila tuvo que cerrar los ojos con fuerza para contener las lágrimas. Incapaz de contener sus emociones, apagó la radio y se dejó caer contra el respaldo del asiento, desolada.
    Benjamin la miró de reojo y lamentó haberlo hecho. Las pestañas de Camila estaban húmedas a causa de las lágrimas, al igual que su mejilla. No entendía por qué la afectaba tanto su aflicción, pero así era. Quería to¬marla en sus brazos y tranquilizarla, decirle que todo iría bien... cuando en realidad sabía que faltaban pocos días para que se separaran para siempre.
    ¿Y su venganza? Pretendía lograr que Camila depen¬diera de él, que llegara a rogarle que la amara. Luego pensaba rechazarla para que supiera de primera mano lo que suponía el sufrimiento de ser abandonado. Pero no podía hacerlo. Sus sentimientos y emociones eran demasiado confusos, demasiado intensos. Camila lo es¬taba destruyendo lentamente. Todos sus instintos le de¬cían que debía interrumpir cuanto antes aquella farsa.
    -Camila... -dijo con voz ronca.
    Ella volvió la cabeza hacia el otro lado. Benjamin cal¬culó rápidamente dónde estaban y giró con el coche en la siguiente curva. Debían buscar una estrategia para acabar con aquello de la manera más rápida y menos dolorosa posible.
    Parecía que Eleni estaba empezando a perder la ob¬sesión por él y estaba seguro de que pronto dejaría de ser un problema.
    Eso significaba que podía arriesgarse a que Camila tomara un avión para irse aquella misma tarde. Al pensar aquello, su corazón se contrajo violenta¬mente en su pecho a la vez que su cabeza parecía es¬tallar. Frenó en seco y una nube de polvo rodeó el coche.
    -¿Qué pasa? -gritó Camila a la vez que se llevaba una mano al pecho-. ¿Qué diablos haces? ¿Por qué has frenado así?
    Benjamin se volvió hacia ella, aturdido por sus senti¬mientos. Enfadada, con sus grandes ojos azules fijos en él, Camila estaba preciosa. Instintivamente, alzó una mano para acariciarla.
    -¡Mantén tus manos alejadas de mí! -exclamó ella a la vez que se la apartaba de un manotazo-. ¿A qué ha venido ese frenazo en seco?
    Su boca delicada y sensual estaba hecha para ser besada... Benjamin notó cómo aumentaba el calor entre sus piernas y apartó la mirada. Necesitaba pensar, ha¬blar con ella... convencerla.
    El riesgo que iba a correr su orgullo era incalcula¬ble, pero si no lo hacía nunca se perdonaría a sí mismo.
    —Lo siento -dijo, nervioso—, pero he tenido una idea.
    -Espero que implique una separación inminente.
    A continuación, Camila masculló una maldición y se cruzó de brazos mientras esperaba a que Benjamin si¬guiera conduciendo.
    Él necesitó unos momentos para despejar su mente antes de arrancar el coche, aunque volvió a detenerlo donde terminaba el sendero.
    -Creo que deberíamos hablar -dijo con calma.
    -Ah, ¿sí? En primer lugar no me fío de ti -replicó Camila-. En segundo lugar, ya es un poco tarde. Y, en tercer lugar, no tengo nada que decir.
    -Pero yo sí, y creo que te voy a sorprender.
    Una rápida mirada a su rostro reveló lo que Camila había temido al escuchar su tono seductor.
    -Quédate ahí sentado y sorpréndete a ti mismo -dijo a la vez que abría la puerta del coche-. Yo voy a caminar. Sola.
    El movimiento del cuerpo de Camila mientras se alejaba hizo que Benjamin dejara de respirar por unos momentos. Su actitud era orgullosa, con su bella ca¬beza ligeramente alzada sobre su esbelto cuello. El movimiento de sus brazos y piernas resultaba casi in-fantil en su enfado, algo que hizo que el corazón de Benjamin se encogiera mientras la miraba.
    No había mujer como Camila. Aturdido, contempló su melena rubia agitada por la brisa y se dispuso a uti¬lizar todas las armas que tenía a su alcance para per¬suadirla de que se quedara.
    Cuando llegó a lo alto de una pequeña colina Camila se encontró contemplando un pequeño teatro circular griego, parecido al de Epidauros pero más pequeño. No estaba tan bien conservado y la hierba crecía libre¬mente por todas partes, aunque la parte central seguía intacta.
    Su corazón dio un vuelco. Iba a echar mucho de menos todo aquello. Probablemente, en un día o dos estaría de regreso en Londres, lejos de allí, lejos de Benjamin...
    El dolor que sintió en el corazón la dejó sin aliento y tuvo que sentarse. Todo había sido tan perfecto... Benjamin, el amor que había creído compartir con él, aquel maravilloso e intenso cielo azul, las fabulosas vistas, la increíble historia del lugar...
    -Quiero que me escuches, Camila.
    Ella parpadeó y volvió la mirada hacia Benjamin, que se hallaba en la pista del teatro, igual que él día que fueron a Epidauros y le dijo que la amaba... poco antes de que ella lo descubriera con Athena.
    Miró con frialdad su morena cabeza. No podía de¬cir nada que la afectara. Ya no.
