El hijo del griego

amor, orgullo, pasion y paternidad

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  1. lionsolar
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    Resumen:

    En cuanto el millonario Franco Kadros puso los ojos en la bella Paloma Blain estuvo claro que aquello sólo podría acabar de una manera: una noche de increíble pasón. Lo que él no esperaba era que Paloma desapareciera a la mañana siguiente.
    Sin embargo, aquella única noche había dejado un legado que Paloma deseaba ocultar. Cuando Franco descubrio la verdad, se puso furioso... y exigió que se casara con él.

    Deseaba lo que creía suyo por derecho... ¡a ella!



    Capítulo 1

    Franco Kadros pagó al taxista. Hacía una cálida tarde de junio y se quitó la cha¬queta, mientras se encaminaba hacia la casa estilo georgiano que se hallaba en el centro de London Myfair, una de las muchas propiedades de la empresa familiar. A lo largo de los últimos años había sido utilizada por su hermana Anna, que la compartía con tres de sus compañeras de universi¬dad. Franco conocía a las tres, pero una de ellas, Liz, se había ido hacía un mes y aún no ha¬bía conocido a su sustituta.

    Una irónica sonrisa curvó sus labios. Era obvio que la nueva no tenía nada en contra de las fiestas. Era viernes por la noche y la casa estaba ilumina¬da como un árbol de navidad mientras la música salía a raudales por las ventanas.Entró en el vestíbulo, colgó su chaqueta y evitó a dos parejas abrazadas mientras entraba en el sa¬lón. Anna no lo esperaba hasta el lunes y era obvio que había querido aprovechar al máximo el fin de semana antes de que llegara su hermano.
    Tal y como se sentía Franco en aquellos mo¬mentos, no podía culparla.
    Tras cinco semanas de trabajo en Sudamérica, había volado el día anterior a Nueva York con la esperanza de pasar un largo fin de semana con Dianne, una abogada neoyorkina con la que lleva¬ba diez meses saliendo. Pero cuando llegó se vio sorprendido por un inesperado interrogatorio. ¿Hacia dónde se dirigía su relación? ¿No podían limitarse aquella tarde a sentarse a charlar?
    Tras mucho hablar, Franco acabó en la habita¬ción de invitados... y fue él quien dijo «no» por la mañana. Había pasado seis semanas sin ver a Dianne y, por tanto, seis semanas sin sexo. Siem¬pre era monógamo mientras le duraba una relación pero, por encantadora que fuera Dianne, no iba a permitir que ni ella ni ninguna otra mujer lo mani¬pulara utilizando el sexo. El sonido de campanas de boda había sido tan ensordecedor que práctica¬mente había salido corriendo.

    -¡Franco! ¿Qué haces aquí? -preguntó Anna, asombrada al vedo-. No te esperaba hasta el lunes.
    -No te preocupes -dijo Franco en tono burlón-. Sigue adelante con tu fiesta, pero asegúrate de que tus amigos no vengan a dar la lata en mi habita¬ción -su hermana Anna, que tenía veintiún años, era perfectamente capaz de cuidar de sí misma, pero su padre insistía en que debía mantenerla vi¬gilada. Su padre era griego y su madre griega esta¬dounidense, y aunque ésta tenía un punto de vista moderno respecto a la vida, su padre era mucho más tradicional. Aquel era el motivo por el que Franco llevaba tres años establecido en Londres y tenía una habitación en la planta alta de la casa. En Atenas, Anna llevaba una vida mucho más controlada que en Londres.
    -Por supuesto, hermanito... -dijo Anna mien¬tras seguía bailando con su pareja.
    Franco se sirvió un whisky y echó un vistazo a su alrededor. Aquél no era su ambiente. Miró su reloj y comprobó que ya eran casi las doce de la noche. Desafortunadamente, su cuerpo aún seguía adaptado al horario de Sudamérica y no tenía sue¬ño. Su boca se curvó en una cínica sonrisa mien¬tras pensaba en las rarezas femeninas. Especial¬mente en las de Dianne.
    Dianne sabía desde el principio el terreno que pisaba. Era una mujer guapa, inteligente, centrada en su trabajo de abogada... justo la clase de mujer que a él le interesaba. Sin embargo, a los pocos meses, ya estaba pensan_o en un anillo de bodas. Pero se había equivocado de hombre. Él no tenía la más mínima intención de dejar atrás su estado de soltería.
    Volvió a mirar a los jóvenes asistentes a la fies¬ta de su hermana, que se retorcían en el salón en lo que parecía una especie de danza masiva de la fertilidad. No le habría importado contar con la persuasiva ondulación de un cuerpo femenino bajo el suyo aquella noche, pero no le gustaban las aventuras de una noche, y menos aún con las ami¬gas de su hermana. Lo que necesitaba era un café, no más whisky, pensó mientras se encaminaba ha¬cia la cocina.
    Cuando se volvió tras cerrar la puerta, se quedó petrificado en el sitio. En sus veintiocho años de vida nunca había visto a nadie como ella...
    La mujer estaba de espaldas a él, vaciando el contenido de una botella en el fregadero. Su pelo... era negro como la noche y caía en sedosas ondas hasta su cintura. El femenino movimiento de sus caderas atrajo la mirada de Franco hacia un trapito negro que apenas podía pasar por una falda y que cubría sus nalgas, altas y firmes. Y sus piernas... Franco contuvo el aliento y metió rápidamente la mano en el bolsillo de su pantalón; no recordaba haberse excitado tanto ni tan instantáneamente desde que era un adolescente cargado de testoste¬rona. Aquellas piernas, contorneadas y perfectas, pálidas como alabastro, parecían no acabar nunca.
    -Hola -saludó con voz ronca mientras avanza¬ba hacia ella.
    Paloma dejó caer la botella en el fregadero al oír la profunda voz masculina y se volvió. Entrea¬brió los labios, pero ningún sonido surgió de entre ellos. El hombre más atractivo que había visto en su vida avanzaba rápidamente hacia ella. Alto, moreno, y vestido con unos pantalones color cre¬ma y una camisa azul, irradiaba una energía digna de una tormenta eléctrica.
    Su pelo, negro como el azabache y ligeramente largo, le daba un aire de bribón. Era el resumen de todas las fantasías de una adolescente hechas realidad. El lento e íntimo modo en que se curvaron sus labios cuando sonrió hicieron que los latidos de su corazón se desboca¬ran. Por unos instantes, se sintió completamente desorientada.
    Paloma había leído y oído hablar sobre el amor a primera vista, pero siempre había dudado de su existencia. Pero supo que era cierto cuando miró los oscuros ojos de aquel hombre y vio su mirada reflejada en ellos. Un estremecimiento la recorrió de arriba abajo al sentir que aquellos penetrantes ojos podían alcanzar el fondo de su alma.
    Oyó que le hablaba, pero fue incapaz de res¬ponder. Se limitó a seguir mirándolo mientras una dulce e intensísima excitación se apoderaba de ella. Nunca en su vida se había sentido así; tenía que tratarse de amor, pensó impulsivamente. ¿Qué otra cosa podía ser? Después, mucho después, comprendería su error...

