Enamorada de su tutor

final

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    Capítulo 13
    —¿Te apetece beber algo, Camila?
    Camila volvió la cabeza. Acababan de despegar del aeropuerto de Mascot y el avión surcaba ya las nubes.
    —Sí, gracias —le dijo a Benjamín y a la azafata que estaba a su lado—. ¿Qué puedo tomar?
    —¿Te apetece una copa de champán? —le sugirió Benjamín.
    —¿A las siete y cuarto de la mañana?
    —¿Por qué no?
    —Benjamín, eres tremendo —sonrió—. De acuerdo, una copa de champán.
    —¿Y usted, señor? —le preguntó la azafata.
    —Tráigame lo mismo.
    Le encantaba la risa de Camila; en realidad, toda ella. No había artificio en Camila, ni fingía sofisticación. Era tan distinta a las mujeres con las que él salía que el cambio le resultaba refrescante.
    En cuanto la azafata le dio su copa de champán, Camila se volvió a mirar por la ventanilla, como una niña en su primer vuelo.
    Mientras esperaba a que le dieran su copa, Benjamín la observó. Esa mañana parecía una muchacha de dieciséis años; apenas iba maquillada y llevaba un sencillo vestido de verano blanco y negro.
    Benjamín detectó un brillo de complicidad en la mirada de la azafata cuando le pasó la copa de champán. Sin duda le tendría por un corruptor de menores.
    Pero le daba lo mismo lo que ella o cualquiera pensara al respecto; estaba tan ofuscado con Camila que incluso se estaba planteando en alargar el romance con ella.
    Claro que si pasaban un mes practicando el sexo en su casa de Happy Island a lo mejor conseguía recuperar la sensatez.
    Como habían estado muy ocupados yendo al hospital a visitar a Hilda y a gestionar su recuperación, tampoco había tenido tiempo de saciar su sed por Camila.
    Afortunadamente, el especialista había localizado la causa de la angina: una pequeña obstrucción arterial para la que no había hecho falta que Hilda pasara por el quirófano. Cuando el médico le había sugerido que su paciente se fuera de vacaciones, Benjamín le había ofrecido a la pareja su ático de lujo en Gold Coast, donde tenían todo al alcance de la mano. La pareja habían aprovechado la oportunidad de irse de vacaciones con todos los gastos pagados, y el día de Nochevieja, hacía ya tres días, Benjamín los había llevado al aeropuerto.
    Camila y él se habían quedado solos en casa.
    Mientras tomaba un sorbo de champán, Benjamín pensó en la noche de Nochevieja. Después de unos días de abstinencia, estaba deseando disfrutar del precioso cuerpo de Camila; y se había deleitado con pícara egolatría de la transparencia de sus deseos por él.
    Esa noche Benjamín no había podido saciar sus deseos por ella; ni ese día ni al día siguiente. Cosa rara, no había querido probar un montón de posturas distintas y se había contentado con estar con ella en la cama.
    La siguiente noche, sin embargo, ella había echado el freno diciendo que estaba agotada, y había dormido sola en su cama de niña con su colcha rosa.
    Al ver su determinación, Benjamín no había discutido. Pero no se había quedado a gusto; y esa misma noche había decidido que a la mañana siguiente trataría de convencerla para que lo acompañara a Happy Island, donde no podría escapársele.
    Menos mal que no había cancelado los billetes de avión que había sacado para Maria y él.
    La reacción de Camila a su invitación durante desayuno había sorprendido a Benjamín.
    —No esperarás que me marche de vacaciones al mismo sitio donde pensabas ir con Maria.
    Benjamín había tenido que esforzarse todo el día para hacerle ver que no la estaba tratando como una sustituta de Maria. Terminó de convencerla cuando le dijo que nunca se había llevado ni a Maria ni a ninguna otra novia a Happy Island, y que ella sería la primera mujer que compartiría con él su casa de verano.
    Era verdad y mentira al mismo tiempo. Había invitado a Maria a pasar un fin de semana en septiembre, pero ella se había intoxicado con algo que había comido en el avión y había pasado los dos días en la cama de la habitación de invitados, descansando o leyendo.
    Como no había hecho nada con ella, Benjamín decidió que esos días no contaban.
    Después de acceder a acompañarlo a la isla, Camila había vuelto a sorprenderlo la noche anterior cuando le había dicho que quería dormir otra vez en su habitación. Le había dicho que necesitaba dormir bien esa noche, ya que tenían que levantarse muy temprano.
    Benjamín se había despertado antes de que sonara su despertador, con un deseo por ella que sentía más ardiente que nunca.
    Pero pronto volvería a tenerla para él solo en un sitio donde ella no tenía dónde escapar ni dónde esconderse.
    —Ay, ya no veo nada —dijo Camila en tono nostálgico mientras se recostaba de nuevo en el asiento.
    Aún no había probado el champán.
    —Está todo lleno de nubes.
    Benjamín sonrió.
    —Cualquiera que te viera diría que es la primera vez que montas en avión.
    —Hace años que no lo hago, la verdad.
    Finalmente dio un sorbo de champán.
    —¿De verdad?
    —No me quedaba mucho dinero para irme de vacaciones, teniendo que pagar el alquiler, el coche y otros gastos.
    Benjamín frunció el ceño.
    —Podrías haberme pedido algo de dinero para irte de vacaciones —le dijo—. Nunca estuve de acuerdo con la idea de tu padre de dejarte el dinero justo para vivir.
    —Seguramente fue bueno para formar mi personalidad. Al menos no soy una chica consentida.
    Benjamín se quedó pensativo, sabiendo que desde luego ella no era así; y no quería que estando con él cambiara su forma de ser. El quería enseñarla, educarla, no corromperla. Detestaría que se volviera como Maria, que sólo pensaba en su propio placer.
    —¿Por qué pones esa cara? —le preguntó ella—. Estás preocupado por Hilda y Hilario, ¿no? Anoche hablé con ellos y están felices de poder estar en la casa de Gold Coast. Ha sido una idea estupenda la de prestarles el ático. Muy generosa también.
    —Vamos Camila, sabes muy bien que no fue la generosidad lo que inspiró mi oferta. Más bien lo hice por egoísmo. No los quería en medio, nada más.
    —Tú no eres el único —Camila se puso colorada.
    Su reacción despertó en él un deseo tan intenso que hasta el miembro le dolía.
    —Ojalá pudiera besarte ahora mismo —susurró Benjamín.
    —¿Y por qué no puedes? —le preguntó ella con las mejillas sonrosadas.
    —Porque no querría pararme ahí —respondió Benjamín entre dientes—. Y acabaríamos haciendo el amor en el avión.
    Ella arrugó la nariz con asco.
    —Nunca me vas a convencer para hacer eso. Practicar el sexo en un avión siempre me ha parecido algo de muy mal gusto.
    —¡Bueno, bueno! —dijo Benjamín, alzando su copa.
    «Camila nunca será como Maria», se decía Benjamín con alivio.
    Después de Camila, le iba a resultar muy difícil volver a estar con chicas como Maria.
    Mientras Camila bebía un poco de champán se preguntó si Benjamín estaría de acuerdo con ella. Tal vez la viera remilgada, ya que siempre decía de sí mismo que era un seductor.
    Sin embargo, salvo el primer encuentro cuando él la había incitado a arrodillarse delante de él, sus encuentros sexuales con él no habían sido en absoluto raros. Apasionados, sí, pero no pervertidos.
    En Nochevieja Benjamín había sido muy romántico, algo que él le había advertido que jamás sería.
    Camila tenía la opinión de que las personas eran buenas o malas, dependiendo de cómo le permitiera uno que fuese. Sin duda eso se aplicaba también a los niños. Había descubierto durante sus años de maestra que si normalmente esperaba más de sus alumnos, ellos no solían decepcionarla; sobre todo los más traviesos, los «niños malos».
    Benjamín era un niño malo. Pero a pesar de lo que hubiera hecho en el pasado, no era malo al cien por cien. Su padre se había dado cuenta de su valía, había esperado mucho de Benjamín, y éste no le había fallado, no le había decepcionado.
    Era cierto que, desde la muerte de Martin, había perdido un poco el norte; Camila no podía negar que se había ganado la fama que tenía de playboy. Las mujeres habían sido relegadas a juguetes sexuales durante tanto tiempo que seguramente era una tontería por su parte creer que algún día cambiaría de vida. Junto a ella, además.
    Una tontería enorme. Pero el amor era ciego, sordo y tonto, ¿no?
    ¿Si no, por qué estaba allí ocupando el asiento que él había reservado para Maria? En el fondo, si Maria no hubiera metido la pata el día de Navidad, habría ocupado el asiento que ella ocupaba.
    Esos pensamientos tan pesimistas irritaron mucho a Camila. ¿Acaso no había decidido la noche anterior que debía ser positiva y no negativa; contemplar la invitación de Benjamín de compartir un mes con él como el primer paso hacia una relación más seria?
    Aparte de explorar la química sexual que se producía entre ellos dos, Camila se había prometido a sí misma que reviviría aquel vínculo tan especial que había surgido entre ellos todos esos años atrás, cuando los dos habían estado tan solos.
    Esperaba que, aparte del sexo, pudieran hablar de cosas importantes, de cosas que tuvieran sentido; que Benjamín le hablara de sí mismo y ella también a él.
    —No te bebes el champán —comentó Benjamín. Camila le dirigió una sonrisa pesarosa.
    —Es un poco temprano para champán, la verdad. Creo que habría preferido un café.
    —El privilegio de las mujeres es cambiar de opinión —le dijo amigablemente mientras apretaba un botón para llamar a la azafata.
    A Camila le encantaba su determinación, su actitud positiva. Benjamín era un líder natural, algo que su padre había comentado a menudo.
    Estaba convencida de que sería un marido y un padre estupendo. ¿Pero lo creería también Benjamín?
    —Tengo que confesarte algo —dijo él después de llegar el café.
    A Camila se le encogió el estómago.
    —Espero que no sea nada que pueda disgustarme.
    —No hay razón para que esto te disguste.
    —Entonces, adelante.
    —He leído todas tus felicitaciones de Navidad; las que tienes en el tocador.
    Ella se relajó.
    —¡Ah...! ¿Cuándo?
    —Ayer, mientras te duchabas.
    —No creo que haya visto jamás palabras tan elogiosas. «Es un placer estar en compañía de la mejor profesora del mundo», y todo lo demás...
    Camila se echó a reír.
    —Bueno, es un poco de exageración; pero es verdad, soy bastante buena.
    —¿Y aun así lo has dejado?
    —Sólo ese colegio. Buscaré otro puesto más cerca de casa; seguramente en un colegio de preescolar. Me gustan mucho los niños pequeños; tienen una mente tan abierta...
    —Yo no tengo paciencia con los niños.
    —Eso les pasa a muchos hombres; pero cuando tienen hijos, cambian.
    Él la miró con curiosidad.
    —A mí no me va a pasar eso; porque no pienso tener hijos propios.
    La expresión de Camila no delató su sorpresa.
    —¿Y eso por qué?
    —El ser un buen padre es algo que pasa de generación en generación. El único ejemplo que yo he tenido de un padre no es algo que me gustaría transmitir.
    —No todos las personas que han sufrido maltrato en su infancia tiene por qué ser maltratadores en su vida de adultos, Benjamín —le dijo ella con tacto.
    —Tal vez no. ¿Pero por qué arriesgamos? Hay suficientes niños en el mundo. No echarán de menos el mío.
    —A lo mejor cambias de opinión cuando trates a alguno.
    El se volvió a mirarla con fastidio.
    —Te has traído las píldoras, ¿verdad? No me digas que quieres intentar atraparme con el viejo truco del embarazo. Porque no funcionará, Camila. Conmigo no.
    La frialdad que vio en su mirada consiguió que Camila se estremeciera. Pero se negaba a renunciar a él. Al menos de momento.
    —No tengo intención de atraparte con ningún embarazo, Benjamín, y sí, sí que me he traído las píldoras. Tú mismo me la puedes meter en la boca cada día, si quieres.
    —A lo mejor lo hago, sí.
    —¿Siempre te ha dado tanto miedo dejar a una mujer embarazada?
    —Digamos que tú eres la primera mujer con la que he practicado el sexo sin preservativo.