    -Da lo mismo que no me ames -dijo Benjamin con el rostro alzado hacia ella. Camila se puso tensa. Parecía que le estaba rogando—. El hecho es que... -suspiró a la vez que abría los brazos en un gesto de impotencia-... no voy a poder soportar que te vayas.
    ¡Mentiroso! Camila volvió la cabeza, tensa. ¿Qué pretendía? ¿Acaso necesitaba media hora de sexo? Le habría gustado dejarlo plantado allí, hablando solo, pero de pronto se sintió agotada. Que dijera lo que qui¬siera. No iba a suponer ninguna diferencia.
    -... y cuando he comprendido que en un día o dos te habrás ido...
    «Qué listo», pensó Camila, que volvió a mirarlo para ver su expresión. Se fijó con desprecio en la inclina¬ción de su cabeza, en su voz, extrañamente indecisa. Habría sido un gran actor. De no conocerlo como lo conocía, casi la habría convencido con su tristeza.
    Le dejó continuar para comprobar hasta dónde es¬taba dispuesto a llegar con su farsa.
    -Es cierto, Camila. No puedo vivir sin ti. Haz lo que quieras y vive donde quieras, pero que no sea dema¬siado lejos, por favor. Deja que te vea de vez en cuando, deja que te demuestre que... -el pecho de Benjamin subió y bajó compulsivamente-. Te amo más profundamente de lo que jamás habría imaginado que se pudiera amar, Camila. Deja que te ame, que te cuide -cuando se arrodilló en el suelo ella se quedó mirán¬dolo como hipnotizada-. Te quiero con cada célula de mi cuerpo, con cada aliento, con cada pensamiento que cruza mi cabeza. Quiero que seas la madre de mis hi¬jos...
    Incapaz de soportarlo más, Camila se puso en pie de un salto y se encaminó de vuelta al coche. Ya era de¬masiado tarde, pensó con tristeza. Benjamin estaba ha¬ciendo su declaración en el momento equivocado, y le dolía que le estuviera declarando su amor, que tuviera el descaro de ofrecerle la oportunidad de ser la madre de sus hijos.
    Sin apenas fijarse por donde iba, tropezó con tan mala fortuna que acabó en el suelo y se dio un golpe en la cabeza. Benjamin apareció al instante a su lado y la tomó entre sus brazos.
    ¡Suéltame! -protestó ella a la vez que lo empu¬jaba.
    -Estás herida -Benjamin pasó una dedo por su frente y ella dio un respingo, pero olvidó de inmediato su do¬lor al fijarse en su expresión. ¿Por qué parecía tan de¬solado? No tenía sentido-. ¿Te duele algo más?
    «El corazón», pensó Camila, pero tuvo que mor¬derse el labio para reprimir un sollozo de autocompasión.
    -Quiero volver -murmuró-. No puedo seguir así. He alcanzado mi límite.
    -Por supuesto -Benjamin tragó con esfuerzo y la miró como si el mundo estuviera a punto de llegar a su fin-. Te amo, Camila -añadió roncamente.
    Ella volvió la cabeza y miró a lo lejos sin decir nada. Al cabo de un momento, Benjamin la ayudó a le¬vantarse.
    —Hay un botiquín de primeros auxilios en el coche -dijo.
    Camila se apartó de él y se encaminó hacia el coche.
    Cuando Benjamin se acercó a donde se había sentado con el botiquín en el regazo, lo ignoró y siguió dán¬dose crema de caléndula en la frente. El silencio opri¬mió su pecho como si le hubieran puesto un gran peso encima. Alzó brevemente la mirada para ver por qué seguía allí Benjamin, mirándola sin decir nada, y se quedó sin aliento.
    Su rostro parecía muerto. La vitalidad y el dina¬mismo que solía haber en él se habían esfumado por completo. El brillo había desaparecido de sus ojos ne¬gros, que parecían totalmente apagados. Su boca se ha¬bía transformado en una alicaída línea.
    -Tú conduces -murmuró Benjamin.
    Camila parpadeó mientras él ocupaba el asiento de pasajeros. Luego se levantó, totalmente desconcertada. No entendía a qué venía aquella repentina transforma¬ción... a menos que se debiera a que Benjamin hubiera llegado a la conclusión de que su matrimonio con Eleni era ya inevitable.
    Hasta que llegaron de vuelta a la mansión no vol¬vieron a hablar.
    -Voy a reservarte un vuelo para que regreses a In¬glaterra esta misma tarde -dijo él cuando Camila de¬tuvo el coche—. Mi avión está en París, así que tendrás que regresar en un vuelo comercial.
    —Bien —entumecida a causa de la tristeza, Camila bajó del coche. Para su sorpresa, Benjamin ocupó de in¬mediato el lugar tras el volante-. ¿A dónde vas?
    -No creo que eso sea asunto tuyo —replicó él, y a continuación pisó el acelerador a fondo.
    Consternada, Camila contempló cómo se alejaba. Y en un momento de inspiración supo a dónde se dirigía. Iba a ver a Athena, la madre de su hijo, que había per¬manecido a su lado todos aquellos años.
    Su expresión se volvió dura como el granito. Buscó en su bolso las llaves del coche que le había ofrecido Benjamin al llegar y se encaminó con paso firme hacia el garaje.
    Mientras le mentía diciéndole que la amaba, Benjamin no había tenido la más mínima intención de dejar a Athena.
    Pero le esperaba toda una sorpresa, porque pensaba enfrentarse a él en casa de su amante para obligarle a reconocer que todo lo que había dicho no había sido más que una sarta de mentiras.



