Me amarás

Capitulo 10 - FINAL -

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    Horneas galletas con la Abuel@

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    Hola, acá está el capítulo final. Gracias a las que leyeron por los comentarios!! C: Ahora voy a volver con mis otras novelas que hace días las tengo abandonadas.

    Marizza utilizó un pie para balancearse en el columpio que había en el cenador.
    Estaba en el patio trasero de Uvalde, la granja en que su hermana Luján y su cuñado Guido, estaban pasando el verano. De hecho, fuera cual fuera la estación del año, solían ir siempre que podían. Y tras haber pasado allí 3 días, Marizza debía admitir que el lugar tenía un encanto especial, y que le había ofrecido la tranquilidad que necesitaba.
    Cerca de ella, Luján estaba cortando unas flores. Cuando se irguió, miró a Marizza.
    - Voy a llevar esas flores a casa y a traer un poco de té frío – dijo –. ¿Te parece buena idea?
    - Me parece una idea estupenda – contestó Marizza.
    3 días atrás siguiendo un impulso que aún no había llegado a entender del todo, llamó a su hermana desde el avión de Pablo para preguntarle si podía ir a pasar unos días con ella. Luján le dijo que sí con auténtico entusiasmo. Y viendo lo feliz que era de tenerla allí, Marizza sentía remordimientos por todas las veces que la había rechazado
    Su mente volvió a Pablo y al vuelo de regreso. Solo rompió su silencio en una ocasión cuando la llamó por el comunicador para preguntarle si quería que le reservara un billete para acudir al Double B. Ella le explicó que ya había pedido a Michi que se ocupara de todo. Lo que no le dijo fue que no tenía ninguna intención de volar al rancho de la familia para ver a Manuel.
    Alzó la mirada al oír que una puerta se cerraba y vio que Luján se acercaba con un vaso de té en cada mano. Cuando llegó, Luján le entregó uno de ellos y se sentó a su lado.
    - Me gusta tu granja, Luján
    - Gracias. A Guido y a mí nos encanta pero lo cierto es que pertenece a la abuela de Guido, aunque nosotros somos los únicos que queremos convertirla en nuestro segundo hogar. La hermana de Guido y su familia saben que siempre son bienvenidos, y tratamos de reunirnos siempre que podemos. Durante el invierno venimos casi todos los fines de semana.
    Marizza asintió.
    - No me extraña. Por cierto, el té está muy bueno.
    - La menta es del jardín.
    Marizza rio.
    - La verdad es que me cuesta creer que te hayas aficionado a la jardinería. Cuando vivíamos juntas no te interesaba en lo más mínimo.
    Luján asintió, pensativa.
    - Lo sé, pero la diferencia es que este es un hogar de verdad, alg que antes no sabía. Antes de casarme con Guido tenía mi casa, pero en realidad no era un hogar. Siempre estaba viajan o trabajando – movió la cabeza al recordar el pasado –. Ahora, Guido y yo también tenemos nuevas casa en Austin- Yo aún trabajo y viajo, aunque trato de hacer lo último lo menos posible. Y Guido tiene su propio trabajo. Pero da lo mismo la casa en la que estemos, porque cualquiera de las dos está llena de amor y de los recuerdos que creamos con cada momento que pasamos juntos. He aprendido que eso es lo que convierte una casa en un hogar. Y… - Luján sonrió –… muy pronto vamos a tener que preparar una habitación para niños en cada casa.
    - ¿Una habitación para niños? – preguntó Marizza, conmocionada –. ¿Me estás diciendo lo que creo?
    - Ojalá, pero todavía no. Pero siento que será pronto.
    - Eso es estupendo – murmuró Marizza, sinceramente –. Me alegro mucho por ti y por Guido.
    - De acuerdo – dijo Luján, en tono repentinamente enérgico y eficiente –. Ya basta de hablar de mí. Es hora de que me cuentes qué pasa contigo. Cuando llegaste estabas pálida como un fantasma; de hecho, parecías enferma. Desde entonces solo hemos mantenido conversaciones superficiales, pero me alegra poder decir que tienes mejor aspecto.
    - Lo siento. Sé que estos días no he sido la mejor compañía.
    - No me estoy quejando. Solo quiero saber qué te ha hecho venir aquí ahora. Y mientras te explicas, también quiero saber de qué estas huyendo.
    Marizza observó a su hermana. Su rostro parecía resplandecer.
    - Nunca te he visto más guapa y feliz. Es evidente que el amor te sienta bien.
    Luján la miró con expresión de sorpresa
    - ¿Tú, la belleza oficial de la familia, me estás llamando guapa? Ahora ya tengo la respuesta a mi pregunta: debes estar enferma
    Marizza sonrió.
    - Lo que digo es cierto. Siempre has sido guapa, pero ahora… - dejó la frase inconclusa y apartó la mirada –. Es el instinto lo que me ha hecho venir aquí. En cuanto a lo de huir… supongo que debo decir que he huido de Pablo
    Luján frunció el ceño
    - ¿Pablo? ¿Pablo Bustamante?
    Marizza asintió y a continuación explicó a su hermana el trato al que había llegado con Pablo, y sus resultados. Terminó diciendo:
    - Así que, una vez más, me siento totalmente confusa. Cuando llegué aquí solo sabía una cosa: sufro un caso grave de lujuria por Pablo.
    Luján se atragantó con el té que estaba bebiendo. Tras asegurarse de que su hermana estaba bien, Marizza continuó.
    - Pero desde que estoy aquí os he observado a ti y a Guido y… a veces, simplemente con que os miréis el uno al otro hacéis que sienta el amor que os profesáis. En realidad creo que eso es lo que me ha hecho venir aquí: La intuición de que Guido y tú tenéis algo auténtico. Quería aprender de ello.
    - ¿De nuestro amor?
    Marizza volvió a asentir
