Comprada como una Mercancia

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  1. yisette
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    Hola abuela espero que que le guste este nuevo remake...



    COMPRADA COMO UNA MERCANCIA…






    Cárcel de Cristal…

    Todo dio vueltas a mi alrededor, no podía ser cierto lo que oía, mi papá me había vendido, en pleno
    siglo XXI a un millonario excéntrico que creía que las mujeres se seguían adquiriendo como
    mercancías.
    Me dejé caer en el sofá de la gran oficina, lo miré con lágrimas en los ojos.
    — No puede ser cierto. ¡Dime que no lo hiciste!
    — Hija, o me voy a la cárcel o tú…
    — ¿Qué hiciste para llegar a esto?
    — Estamos arruinados.
    — Podemos salir adelante sin necesidad de esto.
    — Debo demasiado dinero.
    — ¿Cuánto?
    — Quinientos millones.
    — ¿¡Qué?!
    Eso es una barbaridad. ¿Quién podría gastar todo ese dinero? Sin contar con el capital que tenía mi
    papá con sus empresas. ¿Cómo llegó a esto?
    — Lo siento —me dijo.
    — No, papá, yo lo siento más.
    — ¿No lo harás?
    — ¿Qué le digo a Ivan?
    — Ese chico no te ama y tú lo sabes.
    Eso no es asunto tuyo —contesté de mal humor, aunque sabía que lo que mi papá decía era verdad, no
    me gustaba que me lo refregara en la cara.
    Ivan sólo se amaba a sí mismo, pero era muy guapo y yo no era capaz de decirle que no.
    — Por favor, hija.

    — No puedo hacerlo, papá.
    — Iré a la cárcel.
    Yo respiré hondo, no quería eso para él, pero dejar a Ivan por un hombre al que ni siquiera conocía
    y que, seguramente, era un viejo decrépito que debía pagar para que una mujer se casara con él, sin
    amor, por supuesto, no era una opción.
    — Hija… —mi papá me miraba profundamente triste.
    — No sé, no te puedo dar una respuesta ahora, déjame pensarlo.
    — Por favor, Pablo Rojas es una buena persona.
    — Sí, me imagino —contesté con ironía.
    Salí de la oficina y al entrar al ascensor choqué con un hombre que venía saliendo.
    — ¡Fíjese! ¿¡Quiere?! —Le grité enojada, desquitándome con él.
    — Lo siento —contestó él con voz suave.
    Yo lo miré, él me miraba con compasión.
    — ¿Está bien? —Me preguntó preocupado.
    — Mejor que nunca —contesté molesta cuando vi que el ascensor cerró sus puertas y se fue.
    — Fue mi culpa, lo lamento, de verdad.
    Yo lo volví a mirar, tenía unos hermosos ojos verdes, parecían dos espejos de agua donde me reflejaba
    a la perfección. Me dieron ganas de llorar. Bajé la cara.
    — ¿Se siente bien? ¿Necesita algo?
    — No, nadie puede ayudarme —contesté con tristeza.
    — ¿Segura?
    Él hablaba con tanta calma, tanta tranquilidad, tan pacífico, que era difícil enojarse con él y yo no
    quería que se me pasara el enojo.
    — ¡Déjeme sola! —Chillé histérica, si él seguía allí preguntándome, me calmaría y no quería. El
    enojo y la rabia eran mi única arma para enfrentarme a mi papá, a mi novio y al hombre que en el
    futuro podría ser mi esposo.
    — Está bien, no se moleste, yo sólo quería ayudarla.
    — No quiero y no necesito de su ayuda —contesté entre dientes.
    — Ya lo veo, hasta pronto.
    — Hasta nunca —murmuré.
    Sus ojos me habían hechizado y no podía quitarlos de mi mente, a pesar que no lo volví a mirar.
    Subí al ascensor y cuando me volví para marcar el primer piso, el hombre estaba parado fuera de la

    oficina de mi papá, mirándome con fijeza. No pude apartar la vista y sólo cuando el ascensor se cerró
    me di cuenta que densas lágrimas corrían por mis mejillas. Me las sequé rápidamente, no me gustaba
    llorar.
    ● ● ●
    Entré sin ganas a la universidad, no quería encontrarme con Ivan, aunque sabía que no podía
    evitarlo.
    — ¿Acaso no es la chica más afortunada del planeta? —me preguntó acercándose a mí y besándome
    con fuerza.
    — ¿Cómo estás? —Le pregunté cuando me soltó.
    — Muy bien, especialmente porque hoy es nuestro primer aniversario.
    Lo olvidé. En realidad, lo tuve presente toda la semana, pero hoy, con el notición de mi papá…
    — Iremos a cenar esta noche y después, te llevaré a un lugar muy especial.
    — ¿Sí? ¿A dónde?
    — Ya lo verás —no dejaba de sonreír.
    ivan tenía los ojos grises, envolventes y atractivos, esa mirada hacía caer de rodillas a casi todas
    las chicas de la Universidad.
    Claro que yo ahora en mi mente tenía otra referencia, esos ojos Celeste que emanaban luz, calor y
    reflejaban a la perfección el mundo. Su mundo. Yo. Cerré los ojos para quitarme esas idioteces de la
    mente y volví a mirar a Ivan que ni cuenta se daba de lo que me ocurría. Ahora me doy cuenta de
    lo turbia que es su mirada, intimidante, cruel.
    — A las ocho te paso a buscar a tu casa —me dijo antes de irse con sus amigos.
    Yo no entré a clases, me devolví a mi casa, necesitaba pensar. ¿Haría lo que me pidió mi papá? Si era
    así, ¿cómo se lo diría a Ivan? Si no lo hacía, ¿Soportaría ver en prisión a mi papá?
    Cerré los ojos y vi la mirada tranquilizadora del hombre del ascensor. ¿Quién sería? ¿Así se sentirá el
    amor a primera vista? Intenté recordar su cara, pero no me resultó, sólo sus ojos verdes, su cabello
    negro y piel color canela, quedaron en mi mente. No podría describirlo. ¿Acaso una simple mirada
    puede desarmarte por completo?
    A las ocho en punto llegó Ivan, me subí a su auto de mala gana, no quería ir con él, en realidad,
    hace mucho tiempo que no quería estar con él, me molestaba su presencia, pero no era capaz de
    terminar con él. Tal vez este matrimonio obligado sería una buena excusa, aunque, ¿no sería eso salir
    de las brasas para caer en las llamas? Sin conocer al hombre en cuestión puedo esperar cualquier cosa:
    buena… o mala.
    El restaurant al que me llevó Ivan era muy elegante, cumplíamos un año y, al parecer, para él era
    importante. A mí no me importaba.
    Luego, me llevó por la costanera de la ciudad y entró a un “Motel”. Yo me tensé, ¿acaso esperaba que

    esa noche él y yo…?
    — ¿Por qué me traes aquí? —pregunté asustada.
    — Te daré tu regalo.
    — ¿Mi regalo?
    Yo no quería este tipo de regalo, no lo quería a él como mi primer hombre. Él sonrió con la boca
    torcida, pensar que hasta hace un tiempo eso lo encontraba seductor, hoy era desagradable. Se
    estacionó dentro de una especie de cabaña y me miró.
    — Bájate —me ordenó.
    — Ivan, no sé, yo no estoy preparada…
    — Ya lo estarás —me besó en la oreja y me dio asco.
    — Ivan…
    — Ven, bájate y te mostraré todo el amor que tengo para ti.
    — Es que no sé…
    — ¿No me amas?
    — No es eso, pero…
    — Marizza, llevamos un año juntos, ¿no te parece que es hora de que demos un paso más en nuestra
    relación?
    — Es que no estoy segura.
    — ¿No estás segura de qué?
    — No sé… de esto.
    — No eres una niñita, tienes 23 años, no creo que esperes a casarte virgen —se burló.
    — No, pero…
    — ¿Acaso hay otro?
    — No, por supuesto que no —contesté aunque no podía quitarme de la mente los ojos verdes que me
    enamoraron.
    — ¿Entonces?
    — No sé, no sé…
    No podía decirle que no quería estar con él, que ya no quería estar con un hombre que se creía el
    centro del universo, que no lo amaba, que nunca lo hice, que sólo fue la ilusión de estar con el más
    guapo de la Universidad, pero al descubrir que no había nada dentro, que era una figura vacía, me
    harté de él.
    Se bajó del auto y dio la vuelta, abrió mi puerta y me miró molesto.