    Cuando la mujer se volvió, Franco se quedó con¬mocionado. Sus ojos, de un azul brillante, estaban excesivamente maquillados, al igual que su rostro y sus labios, pintados de un rojo intenso. Aquello suponía un completo contraste con el pálido tono de su piel.
    Llevaba los hombros desnudos y la piel de es¬tos eran tan pálida como la de sus piernas. Bajó la mirada hacia la suave curva de sus pechos, desca¬radamente expuestos por el sujetador metálico plateado que llevaba puesto, y luego hasta su om¬bligo, que la diminuta falda que vestía no llegaba a cubrir. Cuando vio el aro que llevaba en éste tuvo que esforzarse para poder tragar. Aparte de un exceso de maquillaje, aquella mujer era puro sexo andante.
    -Una chica tan guapa como tú no debería es¬conderse en la cocina -dijo a la vez que se detenía a escasos centímetros de ella-. Soy Franco Kadros, el hermano de Anna. ¿Y tú...? - Franco hizo una pausa a la vez que le ofrecía su mano. De cerca, sus ojos eran aún más azules de lo que parecían, y pensó que no podían ser reales. Pero en aquellos momentos le dio lo mismo; era su cuerpo lo que lo estaba volviendo loco. Al ver que ella se limitaba a seguir mirándolo, añadió-: ¿Te alojas aquí? -preguntó, pensando que tal vez fuera la nueva es¬tudiante-. ¿Otan sólo has surgido en mi imagina¬ción como una legendaria belleza micénica inca-paz de hablar?
    Cuando sonrió, vio que ella por fin parpadeaba. -Me llamo Paloma y, sí, me alojo aquí –dijo ella educadamente a la vez que tomaba la mano extendida de Franco. Éste sintió al instante una po¬derosa descarga eléctrica.
    -Paloma -repitió Franco -. Paz. Es un nombre que te sienta de maravilla -añadió mientras desli¬zaba la mirada por su esbelto y curvilíneo cuerpo. Su fmne norma de no tener aventuras con las ami¬gas de su hermana voló en aquel instante por la ventana-. ¿Quieres bailar conmigo, Paloma?
    -No creo que pueda -murmuró ella-. Al me¬nos, no como lo están haciendo ahí -dijo a la vez ladeaba la cabeza hacia la puerta.
    -En ese caso, deja que te enseñe cómo lo hago yo -dijo Franco, y no se refería sólo a bailar. Bajo las toneladas de maquillaje, los rasgos de Paloma eran totalmente equilibrados, su nariz pequeña y recta, sus labios carnosos y sensuales. De hecho, era una auténtica maravilla, pensó Franco. La desea¬ba con una intensidad, que lo estaba enloquecien¬do. El hecho de que pareciera no tener gusto para vestir perdió toda importancia. Su cuerpo se había apoderado de su mente y le daba igual todo.
    La tomó entre sus brazos y ella se dejó abrazar como si estuviera destinada para él. Enterró el ros¬tro en su maravilloso pelo, que olía a manzanas frescas. Tenía un aroma totalmente personal que no se parecía a ninguno de los perfumes conoci¬dos por Franco. Su conversación resultó muy limita¬da mientras bailaban, pero Franco acabó averiguan¬do que Paloma estudiaba lengua inglesa. Le hizo reír con sus historias y suspirar con sus delicadas caricias. Finalmente, cuando sugirió que fueran a beber algo a algún lugar más tranquilo de la casa, ella lo siguió.

    Franco abrió los ojos y se estiró a la vez que sus¬piraba, satisfecho. Se sentía muy bien, mejor que nunca, y todo debido a la encantadora Paloma. Se excitó de inmediato al pensar en ella. Era un sueño de mujer y había colmado todas sus fantasías. Aún podía notar su sabor en los labios, sentir sus per¬fectos y rosados pezones colmándole la boca, la exquisita longitud de sus piernas desnudas rodeán¬dolo. Casi podía escuchar todavía sus delicados ge¬midos cuando habían alcanzado juntos el clímax, y su anhelante respuesta cuando la había introducido lentamente en otras formas eróticas de hacer el amor. Si no hubiera respondido con tanta vehe¬mencia, habría llegado a pensar que nunca había estado con otro hombre.
    Sí, romper con Dianne era lo mejor que podía haber hecho. Paloma era mucho más de su gusto. Una sustituta perfecta.
    Cuando alargó una mano hacia el otro lado de la cama, comprobó que estaba vacío. Probable¬mente, Paloma estaría en la ducha. En algún mo¬mento a lo largo de la noche se había levantado y había regresado con el rostro libre de maquillaje. Franco se había quedado tan anonadado por su be¬lleza natural que había vuelto a hacerle el amor.
    Pero mientras se levantaba recordó que Paloma no estaría en aquellos momentos en el baño.
    Mientras amanecía, Paloma había aceptado su sugerencia de pasar el fin de semana con él, pero no bajo la curiosa mirada de su hermana.
    A Franco le había parecido bien y había dejado que volviera a su dormitorio para prepararse tras quedar en verse con ella abajo a las nueve.
    Aunque la idea de compartir una ducha con ella era muy sugerente, lo era aún más pensar en los días y las noches que los aguardaban.
    Cuando volvió distraídamente la mirada hacia la cama, se quedó paralizado al ver una mancha de sangre en ella. ¡No era posible que Paloma fuera virgen! No.
    Movió la cabeza para alejar aquella idea. No era posible, sobre todo pensando en cómo iba vestida y en el hecho de que se había acostado con él menos de una hora después de haberse conocido. Además, Anna le había dicho que su nueva compañera de piso estaba haciendo un curso de posgraduado, de manera que debía de tener al menos veintidós años. Debía de haber otra explicación para aquello.
    Cuando miró la hora en su reloj de pulsera comprobó con asombro que ya eran las once. Masculló una maldición. Entre el cambio de hora¬rio y la energía que había desplegado aquella no¬che haciendo el amor, su despertador mental no había funcionado.

    Se ducho rápidamente mientras se decía que no debía dejar llevarse por el pánico. Después de la maravillosa noche que habían compartido, estaba seguro de que Paloma seguiría esperándolo abajo.
    Cinco minutos después, entraba confiadamente en la cocina. Anna y sus compañeras Maggie y 1o estaban sentadas a la mesa junto con una cuarta chica rubia que Franco no había visto nunca. Debía de haberse quedado después de la fiesta.
    -Hola, Franco. ¿Has dormido bien? -saludó Anna-. Siéntate y enseguida te sirvo un café. Tie¬nes aspecto de necesitarlo.
    Tras la segunda taza, y después de escuchar las anécdotas de la fiesta, Franco hizo la pregunta que tenía en la punta de la lengua con la esperanza de no despertar las sospechas de su hermana.
    -¿Dónde está tu nueva inquilina? Creo que dijo que se llamaba Paloma. Una chica alta de pelo ne¬gro. La conocí anoche en la cocina.
    Las cuatro chicas rompieron a reír.
    -Yo soy la nueva inquilina, Ernma -contestó la rubia-. Supongo que te refieres a El Topo, pero se ha ido.
    Franco tuvo que hacer verdaderos esfuerzos por ocultar su decepción.
    -¿El Topo? ¿Por qué la llamas así? - Paloma le había mentido. No era la nueva inquilina de la casa, y era evidente que se había ido sin decirle una palabra. Afortunadamente, Anna y sus amigas sabrían dónde estaba.
    - Paloma y yo estuvimos en el mismo internado de monjas. El Topo era su mote -contestó Emma-. Piensa en el libro Wind in the Willows, el libro ju¬venil cuyos protagonistas son el Sapo, el Tejón, la Rata y el Topo. Llamándose Willow y con ese pelo negro el mote le iba que ni pintado. Por aquel entonces, solía pasarse el día con la nariz enterrada en el algún libro, y supongo que eso también ayudó. Tenía cuatro o cinco años menos que yo y apenas hablaba. En realidad casi no la conozco. Anoche tratamos de implicarla en la fies¬ta lo más posible, pero sin demasiado éxito; antes de que dieran las doce desapareció en su dormitorio.
    Franco había sentido una inmediata inquietud al oír mencionar el internado, pero no traicionó lo que estaba pensando.
    -A mí no me pareció precisamente un topo. Habría sido lo último que se me habría ocurrido pensar viéndola con ese aro en el ombligo y una falda que apenas le cubría las nalgas.
    Las chicas volvieron a reír.
    -Era una fiesta de disfraces de fulanas y curas,
    Franco, aunque supongo que no lo notaste -respon¬dió Anna.
    -Una fiesta de disfraces de fulanas y curas -re¬pitió Franco mientras froncía el ceño-. ¿Quieres de¬cir que os disfrazasteis deliberadamente de fula¬nas?
    -Sí -dijo Anna, sonriente-. Pero eso no quiere decir que lo seamos, así que deja de poner esa cara de hermano mayor enfadado.
    -Yo hice lo posible para que se implicara en la fiesta y le dejé un piercing falso para el ombligo y algo de ropa para que estuviera a tono con los de¬más aunque lo cierto es que ahora soy mucho más pequeña que ella. Me asombró ver cómo había madurado en estos últimos años.
    Franco tuvo que hacer verdaderos esfuerzos por ocultar su rabia y frustración.
    -Entonces, ¿Paloma no estudia en la universi¬dad con vosotras? -dijo a la vez que se levanta¬ba.
    -Claro que no -contestó Emma con una risita-.
    Sólo vino porque mi padre conoce a la señora Blain; es una empleada del cuerpo diplomático y en estos momentos está en la India. El caso es que mi padre preguntó si podíamos acogerla por una noche porque a su madre no le hacía gracia la idea de que pasara la noche sola en un hotel de Londres, sobre todo porque ayer cumplía diecio¬cho años. Ayer terminó sus estudios en el instituto y esta mañana tenía que tomar un avión en Heath¬row para reunirse con su madre.
    -¿Por qué estás tan interesado Franco? -pregun¬tó Anna sonriente-. No irás a decirme que te ha gustado, ¿no? Sobre todo teniendo en cuenta la de veces que ha llamado la encantadora Dianne esta mañana. Creo que Paloma atendió la primera lla¬mada antes de irse, y yo he respondido a las de¬más. Más vale que la llames porque empezaba a sonar un poco frenética.
    No tanto como Franco se estaba sintiendo. Esta¬ba muy enfadado con las cuatro chicas, pero más aún consigo mismo. No podía creer que hubiera estado tan arrogantemente centrado en sí mismo y hubiera seducido a una joven bella e inocente sin pensárselo dos veces. ¿Cómo podía haber estado tan ciego como para no darse cuenta de que, bajo todo aquel maquillaje y aquella ropa, Paloma ape¬nas acababa de cumplir los dieciocho? -¿Vas a llamar a Dianne o no? -insistió Anna. -No Hemos roto, y si vuelve a llamar dile que me he ido. Contento por tener una excusa, y a la vez deso¬lado por lo ocurrido, Franco salió de la cocina y de la casa sin mirar atrás.
     