    Capítulo 10
    ATHENA acarició la frente de Benjamin, pero el ceño de éste siguió fruncido. Su dolor era de¬masiado profundo, inalcanzable.
    Cuando había llegado, tambaleándose casi como un borracho a causa del torbellino que tenía en la cabeza, se había visto por un momento en el espejo y había en¬tendido la expresión de consternación de Athena al verlo. El amor y Camila eran los causantes de su estado.
    En aquellos momentos, tras haber consumido dos vasos de vino con intención de sosegarse un poco, es¬taba sentado a los pies de Athena en el jardín, mientras el pequeño Theo jugaba feliz con unos cochecitos.
    Cálida y cariñosa como siempre, Athena no hizo preguntas y esperó a que él hablara. Pero Benjamin no sabía por dónde empezar. Su futuro parecía totalmente sombrío y deprimente. Habría sido capaz de hacer cualquier cosa por Camila, de darle lo que quisiera... Pero ella lo había rechazado.
    Angustiado, apoyó la cabeza sobre las rodillas de Athena y cerró los ojos. Ella apoyó una mano en su rostro para acariciarlo, pero de pronto de quedó brus¬camente quieta.
    Cuando Benjamin alzó la cabeza vio con asombro que Camila se encaminaba hacia ellos. Parpadeó, pensando que debía tratarse de una alucinación, porque Camila no podía saber dónde vivía Athena. Pero no había duda de que era ella la que avanzaba hacia él con el rostro rojo de ira.
    -¡Qué bonita escena! -exclamó en tono desde¬ñoso-. ¡Seguro que a ella también le dices que la quie¬res!
    -Sí -fue todo lo que logró decir él.
    -¡Vives en un mundo de fantasía, Benjamin! Pareces creer realmente que mientras estás con una mujer la amas , pero cuando cinco minutos después te vas con otra también crees amarla. ¡No es normal! -espetó-. O sabes muy bien lo que haces, en cuyo caso eres el ser más despreciable que hay sobre la tierra, o no, en cuyo caso lo que necesitas es un psiquiatra...
    -No necesito ningún psiquiatra -murmuró él-. Te quiero. Es así de sencillo.
    Camila pareció conmocionada. Miró a Athena y otra vez a Benjamin.
    -¿Eres capaz de decir eso delante de ella? ¡No puedo creer que las mujeres griegas acepten la infideli¬dad tan fácilmente!
    -No la aceptamos -dijo Athena-. ¿Qué tratas de de¬cir, Camila?
    Los ojos de Camila se llenaron de lágrimas ante la delicadeza del tono Athena.
    -¡Lo amaba! -sollozó—. ¡Él lo era todo para mí! Y cuando volví a verlo tras tres años de separación supe que eso no cambiaría nunca. Luego, sin dejar de simu¬lar que me quería, me ha mentido y me ha engañado descaradamente. ¡Me odio por llorar a causa de un canalla como él! -añadió a la vez que miraba a Benjamin-. ¡Me has roto el corazón! Espero que alguna mujer te haga alguna vez el daño que me has hecho tú...
    Cuando rompió a llorar de un modo inconsolable, Athena se levantó rápidamente y la acompañó al interior de la casa mientras hacía señas con una mano para que Benjamin se quedara donde estaba.
    -Este es el baño -dijo con delicadeza mientras se¬ñalaba la puerta-. Refréscate un poco para que poda¬mos hablar. Benjamin no es la clase de hombre que crees...
    -¡Más vale que te quites la venda de los ojos! ¡Se¬guro que te ha tomado el pelo como a mí!
    Mientras abría el grifo, Camila miró a Athena en el espejo. Era mayor de lo que parecía de lejos. Debía te¬ner unos cuarenta y cinco años, y ya asomaban algunas canas en sus sienes. Probablemente era buena en la cama, pensó con amargura mientras se lavaba la cara.
    Cuando se estaba secando vio en el reflejo del es¬pejo una foto de Athena con Benjamin. No, no era Benjamin...
    Giró en redondo y se acercó a la foto. El que apare¬cía en ella con Athena era Theo, el padre de Benjamin, y ambos se miraban con mutua adoración. Miró rápida¬mente a su alrededor. En una estantería había otra foto de Theo, que miraba a la cámara con la típica expre¬sión de arrobo de un enamorado.
    Cuando salió del baño tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para poder tragar. Había fotos por todos la¬dos. De Theo en la playa, riendo. De Theo en su barco. De Theo...
    Asombrada, se volvió hacia Athena.
    -¿El padre de Benjamin? -susurró sin apenas voz.
    Athena sonrió y acarició una de las fotos.
    -Mi querido Theo -dijo con suavidad.
    Aquello fue demasiado para Camila. Salió al jardín y se encaró con Benjamin, que la miró con expresión de cautela.
    -¿De quién es el niño? -preguntó.
    Él frunció el ceño.