    — No pagué esto por nada. Bájate —ordenó con voz ruda.
    — Ivan…
    Se agachó sobre mí, desató mi cinturón y me sacó del auto a la fuerza. Cerró la puerta y me apoyó
    contra el vehículo.
    — Vas a ser mía, Marizza, estamos hechos el uno para el otro.
    — Ivan, por favor.
    Me empujó hacia el cuarto y cerró la puerta tras de sí. Yo caminé un poco, apartándome de él.
    — No te escapes, ven aquí, conmigo, ya te sentirás cómoda.
    Yo negué con la cabeza, no quería.
    En un rápido movimiento, me atrapó y me tiró a la cama poniéndose encima de mí, yo luchaba para
    impedir que me quitara la ropa.
    — Ivan, no —rogué al ver que mis esfuerzos eran infructuosos.
    — Te gustará, te lo aseguro.
    — Pero no así…
    Desabrochó mi pantalón, mientras yo luchaba, estaba aprisionada bajo su cuerpo.
    — Déjate llevar.
    Yo luchaba contra él, pero no podía.
    — ¡Quédate quieta! —Me ordenó besándome con furia, me dolió su beso.
    Logré sacar un brazo y antes que él pudiera detenerme, lo golpeé con la lámpara de la mesita de
    noche.
    Él se salió de sobre mí, quejándose de dolor. Yo me levanté de la cama, acomodé mi ropa y salí del
    cuarto.
    — ¡Perra maldita! —Gritó cuando se repuso y, agarrándome del brazo, me volvió y me dio una
    bofetada, rompiéndome el labio.
    El citófono del cuarto sonó en ese momento, yo corrí a contestar pero Ivan me empujó y lo
    contestó él.
    — ¿Sí?... No, ningún problema.
    — ¡Me quiere abusar! —Grité histérica.
    — No, por supuesto que no, es una broma —se disculpó él.
    — Por favor, ¡ayúdenme! —volví a gritar.
    — Está bien, no se preocupe.
    — No —gemí al ver que cortó el teléfono.

    — Vamos —me dijo mirándome con rabia—, eres una estúpida, echaste a perder nuestro aniversario.
    Yo no contesté, me subí al auto en silencio, con mi rostro mojado por las lágrimas.
    Salió a toda velocidad, chocando con otro auto que avanzaba por la carretera. El chofer del otro
    vehículo subió a una especie de explanada que había allí y se bajó. Ivan hizo lo mismo después de
    culparme a mí por lo que había sucedido.
    El auto de Ivan miraba hacia este, mientras que el otro estaba frente a nosotros en dirección al
    norte. Mientras conversaban los dos choferes, el otro auto encendió las luces interiores, las del auto de
    Ivan estaban encendidas, la puerta del chofer estaba abierta. La ventanilla de atrás del otro auto
    comenzó a bajar y mi corazón se aceleró al ver al hombre del ascensor, mirándome fijamente.
    Instintivamente, cubrí mi boca, para que no viera lo morado e hinchado que tenía el labio.
    Ahora sí lo pude mirar bien, no sólo sus ojos. Su boca era… besable. No puedo describirla, pero sus
    labios invitaban a ser besados. Su nariz recta, perfecta. Su mandíbula firme, con una barba incipiente,
    como si no se hubiese afeitado en la mañana. Debía tener unos 30 años o poco menos. Por un
    momento se me cruzó la idea de bajar del auto y pedir su ayuda, no quería volver a casa con Ivan,
    ¿y si intentaba violentarme allá?
    Respiré hondo y tomé la manilla para abrir la puerta, pero Ivan se subió en ese momento y me
    miró furioso.
    — ¡Esto es tu culpa, Marizza! —Me apuntó con el dedo, amenazante— ¡Deberíamos estar adentro,
    pasando el mejor aniversario y no aquí arreglando una idiotez.
    — Ivan —dije en un hilo de voz, el otro auto se fue y me sentí completamente desamparada.
    — ¡Cállate! ¡No te quiero oír!
    Recordé al hombre del ascensor, su voz tranquila, calmada, sus ojos…
    Sonó mi celular. Lo miré. Número desconocido.
    — ¿Aló?
    — Sólo una cosa: ¿Estás bien?
    — ¿Quién habla?
    — Dime, Marizza, ¿estás bien? —Era la suave voz de “ojos Celeste”, estaba segura de eso.
    — No —contesté simplemente.
    — No te preocupes —dijo y colgó.
    — ¿Quién era? —Me preguntó molesto Ivan.
    — Equivocado —mentí.
    Llegamos a mi casa y me bajé rápidamente, no quería que él entrara a la casa, pero mis manos estaban
    temblorosas y no pude abrir la reja. Ivan me arrebató las llaves de las manos y abrió, entró y quitó
    la llave de la puerta. Yo me quedé afuera, no quería estar sola con él, estaba demasiado enojado, por
    mucho menos me había golpeado y ahora no sabía qué esperar de él.

    — Entra —me ordenó con furia.
    — Ivan, hablemos mañana, por favor.
    — Entra o voy por ti.
    Retrocedí dos pasos, Ivan me miró como si quisiera asesinarme y avanzó hacia mí, pero las luces
    de un vehículo que venía a toda velocidad, lo distrajo. El auto derrapó y frenó bulliciosamente a mi
    lado. Salieron dos hombres, el chofer y otro que parecía gorila. A mi lado apareció “Ojos Verdes”.
    — ¿Fue él? —Me preguntó tocando mi labio herido.
    Yo me toqué, tenía hinchado y me dolía. Asentí con la cabeza. El hombre hizo un gesto y los otros dos
    subieron a Ivan a su auto y lo sacaron de allí.
    — ¿Qué le van a hacer? —Pregunté atemorizada.
    — ¿Te preocupa?
    — No lo irán a matar, ¿o sí?
    El hombre sonrió.
    — No, por supuesto que no, pero no creo que le queden ganas de golpear a una mujer de nuevo.
    — Gracias —dije.
    Ahora que lo tenía frente a mí no podía mirarlo a los ojos.
    — ¿Por qué sigues con él, Marizza?
    Me encogí de hombros, ni yo misma lo sabía con certeza.
    — El más popular —contestó él por mí.
    — Algo así.
    — Deberías dejarlo.
    — No voy a volver con él.
    Él asintió con la cabeza.
    — Entra a tu casa, si vuelve, cosa que dudo mucho, me llamas, ya tienes mi número.
    — Sí, gracias.
    Él me levantó la cara con mucha suavidad.
    — Te mereces un hombre que te ame, Marizza, no un idiota que se ame sólo a sí mismo.
    — ¿Cómo es que me conoce?
    — Soy socio de tu papá —dijo simplemente.
    — ¿Y cómo se llama?
    — Anda a dormir, necesitas descansar —me contestó con suavidad.

    Su voz me hipnotizaba, sus ojos me hechizaban, estaba completamente embrujada por ese hombre del
    que ni siquiera sabía su nombre. Ofrecí mis labios sin pensarlo y él me besó suave al principio, yo
    anhelaba más y me acercaba más y más, él entonces me tomó la cara con sus dos enormes manos y
    me besó profundamente, con ternura, con pasión, despertando en mí sensaciones desconocidas. Los
    besos de Ivan siempre dolían, en cambio, los de este hombre me hacían flotar en el espacio.
    — Marizza… —me apartó apenas.
    — Lo siento, yo…
    Bajé la cara avergonzada, lo venía conociendo, ¡no podía entregarme así!
    — No te avergüences —me acarició el rostro tiernamente.
    — Yo no soy así, ni siquiera sé tu nombre.
    Él sonrió, me besó en la frente, quedando así unos segundos.
    — Te llamo mañana —susurró con sus labios todavía pegados en mi frente. Me dio un corto beso en
    los labios, se subió a su auto y se fue.
    ● ● ●
    Aquella noche no dormí casi nada. Tuve pesadillas creyendo que Ivan entraba a mi casa e intentaba
    abusarme, o no dormía pensando en mi “ojos verdes”, en su beso, su voz, sus palabras. ¿Me estaba
    enamorando?
    Me levanté de mala gana, no quería ir a la U, pero ya había faltado varios días a clases y podía repetir
    el semestre.
    Ivan estaba a la entrada de la U, al verme, se volvió y caminó en sentido opuesto a mí y
    desapareció. Me tranquilicé, por lo menos no me molestaría.
    Mi celular sonó, era “ojos Celeste”. Sonreí.
    — ¿Cómo amaneciste?
    — Bien, gracias.
    — ¿Lo viste?
    — Sip.
    — ¿Te molestó? ¿Te dijo algo?
    — No, de hecho, me evitó.
    — ¿Y tú estás bien?
    — Sí —contesté sin mucho convencimiento, no quería estar ahí.
    — No me mientas —su voz era tan suave.