    - Para empezar, el amor que he visto entre vosotros me ha confirmado una decisión que tomé antes de irme de la isla: no quiero casarme con Manuel. Él no me ama, y yo a él tampoco. Cuando decidí aprender cómo conquistarlo, estaba convencida de que podíamos tener un matrimonio que funcionara aunque no nos amáramos. Ahora sé lo equivocada que estaba.
    - Decidir que no ibas a casarte con Manuel ha debido ser el equivalente a un terremoto intelectual para ti – dijo Luján, impresionada –, pero me alegra que hayas llegado a esa conclusión antes de que fuera demasiado tarde. Lo que nos lleva de vuelta a Pablo,
    - Pablo – Marizza movió la cabeza –. Me temo que ahora debe odiarme.
    - ¿Por qué?
    - Porque quería que me quedara en la isla para hablar de la noche que pasamos juntos. Pero yo sabía que no podía hacerlo sin revelarle lo que sentía por él, de manera que le hice creer que me iba al rancho para poner en práctica con Manuel todas las lecciones que me había dado.
    - ¿Y por qué iba a disgustarle eso? A fin de cuentas para eso te dio las lecciones, ¿no? No tiene sentido.
    - Lo sé – Marizza se mordió un instante el labio inferior –. Lo único que se me ocurre es que tema que vaya a renegar de nuestro trato, cosa que no pienso hacer, desde liego.
    Luján dio un sorbo a su té.
    - Hay otra posibilidad – dijo
    - ¿Cuál?
    - Que esté enamorado de ti
    Marizza negó con la cabeza.
    - Imposible. Aunque tratara de disimularlo bajo una máscara de hielo. Sé que cuando nos separamos en el aeropuerto estaba muy enfadado.
    - ¿Te importa?
    - Claro que me importa, Luján. Pablo es un hombre excepcional. En la isla me enteré de su pasado, y me hizo sentirme muy humilde
    - ¿Por qué?
    - Por todo lo que ha logrado, a pesar de haber empezado con tan poco. También hizo que sintiera una gran tristeza por no haber conocido la clase de amor que recibió de sus padres.
    - Eso lo entiendo porque, durante una temporada, yo sentí lo mismo respecto a Guido.
    - ¿En serio?
    Luján asintió.
    - ¿Y sabes a qué conclusión llegué? Tú, Agustina y yo somos las únicas personas en el mundo que sabemos que nuestra supuesta vida “privilegiada” fue en realidad una pesadilla. Y hemos tenido que aprender a sobrevivir, a superar nuestra infancia de pesadilla para convertirnos en adultos. Nuestro padre nos robó incluso el mutuo consuelo. Puede que Guido y Pablo carecieran de las cosas materiales que nosotras tuvimos, o del dinero que heredamos para empezar como lo hicimos, pero contaron con algo mucho mejor. Crecieron sabiendo que, hicieran lo que hicieran, eran incondicionalmente amados por sus padres Si lo miras así, en realidad empezaron con ventaja respecto a nosotros.
    - Supongo que tienes razón – dijo Marizza, lentamente, tratando de asimilar lo que acababa de decir su hermana.
    - Claro que lo es. Así que no vueltas a sentirte humilde, Marizza. Nos hemos ganado con creces nuestra herencia, y además hemos conseguido que la compañía alcance un nivel de beneficios con el que nuestro padre ni siquiera habría soñado.
    - Tienes razón.
    Luján sonrió.
    - Claro que la tengo. Y ahora, volvamos a Pablo.
    Marizza suspiró
    - Como ya te he dicho, sufro un grave ataque de lujuria por él
    La sonrisa de Luján se ensanchó
    - Deja que te dé un pequeño consejo de hermana: el buen sexo no es algo que haya que desdeñar.
    Marizza devolvió tímidamente la sonrisa de su hermana.
    - Eso ya lo he aprendido. Lo que quiero saber es cómo se puede distinguir entre el deseo y el amor. Supongo que te pasó algo parecido con Guido. ¿Cómo decidiste que lo que sentías por él era amor, y no solo deseo?
    Luján dejó su vaso en la mesa y luego tomó una mano de Marizza en la suya. Marizza se quedó tan sorprendida que estuvo a punto de retirarla de un tirón, pero Luján se lo impidió.
    - Escúchame, Mariza. Tú, Agustina y yo no aprendimos nunca nada sobre el amor porque nuestro padre no nos demostró el más mínimo afecto. Así que cuando tuve que decidir si amaba o no a Guido, no sabía en qué basarme. Pero en mi caso conté con algo de ayuda. El tío Marcel me dijo con toda claridad que amaba a Guido. Y te aseguro que nadie se sorprendió más que yo cuando comprendí que era cierto.
    Marizza frunció el ceño.
    - Así que cuando el tío Marcel te dijo que querías a Guido… supiste al instante que tenía razón?
    Luján asintió.
    - En cuanto lo dijo comprendí que lo que debería haberme dado la pista no era algo especialmente importante y significativo, sino una serie de pequeños detalles.
    - ¿Por ejemplo? – preguntó Marizza, sin ocultar su interés.
    Luján sonrió con ternura mientras recordaba.
    - Por ejemplo, la forma en que una simple sonrisa de Guido podía hacer que se me debilitaran las rodillas. O, cómo sentí que me derretía cuando bailé con él la noche de mi cumpleaños.
    Marizza se quedó boquiabierta, pero Luján siguió hablando.
    - La facilidad con que conseguía que lo deseara. El modo en que rechacé la oferta de Manuel de venir a rescatarme cuando Guido me secuestró y me trajo aquí. Todo se fue sumando. Lo único que sucedía era que yo no había relacionado el amor con lo que sentía por Guido, porque no sabía lo que se sentía al amar a un hombre… O a nadie.
    Marizza miró a su hermana con los ojos abiertos de par en par.
    - Todo lo que acabas de decir puede… puede aplicarse a lo que me ha sucedido con Pablo, incluyendo lo que me hace sentir.
    - Más el hecho de que ya no estás interesada en casarte con Manuel
    - Oh, dios santo, Luján. ¡Estoy enamorada de Pablo!
    Luján rió, encantada.
    - En ese caso tienes que volver lo antes posible
    Los ojos de Marizza se llenaron de lágrimas de felicidad y, por primera vez en su vida, las 2 hermanas se abrazaron efusivamente.