    -No puedo decírtelo.
    -Pero yo sí -dijo Athena-. Es el hijo de Theo. Pero Marina no debe enterarse. No queremos que sufra. Es¬pero que no le cuentes nuestro secreto. Sería dema¬siado cruel.
    Conmocionada, Camila tuvo que esforzarse para mantenerse en pie. Al parecer, la falta de ética de Benjamin no conocía límites.
    -¡No os creo! -espetó-. ¿Acaso es una tradición griega heredar la querida del padre?
    Benjamin parpadeó. Despacio, muy despacio, una sonrisa distendió su rostro y, de pronto, Athena y él rompieron a reír como si aquello fuera lo más gracioso que habían escuchado en su vida.
    Camila no tuvo más remedio que sentarse, desolada. ¿Cómo se atrevían a reírse de ella de aquel modo?
    Al ver su expresión, Benjamin dejó de reír.
    -Athena no es mi querida. Jamás hemos sido aman¬tes...
    -Os vi -murmuró Camila-. Athena estaba a punto de dar a luz y tú la acompañabas al coche...
    -¡Así que fue eso! -exclamó Benjamin de pronto-. ¿Cómo nos encontraste? -añadió con el ceño fruncido.
    -Me trajo tu madre -contestó Camila, tensa.
    -¿Mi... madre? -Benjamin y Athena se miraron, cons¬ternados.
    -Sí —Camila los miró con gesto desafiante-. Se de¬dicó a decirme que tenías una querida desde el día que la conocí pero no le hice caso. Finalmente, tus miste¬riosas llamadas de teléfono me hicieron sospechar y ella se ofreció a guiarme hasta la casa de tu querida.
    -¿Y eso sucedió el día que te fuiste? —preguntó Benjamin.
    ¡Por supuesto! -exclamó Camila a la vez que daba un puñetazo sobre el muro bajo en el que se hallaba sentada. Hizo una mueca de dolor y Benjamin práctica¬mente saltó para tomarla de la mano, pero la fulmi¬nante mirada que le dedicó ella hizo que se detuviera en seco.
    -¿Por qué no me dijiste lo que habías visto? -pre¬guntó con delicadeza—. Podría haberte explicado...
    -¡Pero no te habría creído! Vi lo cariñoso que te mostrabas con Athena y para mí fue obvio que era la madre de tu hijo... Oh -Camila ya se sentía totalmente confundida-. Pero es el hijo de Theo... No entiendo nada...
    -Te aseguro que es el hijo de Theo -dijo Athena-. Jamás he querido a otro hombre en mi vida. ¿Por qué no resolvéis esto en privado? -sugirió mientras el pe¬queño Theo corría a abrazarse a sus rodillas con expre¬sión ansiosa.
    Camila se llevó una mano a la boca a la vez que se levantaba.
    -¡Lo siento! Lo último que querría sería disgustar al niño...
    Camila le dedicó una cálida sonrisa.
    -No te preocupes. Yo me ocupo de él ahora. Voso¬tros marchaos. Y explícaselo todo, Benjamin. Y me re¬fiero a todo -añadió antes de besarlo en la mejilla.
    Benjamin le devolvió el beso y luego se volvió hacia Camila.
    ¿Puedes concederme una hora para tratar de acla¬rar las cosas? -preguntó, sin apenas atreverse a respi¬rar.
    Cuando ella asintió, se sintió como un hombre al que acabaran de conmutar la cadena perpetua.
    Con el corazón en un puño, condujo hasta el templo dedicado a Afrodita, donde se sentaron sobre la base de una columna caída.
    -Empezaré hablándote de Athena. Es del mismo pueblo que mi padre -dijo Benjamin cuando Camila lo miró con gesto interrogante-. Mi padre nunca dejó de ser un hombre sencillo que amaba la tierra y que se sentía feliz con su gente y sus viejos amigos.
    -Hizo mal amando a Athena -dijo Camila-. Estaba casado.
    Benjamin suspiró.
    -Papá se casó con mamá sólo porque sentía que de¬bía hacerlo.
    -¿Qué quieres decir?
    -Cuando empezaron a salir juntos ella lo adoraba, pero era demasiado posesiva y, al darse cuenta de que no la amaba, mi padre decidió romper la relación. Be¬bió más de lo debido para darse valor y, sabiendo lo que se proponía, mi madre lo sedujo. Cuando mi padre comenzó a cortejar a Athena, mamá le dijo que estaba embarazada. Papá era un hombre de honor y se casó con ella.
    -De manera que Marina consiguió lo que quería -dijo Camila.
    -Pero sabiendo que había arruinado la vida de mi padre.
    Camila suspiró.
    -Qué triste.
    -Pagó por ello -dijo Benjamin con expresión compa¬siva-. Al principio volcó su amor en mí, pero aquello no bastó. Mi padre nunca dejó de amar a Athena. Cuando su matrimonio se volvió insoportable, acudió a ella en busca de consuelo. Se adoraban mutuamente y fueron felices. Ya la has visto, Camila. Athena tiene el rostro de una persona cálida y encantadora que se vio involuntariamente atrapada en la vida de un hombre casado. Jamás le pidió a mi padre que se divorciara. Se conformaba con las cosas tal y como eran, y cuando mi padre murió yo me hice cargo de su seguridad.