    —Es agradable saber que soy única.
    El sonrió con pesar mientras negaba con la cabeza.
    —Bueno, en eso tienes razón, desde luego. Venga, tómate el café antes de que se te enfríe y tenga que llamar otra vez a la azafata.
    Camila se tomó el café rápidamente, deseosa de retomar la conversación. Tardarían un par de horas más en aterrizar en Happy Island, y eso le daba la oportunidad de tener a Benjamín sentado a su lado. A Camila no se le ocurría mejor oportunidad que ésa para averiguar todo lo que siempre habría deseado saber sobre él; porque una vez en Happy Island no tendrían mucho tiempo para hablar.
    —Háblame de ti, Benjamín —le dijo ella cuando dejó la taza sobre la mesita abatible—. De tu vida antes de empezar a trabajar con mi padre. Siento curiosidad.
    —Yo nunca hablo de esa etapa de mi vida, Camila.
    —Pero eso es una bobada, Benjamín. Yo ya sé algunas cosas. Sé que tuviste un padre horrible y que te escapaste de casa y viviste en la calle cuando sólo tenías trece años. Y sé que a los dieciocho te metieron en la cárcel por robar coches.
    —Entonces ya sabes suficiente, ¿no?
    —Esos son los hechos en sí. Quiero que me des los detalles.
    —Desde luego sabes elegir el momento —suspiró Benjamín.
    —Creo que tengo derecho a saber más cosas del hombre con quien me estoy acostando, ¿no te parece? Tú solías hacerles a mis novios el tercer grado.
    —Pero yo no soy tu novio. Soy tu amante secreto; y los amantes secretos son a menudo hombres de mucho misterio...
    —Lo siento, pero ya no eres mi amante secreto. Anoche le dije a Hilda que estábamos juntos.
    —¿Cómo has dicho?
    Camila se encogió de hombros.
    —He dicho «lo siento».
    —Sí, claro. Eres una descarada y una conspiradora.
    Camila vio que no estaba tan enfadado como quería dar a entender. Y ella no tenía intención de echarse atrás.
    —Entonces, ¿me vas a contar la historia de tu vida, o no?
    —¿Tú crees que estás preparada para ello, chiquilla?
    —No insultes mi inteligencia, Benjamín. Es posible que yo no tenga tanta experiencia como tú en ese sentido, pero veo las noticias por la noche y sé leer. Sé cómo es el mundo real, así que nada de lo que digas me va a sorprender.
    Qué afirmación tan inocente, pensaba Camila mientras escuchaba la horrible historia de la vida de Benjamín durante la media hora siguiente.
    Su madre se había largado cuando él era demasiado pequeño como para acordarse de ella, su padre había sido un borracho, un vago y un violento que había enseñado a su hijo a robar cuando sólo tenía cinco años y que le pegaba un día sí y otro no. Camila se quedó horrorizada cuando Benjamín le contó que no sólo le había dado puñetazos y bofetadas, sino que también le había golpeado con correas y quemado con cigarrillos.
    Naturalmente la educación formal de Benjamín había sido muy limitada, ya que había faltado a menudo a la escuela; pero como era listo había aprendido a leer y a escribir. El amor, por supuesto, había sido para él una emoción desconocida. Se había creído afortunado porque al menos le habían dado de comer, ya que entonces la supervivencia era lo más importante.
    A los trece años, en plena pubertad, había pegado un estirón enorme que le había permitido llegar a tener casi la misma altura que su padre. Y cuando su padre le había golpeado, por primera vez Benjamín le había devuelto los golpes.
    No se había escapado de casa como Camila había creído; su padre le había echado sólo con lo puesto.
    Se había quedado en un refugio durante un tiempo, pero había tenido la mala suerte de acudir a uno que estaba dirigido por alguien que no tenía verdadero interés en ayudar sino en quedarse con su salario.
    Después de marcharse de allí, Benjamín había dormido en edificios en ruinas y conseguido dinero del único modo que sabía: robando. No robaba en tiendas, sino que solía forzar la cerradura de los coches y llevarse el contenido.
    No había querido unirse a ninguna banda, ni confiar en nadie salvo en sí mismo. Había hecho algunas amistades, todos ellos chulos, prostitutas o traficantes de drogas. Inevitablemente, él mismo había empezado a abusar de las drogas, que en ese momento habían hecho más soportable su existencia.
    Pero las adicciones pedían dinero; de modo que había empezado a robar en casas y a robar coches.
    —Una noche —empezó a decir Benjamín—, cometí un error y me pillaron. Entonces fui a la cárcel, conocí a tu padre y el resto ya lo sabes.
    Camila estaba a punto de echarse a llorar.
    —Oh, Benjamín...
    —Te lo advertí.
    —Pero sobreviviste a eso.
    —Deja que te cuente lo que es sobrevivir de ese modo —le dijo él en tono seco—. Sólo piensas en ti mismo; te conviertes en una persona dura, fría y capaz de cualquier cosa. Cuando conocí a tu padre en la cárcel, él no me importaba en absoluto; sólo lo que pudiera hacer por mí. Lo vi como la oportunidad de escapar y me agarré a ello como pude. Cuando finalmente salí de la cárcel y me puse a trabajar de chófer de tu padre, él me parecía un cretino. No le quería nada.
    —Pero al final acabaste queriéndolo —dijo ella—. Tú mismo lo dijiste.
    —Acabé respetándolo, sí. Eso no es lo mismo que querer.
    —Entiendo...
    —No, tú no lo entiendes. No puedes entenderlo porque no has vivido lo mismo que yo. Te lo he dicho una vez, y te lo diré de nuevo. Los hombres como yo no somos capaces de amar a nadie.
    —No lo creo —murmuró ella—. No eras tan malo cuando te viniste a vivir con nosotros; conmigo siempre fuiste amable.
    —¿De verdad? ¿O sólo intentaba estar a buenas con el jefe?
    Camila frunció el ceño. Nunca lo había contemplado desde ese ángulo.
    —Maldita sea, no me mires así. De acuerdo, me gustabas, sí; eras una niña adorable.
    —Sigo gustándote —dijo ella con una sonrisa de alivio.
    —Sí. Sigues gustándome.
    No era mucho, pero Camila se sintió mejor. De pronto todo se le antojaba más sencillo. Aun así, sintió que era mejor cambiar de tema.
    —¿Has sabido algo de tu película?
    Nunca había visto a Benjamín tan confuso.
    —¿Cómo?
    —¿No habías dicho que esa película donde habías invertido tanto dinero salía en Año Nuevo? Pues ya estamos a tres de enero; hace ya tres días que ha pasado Año Nuevo.
    Benjamín se dio cuenta. Su escabroso pasado era demasiado para Camila. Ojalá no sacara otra vez la conversación; porque prefería dejar su pasado allí, guardado en la mazmorra de su pensamiento.
    —Se estrenó ayer con críticas variadas —le dijo—. Hasta dentro de unos días no se sabrá la opinión del público.
    —¿Cómo se llama?
    —Regreso al desierto. Es una segunda parte de La novia del desierto. El guionista es el mismo.
    —Entonces tendrá éxito. A todos los que les gustó La novia del desierto irán también a ver ésta.
    —Es lo que esperamos.
    —¿Es buena? Las segundas partes no siempre son buenas.
    —Creo que ésta sí lo es.
    —¿Pero los críticos no lo creen?
    —A algunos les gustó; otros aborrecieron el final porque es muy trágico.
    —¿Quién muere? Espero que no sea Shane.
    —No, Brenda.
    —¡Brenda! Imposible. No puedes matar a la protagonista de un romance; tiene que haber un final feliz, Benjamín.
    —Tonterías. Muchas historias de amor no acaban bien.
    —Sólo las escritas por hombres —dijo con pesar—. ¿Cómo muere Brenda?
    —Le pegan un tiro cuando salva a su hijo de los malos —dijo a la defensiva, como si eso lo arreglara todo.
    —No hay excusa posible. Sencillamente, no puede morir. ¿No podían haberla herido?
    —Tenía que morir. No era buena para Shane. Su historia de amor era falsa y su matrimonio un desastre en ciernes. Ella detestaba vivir en el campo. Le amenaza con volver a la ciudad y llevarse al niño cuando de pronto aparecen los malos de su vida anterior. La segunda parte no es una historia de amor, Camila, es un drama.
    —Puedes llamarlo como quieras; suena fatal de todos modos.
    —Gracias por el voto de confianza.
    El capitán anuncio turbulencias y pidió que todos se abrocharan el cinturón, terminando de momento con la acalorada discusión.
    —Típico —dijo Benjamín mientras ajustaba el cierre.
    —¿A qué te refieres? —le preguntó Camila mientras se agarraba a los apoyabrazos cuando de pronto el avión se estremeció.
    —Enero es época de ciclones sobre todo por esta zona.
    —Ojalá me lo hubieras dicho antes. Podríamos habernos quedado en casa, y más teniendo en cuenta que Hilda y Hilario se han marchado.
    —Quería enseñarte Happy Island.
    —¿La isla en sí o la casa de lujo?
    Benjamín sonrió.
    —Un hombre tiene derecho a presumir delante de su novia, ¿no crees?
    A Camila le dio un vuelco el corazón.
    —Me has llamado «novia»...
    Benjamín se encogió de hombros.
    —Me reservo el derecho de invalidar el título si te pones grosera conmigo.
    —Sólo me pongo grosera cuando viene un ciclón; y también histérica.
    Benjamín se echó a reír.
    —Y me lo dices ahora. No te preocupes. Mi casa está construida a prueba de ciclones. En realidad, hace varias décadas que Happy Island no sufre el azote de ningún ciclón, aunque a veces llueva mucho o soplen vientos huracanados. Desgraciadamente, a lo mejor tendremos que quedarnos dentro de casa durante varios días seguidos —añadió con un brillo de picardía en la mirada.
    Camila sonrió.
    —Menos mal que me he traído los juegos de mesa, ¿no?
    Benjamín protestó.
    —No, el Monopolio no, por favor. Siempre me ganabas.
    —El Monopoly y el Scrabble y las damas chinas. Me los encontré en el fondo del armario cuando estaba haciendo la maleta.
    Al ver la cara de Benjamín, ella le dio un codazo en las costillas de broma.
    —Vamos. Nos divertíamos un montón jugando a esos juegos.
    —Ahora que somos mayores, tenía otros juegos en mente.
    Camila negó con la cabeza.
    —Si crees que estas vacaciones van a ser nada más que una orgía, estás muy equivocado. He traído unos folletos de Happy Island de la agencia de viajes y hay un montón de cosas que hacer.
    —¿De verdad? ¿Como qué?
    —Aparte de hacer una excursión para ver todos los lugares de interés de la isla, me gustaría tomar un barco e ir a la barrera coralina; y quiero montar en helicóptero para ver las Whitsundays desde el cielo. También se puede practicar el windsurf y comprar souvenirs en las tiendas. Ah, y jugar al minigolf. En eso me puedes ganar. También he visto fotos de una preciosa playa de arena blancas y aguas azul brillante donde me gustaría ir a nadar.
    —No harás eso —dijo él negando con la cabeza.
    —¿Por qué no?
    —Por el irukanji.
    —¿El qué?
    —Son medusas asesinas. Si te pican, te puedes pasar días en el hospital. Y desde el 2001 han fallecido dos personas a causa de las picaduras. En verano es cuando más hay.
    —Entonces, nada de nadar.
    —En realidad, puedes meterte en el agua si llevas un traje de neopreno; pero no son especialmente bonitos. Aun así, no debes preocuparte. No conozco otro sitio donde haya más piscinas que en Happy Island. La mía es fabulosa, y se calienta por medio de placas solares, además.
    —No lo dudaba.
    El sonrió divertido.
    —Nunca te falta una respuesta, ¿verdad?
    —Yo nunca he dicho que sea perfecta.
    —Sólo casi —dijo él mientras se inclinaba a darle un beso en la mejilla.
    Ella se volvió a mirarlo de frente.
    —Pensaba que habías dicho que no me ibas a besar.
    —¿Y a eso le llamas beso? Ya te enseñaré lo que es besar cuando lleguemos a mi casa.
    Ella se estremeció al ver el deseo en su mirada.
    Aquello era lo que ella siempre había deseado, que él la mirara de esa manera. ¿Pero sería suficiente ser el objeto de la pasión de Benjamín? Sinceramente, ella deseaba más; quería un final feliz. Y sobre todo quería el amor de Benjamín, aquello que él decía que jamás le daría a nadie.
    —Puedes relajarte ya —dijo Benjamín—. Hemos pasado la turbulencia.
    A Camila se le encogió el corazón mientras se decía, atormentada, que las turbulencias acababan de empezar.