    — Sí, estoy bien, es sólo que… no quiero estar aquí.
    — Vete a tu casa.
    — No puedo, yo debo…
    — Almorcemos juntos, ¿te parece?
    — ¿Qué?
    — Tengo que arreglar unos asuntos ahora, si no iría a buscarte inmediatamente,
    pero a la una estoy
    desocupado y podemos almorzar, así me cuentas por qué no quieres estar ahí y por qué no te quieres ir
    a tu casa.
    Yo sonreí sin contestar.
    — ¿Dónde vas a estar? Para saber dónde buscarte.
    — No sé…
    — Ve a tu casa, Marizza, descansa y nos vemos más tarde.
    — Sí, creo que será lo mejor.
    — Te veo a la hora de almuerzo.
    — Sip.
    — Un beso, preciosa.
    — Chao —contesté poniéndome roja, menos mal que no me veía.
    Me acosté tal como estaba, dormiría media hora, sólo para reponerme y luego me arreglaría para salir
    con mi “ojos Celeste”. Alcancé a cerrar los ojos y sonó mi celular.
    — ¿Aló? — contesté adormilada.
    — Estoy afuera de tu casa, esperándote.
    ¡Ojos verdes llegó y yo estaba durmiendo! Miré la hora, la una y cinco.
    — Espérame —le dije apresuradamente.
    Bajé corriendo la escalera, mientras intentaba arreglar mi pelo desordenado. Abrí la puerta y él estaba
    fuera de su auto apoyado, sonriendo divertido.
    — Pasa —le dije mientras abría la reja.
    — Dormilona —me dio un beso en los labios.
    — No estaba durmiendo —mentí, pero, por la cara que puso, no me creyó—. Es que anoche pasé mala
    noche y…
    — No me des explicaciones —me dijo acomodándome el pelo, mientras lo acariciaba— ¿Quieres salir
    a almorzar o prefieres que pida algo y…
    Yo me perdí en su mirada y no escuché nada más de lo que dijo, sólo veía sus labios moverse, quería

    besarlo, contemplaba su mirada suave y… se detuvo y me miró, al parecer ya no hablaba, sonrió, con
    esa sonrisa bella y sincera, se inclinó hacia mí y me besó suavemente.
    — Todavía estás durmiendo —dijo en mi boca.
    — Estoy soñando —contesté.
    — ¿Es un sueño lindo?
    — Hermoso —contesté mirándolo fijamente.
    — Tú eres hermosa.
    Me volvió a besar tan suave y apasionado que me pegué a su cuerpo, instintivamente.
    — Preciosa… —susurró abrazándome con más fuerza, acariciando mi espalda, provocando
    estremecimientos en mi espina dorsal— Quédate conmigo.
    — ¿Me dirás tu nombre?
    — ¿No lo imaginas?
    — No.
    Estaba perdida en su boca, no tenía capacidad de pensar. Me tomó la cara con sus dos manos y me
    miró con ojos cargados de culpa.
    — Te amo, Marizza, te amo más de lo que imaginas, no lo olvides, ¿me lo prometes?
    — Yo estoy hechizada contigo.
    — ¿Un hechizo de amor? —sonrió en mi boca, dándome cortos besos.
    Se sentía tan bien estar a su lado, besarlo, mirarlo.
    — ¿Y tu nombre?
    — Te enojarás conmigo.
    — Si no me lo dices, sí.
    — Y si te lo digo, también.
    — Me asustas —le dije sentándome en el sofá, parecía que fuera quien fuera, no me iba a gustar.
    — No tienes nada que temer conmigo, jamás te obligaré a hacer algo que no quieras.
    — Lo sé.
    — Excepto a ser mi esposa.
    Yo abrí los ojos como platos. No podía ser cierto lo que estaba oyendo.
    — Pero jamás ejercería mi derecho de esposo si no lo quisieras.
    — ¡¿Tú eres…?!
    — Pablo Rojas.

    Mi corazón se detuvo. Me quedé de piedra. ¿Cómo era posible que fuera él, el hombre que pretendía
    comprarme? No podía ser cierto, Pablo no era así, no necesitaba pagar para que una mujer se fijara
    en él.
    — Marizza… —se sentó a mi lado, sus ojos estaban llenos de culpa.
    — ¿Por qué? — Atiné a preguntar.
    — Quería que terminaras con el idiota ese —murmuró.
    — Ya terminé con él —sonreí.
    — Marizza—su voz sonó como una súplica.
    Me acerqué y lo besé. Si lo pensaba bien, que Pablo fuera el hombre con quien debía casarme, lo
    haría encantada, estaba total y absolutamente enamorada de él. El correspondió con tanta ternura que
    creí que mi corazón iba a explotar de felicidad.
    — Te amo, Marizza, cásate conmigo, no por el dinero, por mí, por ti, por nosotros… porque te amo
    como nunca he amado ni lo volveré a hacer —hablaba en mi boca sin dejar de besarme, tenía miedo y
    se le notaba.
    — Sí, sí, sí… No sé qué me hiciste, pero estoy perdidamente enamorada de ti.
    Me siguió besando, parecía un cuento de hadas, una novela rosa con un final feliz.
    — Hay que almorzar —me dijo al rato.
    — Sí —contesté de mala gana.
    — ¿Quieres salir o pedimos algo y nos quedamos aquí? — Me preguntó, yo no podía pensar.
    — Como quieras.
    Me acarició el pelo, acomodándolo en su sitio, sonrió.
    — Si salimos, tendrás que “arreglarte” y las mujeres se demoran una eternidad en ello… —se burló.
    — Yo no, estoy lista en cinco minutos.
    — ¿Lo comprobamos? —me retó divertido.
    — Pero no ahora, otro día —él rió con ganas y me abrazó fuerte.
    — Mejor dime qué quieres comer —se separó de mí y pude pensar un poco más claro.
    — Me da lo mismo. Quiero saber cómo es que me ibas a comprar. ¿Por qué? ¿Para qué? Cómo se te
    ocurrió esa genial idea.
    Se levantó del sillón, llamó por su celular a un restaurant o algo así y luego se volvió a mirarme.
    — Fue una medida desesperada, hace dos días te vi… el infeliz de tu ex novio te dio una bofetada… a
    la salida de la universidad… —le costaba hablar— Iba a intervenir, pero no me atreví, no sabía cómo
    lo tomarías, tal vez te enojaras conmigo y no me dejarías acercarme más a ti.
    Bajó la cara, yo recordaba ese momento, no era la primera vez, siempre estaba golpeándome,

    humillándome, a mí me costaba salir de esa relación, le tenía miedo y siempre pensaba que, por lo
    menos, no intentaba abusarme… hasta anoche.
    — Hablé con tu papá y me dijo que a él le gustaba ese chico para ti… y otras cosas, que si yo quería
    que él me ayudara a que terminaras con él, su deuda debía quedar saldada… una estupidez…
    — Entonces, ¿no me compraste? —pregunté extrañada.
    — Por supuesto que no.
    — ¿Por qué mi papá me dijo que si no me casaba contigo, él iría a la cárcel?
    Él sonrió decepcionado.
    — Él me debe mucho dinero y, aunque hoy tiene ciertas restricciones en cuanto al gasto del dinero,
    jamás hubiera hecho efectiva la cobranza, no podría hacerte algo así… mandar a tu padre a la cárcel,
    por favor.
    — Yo creí que serías un viejo decrépito y malvado… —le confesé.
    — ¿Y? —se acercó y me besó en la boca tierno y apasionado como me gustaba.
    — Que eres malvado solamente.
    — ¿Malvado yo? ¿Por qué dices eso?
    — Porque no me dijiste quien eras hasta esperar que me enamorara de ti.
    — Si me hubieras esperado ayer… yo quería estar presente cuando tu papá hablara contigo.
    — O sea, cuando yo iba saliendo, ¿tú ibas llegando para hablar conmigo?
    — Así es —me dio un corto beso—. Tu cara y tu actitud me dijeron que ya lo sabías…
    — ¿Te enojaste? Fui muy ruda contigo —dije apoyando mi cara en su pecho.
    — No, por supuesto que no, sabía que tu papá lo iba a hacer parecer peor de lo que era.
    Yo guardé silencio un rato, lo miraba, miraba sus ojos verdes, siempre que lo miraba yo estaba ahí, el
    reflejo era tan nítido, que parecía que me tenía atrapada en su mirada, literalmente.
    — Yo me enamoré de tus ojos —le dije de sopetón, no me importaba parecer vulnerable ante él.
    Él sonrió dulcemente.
    — No sabes las ganas que tuve de sacarte de ese ascensor cuando te vi llorar…
    — No me di cuenta que lloraba.
    — Después esperaba que te bajaras de ese auto…
    — Estuve a punto de hacerlo, me iba a bajar, no quería estar ni un minuto más con Ivan, pero
    después de lo del ascensor y del lugar del que estaba saliendo… no creí que quisieras verme.
    — Mi amor… mi amor —ahora me besó con desesperación—. Nunca más pienses que no contarás
    conmigo, aún si no quisieras seguir conmigo, siempre estaré ahí para ti, ¿está bien?

    — Si no me hubieras llamado.
    — No pude quedarme tranquilo, te vi con tu labio hinchado y sangrante —me tocó suavemente el
    labio— y tus ojos atemorizados…bajé el vidrio, quería que vieras que era yo… pero como no lo
    hiciste, no te bajaste, te llamé, necesitaba saber que estabas bien, nada más.
    — No lo estaba.
    — Si no hubiésemos llegado… —me abrazó fuerte y protector— No me lo hubiera perdonado jamás,
    preciosa, si ese tipo te hubiese lastimado así… hoy no estaría vivo.
    — ¿Crees que me deje tranquila?
    — ¿Le tienes miedo?
    Yo no contesté. Él apretó su abrazo y besó mi cabello.
     
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  4. yisette
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    Hola abuelas gracias por sus comentarios...