    Camila lo miró atentamente mientras trataba de de¬senmarañar la historia.
    -El día que fuimos a Epidauros y me dijiste que me amabas cuando estábamos en el teatro, recibiste varias llamadas misteriosas...
    Benjamin asintió.
    -Athena había acudido al hospital con dolores de parto. Resultaron ser falsos y bromeé con ella diciendo que era la reina del drama. Pero al día siguiente, cuando nos viste juntos, fueron muy reales. Aquel día nació el pequeño Theo -sonrió orgulloso al pensar en su her-manastro-. Athena estaba sola y había perdido al hom¬bre al que amaba más que a nada en el mundo. Necesi¬taba mi apoyo...
    -Por supuesto -interrumpió Camila-. ¿Pero por qué no me lo contaste?
    -Le había prometido a Athena que no se lo diría a nadie. Mi madre me acusó en una ocasión de ser el amante de Athena; ella sabía dónde vivía y creo que un día vio mi coche en su puerta. Yo no pude decir nada. No quería hacer daño a mi madre, que ya era muy infe¬liz. Creo que cuando te conoció y vio lo feliz que eras conmigo se sintió muy celosa. Envidiaba la intensidad de nuestro amor. Pero ahora que vuelve a ser amada su amargura ha desaparecido.
    Al ver lo apesadumbrada que parecía Camila la tomó de la mano y notó que estaba temblando.
    -¿Me estás diciendo que te dejé porque estabas siendo amable y cariñoso con la amante de tu padre? -preguntó, consternada. Pero cuando miró a Benjamin éste supo que sus dudas habían regresado-. No sé si atreverme a creerte. Dijiste... ¡dijiste que nuestro matrimonio estaba basado en el sexo y que eso era todo!
    -Cuando dije eso estaba hablando de ti. Había lle¬gado a la conclusión de que eso era lo único que sen¬tías...
    ¡Eso no es cierto! —protestó Camila, indignada-. ¡Siempre te he amado!
    -Quiero la verdad, Camila. Basta de mentiras y si¬mulaciones. ¿Acaso has olvidado tu nota de despe¬dida? En ella decías que cuando ya no había amor en un matrimonio no merecía la pena seguir. No puedes negar esas palabras. Quedaron grabadas a fuego lento en mi corazón.
    Benjamin no se atrevió a creer la ternura que captó en la mirada de Camila cuando contestó.
    —No me refería a «mi» amor cuando escribí esa nota, sino al tuyo, Benjamin. En aquellos momentos me pareció que su significado era evidente, pero ahora comprendo que no era así. Creía que amabas a Athena, no a mí. No podía confiar en ti, y eso hizo que mi vida se convirtiera en un tormento.
    -Pero te equivocaste al dudar de mí.
    -¡Deseo tanto que eso sea cierto! ¡Me niego a com¬partir el hombre al que amo! Debes creerme, Benjamin. Pase lo que pase entre nosotros, decidamos lo que de¬cidamos, hay algo totalmente cierto y que debes saber. Te quiero con todo mi corazón. ¿Acaso no lo sabes? ¿Acaso no se nota?
    Benjamin dudó.
    —Quiero creerte. Más de lo que puedas imaginar -murmuró-. Pero cuando vivíamos juntos parecías tan distante en ocasiones... Cuando volvía de algún viaje el sexo siempre era fantástico, pero parecías dema¬siado callada, casi reticente...
    -Me sentía sola —replicó Camila, seria-. Lo único que podía hacer era pasear e ir de compras. Parecía que el único propósito de mi vida consistía en ser tu esposa y, por bonita que fuera esa idea, no me bastaba.
    Benjamin la rodeó con un brazo por la cintura.
    -Lo siento. Pensaba que disfrutarías con tu vida de lujo...
    -No si no podía disfrutarla contigo -Camila sus¬piró-. Necesito mantener mi cabeza activa y tu madre no dejaba de contarme historias sobre lo que podías es¬tar haciendo. Aunque nunca hayas querido creerlo, ali¬mentó mis sospechas todo lo que pudo.
    -Lo siento. Mi madre siempre te trataba bien cuando yo estaba delante y no podía imaginar lo que estaba pasando. Pero debes creerme cuando te digo que no ha habido otros amores en mi vida. Comía, dor¬mía y soñaba contigo. Nunca he dejado de amarte, ni siquiera cuando te fuiste y te deseé el infierno. Cuando volví a verte apenas podía creer el anhelo que se apo¬deró de mi amargado corazón. Quise arrojar a tu abo¬gado a los tiburones simplemente por que estaba con¬tigo...
    -Para mí no ha habido nadie después de ti -dijo Camila a la vez que acariciaba con ternura la mejilla de Benjamin-. Ni nunca lo habrá -se mordió el labio-. ¿Y tú? Mencionaste a algunas mujeres...