    Marizza llegó tarde a propósito a la función benéfica. Entregó su invitación al portero y entró en la sala de baile. Como esperaban, la cena había concluido y los asistentes estaban bailando, charlando en grupos o paseando tranquilamente. Pero no vio a Pablo.
    Se mordió el labio inferior, agradeciendo la semipenumbra que reinaba en el salón. No quería que nadie se fijara en ella todavía. De hecho, le había gustado que el único que se fijara en ella fuera Pablo. Había decidido que encontrarse con él allí sería la mejor forma de convencerlo de que lo amaba. Pensar que pudiera haberse equivocado hizo que el estómago se le encogiera.
    Michi había comprobado la lista de invitaciones aceptadas y, a menos que Pablo hubiera cambiado de opinión desde que aceptó acudir, debería estar allí, Marizza avanzó por un lateral hacia el fondo del salón.
    El vestido que había elegido para su tarea de esa noche era lo más atrevido que se había puesto en su vida, incluyendo el vestido rosa que le compró Pablo el día que fueron al club de blues.
    Estaba hecho de una peculiar tela que parecía plata líquida y daba la impresión de haber sido vertida directamente sobre. Su escote vuelto caía peligrosamente justo por encima de los pezones. En la espalda, la línea del escote continuaba hasta más debajo de la cintura, deteniéndose justo encima del comienzo de sus glúteos. Para facilitar la movilidad, la falda tenía una abertura a un lado.
    El vestido tomaba por completo su forma del cuerpo de Marizza, y no había forma de ponerse debajo ninguna prenda interior, a pesar de que ella lo había intentado por todos los medios.
    De no ser por el chal a juego que llevaba sobre los hombros y cubriéndole los pechos, lo más probable era que no se hubiera atrevido a salir con él de casa.
    De pronto vio a Pablo y, como de costumbre, su corazón empezó a latir con más fuerza. Estaba increíblemente atractivo con su esmoquin negro, una mano despreocupada y elegantemente metida en el bolsillo del pantalón y una bebida en la otra..
    Lo rodeaban 3 mujeres y estaba riendo por algo que acababa de decir una de ellas. Marizza supo al instante que su risa era solo una fachada. No habría podido saberlo de no haber pasado un tiempo con él en la isla, pero lo sabía.
    Sentía las palmas, de las manos húmedas, y el corazón le latía tan rápido que estaba segura de que el movimiento podía percibirse a través de su piel.
    Pero estaba totalmente decidida a hacer lo que se había propuesto, y no iba a echarse atrás. Respiró profundamente e hizo acopio de todo el coraje que pudo encontrar en su interior.
    Rogando para que todo saliera bien, retiró el chal de sus hombros, colocó los bordes sobre sus antebrazos y avanzó hacia Pablo.
    En cuanto la vio, Pablo se puso rígido y la sonrisa se desvaneció de su rostro. Las 3 mujeres se volvieron para ver qué había llamado su atención, y cuando Marizza llegó hasta el grupo, fueron los saludos de estas los que ayudaron a aliviar el pétreo silencio en que se sumió Pablo,
    - Nos estábamos preguntando si ibas a aparecer esta noche, Marizza.
    - Estás guapísima. Tu nuevo peinado te sienta estupendamente.
    - Ese vestido es una maravilla, aunque no es tu estilo habitual. ¿Qué ha pasado? Debes haber acudido a algún sitio para cambiar por completo de imagen – Sin dejarse intimidar por la helada expresión de Pablo, Marizza lo miró directamente a los ojos.
    - Lo cierto es que sí… con la ayuda de Pablo
    - ¿Enserio? – como si hubiera sido un movimiento coreografiado, las 3 mujeres se volvieron a mirar a Pablo, y luego de nuevo a Marizza.
    Ella asintió.
    - Sí, incluso me ayudó a comprar ropa. Pensó que vestía demasiado formalmente y decidió que necesitaba ponerme vestidos más… atrevidos.
    - Sugerentes – corrigió Pablo, aunque la palabra surgió de su garganta como si lo estuviera estrangulando –. Y yo no te compré ese vestido.
    Una de las mujeres volvió a mirar a Pablo.
    - ¿Te importa que te pregunte por qué decidiste hacer cambiar de aspecto a Marizza?
    Al ver que no contestaba, Marizza lo hizo por él.
    - Hicimos un trato de negocios, ¿verdad, Pablo? Y como la mayoría de esos tratos, este es privado. Sin embargo, sí puedo deciros que parte de ese trato incluía unas lecciones.
    La expresión de las 3 mujeres evidenció su curiosidad.