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  2. yisette
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    me encanto la historia espero que la siga.....
     
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  3. jeniriverplate
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    Estubo re bien el primer caapii seguila.bss
     
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    Genial.. Buenisima la historia! ya me gusto jaja :)..
    Re chiquita paloma.. uh veremos qe pasa!. Besos genia! :D
     
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    Las Abuel@s te invitan a casa

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    esta super buena
    seguila pronto porfis
     
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    La Abuel@ te presta la escoba

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    me a gustado lo que e leido espero que la sigas pronto
     
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  7. Camimiamor
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    me a encantado, siguela pronto :por favor:
     
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  8. marina973
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    wow me encantó! porfa siguela pronto :emocionado:
     
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  9. candelitas
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    la pobre paloma al atender la llamada de dianne habra salido escopetada!
     
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  10. lionsolar
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    Capítulo 2
    SENTADA a la mesa circular de la sala de juntas de un exclusivo hotel de Londres, Wi¬llow deseó poder levantarse y marcharse. Desafortunadamente, su editorial había insisti¬do en que asistiera al acto. Su tercera novela,.A Class Act Murder, había sido nominada para el premio Crime Writer's Prize y tenía muchas posi-bilidades de ganarlo. Pero lo más importante era que tenía una cita concertada a las cinco con el productor estadouni¬dense Ben Carlavitch, que pretendía hacerse con los derechos para producir una película basada en el libro y si por alguna casualidad ganaba el pre¬mio, tendría argumentos muy poderosos para con¬seguir un acuerdo mucho más ventajoso. Tres días atrás, Paloma se había quedado en¬cantada cuando Louise, su editora, le había puesto al tanto de su reunión con Carlavitch. Suponía pa¬sar la noche en Londres, pero había aceptado. Sin embargo, empezaba a lamentar haberIo hecho. Miró en torno a la sala, llena de gente del mun¬do de la literatura y las editoriales, y se sintió fuera de lugar. Había terminado sus estudios a los die-ciocho años y se había convertido en escritora más por casualidad que porque lo hubiera planeado. Le encantaba leer, sobre todo novelas de crímenes, y a los veinte decidió tratar de escribir una. Siete años y tres libros después, y a pesar de sí misma, se ha¬bía convertido en el centro de atención. El ganador sería anunciado después del al¬muerzo, y Paloma deseó que todo hubiera acabado ya para poder irse. Estaba convencida de que no iba a ganar; pues los otros cinco nominados eran escritores de reconocido prestigio. Pero dos horas después salía de la sala de con¬ferencias totalmente aturdida. Había ganado. Ape-nas podía recordar las palabras que había pronun¬ciado al aceptar el premio. Había utilizado el móvil de su editora para llamar de inmediato a su hijo Benja y le había dado la noticia antes de verse rodeada por una marejada de gente que pretendía felicitarla.
    Agradeció la mano de su editora en el brazo mientras se encaminaban hacia el ascensor.
    -Debemos reunimos con nuestro director y con el abogado de la editorial en recepción y luego acudir a nuestro encuentro con Carlavitch. Está entusiasmado con tu libro -dijo Louise, sonrien¬te-. Este premio nos permitirá negociar desde una posición de fuerza. Lo has logrado, Paloma. Carla¬vitch sale para Los Ángeles esta noche, así que debemos aprovechar al máximo esta oportunidad para dejar el trato zanjado.

    -¿Qué sucede? -preguntó Franco Kadros al di¬rector del hotel al ver a varios reporteros corrien¬do por el vestíbulo-. Ya sabe que no nos gusta que la prensa moleste a las celebridades que se alojan aquí. Dueño de una multinacional que poseía entre otras cosas varios hoteles por el mundo, Franco ha¬bía llegado aquella mañana a Londres por asuntos de negocios y estaba aprovechando para hacer una rápida inspección. El director parecía un poco nervioso.
    -Estrictamente hablando, la persona en cues¬tión no era una celebridad; cuando reservó la habi¬tación nadie había oído hablar de ella. Acogemos la ceremonia de entrega del premio Writer's Prize y toda la excitación se debe a que ha ganado J.P.Paxton.
    -Buena elección. He leído su último libro y me ha parecido excelente. Pero no suponía que algo así pudiera atraer el interés de la prensa nacional.
    Deben de tener poco que contar.
    -Tal vez, pero es obvio que no ha visto a J.P.Paxton -el director sonrió mientras volvía la mirada hacia los ascensores-. Ahí viene. ¡Menuda escritora! Si quisiera, podría dedicarse a escribir de noche y a trabajar de modelo de día. Al parecer, su verdadero nombre es Paloma Blain. Franco volvió de inmediato la mirada hacia los ascensores al escuchar aquel nombre. Sus ojos se entrecerraron al ver a la mujer que salía de ellos. Habría reconocido aquel rostro en cualquier sitio. Era Paloma, la mujer que había poblado sus sue¬ños durante nueve largos años. Verla en carne y hueso hizo que se quedara petrificado. Una repen¬tina furia, ardiente y primitiva, le hizo dar un paso delante, pero afortunadamente se contuvo a tiempo.