    -Sí, yo salí con otras mujeres. Hice el amor con tres, una vez con cada una, y fue un completo desastre. Siempre acababas apareciendo tú en mi mente, tentán¬dome con tu seductora mirada, suspirando como sólo tú sabes hacerlo -Benjamin ciñó con más fuerza la cin¬tura de Camila-. Supongo que también fue una manera de mantener a raya a Eleni, aunque a ella le dije lo que sentía por ti, que estaba obsesionado, que era adicto a ti-
    -¿Y no le dijiste que me amabas?
    -Ni siquiera podía admitirlo ante mí mismo. Sabía que ya no podía tenerte y que debía resignarme. Reco¬nocer mi amor por ti me habría destrozado.
    Camila apoyó la cabeza contra el hombro de Benjamin.
    -Apenas sabía lo que estaba haciendo cuando me fui -confesó-. Piensa en lo que había visto, Benjamin, en las medias verdades con las que no dejaba de obse¬quiarme tu madre. Hacía tiempo que me sentía muy in¬segura respecto a tu amor, y verte con Athena sólo sir-vió para confirmar mis peores temores.
    -Y yo hice demasiado el tonto. No debería haberte dejado sola tanto tiempo. Trataba de seguir trabajando como antes de casarme e imaginaba que te sentías feliz gracias a la vida de lujos que podías permitirte.
    -Yo sentía que ya no formaba parte de tu vida. Cuando te vi con Athena sentí una necesidad impe¬riosa de regresar junto a las personas que conocía y que me querían, junto a mis amigos. Necesitaba pensar y no podía hacerlo en la opresiva atmósfera que rei¬naba aquí. Tú estabas en Tokio, tu madre estaba dese¬ando librarse de mí y... Lo cierto es que pensaba que tratarías de mentirme si te hacía enfrentarte a lo que había visto y que me sentiría tan desesperada por en¬contrar una salida a la situación que caería en la tenta¬ción de simular que en realidad no tenías una amante y un hijo. Soy tan débil en todo lo referente a ti...
    -Pero yo habría podido hacerte ver la verdad -dijo Benjamin con tristeza-. Te habría enseñado las fotos de Athena y Theo y habría borrado todas tus dudas.
    -Lo sé -Camila agachó la cabeza-. A veces no soy nada racional en lo que a ti se refiere.
    Benjamin le estrechó la cintura comprensivamente.
    -Lo sé. A mí me sucede lo mismo contigo.
    Camila tragó con esfuerzo.
    ¿Y dónde nos deja todo esto?
    ¿Confías en mí ahora? —preguntó Benjamin, y ella asintió-. Estoy totalmente comprometido contigo y siempre lo he estado. Lamento mis prolongados viajes de negocios sin ti. Ahora sé cuánto te necesito y, o me acompañas a mis viajes... o tendré que aprender a dele¬gar más en otros —apoyó una mano bajo la barbilla de Camila y le hizo volver el rostro para que lo mirara-. Te amo y tú me correspondes, y quiero que pasemos el resto de nuestra vida juntos. Pero nunca volveremos a guardar silencio respecto a nuestras dudas y preocupa¬ciones. Aunque no creo que vaya a haber más en el fu¬turo.
    La sonrisa que iluminó el rostro de Camila reveló tal felicidad que Benjamin fue incapaz de contenerse y la besó con toda la pasión de que era capaz.
    Un rato después, cuando por fin se apartaron unos centímetros el uno del otro, Camila susurró:
    -¿Y Eleni?
    -Encontrará a algún otro, seguro. Seremos amables con ella. Organizaremos una fiesta e invitaremos a un montón de jóvenes para que la adoren.
    -¿Y tu madre?
    -Ahora está feliz con Nikos, y yo me alegro por ella. Creo que pronto volverá a ser la mujer que re¬cuerdo de niño -dijo Benjamin, satisfecho—. Seguro que el amor hará que aflore lo mejor que lleva dentro. En cuanto a ti, habrá que buscarte alguna ocupación para que...
    Camila sonrió a la vez que apoyaba una mano sobre el pecho de Benjamin.
    —Creo que la maternidad podría tenerme realmente ocupada.
    -Oh, querida -murmuró él a la vez que la estre¬chaba entre sus brazos-. Pero antes nos tomaremos un año libre. Me acompañarás a todas partes. Serás mi se¬cretaria personal. Después podremos tener hijos. De momento -añadió mientras comenzaba a bajarle la cremallera del vestido-, nos dedicaremos a mejorar nuestra técnica.
    Camila sonrió, se puso en pie y dejó que el vestido se deslizara hasta el suelo. Benjamin gimió y la tomó por la cintura para estrecharla contra sí. Ella acarició amo¬rosamente su oscura cabellera. Niños, pensó, feliz. Ni¬ños preciosos, de ojos oscuros y pelo negro...
    -Ámame -susurró, abrumada por tanta felicidad-. Sólo ámame durante el resto de nuestras vidas, como voy a hacer yo, Benjamin.