    Capítulo 14
    La belleza de Happy Island impresionó mucho a Camila. El piloto dio una vuelta a la isla para aterrizar, dejando que gozaran de las espléndidas vistas.
    ¡Aquello sí que era un paraíso tropical!
    Las playas y bahías eran mágicas y los edificios construidos con respeto hacia el medio ambiente se confundían maravillosamente con el verdor de la lozana vegetación.
    Cualquier preocupación derivada de su relación quedó olvidada con la emoción que sintió ante tanta belleza. Sería fantástico disfrutar de unas románticas vacaciones allí con el hombre al que amaba; fantástico tenerlo para ella sola durante un mes.
    Por lo menos, siempre tendría aquel maravilloso recuerdo.
    —No tenemos prisa en bajar —le dijo Benjamín cuando todos los demás se levantaron corriendo de sus asientos—. No hay cinta de equipajes, sólo una sala para recoger las maletas donde aparcan los autocares de todos los complejos turísticos.
    —¿Vamos a tomar un autocar?
    —No. Tengo un carrito de golf aparcado en el aeropuerto.
    —Ah, sí, lo he leído en el folleto. Dice que no hay muchos en la isla y que todo el mundo se mueve en eso.
    —Eso es.
    —¿Lo puedo conducir yo?
    —Claro.
    —¡Ay, qué divertido!
    Finalmente Camila y Benjamín bajaron del avión; Camila se alegró al ver que no hacía tanto calor fuera como había temido.
    —¿No te parece que no hace tanto calor?
    —Es cierto. Pero el hombre del tiempo ha dicho que van a subir las temperaturas a finales de semana, y que habrá también más humedad. El sábado por la tarde se esperan tormentas con lluvias abundantes y viento fuerte.
    —¿Y cómo sabes todo eso?
    —Lo miré anoche en Internet.
    —Espero que no te hayas traído el portátil.
    —No hay necesidad. Tengo todo un equipo montado en casa.
    —¿Pero hay algo que no tengas aquí? —dijo Camila una hora después.
    Estaba en el salón principal de la casa de Benjamín, mirando por una pared de cristal la piscina más maravillosa que había visto en su vida. Se llamaba piscina horizonte, ya que el final de la misma no parecía tener bordillo y se juntaban el agua y el cielo como hacía el horizonte con el mar.
    —Me ha costado lo mío —dijo Benjamín.
    —¿La piscina o toda esta casa?
    La casa no era demasiado grande, sólo tenía tres dormitorios, pero todo estaba bellamente decorado en tonos verdes y azulados que complementaban el entorno tropical.
    —Lo que más costaron fueron los cimientos.
    Camila entendió por qué. La casa estaba construida en la ladera de una bahía. Todas las habitaciones poseían enormes ventanas o paredes de cristal desde donde se divisaba el mar u otras islas. Era un cristal especial, resistente también a las tormentas, según le dijo Benjamín, y suavemente tintado para suavizar cualquier resplandor.
    —Tardaron dos años en construirla —dijo Benjamín—. La terminaron el mes de junio pasado.
    —¿De verdad? —dijo Camila.
    Por eso Benjamín no había llevado a ninguna de sus novias allí. En realidad no había tenido oportunidad. Sin embargo, le agradaba pensar que ella era la primera chica que estaba allí con él; y la primera en compartir el precioso dormitorio principal.
    —Es espectacular, Benjamín —Camila sonrió con calidez—. La vista también.
    Benjamín le rodeó la cintura con el brazo y tiró de ella.
    —Espera verlo al amanecer.
    Cuando le dio la vuelta hacia él, Camila sabía que la iba a besar; y esa vez nada podría detenerlo. Pero ella tampoco pondría objeción alguna, porque cuando él acercó sus labios a los suyos, el corazón le latía ya aceleradamente.
    —No creo que te vaya a dejar deshacer la maleta —le dijo Benjamín un buen rato después—. Me gustas así.
    Por fin habían llegado al dormitorio principal, aunque la ropa de Camila seguía en el suelo del salón, y también la de Benjamín.
    Camila suspiró con placer mientras Benjamín le acariciaba el estómago despacio.
    —Tú también me gustas así —le respondió ella en tono adormilado.
    Cada vez hacían mejor el amor, cada vez eran más atrevidos. En ese momento, Benjamín estaba tumbado detrás de ella y le acariciaba los pechos y le pellizcaba los pezones.
    —Ah... —gimió ella, sorprendida por la mezcla de placer y dolor.
    —Te ha gustado —le susurró él al oído con voz ronca.
    —Sí... no... No sé...
    —A mí sí... —dijo él, y lo repitió.
    Ella gimió y se retorció, pensando que a ella también le gustaba.
    —Házmelo otra vez —le urgió ella sin aliento.
    El hizo lo que le pedía, provocándole un placer urgente y turbador. Benjamín, que estaba excitado otra vez, la penetró con más ahínco que antes.
    —Sí... —gemía ella mientras una espiral de placer se enroscaba en sus entrañas—. Sí, sí... —gritó mientras su cuerpo se desmembraba con un clímax intenso.
    Benjamín le dio la vuelta, la agarró de los pechos y la echó para atrás para que se colocara de rodillas y con las manos apoyadas sobre la cama. Camila había pensado que había terminado, pero estaba equivocada. Cuando él empezó a flotarle el clítoris, le sobrevino el segundo orgasmo. Esa vez él también alcanzó el clímax con una explosión fuerte y caliente. Ella hundió la cara en la almohada y él se derrumbó sobre ella.
    Permanecieron unos minutos allí tumbados, sudorosos y jadeantes.
    —¿Lo ves? —susurró Benjamín—. Una mujer puede alcanzar el clímax varias veces seguidas. Podría hacer que pasaras todo el día así si me dejaras.
    Camila se sintió desfallecer sólo de pensar en ello.
    —Creo que en este momento me hace falta darme una ducha —dijo con voz temblorosa.
    —Mmm. Qué buena idea. Voy a dármela contigo.