    Pasión y ternura …

    Era demasiado perfecto. Yo sabía que podía conquistarla, pero jamás pensé que ella se enamoraría de
    mí de aquella forma.
    Marizza era preciosa, su cabello castaño, su boca pequeña, sus ojos color miel, inocentes, dulces con un
    brillo de rebeldía y su cuerpo grácil y delicado la hacían la más bella de las mujeres.
    La semana siguiente hablé con su padre, un hombre irresponsable, adicto a las apuestas y al juego,

    mujeriego y vividor, defectos que su hija desconocía y que él cuidaba muy bien de esconderlo de
    Marizza. A mí no me importaba lo que hiciera su padre, ella era muy distinta a él, se parecía mucho a su
    madre, muerta hacía ya más de cinco años, por un horrible accidente, una mujer muy encantadora. Yo
    los conocí hacía siete años cuando llegué a este país, buscando abrirme paso por mis propios
    esfuerzos, lejos del alero de mi padre.
    Con Fabrizio Spirito y Marizza fuimos a un restaurant para hablar acerca de nuestra relación con
    su hija, ninguno mencionó la supuesta “compra”, yo no lo haría, para mí, no valía la pena, estaba con
    Marizza y eso era suficiente. Esperaba casarme pronto con ella, a mis treinta años, no estaba para esperar
    demasiado para dar ese paso y así se lo hice saber a ambos.
    — No lo sé —dudó Fabrizio—, yo creo que deberían esperar.
    — ¿Por qué, papá? —preguntó Marizza un poco incómoda.
    — Porque tú eres muy joven todavía y ni siquiera has terminado de estudiar.
    — Puede continuar sus estudios casada, en eso no hay problema.
    — Eres una niña —me ignoró, algo no andaba bien.
    — Papá, tengo 23 años —contestó ella de mal humor.
    — Lo sé —el hombre bajó la cara.
    — ¿Qué pasa, Fabrizio?
    — Nada, ¿debería pasar algo?
    — ¿No estás de acuerdo en que me case con tu hija?
    El hombre miró a su alrededor y luego miró a Marizza con gesto culpable.
    — Lo siento, hija, pero Pablo me quitó mis tarjetas de crédito y...
    Yo miré a Fabrizio y a Marizza, lo hice, sí, para evitar que él se gastara el dinero en los casinos y con las
    prostitutas que allí había. Hacía cinco años me hice socio capitalista de sus empresas y, si no fuera por
    mis habilidades, la empresa se hubiese ido a quiebra en menos de un año, pero al ver cómo Fabrizio
    gastaba el dinero y que su hija apenas sí tenía para comer, me hice cargo de algunos gastos, dejándole
    a él, las otras responsabilidades, sin embargo, él fue de mal en peor y el dinero endeudado era mucho
    más del que podía pagar. En ese momento conocí a Marizza y me enamoré, lo que hizo que me hiciera
    cargo no sólo de las deudas de la empresa, también me hice cargo de ella, de sus gastos, sus gustos y
    necesidades, dejando a su padre fuera de eso, ella no volvería a pasar necesidad alguna, mientras yo
    pudiera evitarlo.
    —Pablo… —Marizza me hablaba, pero yo estaba demasiado embebido en mis pensamientos.
    — Lo siento —contesté, no tenía idea lo que me había dicho.
    — ¿Escuchaste a mi papá?
    — Lo de las tarjetas…
    — No, lo de Franco Colucci—me miró con tristeza y desconcierto.

    — Perdón, no oí nada… —me sentí un idiota.
    Ella miró a su padre, estaba a punto de llorar, aunque, conociéndola como la conocía, no lo haría, no
    en público por lo menos.
    — Yo necesitaba dinero —explicó Fabrizio, como si yo tuviera que entender.
    — Ya.
    — Franco Colucci ofreció pagar mis deudas contigo, además de un dinero que me había prestado hace unos
    días a cambio de…
    — ¿A cambio de qué? —lo urgí.
    — A cambio de entregarle mi empresa, o mi parte, y a mi hija en matrimonio.
    Yo miré a Marizza, dos sendas lágrimas corrieron por sus mejillas.
    — ¡No puedes hacer eso! —casi grité.
    — Lo siento… tenía un negocio y necesitaba el dinero y tú…
    — ¿Negocio? Un negocio. ¿Estás seguro?
    — Pablo, por favor —Fabrizio me hizo un gesto para callarme la boca, por Marizza lo haría, no por
    él.
    — ¿Estás seguro que él pidió a Marizza como parte del cobro de la deuda?
    — Él así lo quiso…
    — Yo pagaré esa deuda que debes —dije con decisión y molestia.
    — No se puede, los papeles están firmados, no hay marcha atrás.
    — Permiso —dijo Marizza levantándose y caminó al baño.
    Yo esperé que se alejara un poco y miré a Fabrizio realmente enojado.
    — ¿Por qué hiciste eso?
    — Ya te lo dije.
    — Y vendiste a tu hija.
    — No tenía elección.
    — La tenías: no seguir botando el dinero.
    — No puedo evitarlo.
    — No puedes obligar a Marizza a casarse con ese hombre.
    — No la obligaré, ella decidirá lo que es mejor para nosotros.
    — ¿Para ustedes? ¿O para ti?
    — Para ambos, con él Marizza tendrá todo lo que quiera.

    — ¿Sí? ¿Realmente crees eso?
    — Tiene mucho dinero…
    — Sí y tres ex esposas y cinco hijos a los que apenas ve y no ayuda, a no ser por obligación. ¿Ese es
    el futuro que quieres para tu hija? ¿Que sea una más de la lista de Colucci?
    — No tiene por qué ser así, mi hija es bonita y puede ganarse su corazón.
    — Por favor, Fabrizio, ese hombre no se enamora, sólo se ama a sí mismo, además él no es de los de
    andar con niñas y eso seguramente es para él.
    — Tú también estabas dispuesto a comprarla.
    — No fue así y tú lo sabes. Yo quería que terminara con el idiota de su novio. ¿Sabías que él la
    golpeaba?
    — A las mujeres hay que tratarlas con dureza para que no se vuelvan rebeldes.
    Yo lo miré sorprendido.
    — ¿Acaso tú golpeabas a tu mujer?
    — Ella era bastante sumisa no necesitaba ser golpeada tan seguido.
    — ¿¡Tan seguido?! —Pregunté espantado, golpear a una mujer no era una opción para mí, ni siquiera
    de broma.
    — Vamos, no me digas que tú jamás golpeaste a una de tus tantas mujeres.
    — Ni tantas mujeres y jamás, Fabrizio, jamás he golpeado a una mujer ni lo haría. Y me extraña que a
    ti no te importe que a tu hija la hayan lastimado… incluso, Ivan intentó abusarla.
    — Vamos, a las mujeres les gusta ser sometidas —sonrió burlón.
    — Marizza no será vendida como una mercancía, vende tu alma si quieres, a ella no la tocas, y me la
    llevo a vivir conmigo, no quedará un minuto más en tu casa, no sabes ni siquiera ser padre.
    Marizza avanzó a nuestra mesa, tenía los ojos rojos. Yo me levanté, pedí que la cuenta fuera cargada a
    mi nombre y salí con Marizza de allí.
    — ¿Dónde vamos? —me preguntó al ver que no seguíamos el camino a su casa.
    — Te quedarás en mi departamento esta noche, no quiero que vuelvas a tu casa.
    — ¿Y mi papá?
    — Tu papá no merece que hagas ese esfuerzo por él —le dije un poco culpable, no me gustaba hablar
    mal de su padre con ella—. Y no puedes casarte con ese tipo.
    — ¿Y si va a la cárcel?
    — No lo hará, yo lo impediré.
    — Pero tiene un papel firmado… —volvió a llorar.
    — Puede tenerlo por el dinero adeudado, pero no por ti, un pacto así no se puede legalizar.

    — ¿Y si me obliga a casarme con él?
    — No puede, no lo hará… —la miré con miedo cuando estacioné mi auto— ¿O tú quieres hacerlo?
    Ella me miró con una tristeza profunda, pero no me contestó. Subimos a mi Pent-house
    — No —me dijo en un hilo de voz cuando entró—, no quiero casarme con él.
    — Entonces no lo harás.
    — Pero mi papá…
    — Eso lo solucionaremos, estoy seguro que las cosas no son como las dice tu papá.
    Se acercó y me besó, era tan dulce al besar, tan perfecta. Me gustaba sentir su respiración, saborearla,
    disfrutarla, como si fuera un delicioso chocolate que se derrite en mi boca, dulce y suave. Se
    estremeció en mis brazos, arqueó su espalda hacia mí. Quise tomarla y hacerla mía, pero aún no era
    tiempo, no quería que pensara que era un depredador sexual, no iba a aprovecharme de su
    vulnerabilidad.
    Me aparté un poco, con sus ojos cerrados siguió mi boca, la volví a besar suavemente, rozándola, no
    quería caer en la tentación de apresurar las cosas.
    Abrió los ojos y bajó la vista, avergonzada.
    — Te amo, Marizza, cada día me enamoras más.
    — Lo mío fue amor a primera vista —sus mejillas enrojecieron dulcemente.
    — Mi amor…
    La volví a besar, jamás creí escuchar esas palabras de su parte.
    — No podía olvidar tus ojos, tu mirada… desde el primer día, en el ascensor.
    — ¿Es cierto esto que me dices?
    Ella me miró fijo, con su mirada de niña inocente.
    — Sí, tus ojos son… como dos espejos de agua y ahí —ladeaba su cara de un lado a otro—, como
    encerrada en una caja de cristal, estoy yo.
    — ¿Encerrada?
    — Atrapada ahí, en tus ojos, en tu mirada… es extraño.
    Yo sonreí, ahora sí estaba seguro que esa chica era la mujer de mi vida.
    — No te burles —me rogó.
    — No me burlo, preciosa, pero esto que dices… es lo más maravilloso que pueda escuchar y es lo que
    me confirma que debemos estar juntos, que fuiste creada sólo para mí.
    — ¿Y si debo casarme con ese hombre?
    — No, preciosa, no lo permitiré, puedo evitarlo, lo que al parecer no puedo, es evitar que tu papá siga
    haciendo estas cosas.