    Epílogo
    ¡TODO el mundo en la playa debe pensar que es¬tamos locos! -Camila rió, totalmente colorada a causa del esfuerzo.
    —Calla y salta, mujer —murmuró Benjamin, con la mi¬rada puesta en la línea de llegada.
    Pero Camila estaba riendo demasiado. Sus tobillos estaban unidos por una corbata atada en torno a ellos mientras avanzaban por la arena. Finalmente, Camila se desequilibró y cayeron juntos en la arena.
    ¡Ja! -exclamó un triunfante Lukas, emocionado al ver que podía ganar la carrera de tres piernas con su hermana Helen-. ¡Somos los mejores! ¡Hurra!
    Benjamin rió y simuló lanzarse por el pie de su hijo, pero éste era demasiado ágil y se alejó para tocar la cinta que sostenía su orgullosa abuela, Marina, y su se¬gundo abuelo, Nikos.
    -¡Sois los ganadores! -exclamó Marina a la vez que alzaba con orgullo las manos de sus nietos.
    Camila y Benjamin se pusieron en pie, riendo.
    ¿Y qué ha pasado con Eleni? -preguntó Camila a ¡a vez que miraba por encima de su hombro.
    -Está besuqueándose con Vangelis. ¡Y eso que es¬tán casados! ¡Puaj! -dijo Lukas con todo el desprecio de un niño de diez años que sabía que ganar una ca¬rrera el día de su cumpleaños era mucho más impor¬tante que besarse.
    -Pensarás de otro modo dentro de cinco anos -dijo Athena mientras avanzaba a saltitos unida por el pie a su hijo Theo, que ya era más alto que ella
    -¡Nunca! -declaró Lukas.
    Benjamin apoyó una mano sobre el hombro de su hijo.
    -Nunca digas nunca. Todo es posible. Si te pareces en lo más mínimo a mí, el amor te alcanzará de lleno algún día -miró amorosamente a Camila, que rodeaba con un brazo a su rubísima hija Helen—. Y a partir de entonces vivirás en la gloria.
    -Hmm... Lo siguiente es la carrera de sacos -dijo Lukas, dejando bien claro lo que pensaba de aquellas tonterías.
    -Y luego a pasarse la naranja-anunció Helen, fe¬liz-. Yo organizo los equipos.
    Benjamin se animó al instante, pues sabía que aquel juego implicaba sostener una fruta bajo la barbilla y pasársela a la siguiente persona en la fila. Para lograrlo era necesario un contacto muy cercano y pensaba po¬nerse junto a Camila para aprovecharse al máximo. Sonrió para sí. Después de todos aquellos años, aún le encantaba estar cerca de ella y buscaba todo tipo de excusas posibles para tocarla.
    -Los hombres y los niños contra las mujeres y con¬tra mí -dijo Helen.
    Camila rió al ver la expresión decepcionada de Benjamin. Sabía lo que estaba pensando.
    -Ten paciencia -murmuró.
    -Al diablo con la paciencia. ¿Quieres compartir un saco conmigo?
    -¡Bribón! ¡No tendríamos la más mínima oportuni¬dad de ganar!
    -¿A quién le importa ganar? -Benjamin estrechó a Camila entre sus brazos a pesar de las protestas de ésta-. Te quiero -dijo.
    —Y yo te quiero a ti —susurró Camila.
    -¡La carrera de sacos, mamá! -exclamó Lukas, con un gesto tan imperioso y parecido al de Benjamin que Camila tuvo que reprimir una risa.
    -¿Estás disfrutando de tu cumpleaños, querido? —preguntó mientras se metía obedientemente en el saco.
    Afectuoso como siempre, Lukas besó impulsiva¬mente a su madre y luego a su padre.
    -¡Muchísimo! ¡El pastel es enorme, y es una suerte que hayan podido venir la abuela y Nikos, Eleni y Vangelis y Athena y Theo!
    Camila abrazó a su hijo y a Helen, una floreciente belleza de largas piernas a pesar de sus ocho años.
    -Tu padre y yo somos los afortunados. El destino nos dio una segunda oportunidad y el resultado es esta encantadora familia.
    Benjamin la besó.
    -Ya están otra vez con los besos -dijo Lukas con un suspiro—. Será mejor que empecemos sin ellos, ¿no te parece, Helen?
    -Desde luego -dijo la niña, pero sus ojos azules se encontraron con los de su madre y ambas sonrieron cá¬lidamente, afirmando su creencia en la dicha del ver¬dadero amor.