    - ¿Lecciones? – repitió una de ellas
    Marizza asintió.
    - De hecho, las lecciones podrían resumirse con una frase: como torturar a Marizza
    Pablo masculló una maldición y la tomó de la mano.
    - ¿Nos disculpáis, por favor?
    Las 3 mujeres asintieron al unísono, boquiabiertas
    Pablo avanzó con Marizza hacia la salida, pero no era aquello lo que ella tenía planeado. Además, una vez alejados de las 3 mujeres, Pablo perdió en parte el férreo control que estaba ejerciendo sobre sí mismo y Marizza comprobó que solo le faltaba echar espuma por la boca a causa de la rabia que sentía.
    Sería más seguro para ella seguir rodeada de gente.
    Retiró con energía su mano de la de Pablo y se detuvo. Él no tuvo más remedio que detenerse y volverse a mirarla.
    - Me gustaría bailar – dijo Marizza.
    - ¿Qué te hace pensar que pueda importarme lo que quieras o dejes de querer hacer?
    Pablo intentó tomarla de nuevo de la mano, pero Marizza se volvió y se alejó hacia una zona más apartada de la pista de baile. Cuando se volvió comprobó que él la había seguido, y agradeció en silencio que así hubiera sido.
    - ¿Qué diablos sostiene ese vestido sobre tu cuerpo? – preguntó Pablo, en un tono tan afilado como una cuchilla de afeitar.
    Con una sonrisa, Marizza se acercó a él y lo rodeó con los brazos por el cuello.
    - Mi voluntad – susurró junto a su oído.
    Él la apartó de su lado.
    - No sé a qué estás jugando, a menos que tengas algún absurdo plan de poner celoso a Manuel. Pero no te va a servir de nada, porque no está aquí.
    Marizza se encogió de hombros y el movimiento hizo que la areola de uno de sus pechos asomara por el escote. Pablo siguió el movimiento con la mirada, y ella vio cómo tragaba saliva.
    - No esperaba que estuviera aquí.
    Pablo apretó los puños.
    - ¿Dónde has estado estos últimos 5 días? Sé que no estabas en el Double B, porque llamé a Manuel.
    - ¿En serio? ¿Y por qué me estabas buscando?
    - Porque… - Pablo se interrumpió y cerró brevemente los ojos. Debía haberse hecho consciente de pronto de su actitud tensa, casi furiosa, como si estuviera a punto de golpear a Marizza. La tomó por los antebrazos y la atrajo con brusquedad hacia sí, aunque no tanto como para que sus cuerpos se tocaran – Porque llamé a Manuel para decirle que te esperara.
    - Que considerado por tu parte, pero no era necesario.
    Una vena palpitó en la sien de Pablo.
    - Luego llamé para asegurarme de que habías llegado bien.
    Marizza volvió a encogerse de hombros.
    - Nunca dije que fuera a ir al rancho.
    - Claro que lo dijiste. Me dijiste que habías llamado a Michi para que te reservara un billete,
    - Eso es cierto. Pero el billete era para Uvalde. Decidí pasar unos días con Guido y Luján.
    - ¿Tú…? – Pablo apretó los dientes.
    - Suena bien el grupo que está tocando, ¿verdad? – los músicos estaban interpretando una romántica balada de Elvis Presley, pero Marizza dudaba que Pablo la estuviera oyendo. Alzó los brazos, volvió a rodearlo por el cuello con ellos y comenzó a moverse al ritmo de la canción, aunque él permaneció quieto como una estatua.
    - ¿Qué haces?
    Marizza se arrimó a él y susurró junto a su oído:
    - Si no recuerdo mal, la lección número 3: bailar muy pegada a mi pareja para poder hablar con la boca junto a su oído – esperó un segundo pero no obtuvo respuesta –. ¿Lo estoy haciendo bien?
    Un gruñido resonó en el pecho de Pablo.
    Apartó uno de los brazos de Marizza de su cuello para sostener su mano a un lado de sus cuerpos.
    - Lo tradicional es que en el baile participen 2 personas.
    - Y es más divertido.
    El rostro de Pablo se tensó hasta que dio la impresión de que iba a estallar.
    - De acuerdo; solo te lo voy a preguntar una vez, Marizza. ¿Qué se supone que estás haciendo? Y no me contestes que estás bailando o asistiendo a una fiesta benéfica. Sabes exactamente a qué me refiero, así que haz el favor de contestar.
    Una vez más, Marizza acercó la boca al oído de Pablo.
    - Estoy poniendo en práctica lo que me enseñaste. La lección número uno consistía en vestir de forma más atrevida, enseñando más carne. Creo que esta noche lo he logrado, ¿no crees?