    — ¿Qué hace con su dinero?
    Yo bajé la cabeza, no estaba seguro de querer decirle.
    — Dime, ya estoy grande y debo saberlo.
    La abracé a mi pecho, si por mí fuera, la protegería de todo lo malo que pasa en el mundo, pero no era
    posible.
    — A tu papá le gusta apostar, juega y pierde millones en los casinos.
    Ella tomó aire y se apretó más a mí. No dijo nada. Yo la mantuve así, abrazada a mí, protegida y
    cuidada, era mi niña preciosa, el amor de mi vida, lo mejor de mi historia.
    — ¿Lo arreglarás? —me preguntó al rato, apartándose para mirarme.
    — Por supuesto —afirmé con seguridad.
    — ¿Tú lo conoces?
    — ¿A Franco? —Ella asintió con la cabeza— Por supuesto, es un empresario conocido.
    — ¿Cómo es? ¿Tú crees que él acepte que yo no…?
    — Deberá hacerlo, lo quiera o no.
    — Pero…
    — Tú no te preocupes por nada —tomé su cara entre mis manos para tranquilizarla—. Todo estará
    bien, ese hombre es un mujeriego de primera, no se queda con ninguna y no le importa nada, ni
    siquiera sus hijos… Yo hablaré con él, seguramente tu padre sólo te incluyó en el “paquete”, él no
    necesita comprar mujeres.
    — Tú tampoco lo necesitabas.
    — Yo no quise comprarte… —le dije dolido.
    — Perdóname —me dijo ofreciéndome sus labios, labios que yo besé con pasión y ternura, dos cosas
    que ella me inspiraba y que jamás pensé que sentiría con una sola mujer… y al mismo tiempo.
    Aquella noche conversamos mucho rato, intentaba tranquilizarla, yo conocía a Franco de hacía
    varios años, era un mujeriego millonario de unos 45 años, después de tres matrimonios fallidos, no
    buscaba relaciones permanentes. Me extrañaba que él pretendiera “comprar” a Marizza, no porque ella
    no fuera deseable, muy por el contrario, pero Franco no era así, no necesitaba una esposa, mucho
    menos una “comprada” que no le daría lo que él necesitaba como hombre. De hecho, en varias noches
    de copas, confesaba que prefería mujeres mayores, con experiencia y confianza para disfrutar lo que
    ambos podían entregarse.
    Luego, cuando ya era hora de dormir, Marizza se puso nerviosa, comprendí que ella pensó que por
    llevarla a mi casa a dormir, debía acostarse conmigo y, aunque yo lo deseaba con ansias, le daría
    tiempo y espacio, no quería apresurar las cosas, su experiencia con los hombres no ha sido de las
    mejores, empezando por su padre, su novio, yo mismo como posible “comprador” y ahora un nuevo
    “pretendiente”. Por supuesto que no la apresuraría, iría a su ritmo. Además, así sería mejor, cuando
    estemos juntos, será cuando ambos estemos preparados y será inolvidable, como todo lo que quiero

    hacer con ella.
    Le cedí mi cama y yo dormí en la pieza de alojados. Por la mañana, fui a verla, dormía plácida,
    tranquila, aunque tenía el rostro congestionado, lloró por la noche, en silencio, no la escuché y me
    sentí culpable por ello. Quise abrazarla y tomarla en mis brazos, acunarla y asegurarle que todo saldría
    bien, pero, como seguramente, durmió poco y mal, la dejé dormida en mi cama, puse una nota a su
    lado y salí de allí, rumbo a arreglar las cosas con Franco Colucci.
    La secretaria de Franco Colucci, una mujer de unos 40 años me hizo pasar al poco rato de llegar a su oficina.
    Hicieron un breve coqueteo mientras yo me sentaba, definitivamente, Franco no cambiaba.
    — Tú dirás —me dijo de buen humor.
    — Vengo a hablar de Fabrizio Spirito y de su hija.
    El gesto que hizo mi amigo y su sonrisa sarcástica me dijeron que no me había equivocado con
    respecto a su opinión del matrimonio con Marizza.
    — ¿Qué pasa con eso? ¿Vienes a insistir que la acepte como parte del trato con Fabrizio?
    — ¿Cómo dices?
    — Mira, Pablo, yo te aprecio, tú lo sabes, pero nada de lo que me digas me hará cambiar de
    opinión. Marizza puede ser muy linda y ser toda una mujer ya… ¡Pero tiene la edad de mi hija, por Dios!
    Yo sonreí, no estaba en lo absoluto interesado por ella.
    — ¿Qué te pasa? ¿Qué es tan gracioso?
    — Ella es mi novia —dije sencillamente.
    — ¿Tu novia? —Se sorprendió gratamente— Entonces, ¿qué hace Fabrizio ofreciéndomela como si
    fuera una mercancía disponible?
    — A eso venía. Fabrizio dijo que tú querías sus empresas y a su hija como tu esposa.
    Mi amigo se echó a reír.
    — Tú me conoces, Pablo, sabes que no soy un pedófilo, las prefiero más maduras, ¿viste a Marina,
    mi secretaria? Ella me gusta, hasta estoy pensando en sentar cabeza con ella, aunque estoy dando
    tiempo al tiempo a ver si no se me pasa el “amor”, ella no merece que la haga sufrir.
    — Yo sabía que no podía ser como Fabrizio lo dijo. ¿Quieres siempre sus empresas?
    — Él no hace nada, tú llevas todo el peso, además me debe 200 millones, creo que lo justo sería
    quedarme con su parte de la empresa, seríamos socios, por fin.
    — Es un trato justo. Sólo que la chica no va incluida.
    — No la quiero ni la necesito, además, si es tu novia, para mí está vedada, sabes que soy mujeriego,
    pero siempre he respetado las mujeres de mis amigos.
    Yo sonreí.
    — Sólo de tus amigos, porque de los demás…

    — Si respetara a los demás, no tendría con quien hacer el amor y las casadas son mucho más…
    ardientes, la adrenalina de lo prohibido me conviene a mí, tú sabes, pero de mis amigos, son
    intocables para mí.
    — Me alegro, Marizza estaba muy preocupada…, no quiere ver a su padre en prisión por su culpa.
    — La última vez que vi a esa chiquilla tenía 13 años, si yo he sido un desgraciado con mis hijos, no
    creo que Fabrizio lo haga mejor, por un momento pensé en aceptar la idea de traerla conmigo, para
    liberarla; hablaba de ella como si fuera un bien más de la empresa, como un objeto… me dio lástima
    ¿sabes? Puedo no haberme ocupado mucho de mis hijos, no les di mi tiempo, mi presencia, pero jamás
    le haría algo así a mi hija... nunca.
    — Yo no soy capaz de decirle a ella la clase de padre que tiene, no puedo.
    — Tendrás que hacerlo en algún momento, porque te aseguro que le puede causar mucho daño, él no
    mide las consecuencias de sus actos y arrastra a su hija a sus propios problemas y cada vez se mide
    menos.
    — Sí, esto se está pasando de la raya.
    — ¿Sabes qué me dijo? —Francon se echó hacia adelante como si fuera a contar un secreto— Que era
    sólo una mercancía, que ella sería el fin de sus problemas económicos, que si él no fuera su padre, la
    tomaría como mujer porque tenía “mucho que entregar”. ¿Cómo puede un padre hablar así de sus
    hijos? Yo era muy joven cuando tuve mis hijos, la relación con mis esposas no terminaron bien, es
    cierto que no me ocupé de ellos, y me arrepiento de verdad, no hay vuelta atrás y trato de hacer lo
    mejor posible hoy, pero aún en mis tiempos de locura juvenil, nunca pensé en utilizar a alguno de mis
    hijos como un medio para satisfacer mis deseos y mi ambición.
    — El juego lo tiene dominado —atiné a decir.
    — ¿El juego? Y el alcohol y las mujeres. Él sí tiene que pagar, porque ni siquiera funciona como
    hombre. Menos mal que no se le ha ocurrido abusar de su propia hija.
    — Sería su fin —dije asqueado al pensar en una aberración así.
    — No la dejes con él —me advirtió, supuse que él sabía algo que yo no.
    — Está conmigo.
    — Es lo mejor, Fabrizio no es ni la sombra del hombre que conocimos, ha ido en picada rápidamente y
    temo que en cualquier momento, cometa una estupidez.
    — ¿Qué es lo que tú sabes que yo no?
    — Nosotros no somos los únicos a quienes Fabrizio “ofreció” su hija, no sé qué pasaba por su mente,
    pero está loco, Martin Andrade estuvo aquí por la misma razón que tú, Fabrizio le ofreció a Marizza a
    cambio de dinero para las apuestas y la mujer con la que sale ahora.
    — ¿Y él, por qué vino a hablar contigo?
    — Porque se enteró que yo también estaba en la lista de espera por esa chica y vino a advertirme que
    no hiciera tal de hacerlo, que era una cría y que Sonia Rey, la madre de Marizza, no se merecía
    que tratáramos a su hija de esa forma.

