AMIGOS ¿PARA SIEMPRE?

Penultimo Capitulo_ CAP. 12

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    La Abuel@ te presta la escoba

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    PENULTIMO CAPITULO

    Capítulo 12

    DE madrugada, camila volvía a acostar a Luz después de haberle dado de comer de nuevo. Se sentía agotada. Se había pasado media noche pensando en lo que él le había dicho y la otra media en lo que no había dicho. Y todo eso, sabiendo que Benjamin estaba en la habitación de al lado y ella deseando que estuviera en su cama, a su lado.
    __________________________________________________________________________

    Solo acababa de amanecer, pero ya lo oía abajo cuando se metió en el cuarto de baño para darse una ducha. Se lo podía imaginar encendiendo la chimenea, yendo por la nieve hasta la leñera para llevar más combustible para la calefacción, tal vez empezando a hacer el desayuno.
    Benjamin lo haría todo eso porque era su deber y él era así. Después de todo, ella seguía siendo su esposa y acababa de dar a luz a su hija. Su padre debía haberle pedido que cuidara de ella por un tiempo y luego se habían marchado, dejándolo sin más opción que quedarse con ella por unos días. Pero se iba a aburrir mortalmente e iba a estar deseando volverse a la civilización. Y con Melodi.
    Se puso unos vaqueros y una sudadera de colores vivos, se cepilló el cabello y, después de maquillarse un poco, algo que llevaba meses sin hacer, se sintió mejor y bajó las escaleras.
    Allí se quedó helada y con los ojos muy abiertos.
    En la chimenea ardía un fuego vivo, en eso había tenido razón, pero se había equivocado en todo lo demás. Él no parecía nada irritado o aburrido. Sonreía al ver su reacción ante lo que estaba viendo.
    Había un precioso árbol de Navidad junto a una de las ventanas, adornado con cintas plateadas, doradas y escarlatas. Lleno de lucecillas de colores y nieve artificial.
    El sol estaba saliendo, haciendo que el jardín y el campo de más allá pareciera el país de las hadas. El cielo era de un color azul pálido. Una perfecta mañana de Navidad. Si todo no estuviera yendo tan mal.
    Los ojos se le llenaron de lágrimas.
    C—Es precioso (dijo).
    Deseó decirle que él también lo era. Llevaba unos vaqueros oscuros y estrechos y un grueso jersey. Iba despeinado y la austeridad de sus rasgos se veía suavizada por una sonrisa auténtica.
    C. —¿De dónde has sacado el árbol?
    B. —De Dorchester. Ayer por la tarde tuve que hacer algunas cosas allí, ¿recuerdas? El árbol era una de ellas. Los adornos otra. Quise darte una sorpresa. Hey, no llores. Es Navidad y también es importante que hagamos como si fuéramos felices, ¿de acuerdo? ¿Dónde he leído que las madres primerizas suelen estar siempre al borde de las lágrimas? .
    ¿Seria verdad que él se había interesado por el tema? ¿Habría leído algo sobre embarazos, nacimientos y niños? No se lo podía imaginar. Y eso de hacer como si fueran felices le había parecido algo amargo.
    Pero, por lo que se veía, él estaba decidido a hacer su papel. Cuando le preguntó si Luz estaba dormida, ella pensó que también lo podía hacer.
    C.—Profundamente. Y tengo el aparato de alarma.
    La sonrisa que le dedicó no fue forzada. Benja había llamado a su hija por su nombre, por primera vez. Las cosas parecían ir mejorando en ese aspecto. Tenía que convencerlo de alguna manera de que ella nunca le negaría el acceso a la niña. Pero con cuidado. Sería terrible si lo asustaba y se le pasaba ese principio de interés paternal.
    C.—El árbol ha sido una sorpresa encantadora.Debes llevar horas despierto. Relájate, que yo haré el desayuno.
    B. —Me parece bien.
    La siguió a la cocina provocándole una mezcla de sentimientos. Si se hubiera quedado donde estaba, se habría sentido menos agobiada.
    Mientras cocinaba, se dijo que tal vez debiera ser ella la que le dijera lo que le había ido a decir ese día, cuando Melodi la echó de la casa. Que cuando se divorciaran, no le pediría nada para que pudieran seguir siendo amigos. Amigos distantes.
    Pero entonces él le dijo:
    B. —Parece que actualmente se te da muy bien la cocina.
    Y a ella se le derritieron las entrañas.
    La realidad podía esperar. Le gustaba sentir como si hubieran vuelto a los viejos tiempos, como si siguieran siendo amigos. Aunque fuera así solo por ese día especial. Incluso los ejércitos enemigos solían hacer treguas el día de Navidad.
    C. —Y todavía no has visto nada. Incluso he aprendido a cambiar los fusibles. Y a desatascar las cañerías. Sé que no te vas a creer esto, pero incluso puedo usar la lavadora sin mirar constantemente el libro de instrucciones.
    ¿Estaba tratando de decirle que se las podía arreglar sola, que había cambiado, que ya no era una completa inútil en las cosas del día a día? Tal vez. Como fuera, no pareció darle mucha importancia y le preguntó:
    B. —¿Has vuelto a trabajar?