    La primera vez que vio a Paloma había cargado contra ella como un toro, y no había dejado de la-mentarlo desde entonces. Había aprendido a no cometer el mismo error dos veces. El asunto que tenía pendiente con la encantadora Paloma era privado y muy personal. Podía esperar...
    La observó desde lejos. A pesar de que apenas había cambiado, .los años le habían sentado bien. I
    Tal vez parecía un poco más llenita, pero seguía siendo sexo puro sobre dos piernas. Así lo atesti¬guaban los anhelantes rostros de los reporteros, pensó con enfado mientras los miraba.
    El hecho de saber que se había convertido en escritora podría haberlo sorprendido, pero recordó que Emma dijo que la habían apodado El Topo de¬bido a que solía ser muy silenciosa y siempre tenía la nariz enterrada en un libro. El libro que había leído de ella, A Class Act Murder, le había llamado la atención porque el argumento era muy sólido y ponía a prueba la inteli¬gencia del lector. El estilo de escritura estaba lleno de vigor y pasión. Él había sido testigo directo de aquella pasión, y en cuanto a la intriga... no había duda de que aquella mujer lo había engañado el primer día que se conocieron. El repentino flash de una cámara cegó a Paloma, que salió del ascensor totalmente ajena al hombre alto y moreno que la observaba desde un extremo del vestíbulo. -¿A qué ha venido eso? -preguntó a Louise, enfadada-. Creía que el fotógrafo oficial del premio era el que estaba en la sala. Louise rió.
    -Sí, pero el hecho de que J.P.Paxton sea en rea¬lidad una mujer y el hecho de que Carlavitch esté interesado en comprar los derechos de tu novela ha¬cen que la noticia sea mucho más interesante. Es evidente que la noticia ha volado. Además, no po¬demos olvidar lo atractiva que eres.
    -Ojalá hubiera nacido hombre -murmuró Paloma mientras avanzaban hacia las escaleras rodea¬das por el destello de las cámaras.
    -Ya es suficiente, caballeros -dijo Louise al cabo de un momento-. Tenemos una importante reunión y... - Una foto más, Paloma, por favor! - gritó uno de los fotógrafos-. ¿Qué tal si se suelta el pelo y se inclina hacia la barandilla con una mano en la cadera? Paloma se ruborizó intensamente y rió.
    -Ni hablar -dijo. Era escritora, no modelo, ni actriz y, según iban pasando los minutos, la alegría de haber ganado el premio iba reduciéndose a marchas forzadas. De pronto pensó que probable¬mente no era la mejor idea del mundo que su foto¬grafía saliera en la prensa nacional. Uno nunca sa¬bía quién podía verla y ella valoraba su intimidad por encima de todo.
    Avanzó para pasar junto al fotógrafo... y de pronto se quedó paralizada.
    La cabeza morena de un hombre sobresalía en¬tre las de los demás en el vestíbulo y avanzaba ha¬cia ella. Era Franco Kadros. Paloma apenas podía creer lo que estaba viendo. Petrificada en el sitio, sólo fue capaz se seguir mirándolo. Era un fantas¬ma del pasado... pero un fantasma demasiado real. Era Franco.
    Su pelo negro tenía algunos destellos de plata a los lados, pero parecía aún más atractivo que cuando lo conoció, más poderosamente masculino de lo que se había permitido recordar. Al notar su oscura mirada fija en ella con inquietante intensi¬dad, gimió interiormente. Aquello era lo último que le faltaba para que se esfumara por completo el placer que le había producido ganar el premio.
    -Creo que la señorita Blain ya ha respondido a suficientes preguntas -dijo Franco a la vez que la tomaba con fIrmeza de un brazo y prácticamente la arrastraba al interior de un espacioso despacho.
    Paloma miró frenéticamente a su alrededor. -No podemos entrar aquí -dijo cuando por fin logró recuperar la voz.
    -Podemos porque soy el dueño del hotel -de¬claró Franco en tono arrogante. Luego se volvió ha¬cia el director-. Haga el favor de salir a librarse de los periodistas. Y asegure a la editora de la señori¬ta Blain que saldrá enseguida. Cierre la puerta la marcharse, por favor.
    -No... -murmuró Paloma, temblorosa. Aquello no podía estar pasando. Un estremecimiento de te¬mor recorrió su espalda cuando alzó la mirada ha¬cia Franco.
    A lo largo de aquellos nueve años había tratado de convencerse de que nunca volvería a verlo, pero en aquellos momentos lo tenía ante sí. Comprendió al instante que las consecuencias podían ser catastróficas.
    No era justo que Franco Kadros hubiera reapare¬cido como un espectro en su momento de triunfo. ¿Cómo podía tener tan mala suerte?
    Apartó la mirada de él, aterrorizada ante la po¬sibilidad de que percibiera en sus ojos el temor que sentía.
    La primera vez que lo vio se quedó totalmente embelesada ante su belleza masculina. Recordán¬dolo, no pudo evitar abochornarse al pensar lo jo¬ven e inocente que era entonces.
    El encuentro no sucedió precisamente en una de las mejores épocas de su, vida. Su padre había muerto en un accidente en Africa cuando ella era poco más que un bebé y su madre había seguido trabajando en el extranjero para el Ministerio de Asuntos Exteriores. Paloma había pasado casi toda su infancia con su abuela en Devon y a los doce años la enviaron a un internado.
    Desafortunadamente, su abuela murió cuando ella estaba a punto de cumplir los dieciocho años. A solas en Londres por primera vez, y supuesta¬mente protegida por unos amigos de su madre mientras aguardaba a que llegara el momento de abordar el avión que iba a llevarla a la India para visitar a ésta, no tuvo la más mínima oportunidad ante las sofisticadas habilidades seductoras de Franco Kadros.
    La única experiencia que tenía de la vida la ha¬bía sacado de los libros, y fue inevitable que se sintiera hipnotizada ante el brillo de los maravillo¬sos ojos negros de aquel hombre. Se rindió al ins¬tante o se enamoró perdidamente de él en unos instantes y, pocos minutos después, estaban juntos en la cama, donde pasaron una noche de ensueño ha¬ciendo el amor apasionadamente.
    Pero no fue una noche de amor, sino de sexo, se corrigió de inmediato. Entonces fue cuando comprendió todas las advertencias de su abuela sobre los hombres y su falta de respeto «la maña¬na después». Creyó, a Francpo como una tonta enamorada cuando le pidió que pasaran el fin de semana juntos para poder llegar a conocerse mejor. Cuando se quedó dormido, fue a su cuarto a preparar el equipaje. Más tarde, sintiéndose toda una mujer, bajó para llamar a su madre y comunicarle su cambio de planes. Pero el teléfono sonó antes de que tuviera oportunidad de descolgarlo; contestó Y escuchó aturdida que una mujer lla¬mada Dianne quería hablar con su novio, Franco Kadros. Cuando contestó que aún estaba dormido, la mujer dudó un momento y luego rió.
    -Probablemente está cansado porque la otra noche lo tuve despierto hasta el amanecer. No se moleste en despertarlo; vuelo hoy mismo a Lon¬dres y quiero encontrarlo descansado para esta nó¬che -a continuación pidió a Paloma que informarálo antes posible a Franco de que su novia había lla¬mado.
    Anna apareció a su lado cuando estaba colgan¬do el auricular y le preguntó quién había llamado. Paloma le dijo que era la novia de Franco y Anna le confirmó la terrible verdad.
    -Te refieres a Dianne.
    Sin poder contenerse, Paloma le preguntó cuánto tiempo llevaban saliendo, y se sintió morti¬ficada cuando Anna le dijo que un año, lo que era un récord para su hermano. Anna le explicó que tal vez se debía a que Dianne parecía dispuesta a soportar el estilo de vida de playboy de Franco, pero también añadió que su padre llevaba tiempo sugi¬riendo que ya era hora de que Franco sentara la cabeza y la puntilla fue enterarse de que había llegado aquella misma noche después de haber ido a visitar a Dianne a Nueva York. Paloma no había nece¬sitado escuchar nada más. Comprendió hasta qué punto había hecho el idiota con aquel hombre y media hora después estaba en un taxi camino del aeropuerto.
    Instintivamente, volvió la mirada hacia Franco y se quedó sin aliento al ver la mezcla de enfado y frialdad con que la estaba observando. A pesar de todo, no pudo evitar que su pulso se acelerara.
    -¿Qué crees que estás haciendo? -preguntó a la vez que daba un paso atrás.
    -Rescatar a una vieja amiga - Franco entrecerró los ojos-. A menos que quieras seguir posando un rato para esos libidinosos fotógrafos que aguardan fuera -alzó una ceja irónicamente mientras la mi¬raba de arriba abajo-. ¿En topless, tal vez? Según recuerdo, tenías una figura totalmente adecuada para ello. Paloma reprimió el rubor que amenazó con cu¬brir su rostro, pero no pudo hacer nada para evitar la repentina presión de sus pezones contra la deli¬cada tela de su vestido.
    -No necesitaba que me rescataras, Soy perfectamente capaz de cuidar de mí misma, gracias y ahora, si me disculpas, tengo que asistir a una reunión.
    -Sí, ya 1o he oído. Con Ren Carlavitch, nada menos. Pero antes permite que te felicite por el premio que has ganado. He leído tu último lihro y lo he disfrutado enormemente con la astucia de la mente que 1o escribió. No hay duda de que te ha ido bien -la dura boca de Franco se suavizó en una sonrisa-. Pero siempre supe que tenías talentos ocultos.
    Con la llegada de la madurez, Paloma había logrado alcanzar cierto grado de sofisticación, y no se dignó a reconocer la evidente insinuacion de Franco. Aquel homhre era un diablo presuntuoso y arrogante. En una ocasión buscó el significado de su nombre y vio que era «regalo de los dioses» y si alguna vez algún hombre se había creído un re¬galo de los dioses para las mujeres; ese debía de ser Franco Kadros. No había duda de que su masculinidad y la sensación de poder que emanaba de él intimidaban a la mayoria de las personas, pero no debía permitir que percibiera su miedo.
    -Gracias -dijo, manteniéndole la mirada con Valentía.
    A lo largo de los nueve años transcurridos des¬de su primer encuentro había tenido Oportunidad de leer diversos artículos en la prensa sobre él. Era increíblemente rico y había heredado el negocio de su padre tras la muerte de éste. Era tan temido como respetado en el mundo de los negocios, so¬bre todo por la cantidad de ámbitos que abarcaba.