    Yo sonreí a medias.
    — Martin siempre estuvo enamorado de Sonia.
    — Hasta ahora. Si por él fuera, tendría con él a Marizza, la cuidaría mucho más de lo que lo hace
    Fabrizio.
    El citófono de Franco sonó y la secretaria le anunciaba la llegada de Martin Andrade . Franco le pidió
    que entrara inmediatamente. El hombre venía totalmente desfigurado, descompuesto.
    — ¿Qué te pasa?
    — Necesito hablar contigo… a solas —me miró—. Lo siento, Pablo.
    — ¿Se trata de Marizza? —Preguntó Franco.
    Martin asintió con la cabeza, mirándome.
    — Estábamos hablando de ella, precisamente, puedes hablar con confianza. ¿Qué pasó?
    — Desapareció. Fabrizio me llamó, anoche no llegó a dormir a su casa, me pidió dinero para iniciar
    una búsqueda —explicó el hombre.
    Yo sonreí con rabia.
    — Él sabe perfectamente dónde y con quién está —intervine.
    — ¿Tú sabes dónde está?
    — Cálmate, Martin, todo está bien —dijo Franco—, siéntate.
    El aludido se sentó, nervioso.
    — ¿Quieres algo? No te ves nada bien.
    — Un café, por favor —rogó él con ojos tristes.
    Simon le pidió a su secretaria tres cafés.
    — Pablo es el novio de Marizza, está con él —explicó Franco—. Ella está bien, lejos de su padre.
    — Gracias a Dios —exclamó.
    — ¿Le diste dinero? —Le pregunté.
    — No, por supuesto que no, a él no le doy un peso más, si lo hacía era por Marizza, ella se merece…
    todo.
    Yo lo miré, conocía a Martin muy poco, sé que estuvo muy enamorado de Sonia, nunca se casó,
    muchos decían que era por ella que nunca formó una familia.
    La secretaria llegó con los cafés, Martin bebió un poco con manos temblorosas.
    — ¿Qué te dijo Fabrizio que estás así? —Pregunté.
    — Dijo que… temía que ella quisiera acabar con su vida, que su novio la había dejado y…—hizo una
    pausa cerrando los ojos, ninguno lo interrumpió— yo fui a ver a Ivan, me confirmó que había

    terminado con ella, por su capricho, que ya no la soportaba… Juro que estoy al borde del colapso, si
    algo le pasa…
    — Ella está bien, ya te lo dijimos —lo tranquilicé—. Y no fue él quien terminó con ella, fue al revés,
    ella lo hizo —bajé la cara—. Él quiso abusar de ella.
    — ¡¿Qué dices?! —Se levantó de su silla molesto, enojado, en realidad.
    — Cálmate, no logró su propósito —me levanté también y le puse la mano en el hombro—, ella está
    bien, está conmigo, nos vamos a casar.
    — No puedo con esto…—lloró el hombre.
    — ¿Quieres verla? Está en mi departamento —ofrecí.
    Él asintió con la cabeza.
    — Martin, ¿por qué te pones así? —intervino Franco.
    — Ella…ella es…—lloraba como un niño— mi hija.
    Franco y yo nos miramos consternados. Era cierto que Martin estuvo muy enamorado de Sonia y
    que entre ambos había “algo”, pero de ahí a que Marizza fuera su hija… Realmente eso nos pillaba de
    sorpresa.
    Martin se dejó caer en uno de los sofás. Parecía que se había sacado un gran peso de encima, a la vez
    que no lograba calmarse respecto a la tranquilidad de Marizza.
    — ¿Cómo es eso que es tu hija? Tú llegaste al país hace unos… ¿diez años? —Franco fue el primero
    en reaccionar.
    — Así es, pero antes de eso… Sonia y yo éramos novios.
    — ¿Y la dejaste estando embarazada? —Pregunté.
    — Yo no lo sabía —me miró con una tristeza profunda en sus ojos, eran los mismos ojos de su hija—.
    Me fui del país, Frabtizio la quería como su esposa y su padre accedió, en ese tiempo la familia de él
    tenía mucho más dinero que la mía, nosotros éramos gente normal, mi padre trabajaba en una
    fundición minera, no era empresario ni nada por el estilo, en cambio, Fabrizio y su familia tenían
    empresas, casas, autos y mucho dinero. Yo quise llevarme a Sonia conmigo, pero no se lo
    permitieron, era menor de edad y no contaba con el consentimiento de sus padres y, con el dinero que
    tenían, me pudrirían en la cárcel. Yo sé que ella nunca dejó de amarme, cuando volví a verla… supe lo
    infeliz que era en su matrimonio y que Marizza…
    Dejó la oración inconclusa. Nadie habló.
    — ¿Fabrizio lo sabe? —preguntó Franco al rato.
    — Siempre lo supo. Amenazó a Sonia para que no dijera nada. Luego lo hizo conmigo, si yo
    hablaba, Marizza pagaría las consecuencias.
    Ese hombre no tenía límites. Instintivamente llamé al departamento para saber cómo estaba Marizza.
    — ¿Aló? —contestó adormilada.

    — Lo siento, te desperté, preciosa.
    — No, menos mal que lo hiciste, tenía una pesadilla.
    — ¿Estás bien?
    — Sí…, espérame están tocando el timbre.
    — ¡No! —Grité y luego bajé la voz— No le abras a nadie, preciosa, yo me voy ahora a la casa, por
    favor, no abras.
    — ¿Pasa algo? —Preguntó— ¡Es mi papá! —Casi gritó.
    — Llama al conserje por el citófono y di que estoy en camino, que lo saquen de ahí.
    Colgué preocupado. Miré a los dos hombres, especialmente a Martin.
    — Su padre está en el departamento —dije nervioso.
    Martin se levantó como un resorte.
    — Vamos, ya no la lastimará más —contestó con decisión.
    Salimos raudos hacia el estacionamiento, cada uno en su auto salimos rumbo al Edificio Vernales,
    donde se encontraba mi departamento.
    Al llegar el conserje nos dijo que había sacado al hombre, pero que amenazó con volver.
    — Dijo que usted tenía a su hija secuestrada —me explicó con temor el conserje.
    — ¿Tú crees que yo sería capaz de algo así, Lalo? Además, quien te llamó fue ella, lo que pasa es
    que el padre es…
    — Venía borracho, incluso me atrevería a decir que estaba drogado. No sé cómo entró, lo siento.
    — Él tiene sus medios, pero no lo volverá a hacer —afirmé.
    Subimos y al llegar vi a Marizza sentada, hecha un ovillo en el sofá.
    — ¡Marizza! —Se veía tan desprotegida, tan sola y vacía que se me encogió el corazón.
    Me miró como si no me conociera, pero inmediatamente reaccionó y se lanzó a mis brazos
    pronunciando mi nombre varias veces seguidas.
    — Venía borracho —lloró en mi pecho—, me gritó cosas horribles. Tenía tanto miedo… Y venía con
    Ivan.
    — ¿¡Qué?! —Ese hombre definitivamente no tenía límites.
    — Maldito desgraciado —murmuró Martin, Marizza se apartó de mí y lo miró, respiró agitadamente y
    de pronto se soltó de mí y se lanzó a sus brazos.
    — ¡Tío! —Lloró con más fuerza todavía.
    Martin cerró los ojos sintiendo el abrazo de su hija, yo entendía muy poco, sabía que él la amaba, pero
    ¿ella? ¿Acaso también sabía? No. No, porque lo llamó “tío”.