    Capítulo 15
    Benjamín estaba tumbado junto a Camila, que en ese momento dormía. El, sin embargo, no dejaba de pensar.
    Su plan de hartarse de Camila en la cama no le estaba funcionando. Parecía que, cuanto más estaba con ella, más la deseaba.
    En las treinta y seis horas que habían pasado desde su llegada, apenas habían salido del dormitorio salvo para comer algo, lo mínimo, o para darse algún chapuzón.
    Parecía que antes de él la vida sexual de Camila había sido poco imaginativa y bastante limitada, algo que le sorprendió, pero que también lo llenó de satisfacción por ser casi el primer amante de una mujer.
    Al mismo tiempo, la falta de experiencia de Camila le preocupaba; porque las jóvenes inocentes como ella se enamoraban fácilmente.
    Aunque no le había dicho que lo amara, se lo habían dicho sus ojos llenos de adoración. Y aparte de notarlo, Benjamín había disfrutado con ello.
    ¿Sería ésa la razón que había detrás de su creciente adicción por ella? ¿Que no se tratara sólo de sexo, sino de lo que ella le hacía sentir cuando él le estaba haciendo el amor?
    ¿Qué sentiría si la tuviera para siempre a su lado, en su cama; si le pusiera una alianza en el dedo; si hiciera de ella su compañera ante la ley?
    Tonterías, se dijo Benjamín. Una auténtica locura. Se dio la vuelta, se apoyó sobre un codo y aprovechó para pasear la mirada por su cuerpo sensual. Pero antes de darse cuenta estaba acariciándola, despertándola, deseándola. Gimió de deseo cuando ella le abrió los brazos con un dulce suspiro de rendición.
    «Dime que no, maldita seas», pensaba él mientras se hundía entre sus piernas.
    Pero ella no dijo nada.
    Camila salió de la cama con cuidado para no despertar a Benjamín. Se había hecho de noche y por fin él dormía profundamente.
    Se puso la bata de seda y fue a la cocina a comer algo, ya que en dos días sólo habían comido lo suficiente para sobrevivir y de pronto tenía un hambre feroz.
    Media hora y dos platos preparados después, Camila fue al salón y se acurrucó en el sofá azul para tomarse tranquilamente la taza de café que se había preparado.
    Debería imponerse para que al menos salieran de casa en algún momento. No estaba bien quedarse allí todo el tiempo haciendo el amor.
    Camila hizo una mueca. Tal vez no estuviera bien, pero ella no podía negar que se sentía muy bien; mejor de lo que se había sentido nunca.
    Sin embargo ya era suficiente. Al día siguiente insistiría en que se vistieran y fueran a algún sitio.
    Después de todo lo que había comido, Camila no tenía sueño. No quería ver la televisión para no despertar a Benjamín, pero podría leer un rato. En una de las estanterías que flanqueaban el mueble donde estaban la televisión y el equipo de música, había unos cuantos libros de bolsillo.
    Camila dejó el café sobre una mesa y cruzó el salón. Sólo había un título que le apetecía leer, Vestida para matar, una novela de suspense que prometía muchas sorpresas y momentos de emoción.
    Camila se llevó sin duda una sorpresa cuando al abrir el libro vio un nombre escrito a mano en la parte superior de la primera página: Maria Cameron.
    Se le paró el corazón mientras contemplaba el odiado nombre allí escrito, mientras su mente quedaba inundada por un sinfín de horribles pensamientos; el primero que Benjamín le había mentido. Maria había estado en Happy Island con él; ¿cómo si no iba a estar allí ese libro? A Benjamín no le gustaba leer.
    Las repulsivas imágenes de Benjamín y Maria haciéndolo en distintas partes de la casa empezaron a agobiarla; porque todas esas cosas las había hecho también con ella.
    El dolor fue demasiado fuerte, al igual que la humillación. ¡Qué fácil había sido engañarla! ¡Menuda tonta enamorada!
    Hasta allí habían llegado. Agarró el libro con las dos manos y regresó al dormitorio hecha una furia; encendió la luz principal y cerró la puerta dando un portazo.
    Benjamín se despertó asustado.
    —¿Qué pasa?
    Ella le tiró algo. Un libro que le golpeó en el pecho antes de que le diera tiempo a atraparlo.
    —Dijiste que nunca la habías traído aquí —le soltó Camila con rabia—. Me mentiste, canalla.
    Benjamín se dio cuenta entonces de lo que pasaba.
    —No es lo que piensas —se defendió.
    Ella soltó una risotada seca y amarga.
    —¿En qué sentido, Benjamín?
    —No me acosté con ella.
    Ella se echó a reír de nuevo.
    —¿Y esperas que me lo trague?
    —Maria se intoxicó en el avión y estuvo todo el fin de semana en la cama de la habitación de invitados.
    —Si eso es verdad, ¿por qué no me lo dijiste antes? Yo te diré por qué —dijo ella antes de darle oportunidad de contestar—. Porque te habrías arriesgado a no tener lo que querías, que era que ocupara el lugar de Maria estas vacaciones. Mejor decirme que soy única y especial, hacerme creer que venir aquí contigo era algo que no hacías con cualquiera. Lo mires por donde lo mires, Benjamín, me has mentido por egoísmo propio.
    A Benjamín no le gustaba que lo acorralaran; siempre acababa peleando.
    —¿Y tú no has hecho lo mismo? —contraatacó él—. Creo recordar que el día de Navidad me dijiste en el despacho que lo único que querías de mí era sexo. Está claro que esa no es la verdad, ¿no? Quieres lo que siempre has querido: casarte, Camila. Por eso has sido tan condescendiente todo el tiempo. ¡Y ésa es la razón por la que ahora estás tan disgustada!
    Ella estaba colorada de vergüenza, y el dolor que vio en sus ojos le hizo sentirse fatal.
    —Si eso es lo que piensas de verdad, Benjamín —empezó a decir—, entonces no puedo quedarme aquí contigo. Sencillamente, no puedo.
    Benjamín nunca se había sentido tan mal, ni siquiera en la cárcel. Pero era por el bien de los dos. El no le convenía en absoluto; mejor que lo dejaran antes de que ella sufriera más.
    —Si eso es lo que quieres —le soltó él.
    —Lo que quiero... —ella negó con la cabeza y bajó los hombros al tiempo que se le escapaba un suspiro—. Jamás voy a conseguir lo que quiero. Contigo no. Ya lo veo claro —se puso derecha, echó los hombros para atrás y levantó la cara—. Siento haberte tirado el libro, Benjamín. En general, has sido sincero conmigo; a veces demasiado sincero. He sido yo la que no quería oír lo que me decías.
    Benjamín se sentía aún peor. Sintió la tentación de saltar de la cama para abrazarla; quería decirle que era él quien lo sentía, que ella era única y especial y que deseaba casarse con ella.
    Pero se resistió a la tentación.
    De algún modo lo consiguió.
    —Yo... Me voy a llevar las cosas a una habitación libre para pasar la noche —continuó—. Mañana por la mañana veré si puedo volver a Sidney.
    —Bien —dijo él mientras retiraba la sábana—. Ahora, si me perdonas, tengo que ir al cuarto de baño.