    Casi involuntariamente, Pablo deslizó una mano hasta la parte baja del escote trasero del vestido e introdujo los dedos bajo la tela para acariciarle una nalga. Apartó la mano como si se hubiera quemado,
    - ¡Maldita sea, Marizza! ¡No llevas ropa interior!
    - Habría estropeado el diseño del vestido poniéndomela. Tú me enseñaste esto, ¿recuerdas?
    Pablo soltó entre dientes una retahíla de maldiciones.
    Si él estaba sufriendo, ella también, pensó Marizza.
    Estar de nuevo entre sus brazos, oliendo su aroma, sintiendo sus manos en ella, estaba reavivando el recuerdo de la última noche pasaron juntos en la isla. Un intenso calor se estaba acumulando entre sus piernas, pero no pensaba detenerse.
    - La lección número 2 era permitir que mi acompañante me ayudara a salir y a entrar en el coche, aunque esta noche no he podido practicarla. Y…
    - Déjalo ya.
    El vestido y la falda de braguitas impidieron a Marizza separar las piernas y dejar que Pablo colocará una de las suyas en el medio, como lo hizo la noche que bailaron en el club. Pero la romántica melodía y su letra, unida al sensual ritmo, la impulsaron a mover la pelvis contra la de él.
    Pablo apoyó ambas manos sobre sus hombros, con intención de apartarla.
    - No hagas eso.
    - ¿Por qué? – preguntó ella, sin dejar de hacerlo. Necesitaba el contacto. Necesitaba sentir la dura protuberancia del sexo de Pablo contra ella. Necesitaba que algo interrumpiera el deseo casi insoportable que estaba floreciendo en su interior –. Es lo que hicimos en el club.
    - Eso fue diferente.
    - ¿En qué sentido?
    - Maldita sea, Marizza – Pablo aumentó la presión sobre sus hombros y la apartó de su lado –. Basta.
    Marizza miró a su alrededor, pero nadie parecía estar prestándoles atención, aunque solo el cielo sabía cómo era posible que no se dieran cuenta de lo que estaba pasando. Ella apenas podía controlar su respiración. Y no sabía si iba a poder controlarse un segundo más si no conseguía algún alivio para lo que estaba sintiendo. Pero se obligó a recordar por qué estaba haciendo aquello.
    - ¿Qué sucede, Pablo? ¿Acaso eres incapaz de practicar lo que enseñas?
    Él agitó la cabeza, como tratando de aclarar su mente. De pronto tomó a Marizza por una muñeca, haciendo que el chal se deslizara de su brazo, y tiró de ella hacia la salida. Una vez fuera del salón, entró en un pasillo lateral que se encontraba desierto. La arrinconó contra la pared y le sujetó ambas muñecas a los lados de la cabeza
    - ¿Por qué estás practicando conmigo las lecciones que te di cuando es a Manuel al que quieres? – preguntó, con voz áspera y ronca.
    Marizza retorció las muñecas hasta liberarlas. Luego apoyó ambas contra el pecho de Pablo y le dio un empujón.
    - En primer lugar, no quiero a Manuel. Ya no… Y en segundo lugar, pretendía averiguar si lo que me enseñaste sirve para lograr que un hombre olvide a la mujer de la que está enamorado hace tiempo.
    Pablo se quedó atónito al oírla.
    -¿Pretendías…?
    - ¿Y bien, Pablo? ¿Es posible? ¿Puedo hacer que olvides a la mujer de la que estás enamorado utilizando tus lecciones?
    Pablo frunció el ceño.
    ¿De qué estás hablando?
    - De la mujer de la que estás enamorado. De la mujer que te rompió el corazón. De la mujer que no te corresponder. De la mujer de la que me hablaste en el club de blues – dijo Marizza, preguntándose por qué daba la impresión de que Pablo no entendía lo que le decía –. Me preguntaste si alguna vez había amado a un hombre del modo que Billie Holiday reflejaba en la letra de su canción, y yo te hice la misma pregunta.
    Pablo asintió lentamente.
    - Sí, lo recuerdo. Y también recuerdo que te dije que tal vez. Dije “tal vez”, Marizza. No dije que sí.
    - Pero tenía sentido. Llevo 2 años viendo cómo mantienes las distancias con todas las mujeres que se arrojan a tus pies. Cuando dijiste “tal vez”, decidí que el motivo de ese distanciamiento era que ya estabas enamorado de una mujer que te había roto el corazón.
    - ¿Dedujiste todo eso de un simple “tal vez”? Y ahora, por algún motivo que se me escapa, has decidido comprobar si podías lograr que la olvidara, ¿no?
    Marizza asintió y observó a Pablo atentamente. Aún parecía atónito, aunque su enfado se estaba esfumando.
    - ¿Por qué, Marizza? ¿Como un experimento? ¿Para comprobar si mis lecciones funcionaban realmente?