    Desafortunadamente, ella había tenido la desgracia de alojarse precisamente en uno de sus hoteles para pasar aquella noche.
    -Me alegra que te gustara el libro -continuó-, pero ahora, si me disculpas... -se volvió y se enca¬minó hacia la puerta. Volver a encontrarse con Franco Kadros había sido su peor pesadilla durante años, y tenía que salir de allí cuanto antes.
    -Por Supuesto. Tienes una reunión -dijo Franco con suavidad a la vez que apoyaba una mano en el brazo de Paloma para retenerla-. ¿Pero qué tal si quedamos luego para cenar? Paloma alzó levemente la barbilla y lo miró a los ojos.
    -Gracias por la invitación, Franco, pero me temo que debo rechazarla. Franco entrecerró los ojos.
    -¿Acaso tienes un marido que pudiera poner objeciones a nuestro encuentro?
    -No... -contestó Paloma sin pensar, y de inme¬diato se maldijo a sí misma por ser tan sincera-. Pero... -iba a decir que tenía otros compromisos, pero Franco no le dio oportunidad de hacerlo.
    -Bien, en ese caso, nada impide que nos reuna¬mos. La arrogancia de aquel hombre era asombrosa. Mientras no estuviera casada no había problema. Evidentemente, no había cambiado en lo más mí¬nimo.
    -¿Pero qué me dices de ti? -preguntó Paloma con frialdad-. Estoy segura de haber leído en al¬gún sitio que te casaste. ¿No le molestará a tu es¬posa que salgas a cenar con otra mujer? Sabía que Franco se había casado con Dianne. Apareció en la prensa pocos meses después de su fugaz encuentro.
    -Lo dudo -contestó Franco-. Hace varios años que nos divorciamos. Probablemente Dianne descubrió lo canalla que era el hombre con el que se casó, pensó Paloma.
    -Así que, ¿qué me dices? -continuó Franco- Ambos somos libres y estamos solteros, así que nada puede impedimos pasar la tarde juntos. Así podremos ponernos al día.
    -Lo siento, pero ya he quedado con mi editora para cenar, así que no, gracias.
    -En ese caso, y ya que estamos en el mismo hotel, al menos puedes reunirte a beber algo con¬migo después, o de lo contrario voy a tener que pensar que te ha disgustado volver a verme. Que yo recuerde, hace nueve años nos separamos con un apretón de manos.
    ¿Estaba imaginando la acerada amenaza pre¬sente en su tono de voz?, se preguntó Paloma. Es¬taba a punto de negarse en redondo cuando pensó que tal vez sería más sabio acceder. Bajó la mira¬da para ocultar su expresión. Una bebida y una breve charla.. Amistosa antes de retirarse a dormir.
    ¿Qué mal podía haber en ello? Bajo ningún con¬cepto debía despertar las sospechas de Franco. Regresaba a Devon por la mañana y no volvería a verlo.
    -De acuerdo. Si sigues aquí cuando regrese, podemos tomar esa copa. Pero no malgastes tu tar¬de esperándome.

    A continuación, Paloma abrió la puerta del des¬pacho y salió. Ben Carlavitch era un hombre muy atractivo, pero aunque se hubiera parecido a Quasimodo, Paloma no lo habría notado. Apenas registró de qué estaba hablando con su editora y el abogado, y se limitó a asentir cada vez que le preguntaban algo. Su mente era un auténtico torbellino. Franco Ka¬dros apenas había cambiado a lo largo de aquellos nueve años, excepto porque parecía más duro y cí¬nico de lo que recordaba. Era cierto que se habían separado con un apretón de manos, pero ella aún recordaba muy bien el esfuerzo que le costó sacar¬lo de su vida. Pensando en ello no podía creer que alguna vez hubiera sido tan joven e ingenua. .La mañana des¬pués de acostarse con Franco respondió al teléfono y todos sus sueños románticos se habían desmoro¬nado como un castillo de naipes. El hombre cuya cama acababa de abandonar estaba comprometido para casarse con otra mujer. Incluso la hermana de Franco había definido a éste como un playboy.
    Unas horas más tarde, aún anonadada, se en¬contraba en el aeropuerto de Heathrow, esperando a que anunciaran el vuelo que iba a llevarla junto a su madre. Estaba sentada con los ojos cerrados, preguntándose cómo podía haber sido tan estúpi¬da, cuando una profunda voz dijo a su lado.
    Paloma - Cuando abrió los ojos, vio a Franco Kadros ante ella como una especie de ángel vengador. Horrorizada, se puso de pie de un salto. Debía haberse vuelto momentáneamente loca para haber llegado a creer que un hombre tan sofisticado como él podría haberse interesado por ella para algo más que una aventura pasajera. Franco Kadros estaba totalmente fuera de su alcance, y comprender aquella amarga verdad le dio valor para enfrentarse a él.
    -¿Qué haces aquí?- ´pregunto educadamente. Una burlona sonrisa curvó los labios de Franco.
    -Podría haber venido para preguntarte dónde prefieres pasar el fin de semana – contenstó mientras entrecerraba los ojos con evidente enfado-, pero puede que sólo haya venido para felicitarte por tu dieciocho cumpleaños.

    Aún aturdida, Paloma ignoró su comentario sobre el fin de semana y le dio las gracias. Con expresión pétrea, Franco quiso saber por qué no le había preguntado la edad que tenía, el gruño como un oso herido. Luego le preguntó por qué le había mentido y le había hecho creer que era la nueva estudiante de la casa.

    Ella replicó que le había preguntado si estaba alojada en la casa y que le había contestado que sí porque era cierto. Apenas capaz de contener su enfado, Franco dijo que nunca se habría acostado con ella si hubiera sabido su edad, o que era virgen. Avergonzada, Paloma le pidió que hablara más bajo. Luego, repentinamente inspirada, le explicó que simplemente había planeado hacer algo así cuando llegara a la mayoría de edad, y añadió que pensó que lo mejor era elegir a un hombre ya maduro y experimentado. A punto de estallar, Franco quiso saber cómo podía tomarse tan a la ligera la pérdida de su virginidad. Trató de converncerla para que lo llamara por teléfono o le escribiera, y sugirió que volvieran a verse en la India o en cualquier otro lugar. Al ver que Paloma se negaba, le exigió que se mantuviera en contacto con él por si la noche que habían pasado juntos tenía alguna consecuencia.