    Capítulo 16
    Camila no podía dormir. No sólo estaba muy disgustada, sino que también tenía calor. El parte meteorológico no se había equivocado; en las últimas horas habían subido las temperaturas, y el aire acondicionado no era suficiente para paliar la intensa humedad.
    Al final, Camila se levantó, se puso el bikini rosa que se había comprado antes de Navidad, buscó una toalla y salió a la piscina. ¿Qué más daba que fuera de noche y que todo estuviera tan oscuro? El fondo de la piscina estaba iluminado.
    La fuerza del viento la sorprendió, y para que no se volara la toalla tuvo que pillarla con las patas de una tumbona; la misma tumbona donde Benjamín y ella habían hecho el amor el día anterior.
    Camila se tiró al agua para no pensar en ello y empezó a dar vigorosas brazadas de un lado y al otro de la piscina, esperando cansarse lo más posible para quedarse dormida en cuanto volviera a la cama.
    Sabía que no sería fácil, de modo que continuó machacándose largo tras largo. Pero finalmente no pudo continuar más y nadó hasta donde estaba la hamaca al otro lado de la piscina.
    Se puso a tiritar de frío al salir el agua. El viento soplaba con mucha más fuerza que antes, y Camila se dio cuenta de que la tormenta estaba cerca. Esperaba que no durara mucho, porque no quería que el aeropuerto estuviera cerrado al día siguiente. Necesitaba alejarse de la isla y de Benjamín lo antes posible.
    Camila se estaba agachando para retirar la toalla cuando una fortísima ráfaga de viento levantó por los aires una mesa con sombrilla que había cerca y la golpeó en la espalda.
    Camila gritó cuando el viento la catapultó con fuerza más allá del borde que se unía con el horizonte. Gritó cuando se golpeó en el hombro contra el repecho de más abajo donde caía el agua, y gritó de nuevo cuando la fuerza del impulso la empujó al vacío.