    - No – contestó Marizza, despacio, sabiendo que estaba a punto de saltar de un precipicio sin saber si había una red debajo. La antigua Marizza ni siquiera se habría planteado dar aquel salto. Pero la nueva Marizza, con el corazón hinchado de amor, sí –. Porque estando en casa de Luján comprendí que estaba perdidamente enamorada de ti.
    Por unos segundos, dio la impresión de que Pablo había dejado de respira. Finalmente tomó aire y lo exhaló muy despacio.
    - De acuerdo, voy a responder a tu pregunta- No puedes hacerme olvidar a la mujer de la que he estado enamorado estos 2 últimos años. Nadie puede – alzó una mano para tomar a Marizza por la barbilla y le dedicó una sonrisa cargada de ternura –. Porque esa mujer eres tú, Marizza. Estoy total y perdidamente enamorado de ti.
    Marizza lo miró, incrédula. Entonces, Pablo acercó su boca a la de ella y la besó con la misma ferocidad que en la isla, y mientras sus lenguas se fundían, deslizó una mano por su espalda desnuda hasta introducirlas bajo del vestido para abarcar con ellas su firme y redondeado trasero. Aferrada a Pablo, Marizza se perdió en el tiempo, en el espacio… pero sobre todo en él.

    Pablo condujo hasta casa de Marizza tan rápido como pudo. Una vez en el dormitorio, apartó el vestido de sus hombros, se lo bajo hasta la cintura y ella terminó de quitárselo. Impaciente, con manos temblorosas, él se desvistió a continuación. Un instante después, Marizza se sentó a horcajadas sobre él y se deslizó hacia abajo hasta tenerlo completamente enterrado en su cuerpo. Un exquisito placer la recorrió al instante, envolviéndola, haciéndola estremecerse y gemir.
    Por fin se sentía libre. Ya no tenía por qué censurar lo que sentía. Nunca volvería a hacerlo. Amar a Pablo le había dado la libertad de sentir plenamente.
    Hicieron el amor despacio, exquisitamente, saboreando cada segundo, cada caricia, cada sensación, hasta que alcanzaron el clímax juntos y el mundo pareció desmoronarse a su alrededor.
    Más tarde, Pablo deslizó una mano por el cuerpo aún tembloroso de Marizza.
    - He estado muy preocupado por ti. Michi no quería decirme dónde estabas.
    - Eso ha sido culpa mía, no suya. Necesitaba tiempo para aclarar mis ideas.
    - La próxima vez que necesites tiempo para eso, dímelo, ¿de acuerdo?
    - De acuerdo, aunque no volverá a suceder. Ahora lo tengo todo muy claro.
    - Afortunadamente – Pablo tomó una mano de Marizza y se la besó –. ¿Cuándo decidiste renunciar a tratar de conquistar a Manuel?
    - Casi en cuanto empezamos con las lecciones. No podía concentrarme en él. De hecho, después de la primera noche en el club… No, todo empezó antes. Empezó la mañana en que desperté y descubrí que había pasado la noche en tus brazos. No podía apartar aquella intimidad de mi mente ni tu olor, ni el aspecto que tenías en calzoncillos. Luego te decidiste a provocarme una conmoción tras otra – rió con ligereza –. Había veces en las que mencionabas a Manuel y yo no sabía de quién estabas hablando.
    - Ojalá lo hubiera sabido. Me habría ahorrado muchos quebraderos de cabeza.
    - Lo mismo digo. Pero tú no me diste indicios... – Marizza hizo una pausa –… aparte de los normales cuando un hombre se acerca íntimamente a una mujer – Pablo gimió y ella le dio un cabeza juguetón. Debes comprender que, aparte de lo relacionado con los negocios, apenas sabía nada sobre los hombres. Tampoco sabía nada sobre el amor – se encogió de hombros, ligeramente avergonzada –. Tal y como me crié…
    Pablo le cubrió los labios con 2 dedos.
    - No hace falta que me cuentes nada. Lo sé. Manuel, ¿recuerdas? Me contó que vuestro padre os sometió desde pequeñas a un régimen de vida muy severo, y que a penas lo veíais