    — Desde que murió mamá nunca volvió a visitarme —le reclamó ella con un puchero.
    — Lo siento tanto, mi niña —le tomó la cara con sus manos y le secaba las lágrimas—, lo siento
    tanto. Yo…
    — Está bien, no tenía ninguna obligación —recapacitó ella bajando la cara, pero él se la sostuvo para
    mirarla a los ojos.
    — No, sí la tenía, no debí dejarte sola, mi amor, pero no podía volver, tu papá…
    — A él no le gustaba que nos fuera a ver, no podíamos decirle nada y cuando murió mi mamá…
    — Lo sé, no quería causarte problemas —lo dijo así, cuando en realidad, ella estaba amenazada por
    Fabrizio.
    — No sabe la falta que me hizo, usted en los cinco años que estuvo con nosotras, fue más mi padre
    que…
    Martin cerró los ojos, yo estaba seguro que quería gritarle a Marizza que ella era su hija, pero una noticia
    así no se da sin pensarlo, menos en un momento como este, en el que ella estaba vulnerable y frágil.
    — Marizza, preciosa —me acerqué y la tomé de los hombros—, ¿tomaste desayuno?
    Ella me miró y negó con la cabeza, esperaba mi reprimenda porque no acostumbraba a comer nada
    hasta la hora del almuerzo y yo la obligaba a comer, no podía dejar de hacerlo o enfermaría.
    — Ven, vamos a la cocina, te prepararé algo —le pedí.
    — ¿Cómo es que ustedes venían juntos? —nos preguntó mientras comía.
    — Fui a hablar con Franco Colucci —le indiqué— y él llegó mientras conversábamos.
    — ¿Y cómo te fue? ¿Él…? —arrugó la frente y se mordió el labio.
    — Es como te dije…, no está interesado en casarse contigo.
    — Menos mal —se seguía mordiendo el labio.
    — No hagas eso —le pedí liberando su labio con mi dedo.
    Ella bajó la cara.
    — Come, mi niña —suplicó Martin al ver que apenas comía.
    — Tengo el estómago apretado.
    Nos miramos con Martin. Si Fabrizio venía con alcohol en el cuerpo, no debe haber sido fácil para ella
    esa situación. Ese hombre se ponía realmente odioso borracho. Era de esos tipos que no aceptan un
    “no“, por respuesta y todo lo que hacen es levantar la voz para hacerse escuchar, sin contar con que se
    sienten superhéroes por estar con unas copas de más.
    Y venía con Ivan, otro igual que Fabrizio, sin ningún respeto ni amor por nadie, miré a Marizza,
    estaba con la vista perdida, recordando, tal vez, la noche que Ivan quiso abusarla y la golpeó. Me
    acerqué a ella y la abracé.
    — Ven —le dije suavemente, parecía que se iba a quebrar—. Siéntate.

    — ¿Por qué mi papá no me quiere? —me preguntó con profunda tristeza.
    — Tu papá te ama —contestó Martin.
    — ¿Y por qué me trata así? Esto no es sólo de ahora, es de siempre, toda mi vida, para él siempre he
    sido un estorbo, una maldición.
    El dolor se instaló en la cara de Martin. Marizza lo miró… y comprendió.
    — Él no es mi papá, ¿cierto? —Nos miró uno y al otro, alternadamente.
    Martin bajó la cabeza, yo sostuve su mirada, pero no estaba seguro de decirle la verdad.
    — ¿Lo es o no? —Preguntó un poco molesta.
    Yo negué con la cabeza.
    — No lo sabía, me acabo de enterar —contesté encogiéndome de hombros, sintiéndome culpable.
    — ¿Tío? —Martin no fue capaz de mirar a su hija— ¡¿Es usted?!
    — Lo siento tanto, Fabrizio no me dejaba acercarme a ti… si lo hacía tú pagarías las consecuencias.
    Marizza meditó unos momentos, mirando fijamente a Martin, que a ratos miraba a su hija con dolor, c on
    tristeza, con miedo y culpa, pero la mayor parte del tiempo, no era capaz de mirarla a los ojos. No
    sabía qué pasaba por su mente, pero necesitaba asimilar aquello. Tal vez recordaba a su mamá y los
    momentos que pasaron juntos. Sólo esperaba que reaccionara rápido, me estaba desesperando.
    — Tenemos los mismos ojos —dijo al fin.
    Yo sonreí, era cierto.
    — Así es —contestó Martin.
    — Cuando murió mi mamá, usted no fue.
    — Sí, lo hice, pero no podía acercarme, estuve de lejos mirando, queriendo abrazarte, estabas tan sola,
    solo el pensar en el daño que te podría hacer Fabrizio por acercarme a ti, me detuvo, si no, mi amor, te
    aseguro que no me hubiese apartado de ti.
    Marizza sonrió triste. Le estiró una mano, al parecer no era capaz de levantarse. Martin se acercó, la
    cogió de la mano y se sentó a su lado cuando me levanté para darles espacio.
    — Mi mamá intentó decírmelo… yo nunca entendí —se disculpó ella.
    — No podíamos hablar, Fabrizio…
    — Es un matón, lo sé, al igual que Ivan. No es novedad para mí.
    — Pero ahora estarás lejos de él.
    — No, mientras él esté libre no estaré segura. Tiene que ir a la cárcel.
    Yo la miré sorprendido, no esperaba algo así de ella.
    — Él me ha hecho mucho daño, a puertas cerradas, donde nadie se enteraba… No lo volverá a hacer.

    — ¿Qué te hizo? —Pregunté enojado.
    — Intentó abusar de mí… en más de una ocasión.
     
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  5. Carcis~RW
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    Es un asco Fabrizzio..por suerte todo s eva aclarando.Ya me imagine que había intentado abusar de ellaVamos a ver como sigue porque no creo que Fabrizzio se quede tan tranquilo
     
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    La Abuel@ te presta la escoba

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    Ooo dios quiero matar a ese frabrizio... pablo deberia casarse con marizza asi talvez deja de ofrecerla como producto en tienda... quiero mas capitulos siiii
     
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    Te salen tus primeras canas

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    Esta genial la historia q desgraciado fabrizio espero q acabe en la carcel pronto
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    Horneas galletas con la Abuel@

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    aggggg... q asco me da fabrizio !!! menos mal q no ha abierto la puerta sino a saber q habrían hecho a la pobre...siguela bss !!
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  9. yisette
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    Hola abuelas gracias por sus comentarios, buen comienzo de semana,,,



    Liberación …(+18)...

    Por fin lo dije. Cerré los ojos y me eché hacia atrás en el sofá. Ya no podía, y no quería, callarlo. Los
    últimos cinco años han sido los peores de mi vida, desde que murió mi mamá todo mi mundo se ha ido
    desmoronando. Mi “papá” llegaba borracho a la casa y pretendía meterse a mi cama, luego, al día
    siguiente venían las disculpas, las lágrimas de culpa, las excusas. Eso me marcó más de lo que
    quisiera aceptar. Me hizo ser más tímida de lo que era, más susceptible, menos rebelde. La muerte de
    mi mamá y el comportamiento de mi papá hicieron de mí una mujer insegura y confusa. Hoy todo
    aquello me estaba pasando la cuenta.

    De pronto sentí un suave beso en mi frente, abrí los ojos y muy cerca de mi cara estaba Pablo
    mirándome con gesto dolido.
    — ¿Por qué no me lo dijiste? —me preguntó con suavidad, como siempre me hablaba.
    — Tenía miedo —contesté en un murmullo.
    — Preciosa…
    — Lo siento —me disculpé.
    — No, mi pequeña, no es tu culpa —dijo Martin, mi verdadero papá.
    — ¿Por qué nos abandonaste? —me atreví a preguntar.
    Él bajó la cabeza, parecía derrotado.
    — No las abandoné, cuando conocí a tu mamá nos enamoramos de inmediato, pero yo era un simple
    estudiante, hijo de un trabajador común y corriente, en cambio ella pertenecía a una clase acomodada.
    Su padre envió al mío a otro país con un sueldo excelente y muchas garantías. Me fui con ellos, no
    tenía alternativa. A tu madre la casaron con Fabrizio. Nos seguimos amando. Trabajé duro para tener
    lo que hoy tengo. Al volver, supe que tú eras mi hija, pero Fabrizio, que también lo sabía, nos amenazó
    diciendo que se quedaría con tu custodia e impediría a tu madre volver a verte. Ella no podía soportar
    algo así, por más que yo le insistiera en que él no podía hacerlo, no quiso arriesgarse a perderte.
    Cuando murió, él me amenazó con…
    — ¿Con qué? —lo urgí cuando vi que no hablaba.
    — Con matarte.
    Fue como un balde de agua fría, mi papá no podría haber dicho algo así, aunque en realidad, sentía
    que, a pesar que me crié con él, no lo conocía de nada.
    Pablo se había sentado cerca de mí en un sillón y me tomaba la mano, sin querer, la apreté al oír
    esas palabras y, cuando me di cuenta, tenía mis uñas marcadas en sus manos. La solté asustada.
    — Perdón.
    — Está bien, preciosa. No es fácil escuchar esto.
    — Parece que estuvieran hablando de un extraño, creo que en eso se ha convertido mi papá en estos
    años.
    — Tu mamá era la única que podía detenerlo en sus malas acciones. Ella pudo detener todo antes, pero
    tenía miedo, le temía a Fabrizio.
    Yo tomé aire, molesta, ella debió parar todo esto antes de esto.
    — Después que ella murió, mi papá cambió mucho conmigo, llegaba borracho en las noches e
    intentaba meterse a mi cama. Nunca logró su propósito, pero cada vez yo iba bajando mi seguridad,
    me sentía desprotegida, vulnerable y me fui encerrando cada vez más en mí. Cuando Ivan se fijó
    en mí, sentí que todo iba a ir mejor, se lo conté a mi papá, él se puso feliz, pero pronto descubrí al
    verdadero hombre que se ocultaba detrás de la popularidad de Ivan, era un hombre egocéntrico,
    caprichoso y manipulador… creo que repetí la imagen paterna que tenía. Pero no sabía cómo terminar