    Benjamín estaba tumbado encima de la cama, totalmente despierto, cuando oyó los gritos aterrorizados de Camila. Se puso de pie en un instante y corrió en dirección al lugar de donde venían sus gritos: la zona de la piscina.
    La luz de emergencia ya estaba encendida, indicando que Camila debía de haber salido hacía poco; pero no la vio por ninguna parte.
    De pronto, vio la mesa y la sombrilla al final de la piscina.
    —¡Ay Dios mío! —exclamó Benjamín, pensando que Camila estaba dentro del agua, inconsciente por el golpe y ahogándose.
    Cuando Benjamín se zambulló y no la vio, nadó hasta el extremo y se asomó al repecho más abajo para ver si la veía allí, esperando a que él la rescatara.
    Un miedo feroz se apoderó de él cuando vio que el repecho poco iluminado estaba también vacío. El mero pensamiento de que pudiera haberse precipitado a las aguas rocosas más abajo le resultó tan horrible que apenas pudo concebirlo; porque nadie podría sobrevivir a una caída tal.
    —¡No! —gritó al viento.
    No podía estar muerta; su Camila no; su preciosa y maravillosa Camila no.
    —¡Benjamín! ¿Benjamín, estás ahí?
    Benjamín estuvo a punto de gritar del alivio que sintió.
    —Sí, estoy aquí —respondió mientras bajaba al repecho con cuidado—. ¿Dónde estás? No te veo.
    Empezaba a acostumbrarse a la oscuridad, a pesar de lo mucho que le lloraban los ojos por el fuerte viento.
    —Aquí abajo.
    —¿Dónde?
    Se inclinó todo lo que pudo hasta que por fin la vio agarrada a una roca del acantilado unos metros por debajo del repecho. Pero no era a una roca donde se agarraba, sino a un arbusto algo enclenque que nacía de la roca.
    —¿Puedes apoyar el pie en algún sitio?
    —Bueno, sí, pero me parece que se va a soltar el arbusto. Ay, sí, Dios mío, está cada vez más suelto... ¡Haz algo, Benjamín!
    Benjamín sabía que estaba demasiado lejos para alcanzarla. Necesitaba algo largo para que ella pudiera agarrarse. ¿Pero el qué?
    De pronto pensó en la sombrilla de la piscina. Era bastante grande y el palo de hierro largo.
    —Espera, Camila. Tengo una idea.
    Volvió a la piscina, agarró la sombrilla, tiró de ella y volvió al repecho.
    —Toma —dijo mientras trataba de dirigir el palo hacia ella—. Agárrate a esto.
    Ella hizo lo que le decía.
    —Agárrate fuerte —le ordenó.
    Su peso le sorprendió al principio; pero Benjamín se sentía fuerte, más fuerte de lo que se había sentido jamás. Y al momento la tenía allí, entre sus brazos, llorando de miedo y alivio.
    Benjamín la abrazó con fuerza, con los ojos cerrados.
    —Tranquila, ya estás a salvo.
    —Ay, Benjamín... Creí que iba a morir.
    Benjamín la abrazó todavía más, porque él había pensado que había muerto. Aquél fue el momento más crucial de su vida. Entendió lo que había sentido Hilario en el hospital; porque igual que Hilario amaba a Hilda, él amaba a Camila. Oh, sí, la amaba. Ya no le cabía ninguna duda.
    ¿Pero qué cambiaba eso? ¿Acaso Camila no estaría mejor sin él?
    Ya no sabía qué pensar.
    —Yo... no puedo dejar de temblar —a Camila le castañeteaban los dientes.
    —Estás en estado de shock, es normal —le dijo él—. Lo que necesitas es darte un baño caliente y tomar un té calentito con mucho azúcar. Pero primero tengo que sacarte de aquí con mucho cuidado...
    Camila no podía dejar de pensar en esos momentos en los que había pensado que iba a perder la vida. Al enfrentarse uno a la muerte así entendía lo que era y no era importante; y cuando uno sobrevivía a una experiencia tal, estaba más dispuesto a arriesgarse.
    —Aquí tienes el té —le dijo Benjamín, entrando en el baño.
    Camila estaba metida en la bañera de agua caliente con el bikini rosa puesto. Sin embargo, Benjamín seguía desnudo.
    —¿Te podrías poner algo? —le pidió ella cuando él le dio la taza.
    Camila sabía que le costaría hablarle si estaba desnudo; y quería hablar con él con sinceridad, con sensatez.
    Benjamín se enrolló una toalla a la cintura.
    —¿Te vale así?
    —Sí, gracias. No te vayas, Benjamín, por favor... Tengo... tengo algo que decirte.
    Camila dio un sorbo y dejó la taza en el borde de la bañera.
    —He decidido que no quiero volverme a casa mañana.
    El se sorprendió.
    —¿Y eso por qué, Camila?
    —Te amo, Benjamín. Siempre te he querido. No estabas equivocado cuando dijiste la razón por la que he venido aquí contigo. Pensaba que, si pasábamos unos días juntos, tal vez te darías cuenta de que a lo mejor sientes algo por mí, de que también me amas. Y fantaseaba con que tal vez terminarías pidiéndome que me casara contigo.
    El se apartó de la pared donde estaba apoyado.
    —Camila, yo... —empezó a decir.
    —No, déjame terminar, por favor, Benjamín.
    —Muy bien.
    —Tal vez hayas adivinado mis razones para venir contigo. Pero te equivocas si piensas que he utilizado el sexo para conseguir lo que quería. Cuando he accedido a acostarme contigo, no ha sido con ningún plan en mente. Me encanta que me hagas el amor. Jamás he vivido nada parecido. No sé cómo describir lo que siento cuando estás dentro de mí, y no quiero renunciar a ese placer, Benjamín. Así que, si aún me quieres aquí, me gustaría quedarme... Yo, te prometo que no volveré a mostrarme celosa. Sólo quiero estar contigo, Benjamín —concluyó con voz angustiada—. Por favor...
    Cuando vio que a Camila se le llenaban los ojos de lágrimas, Benjamín no pudo soportarlo más. El verla de ese modo le estaba matando.
    —No llores —sollozó él mientras se arrodillaba junto a la bañera—. Por favor, Camila, no llores.
    —Lo siento —sollozó ella—. Sólo es que... es que te quiero tanto...
    Él rodeó su precioso rostro con las dos manos.
    —Y yo también te quiero, cariño. Ella gimió de sorpresa.
    —Me he dado cuenta esta noche cuando pensé que te había perdido. Te amo, Camila. Y sí que quiero casarme contigo...
    Ella lo miró con una mezcla de extrañeza y escepticismo.
    —Benjamín... no lo dices en serio… es imposible. Tú siempre has dicho...
    —Sé lo que he dicho siempre. Pensaba que no era lo suficientemente bueno para ti.
    —Oh, Benjamín. Eso no es cierto.
    —Sí, lo es —insistió él—. Pero, si confías en mí, te prometo que haré lo posible para no hacerte daño jamás, para no decepcionarte ni a ti ni a tu padre. Te seré fiel sólo a ti. Te amaré y protegeré. Y amaré y protegeré a nuestros hijos.
    Ella, que ya estaba sorprendida, se asombró aún más.
    —¿Quieres tener hijos?
    —Te daré hijos, cariño, porque sé que los defectos que tenga como padre quedarán compensados por tu habilidad como madre.
    —Benjamín... no debes decirme cosas tan bonitas —sollozó.
    —¿Por qué no? Las digo muy en serio.
    Ella lo miró llorosa.
    —Las dices en serio, ¿verdad?
    —Claro que sí, amor mío.
    —Yo... no sé qué decir.
    —Dime que te casarás conmigo, para empezar.
    —Oh, sí, sí —dijo ella.
    El la besó y, cuando se apartó de ella, Camila sonreía.
    —Me alegra comprobar que tenía razón —dijo Camila.
    —¿En qué? —le preguntó Benjamín.
    —En que la protagonista de una historia de amor nunca muere.