    C.— Sí, pero no tanto como antes. Solo para mantenerme económicamente solvente sin tocar mi capital. No he podido trabajar a tiempo completo antes de que naciera Luz porque tenía mucho que hacer en la casa y el jardín. .
    B. —Sí, ya lo sé. Cathy me lo ha contado. Y me alegro de saber que has contratado a ese granjero jubilado para que haga el trabajo duro.
    Benja ya había terminado su desayuno y la estaba mirando con una expresión ilegible que hizo que a Camila se le agitaran las entrañas. Estaba claro que él la había seguido de cerca durante todos esos meses. Cathy le había contado hasta el más mínimo detalle. Eso solo podía significar que aún le importaba algo, que se había sentido algo responsable cuando ella creía que se había lavado las manos por completo.
    Eso la hizo sentirse relajada y cálida. Tanto que, cuando él le dijo que se había hecho un hogar muy envidiable allí, se rio sin poder evitarlo.
    C.—Te lo creas o no, antes de marcharme de Londres, me compré ese coche de segunda mano y un mapa de carreteras. Quería ir hacia el norte.
    No le iba a decir que lo que había pretendido era alejarse lo más posible de él sin salir del país.
    C.—Llegué a Dorchester antes de darme cuenta de que iba por el camino equivocado. No quise darme la vuelta, así que me quedé y encontré la casa por una agencia.
    B. — ¡Vaya! Querías ir al norte y acabaste yendo todo lo más posible hacia el sur (dijo él casi riendo también). Tu sentido de la orientación siempre ha sido una catástrofe. ¡Siempre que te dicen que gires a la derecha, lo haces a la izquierda! Camila, me tienes preocupado, de verdad. Si te pones tras un volante, puede pasar cualquier cosa.
    Benja dejó un gran sobre marrón sobre la mesa y se puso tras ella.
    B.—Para ti. Feliz Navidad, Camila.
    En su voz había algo que la preocupó.
    Ella sacó unos documentos del sobre y, cuando vio que él se había hecho cargo de los gastos de la casa, se alegró de que estuviera detrás y no pudiera ver la desolación que se reflejó en sus ojos.
    C.—Eres muy generoso.
    Por supuesto, estaba claro que él no quería que volvieran a estar juntos. La quería allí, fuera de su camino. Estaba salvando su conciencia asegurándose de que tuviera un techo sobre la cabeza.
    B. —Nada de eso (respondió él). Cuando supe que te habías enamorado de esta casa y que eras feliz aquí, me puse en contacto con el dueño y le hice una oferta que no pudo rechazar. Conociéndote, no creí que tuvieras el sentido común de haber hecho un buen contrato. No quería que ni tú ni la niña se vieran en la calle cualquier día por un capricho del casero.
    C.— ¡Qué amable! (Exclamó ella amargamente. Dejó de nuevo los documentos en el sobre, se levantó y se alejó de él).
    B.—Cami.. .
    Ella se volvió sin querer.
    b.—¿De verdad que quieres el divorcio?
    El suave tono de su voz la destruyó.
    ¡Por supuesto que no quería el divorcio! En un mundo perfecto, el divorcio sería lo último que querría! Pero ese no era un mundo perfecto, ya que Melodi estaba en él.
    C.-—Sí (dijo).
    B. —Ya veo (respondió él con la cara rígida).
    C.—Y creo que sería lo mejor que te marcharas en cuanto las carreteras estén bien.
    Él se cruzó de brazos.
    B.—Dime una cosa, ¿por qué? En un momento dado, parecías estar muy contenta y, al siguiente me dijiste que estabas embarazada y que querías el divorcio. Y lo siguiente que sé de tí es te has venido a vivir aquí sin decirme nada.
    C.—Es evidente. Sabía que tú no querías tener hijos, y lo sé porque me lo dijiste tú mismo. Y también supe qué pasaría si me quedaba embarazada porque Melodi me lo dijo. ¡Tú me echaste! Y También sabía que era a ella a quien querías, no a mí. ¡No perdiste ni un segundo en hacer que se fuera a vivir contigo!
    Permanecieron un momento en silencio y, por fin él, dijo lleno de ira:
    B.—Cielos, tienes muy mala opinión de mí, ¿verdad? ¿Me crees capaz de eso? Ayer mismo me creíste capaz de marcharme y dejarte aquí sola. ¿O se trataba solo de una excusa conveniente? Las mujeres como tú tienen un nombre. Mujeres que toman lo que quieren y, cuando lo tienen, salen corriendo. Pero tienes razón en una cosa, ya es hora de que me marche. ¡Solo espero que puedas vivir contigo misma!
    C.— ¡Benjamin!
    Pero él ya se había marchado. Oyó como daba un portazo al salir de la casa. Corrió tras él para que le explicara qué había querido decir, pero le fallaron las piernas y cayó al suelo.
    ¿Se había equivocado al interpretar todo eso? Todo lo que había visto, oído y deducido, ¿no sería más que una ilusión? ¿Había perdido la única esperanza de ser feliz que tendría en toda su vida?


    CONTINUARA...
     
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  2. yisette
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    Camilo permitio que melodi saliera con la suya...
     
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    marizza como siempre de mandada
     
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