    - Más o menos, eso lo resume.
    - Eso es pura y simple crueldad. Por lo que he oído, vuestro padre era un monstruo.
    Marizza suspiró y se volvió de costado para apoyar la cabeza en el hombro de Pablo.
    - Todo eso pertenece al pasado. De ahora en adelante, podemos hacer que el futuro sea como deseamos.
    Pablo la besó en la frente.
    - ¿Y tu plan para obtener el control total sobre la empresa familiar?
    Marizza permaneció en silencio unos momentos, y cuando habló lo hizo con gran suavidad.
    - Tienes que comprender que, durante mucho tiempo, lo único que tuve fue mi parte de la empresa. Y debido a la competitiva forma en que nos educó mi padre, era natural que quisiera acaparar el control. Pero eso ya no me importa. Durante estos últimos días me he dado cuenta de que, en realidad, mis hermanas y yo nunca hemos tenido desacuerdos fundamentales en cuanto al modo de llevar los negocios. A pesar de nuestra feroz competitividad, siempre hemos querido, lo mejor para la empresa – se movió para poder mirar a Pablo a los ojos –. Gracias a ti, ahora tengo cosas mucho más importantes que el trabajo. He aprendido que la verdadera felicidad consiste en amar y ser amado.
    Pablo inclinó la cabeza y la besó con delicadeza.
    - Ni siquiera puedes imaginar lo feliz que me siento en estos momentos.
    - Claro que puedo, porque yo siento lo mismo.
    Pablo sonrió y dejó caer la cabeza sobre las almohadas.
    - Háblame de nuestro futuro. ¿Tienes algún plan en concreto?
    - Sí – contestó Marizza, pensativa –. Quiero amarte y que me correspondas cada momento de nuestras vidas. Quiero tener un hogar de verdad, un refugio del resto del mundo, cálido y acogedor. Y quiero hijos, muchos hijos felices a los que querremos tanto que nunca tendrán que pensar que deben demostrarnos algo para que los queramos.
    - ¿Algo más?
    - Sí. Quiero que me lleves a conocer a la familia que te queda y conocer el lugar en que te criaste.
    - ¿Algo más? – preguntó Pablo, divertido
    - Quiero seguir trabajando, por supuesto, pero tomándome las cosas con mucha más calma.
    La sonrisa de Pablo se ensanchó –
    ¿Algo más?
    Marizza rió
    - De momento no se me ocurre nada más.
    - ¿Estás totalmente segura? En mi opinión, has olvidado algo muy importante
    Marizza frunció el ceño mientras trataba de averiguar de qué podía tratarse.
    - ¿Qué? – preguntó, finalmente.
    - ¿No figura el matrimonio en tu lista de deseos?
    Marizza se irguió bruscamente en la cama.
    - Oh, dios mío, ¡sí! – se volvió a mirar a Pablo –. Sí, pero…
    Él la tomó por los hombros y la obligó a tumbarse de nuevo a su lado.
    - Nada de peros.
    Marizza sonrió.
    - Supongo que lo estaba dando por sentado. Pero ahora que pienso en ellos, debería preguntarte si tú también quieres casar.
    Pablo rió abiertamente,
    - Llevo esperándote 2 años, cariño. El único fin de mi plan para el desarrollo de esos terrenos era tener una excusa para que estuviéramos juntos. Y el único fina de todas esas lecciones era que te enamoraras de mí. Ahora ya no vas a librarte nunca de mí.
    La había llamado “carió”. Marizza sintió una íntima satisfacción y, sonriendo para sí, se acurrucó contra él.
    - Piensa en toda la diversión que nos aguarda, dándonos mutuamente lecciones.
    Pablo se colocó sobre ella y la penetró lentamente.
    - Empecemos con una lección sobre como aprender a satisfacernos mutuamente.
    Marizza cerró los ojos y gimió de placer mientras Pablo profundizaba más y más en ella, hasta que no pudo ir más allá.
    - Estoy segura de que nos pasaremos toda la vida aprendiendo esa lección.