    quien dice que las segundas oportunidades no existen :por favor: un :mua: a bs. todas
     
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  2. candelitas
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    me ha encantado la historia! muy bonita la declaracion de benjamin! y al final todos contentos, aunq no sabemos si le dijeron a marina quien es athena...
     
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  3. *ori*
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    yo creo que si le han dicho a marina sobre athena, sino seguro que ella se lo volvia a mencioar a cami de como era capaz de invitar a la amante de su esposo en el cumple de su hijo y estupideces asi!

    ame el final! la declaracion de benja me hizo llorar, fue hermosa!

    cuidate
    besos
     
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    Horneas galletas con la Abuel@

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    ya había leido esta historia antes, pero no me canso de leerla, me encanta el final =) bss!!
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    Te tomas una tacita de café con las Abuel@s

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    Me encanto!!!!!!
     
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    Las Abuel@s te invitan a casa

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    Hola disculpen que los moleste pero hace mucho que leí esta historia y me gustaría volver a leerlo pero no lo encuentro si alguien sabe donde lo puedo encontrar o en que page de las abuelas vuelan esta me podrían contestar para poder leerlo por favor? Gracias.
     
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    La Abuel@ te presta la escoba

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    CITAZIONE (Micaela Analia Cubilla @ 3/8/2019, 05:07) 
    Hola disculpen que los moleste pero hace mucho que leí esta historia y me gustaría volver a leerlo pero no lo encuentro si alguien sabe donde lo puedo encontrar o en que page de las abuelas vuelan esta me podrían contestar para poder leerlo por favor? Gracias.

    Debería ser esta la historia completa:
    https://lasabuelasvuelan.forumfree.it/?t=42464595
     
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    Las Abuel@s te invitan a casa

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    La mentablemente no me la deja abrir a la pagina solo puedo leer del capitulo 9 hasta el final pero gracias igual y disculpa las molestias.
     
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    Conoces a l@s Abuel@s

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    es triste y hermoso..me alegra que tengan un final feliz
     
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8 replies since 4/9/2009, 15:31   586 views
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