    Epilogo
    —¿No crees que a la gente le puede resultar extraño —dijo Hilda— que tengas una dama de honor de sesenta y un años?
    —Y a quién le importa lo que piensen los demás —respondió Camila—. Además, estás preciosa.
    Era cierto. Unas cuantas semanas de dieta y ejercicio habían hecho milagros; lo mismo que su nuevo cabello rubio. Hilda se había quitado diez años de encima.
    —No tan preciosa como la novia —respondió Hilda con una sonrisa cariñosa—. Me alegro tanto por Benjamín y por ti, cariño. Estáis hechos el uno para el otro, desde siempre. A Martin le habría complacido mucho, lo sé. Y también por el bebé.
    —Eso creo —dijo Camila, radiante de felicidad.
    Se había olvidado tomar la píldora la mañana después del traumático incidente en Happy Island; y así era como se había quedado embarazada. Al principio había temido un poco la reacción de Benjamín; pero él se había mostrado encantado con la noticia.
    Parecía que la madre naturaleza sabía lo que hacía.
    Y allí estaba, embarazada de casi cuatro meses, a punto de casarse con el padre de su bebé y único hombre que había querido en su vida. Sin embargo, ya no era una heredera millonaria. El día antes de cumplir veinticinco años había hablado de sus sentimientos acerca de la herencia con Benjamín y decidido hacer lo que en su día había dicho que debería haber hecho su padre, que era donar todo su dinero a la caridad.
    Y así había dividido todos los millones de su patrimonio entre varias instituciones que ayudaban a los pobres y a los necesitados.
    Claro que no se quedaba sin nada. Seguía siendo dueña de Goldmine, que valdría unos veinte millones; aunque también era cierto que ella nunca vendería la casa. Y luego estaban los derechos de autor de La novia del desierto, que no dejarían de llegar, ya que la película se había reeditado tras el éxito mundial de la segunda parte. Benjamín no se había equivocado con el trágico final.
    Pero sobre todo sería Benjamín el que alimentaría a la familia, y eso en sí era motivación suficiente para seguir trabajando y sintiéndose bien consigo mismo. Camila prometió no olvidar jamás que bajo la fachada de seguridad y confianza en sí mismo de su marido se escondía un niño herido que necesitaba constantemente el poder curativo del amor. De su amor.
    Los golpes a la puerta del dormitorio precedieron a la voz conocida.
    —Es hora de que la novia haga acto de presencia. No queremos que el novio empiece a inquietarse, ¿verdad?
    Camila abrió la puerta muy sonriente.
    —¡Caramba! —dijo Derek mientras la miraba de arriba abajo—. En momentos como éste desearía no ser gay. Y no me refiero sólo a la novia.
    —Ah, vamos —dijo Hilda sonriendo de oreja a oreja. Derek se había convertido en un visitante frecuente en Goldmine, y Benjamín y él se habían hecho amigos. Derek se había ilusionado mucho cuando Camila le había pedido que la entregara en matrimonio.
    —Muy bien, chicas —dijo mientras le daba el brazo a Camila—. Es la hora del show.
    —¡Caramba! —exclamó Hilario cuando una señora rubia elegantemente vestida entró despacio en el enorme salón—. ¿No es ésa mi Hilda?
    —Sí que lo es —le informó Benjamín a su padrino.
    Pero él sólo tenía ojos para la radiante novia que iba detrás de Hilda. Benjamín se emocionó al ver que Camila avanzaba hacia él con una sonrisa radiante; una sonrisa de amor y confianza en él, ese amor y esa confianza que habían apaciguado su alma y curado sus heridas.
    A ratos, a Benjamín le resultaba difícil creer que estuviera contento de casarse y tener un hijo. Sin embargo, junto a Camila cualquier cosa era posible.
    —Estás impresionante —le dijo en voz baja mientras le tomaba de la mano y se volvían hacia el oficiante.
    —Y tú también —respondió ella en el mismo tono.
    —Martin se habría sentido muy orgulloso de ti.
    Ella le apretó la mano con fuerza.
    —Y también de ti, amor mío. También de ti.