    En ningún momento mencionó a su prometida, y fue Paloma quien lo hizo.
    -Creo que estás exagerando un poco, Franco. Seguro que no le dijiste eso a la mujer con la que compartiste la cama la noche anterior a ésta.

    Al ver el destello de algo muy parecido a la culpabilidad reflejado en la mirada de Franco supo que Dianne no había mentido. Luego, con una despreocupación que estaba muy lejos de sentir, le dijo que no tenía nada de qué preocuparse, pues había utilizado protección y además existía la píldora de la mañana después, implicando que había tomado una. Al oír aquello, Franco se puso tenso como una tabla y dio un paso atrás.

    -En ese caso tienes razón. No hay nada ás que decir. Excepto que me alegro de haberte sido útil –añadió burlonamente.
    En aquel momento anunciaron el vuelo de Paloma Paloma.
    Mi vuelo... Sin rencores, Franco –dijo, y se sorprendió a sí misma ofreciéndole la mano.
    Él pareció igualmente sorprendido cuando la aceptó.
    -Que tengas una buena vida, Paloma -dijo, y a continuación se marchó sin mirar atrás. I
    -Así que, ¿qué te parece, Paloma? ¿Estás de acuerdo? Paloma parpadeó mientras volvía al presente y miró a Ben Carlavitch a los ojos.
    -Sí -contestó.
    Él rió.
    -No has escuchado una palabra de lo que he¬mos dicho, ¿verdad? Resulta un poco frustrante para el ego de un magnate de Hollywood. Paloma le devolvió la sonrisa. Ben, que debía rondar los treinta y cinco años, era un hombre re¬almente atractivo.
    -Sí os he escuchado -mintió- y si mi editor está satisfecho, yo también lo estoy.
    -Sea quien sea, es un hombre afortunado –dijo Carlavitch con expresión irónica-. Sólo espero que te aprecie lo suficiente. Si no es así, llámame.

     
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    Las Abuel@s te invitan a casa

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  12. marina973
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    uuuy cuando Franco se entere del hijo de Paloma va a enfurecer! muy bueno el capi :D
     
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  13. candelitas
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    curioso encuentro... a ver el siguiente
     
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  14. yisette
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    bueno que encuentro los de esto dos, hasta yo me hubiera ido si me hubiera pasado lo de paloma, pero ojala que aclare tiene un hijo en común...
     
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  15. lionsolar
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    Capítulo 3