    FIN
     
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    Horneas galletas con la Abuel@

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    aaainnss!!! me ha encantado el final!!! :) practicando lo aprendido con pablo jajaja ha sido perfecto!!!! bss!!!
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  3. Carcis~RW
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    Que buen final ....me encanto...aunque me sa pena que termine era muy divertida.
     
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  4. lolocer
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    oooh es una pena que ya haya terminado, el final ha sido increíble!!!
     
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  5. Bubble ball
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    :aplauso: Hola querida quiero disculparme por no haber comentado cada capitulo, pero me lei toda tu historia y la encontré hermosa e increible, gracias por compartirla, feliz domingo :mua:
     
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    Horneas galletas con la Abuel@

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    Gracias y no importa :)
    A mi también me gustó mucho cuando la leí y la compartí jijiji
     
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    La Abuel@ te presta la escoba

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    me e leido entre ayer y hoy la historia y a estado muy buena pena que se haya terminado
     
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  8. Valeria Duque Gutierrez
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    Me encantooo
     
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  9. Adriana Rodríguez
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    Que linda historia!! ❤ me encanto me leí todos los capítulos seguidos. Te felicitó 👏👏
     
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  10. elepe
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    Genial!!!
     
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    Conoces a l@s Abuel@s

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    pablo tan lindo !
     
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10 replies since 14/6/2014, 22:11   450 views
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