    Fin



    la preserverancia deja sus frutos mas en el amor amen siempre y luchen hasta el final por ellos

    espica3
     
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  2. luky_tomy
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    x fin s dio kuenta benja d k la amaba y no le iba hacer daño, pro mira k es cabezota k no s diop kuenta hasta k no la pudo haber perdido....besos
     
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  3. :P----Ester---:P
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    ayer la lei entera , me entretubo mucho..huo momentos que no me gusto como se comporto benja, pero bueno..al final ha terminado bien ^^ ..BesitoS^^
     
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  4. candelitas
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    me encanto el final! eso si, siempre tiene q pasar algo brusco parea q el chico se de cuenta de las cosas!! pero bueno, el final es lo importante!
     
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  5. Marissa16
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    Oh x Dios!!
    Me encantó!!
    La verdad q increible el remake!!
    Te felicito!
    besos
    Marissa :love:
     
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  6. CLAUSS1711
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    Por un momento pense que al igual que la peli, iba a tener un final triste xD jejejeje
    muy buena
    acias!!!
     
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  7. Valeria Duque Gutierrez
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    Me la leí de un tirón
     
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  8. elepe
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    ☺️☺️☺️🤗🤗🤗
     
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    Conoces a l@s Abuel@s

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    Escobas
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    que raro la verdad, pero me gusto
     
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