    Paloma hizo todo lo posible por retrasar su llegada al hotel con la esperanza de que Franco desistiera de esperarla, pero no le sirvió de nada.
    Acababa de recoger la llave en recepción y se estaba volviendo hacia los ascensores a toda prisa cuando se dio de bruces con él. Franco le pasó un brazo por la cintura para impedir que perdiera el equilibrio.
    -No hace falta que te lances sobre mí -bromeó mientras sonreía con picardía-. Ya lo hiciste hace años.
    -Veo que sigues aquí -espetó ella. Repentina¬mente consciente del duro y cálido cuerpo de Franco contra el suyo, dio un paso atrás.
    -Claro que sigo aquí, Paloma. Prometí invitarte a beber algo mientras charlábamos sobre los vie¬jos tiempos y soy un hombre de palabra.
    La hipnótica mirada de Franco poseía una espe¬cie de efecto paralizador sobre el cerebro nor¬malmente rápido de Paloma, que de pronto se encontró caminando a su lado tomada del codo. Odiaba a aquel hombre, pero sólo hacía falta una mirada suya para que la sangre circulara más ve¬lozmente por sus venas. Asqueada consigo misma, dijo:
    -Tendrá que ser una copa rápida, Franco.
    -No te preocupes. El champán ya está en la cubitera -dijo él mientras entraban en el ascensor.
    -Un momento - Paloma dio un paso atrás- Pensaba que el bar estaba en la planta baja.
    -El bar del hotel está abarrotado esta noche. Después del ajetreado día que acabas de pasar, he supuesto que preferirías relajarte en un sitio más tranquilo.
    -En realidad no -dijo Paloma. ¡Quedarse a solas con Franco Kadros era la peor de sus pesadillas!-. Lo cierto es que estoy bastante cansada. Tal vez podríamos dejarlo para otra ocasión. .
    -Siendo autora de libros de asesinatos que ponen los pelos de punta, no puedo creer que te asuste acudir a mi suite a tomar una copa -dijo Franco con ironía.
    -No, cIaro que no me asusta -mintió Paloma -.Pero se está haciendo tarde y lo cierto es que estoy bastante cansada- Franco miró rápidamente su reloj.
    -Faltan dos minutos para que den las doce. Qué coincidencia... es exactamente la misma hora que el día que nos Conocimos. No recuerdo que entonces te quejaras de cansancio. Más bien al contrario.
    Los labios de Franco se curvaron en una sensual sonrisa, invitando a Paloma a compartir el recuer¬do. Pero ella no se dejó engañar. Ya no era una adolescente ingenua obnubilada por el magnetis¬mo animal de aquel hombre./
    -No me lo recuerdes -dijo, tratando de respon¬der con una sonrisa igualmente sofisticada-. Siempre he preferido mirar hacia el futuro que ha¬cia el pasado. El ascensor se detuvo y Franco apoyó con delicadeza una mano en la espalda de. Paloma para ani¬marla a salir.
    -Entonces supongo que te negarás a recrear paso a paso nuestro primer encuentro, ¿no? -dijo en tono desenfadado.
    -Desde luego que me niego -espetó Paloma a la vez que se volvía a mirarlo. Al hacerlo vio su expresión burlona y captó un destello de diversión en sus ojos negros. Sin poder contenerse, le devol¬vió la sonrisa-. Ni lo sueñes, Franco.
    El sacó la nave de su suite y abrió la puerta.
    -Empezaba a pensar que habías olvidado cómo sonreír. Y no te preocupes, Paloma, porque no pienso abalanzarme sobre ti. A mi edad me he vuelto formal y respetable. En serio -sonrió mientras se encaminaba hacia una mesita de café en la que se hallaba una cubitera-. Siéntate y brin¬demos por tu éxito como dos viejos amigos.
    Paloma se sentó en un elegante y cómodo sofá y trató de relajarse. Era una mujer de éxito en su profesión y perfectamente capaz de cuidar de sí misma. Ya no era la adolescente impresionable de otras épocas. Se estaba preocupando por nada.
    Como Franco acababa de decir, sólo iban a compar¬tir una copa como dos viejos amigos. Aunque no podía decirse que, fueran precisamente amigos.
    Eran dos personas que habían pasado una explosi¬va noche juntos nueve años atrás. Aún le descon-certaba que Franco se hubiera molestado én seguirla hasta el aeropuerto aquel día. Tal vez pensó que era lo que debía hacer... a pesar de ser una persona de una moralidad muy limitada.
    Lo observó disimuladamente mientras él se ocu¬paba de servir el champán. Los años que habían pa¬sado desde su primer encuentro le habían sentado bien. Las pequeñas arrugas de sus preciosos ojos y de las comisuras de sus labios sólo añadían carácter a un rostro casi demasiado bello. Se había quitado la chaqueta y Paloma no pudo evitar fijarse en la perfección de su torso masculino.
    También tenía la clase de presencia y aspecto atractivamente peligroso que lo hacía sobresalir entre cualquier multitud. Sumando a ello su in¬mensa fortuna y su aire de virilidad, tenía que ser un hombre irresistible para el sexo opuesto y era obvio que lo sabía.
    Al ver cómo froncía el ceño mientras se con¬centraba en servir el champán, Paloma se quedó por unos instantes sin aliento. Había visto aquella misma expresión en diversas ocasiones en el ros¬tro de Benja. Por unos instantes había corrido el peligro de olvidar hasta qué punto suponía una amenaza Franco Kadros para su vida. Se irguió en el asiento y aceptó la copa que le ofreció éste con una fría sonrisa en el rostro.
    -Gracias.
    Franco se sentó junto a ella en el sofá y se volvió a mirarla a la vez que alzaba su copa.
    -Por el topo que se transformó en un cisne –al ver la expresión sorprendida de Paloma, hizo una - mueca de disculpa-. Mi inglés no es perfecto y puede que la frase no sea así, pero ya sabes a qué me refiero. Felicidades, Paloma.
    Paloma tomó un trago de su copa e hizo un es¬fuerzo por seguir sonriendo. ¿Cómo había sabido Franco que la llamaban El Topo? Ella no se lo había dicho, desde luego. ¿Qué otras cosas sabría sobre ella?
    -¿Qué te hizo empezar a escribir? –preguntó Franco. .
    -Como por lo visto ya sabes, mi mote en el co¬legio era El Topo, un mote que odio. Me sorpren¬de que un hombre de tu inteligencia necesite pre¬guntar más -añadió con ironía.
    -Sígueme la corriente -dijo él a la vez que re¬llenaba las copas.
    ¿Por qué no?, se dijo Paloma. A fin de cuentas, hablar sobre su trabajo resultaba mucho más segu¬ro que dedicarse a hurgar en el pasado. De manera que le contó cómo logró publicar su primer libro, y cuando Franco le preguntó dónde vivía, le contes¬tó haciéndole la misma pregunta. Él confirmó lo que ella ya sabía, que pasaba la mayoría del tiem¬po viajando por el mundo aunque su residencia es¬taba en Grecia.
    -Llevas una vida muy ajetreada -murmuró Paloma -. Pero pareces disfrutar con la presión.
    Franco se encogió de hombros.
    -Trabajo duro y juego duro -dijo a la vez que, para inquietud de Paloma, pasaba un brazo tras ella por el respaldo del sofá.
    -Tu estilo de vida no encajaría conmigo –dijo con más vehemencia de la que pretendía. El am¬biente amistoso de hacía unos momentos pareció cargarse repentinamente de tensión-. Me gusta llevar una vida tranquila en un mismo lugar. No me gusta viajar -sabía que estaba parloteando, pero no logró contenerse-. No me gusta el cambio -añadió, peligrosamente consciente de la cercanía del poderoso cuerpo de Franco.
    -Eso puedo entenderlo -murmuró Franco-. So¬bre todo en ciertos aspectos; por ejemplo, tu pelo
    -dijo a la vez que alzaba una mano para acariciar¬lo-. Me alegra que nunca hayas sentido la tenta¬ción de cortártelo.
    -Mi abuela era muy tradicional y, ya que prác¬ticamente fue ella la que me crió mientras mi ma¬dre trabajaba en el extranjero, nunca quiso cortar¬me el pelo.
    Paloma se interrumpió para volver a vaciar su copa. Un claro error, comprendió enseguida.
    Su mente parecía volverse idiota cuando estaba cerca de Franco, y los nervios la estaban haciendo hablar demasiado. Se volvió a mirarlo con ex¬presión suspicaz. Tenía que salir de allí cuanto antes.
    -Pues entonces hay que agradecérselo a tu abuela -dijo Franco-. Habría sido un sacrilegio sa¬crificar un pelo tan precioso. Pero supongo que no compartías otras restricciones típicas de las muje¬res de la generación de tu abuela, ¿no? Por ejemplo, estoy seguro de que habrá habido otros hom¬bres en tu vida desde que nos conocimos.
    -No. Sí, bueno... - Paloma bajó la mirada ante la expresión burlona de Franco. De pronto, la rabia acudió en su auxilio. Había que tener mucho valor para interrogarla sobre su vida amorosa siendo él un playboy de la peor calaña-. Sólo uno -espetó, pensando en su hijo Benjamin.
    Franco la miró unos momentos con expresión enigmática.
    -Me siento inclinado a creerte.
    -Gracias -dijo Paloma en tono sarcástico. En el sofisticado mundo en que se movía Franco la gente cambiaba de amante con la misma facilidad que de ropa-. Pero ya basta de hablar sobre mí -aña¬dió para cambiar cuanto antes de tema-. ¿A qué se dedica en la actualidad tu hermana Anna?
    -Ah, sí, Anna - Franco asintió lentamente-. Ac¬tualmente está casada y es madre de dos encanta¬doras niñas. Como todos los tíos, las estoy mal¬criando todo lo posible... o eso al menos opina mi hermana.
    Paloma supo de inmediato que había metido la pata al sacar aquel tema. La tensión sensual que palpitaba en su interior a pesar de sí misma se transformó en culpabilidad. Nunca había pensado en Franco como en la clase de hombre al que le gus¬taran los niños, pero había quedado patente en su expresión que adoraba a sus sobriñas. ¿Hasta qué punto podría adorar a su propio hijo?
    -Debes ir a verla alguna vez. Le encantará ver¬te -añadió Franco.
    -Sí -dijo Paloma mientras se ponía en pie-. Puede que lo haga en alguna ocasión, pero ahora debo irme. .
    Franco también se levantó y apoyó ambas manos en los hombros de Paloma, que sintió un cálido es-tremecimiento.
    -Creo que Anna siempre se ha sentido un poco culpable porque no hizo lo suficiente por celebrar tu dieciocho cumpleaños. Se quedó con la impre¬sión de que te fuiste de la fiesta temprano y te metiste en la habitación porque estabas aburrida. Yo no le aclaré las cosas, por supuesto-concluyó Franco con una sonrisa cómplice.
    Instintivamente, Paloma posó la mirada en los labios de Franco a la vez que recordaba cómo la habían besado por todas partes. Mortificada por la inmediata reacción de su cuerpo, trató de reprimir el rubor que pretendía adueñarse de todo su cuerpo.
    Alzó la barbilla y se enfrentó valientemente a la mirada de Franco.
    -Dile a Anna de mi parte que no tiene por qué sentirse culpable -dijo en el tono más amable que pudo-. En realidad no veo mucho sentido a volver a ponerme en contacto con ella. Sólo nos vimos una vez y no he vuelto a tener noticias suyas desde entonces. Creo que será mejor que las cosas sigan como están -añadió, «y eso te incluye a ti», pensó, aunque no se atrevió a expresarlo en voz alta.
    Pero Franco era un hombre despierto e inteligen¬te y sacó rápidamente sus propias conclusiones.
    -Si piensas así, me sorprende que hayas acep¬tado tomar una copa conmigo -murmuró- y me siento muy halagado por ello -añadió a la vez que descendía su sagaz mirada hacia la sensual curva de los labios de Paloma -. ¿Te importaría explicarme por qué lo has hecho?
    Paloma supo al instante que había cometido un error, pues había despertado su curiosidad. Debería haber rechazado de plano aquella invitación. Una cosa era tratar de mostrarse indiferente, y otra que Franco llegara a sospechar que teníá algo que ocultar. Debía actuar y debía hacerlo rápidamente.
    Bajando deliberadamente las pestañas, deslizó la mirada por el cuerpo de Franco, deteniéndose un momento en la dura línea de su mandíbula antes de volver a mirarlo a los ojos.
    -Seguro que sabes que eres un hombre difícil de rechazar -dijo suavemente-. Simplemente he pensado que no había nada malo en tomar una copa en recuerdo de los viejos tiempos -con una sonrisa, añadió-. Ha sido muy agradable volver a verte, pero ahora debo irme.
    -¿Tienes miedo de todos los hombres o sólo de mí? – preguntó Franco y, antes de que ella pudiera responder, añadió-: Dime lo que realmente ocurrió para que huyeras de mí como lo hiciste cuando nos conocimos. No me creo la excusa que me diste en el aeropuerto. Me parece más probable que te vieras Sorprendida y atrapada por tu propia sensualidad, que te llevó mucho más allá de lo que podrías haber imaginado. Creo que huiste de mí asustada y que sigues asustada. Si tengo razón, lo lamento.
    Paloma logró mantener la sonrisa en los labios mientras ardía de rabia por dentro. Sabía que, si aquel hombre averiguaba alguna vez lo que había obtenido de él hacía nueve años, no encontraría lugar en el mundo en que ocultarse de su furia.
    El temor y la culpabilidad le hicieron reprimir la respuesta que hubiera querido darle.
    -Supongo que fue algo así -dijo Con Un encogimiento de hombros. Pero nada de rencores, Franco. Y ahora debo irme. En serio:
    -Como quieras, pero antes... -sin concluir la fra¬se, Franco pasó una mano por la cintura de Paloma y la estrechó contra su fuerte cuerpo. Su ancha y sen¬sual boca cubrió la de ella y, aprovechándose de que Paloma entreabrió los labios a causa de la sor¬presa, introdujo la lengua posesivamente en ella.
    Por unos instantes Paloma quedó paralizada, pero enseguida trató de escapar. No quería aquello... no podía permitírselo... A pesar de sus es¬fuerzos no pudo escapar del férreo abrazo de Franco. Cuando él empezó a deslizar las manos por las curvas de su cuerpo, Paloma cerró los ojos en respuesta a la exquisita sensualidad de sus caricias. Entonces el beso comenzó a volverse más delicado, más sutil, y una sensación demasiado deliciosa como calificarle de dolorosa hizo que se le encogiera el estómago.
    Su cuerpo la estaba traicionando del mismo modo que lo hizo nueve años atrás, y sintió que por sus venas circulaba pura lava. Volvía a tener dieciocho años y a sentirse perdida en las maravi¬llosas sensaciones de su primer y único, amor. Ar¬queó su cuerpo instintivamente hacia él a la vez que lo rodeaba con los brazos por el cuello.
    -Te deseó -murmuró Franco roncamente contra su boca-. Cómo te deseo...
    Aquellas palabras no eran necesarias. Paloma podía sentir la presión de su excitado cuerpo mientras se movía con urgencia contra ella. Nueve largos años de celibato alentaron el fer¬vor y la pasión con ¡que respondió cuando Franco le bajó la cremallera del vestido y lo deslizó por sus brazos hasta dejárselo en tomo a la cintura. Cuan¬do le soltó el cierre del sujetador y empezó a aca¬riciarle los pechos, un prolongado y delicioso ge¬mido escapó de su garganta. Al abrir los ojos por un momento y encontrarse frente a la negra e in¬tensa mirada de Franco, dudó por un instante.
    Entonces él alzó una mano y le soltó la cinta con que tenía sujeto el pelo.
    -Así es como te recuerdo -dijo, sin dejar de acariciarla.. Deslizó la punta de un dedo por un excitado pezón y un destello de puro triunfo mas¬culino brilló en sus ojos al sentir cómo se estreme¬cía-. Totalmente excitada y anhelante... Pero mi memoria no te hace justicia -añadió mientras con¬templaba la lechosa piel de aquel cuerpo provoca¬tivamente arqueado hacia él-. Eres aún más bella de lo que imagino en mis sueños más desenfrena¬dos, o tal vez debería decir en mis pesadillas.
    Si no la hubiera estado sujetando, Paloma esta¬ba segura de que habría caído a sus pies a causa de las intensas sensaciones que estaba experimentan¬do. Trató de hablar, pero él se lo impidió con un nuevo beso.
    -Necesito saborearte de nuevo, asegurarme de que eres real...
    Cuando Franco deslizó su boca hacia abajo hasta tomar entre sus labios uno de los pezones de Paloma, ella contuvo el aliento a la vez que se aferra¬ba con fuerza a uno de sus hombros y deslizaba la mano que tenía libre bajo su camisa. Necesitaba sentir el calor de su piel, necesitaba sentirlo cerca, muy cerca... De pronto, Franco la alzó y la tumbó en sofá del que acababan de levantarse.
    -Tú también me deseas -murmuró miéntras se quitaba la camisa sin dejar de mirarla. Dilo, Paloma. Necesito oírte decido después de nuestro primer y desastroso encuentro.
    Paloma centró sus ojos azules en el tenso y atractivo rostro de Franco y vio la pasión apenas reprimida que brillaba en la profundidad de sus ojos.
    Pero fue la adusta y apenas esbozada sonrisa de sus labios lo que le hizo recuperar la cordura y apagó el clamor de su cuerpo. «Nuestro primer y desastroso encuentro». Aquellas palabras resonaron en su cabeza. Se irguió precipitadamente en el sofá para po¬nerse el sujetador y subirse el vestido.
    «Estúpida... idiota...», se reprendió. ¿Qué le pa¬saba? Terriblemente avergonzada y humillada, se puso en pie y trató de subirse la cremallera del vestido, pero su larga melena se interpuso en su camino.
    Al ver que Franco alargaba una mano hacia ella, prácticamente dio un salto atrás.
    -¡No me toques! -exclamó, horrorizada ante la facilidad con que había vuelto a sucumbir a la vi¬brante y sofisticada experiencia masculina de aquel hombre.
    -Deduzco que has cambiado de opinión -murmuró Franco en tono burlón-. Creo que deberías tener cuidado con eso. No todos los hombres tienen mi capacidad de autocontrol -antes de que Paloma pudiera impedirlo, le hizo darse la vuelta, apartó a un lado su melena y le subió la cremallera-. Ya está
    Cuando se volvió, Paloma se encogió asustada al ver la furia que reflejaba su mirada. Sabía que lo que había hecho era imperdonable. Le había dado esperanzas Y no podía negarlo.
    -No pongas esa cara de susto -dijo él mientras apartaba un mechón de cabello de la frente de Willow. Luego apoyó las manos en sus hombros-. Jamás he tenido que obligar a una mujer a meterse en mi cama, y no tengo intención de empezar con¬tigo.
    -En ese caso, suéltame -dijo ella, temblorosa, consciente de que Franco no habría tenido que es¬forzarse demasiado para volver a tenerla entre sus brazos.
    -¿Estás segura? Es prerrogativa de una mujer cambiar de opinión, y eso funciona en ambos sen¬tidos. Puede que la primera vez que nos vimos no fuera el momento adecuado, pero ahora somos ambos adultos responsables y no haríamos mal a nadie por volver a estar juntos. Y te prometo que disfrutarás mucho de la experiencia.
    Las palabras surgieron de los labios de Franco como cholacolate derretido, tentadoras y casi irre-sistibles. Entonces sonrió de un modo peculiar.
    Paloma sólo conocía a otra persona que sonrie¬ra así, especialmente cuando quería obtener algo de ella.
    -No... no... -dijo, apartándose de él-. No. -De acuerdo - Franco se encogió de hombros- Pero basta con un «no». Has dicho que estabas cansada y te creo.
    -¿En serio? -preguntó Paloma tontamente, de¬masiado aturdida como para captar el tono cínico de Franco. La asombraba que estuviera siendo tan razonable. Sabía muy bien lo excitado que estaba y le maravilló comprobar el control que era capaz de ejercer sobre sí mismo.
    -Sí, pero insisto en que te reúnas mañana con¬migo para desayunar. ¿A qué hora te vas?
    -Mi tren sale a las diez, así que supongo que sobre las nueve - Paloma estaba demasiado sor¬prendida por la reacción de Franco como para men¬tir.
    En ese caso te veré en el restaurante a las ocho y así podremos hablar - Franco apoyó un dedo bajo la barbilla de Paloma para hacerle alzar el rostro-. A no ser que prefieras desayunar en la cama -al ver la expresión desconcertada de Paloma, sonrió-. Sólo estaba bromeando. La última vez fui demasiado deprisa y no tengo intención de volver a cometer el mismo error. Nos vemos ma¬ñana a las ocho -añadió antes de besarla en la frente.
     
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32 replies since 18/8/2013, 07:30   1431 views
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