    con él. Si tú no hubieras aparecido —dije mirando a Pablo a los ojos—, no sé qué hubiera hecho.
    — Mi amor, si hubiera sabido todo esto… te juro que te hubiese sacado de esa casa mucho antes. No
    puedo dejar de pensar en lo que ese tipo te quería hacer. Y ahora que sé que no fue el único y tu papá
    también…
    Se sentó a mi lado en el sofá y me atrajo a su pecho con desesperación. Él, desde que estábamos
    juntos, nunca intentó tocarme, al contrario, parecía dispuesto a esperarme el tiempo que fuera
    necesario. Era tan distinto a la clase de hombre que había conocido…
    No era que yo no quisiera estar con él, muy por el contrario, pero las malas experiencias me han
    dejado… no sé, con miedo a mi propia sexualidad, a los hombres.
    — Preciosa —Pablo habló en mi oído, su voz tan suave, aterciopelada, calmaba cualquier miedo
    que pudiese tener—, será mejor que dejemos esto hasta aquí, con Martin arreglaremos todo para que
    ninguno de los dos se te vuelva a acercar. Mientras, estarás aquí, será mejor que no salgas sola, por un
    tiempo, hasta que sepamos que todo estará bien, Fabrizio está mal, cada día pierde más el sentido
    común y la consciencia.
    — Sí, tienes razón. De todas maneras, gracias por escucharme, llevaba demasiado tiempo
    guardándome esto y… a veces sentía que me estaba matando.
    — Debiste decírmelo antes, preciosa —su reprimenda fue tan tierna que no pude evitar sonreír.
    — Te amo, Pablo, no sabes cuánto bien me hizo conocerte.
    Y lo miré, porque en sus ojos nada malo me pasará. En sus ojos estoy segura, protegida y amada.
    De pronto la puerta del departamento se abrió y yo di un salto. Pablo me abrazó,
    tranquilizándome. Era su ama de llaves que venía a hacer aseo y cocinar. No puedo describir la cara
    que puso al vernos, no sé si fue asombro, resquemor, duda, sorpresa. Tal parece que no esperaba ver a
    Pablo allí, mucho menos a nosotros.
    — Michi, buenos días —se levantó Pablo de mi lado y la saludó de un beso en la cara, ella lo miró
    interrogante—. Te presento a mi novia, Marizza y a su padre.
    La mujer sonrió ahora abiertamente.
    — Usted es Marizza, niña, un gusto conocerla.
    Se acercó al sillón y yo me levanté para saludarla, lo mismo hizo mi papá.
    — Ella es mi ama de llaves —nos dijo.
    Ella nos saludo a ambos de la mano.
    — Qué bueno que llegaste, Michi, con Martin necesitamos salir y no queremos que quede sola Marizza.
    Después habrá tiempo para explicaciones, pero, por favor, que nadie entre, nadie. Si viene alguien que
    vuelva cuando esté yo —se volvió a mí—. No salgas, preciosa, me harás caso ¿verdad?
    Yo asentí con la cabeza.
    — Después nos vemos —me besó suavemente en la boca.

    — Te amo —susurré, él sonrió.
    — Yo también, preciosa, no sabes cuánto.
    Se separó de mí y Martin dudó en acercarse a mí para despedirse.
    — ¿Después nos veremos? —le pregunté sin saber acercarme a él.
    — Por supuesto, mi amor, por supuesto —se acercó y me besó en la frente—. Perdóname —se le
    quebró la voz.
    — Está bien —lo miré a los ojos—, no se preocupe, siempre tengo presente esos cinco años que
    vivimos con mi mamá, creo que, en cierto modo, en ese tiempo fuimos una familia completa.
    — Yo también lo sentí así.
    — Después nos vemos —me puse de puntillas y lo besé en la mejilla.
    — Sí, mi amor, después nos vemos.
    Cuando salieron del departamento, Michi me miró.
    — ¿Quiere tomar algo, niña? ¿Un té? Disculpe que le diga, pero no se ve nada bien.
    — Sí, creo que necesito un té.
    ●●●
    Nos sentamos juntas a la mesita de la cocina, me contó que ella conocía a Pablo desde que era
    muy pequeño. Comenzó a trabajar con su familia cuando él tenía 5 años. Y desde entonces, nunca se
    ha apartado de él. Sigue trabajando para él, aunque ahora iba dos o tres veces por semana a ordenar el
    departamento y a dejarle cocinado para varios días. En realidad, Pablo “la dejaba” trabajar así,
    pero que, si por él fuera, le daría vacaciones permanentes. Él la mantenía, le tenía un departamento en
    el primer piso, que él costeaba y el dinero que le pagaba, era mucho más del que debiera recibir por la
    clase de trabajo que hacía y ni siquiera tenía horario. Si no llevaba otra persona a su departamento, era
    porque ella no se lo permitía.
    Pablo era una buena persona, de eso no había duda.
    Me levanté y me fui al cuarto para ordenar las cosas, ella siguió diciéndome que no era necesario. Se
    paró entre el cuarto de Pablo, donde yo dormí, y el cuarto de alojados que tenía la puerta abierta.
    Me miró sorprendida.
    — ¿No durmieron juntos?
    Creo que me puse roja hasta la raíz del cabello.
    — No.
    Ella sonrió y se acercó a mí.
    — Él te ama, niña, nunca lo vi así por alguien.

    Yo la miré con lágrimas en los ojos.
    — Lo sé, ojala lo hubiese conocido antes.
    — Tal vez este era el momento.
    — Sí, puede ser.
    — Pablo es como mi hijo y lo único que quiero es que sea feliz, pero me preocupa algo y disculpe
    que se lo diga… es sobre su papá. Yo no lo conocía y no parece mala persona, lo que no entiendo es…
    ¿Cómo pudo hacer una cosa así? Supongo que usted sabe a qué me refiero.
    Ya no contuve las lágrimas. Ella se sorprendió y me pidió disculpas muchas veces. Pensó que ella
    había hecho algo mal.
    — No, él… el que estaba acá es mi verdadero papá, me acabo de enterar… es una historia larga y
    complicada. Además que, en realidad, no sé cómo tomar todo esto.
    — La escucho, niña —me llevó de la mano, como a una niña pequeña, hasta la mesa de la cocina,
    donde volvió a servirme una taza de té—, tal vez yo pueda ayudarla.
    Le conté con detalle todo, desde que vivía mi mamá, cuando apareció Martin en nuestras vidas, la
    muerte de mi mamá, los cambios drásticos que sufrió mi papá, mi noviazgo con Ivan, la presencia
    tranquilizadora de Pablo y, ahora, conocer la verdad. Michi me escuchó con atención, sin
    interrumpirme, más que para preguntar algo que no le quedaba claro. Hablar con ella fue un bálsamo
    suavizante, como si hablara con mi propia madre. Y, después, vinieron los consejos, la forma en que
    podría enfrentar todo, y aprender a vivir mi vida normalmente de nuevo. De forma práctica me ayudó
    a darme cuenta que no puedo quedarme pegada en mi pasado, que debo avanzar, dar un paso adelante
    y dejar todo lo malo atrás, que ya no puede afectarme. Pablo y mi padre se harían cargo de
    Fabrizio. Hablamos alrededor de tres horas, las tres horas más cortas de mi vida y las más
    reconfortantes. Sólo nos dimos cuenta de la hora cuando sentimos llegar a Pablo. Llegó a la cocina
    y sonrió al vernos allí. Venía con varias bolsas que dejó en la mesa.
    — Me imaginé que se lo pasarían conversando, así es que traje comida preparada.
    Nosotras nos miramos, yo me sentí culpable y Michi sonrió.
    — No hemos hecho absolutamente nada más que conversar —dijo ella.
    — Está bien —me dio un beso en el cabello y lo mismo hizo con Michi—. ¿Y cómo estuvo la
    conversación? Supongo que no le habrás contado historias vergonzosas de mí —miró a Michi con
    cariño.
    — Le conté todas tus travesuras de niño y las canas que tuve que esconder con tintura por tu culpa —
    rió con ternura.
    — Ya sabía yo que no debía dejarlas solas —se sentó entre nosotras y me miró—. Lo que te haya
    dicho de mí es mentira.
    — No lo creo. Sólo dijo cosas buenas de ti.
    — Es que le pago bien —rió.

    — Me tiene comprada —habló Michi mirándome con complicidad.
    Se veía que tenían una buena relación, se querían mucho. ¿Acaso así era una vida normal? Eso era
    algo que yo nunca viví..., un poco con mi mamá, pero me duró tan poquito, que a veces renegaba de
    ello.
    — ¿Qué pasa? —me preguntó Pablo, tomándome la mano.
    — Nada, ¿por qué?
    — Te quedaste callada y no nos estabas oyendo.
    — Lo siento —me disculpé, seguramente me puse roja.
    — Dime, ¿en qué pensabas? —volvió a preguntarme Pablo.
    — Es que ustedes se ven… tan… cariñosos… se quieren tanto… que no sé… —quise llorar— yo
    nunca viví algo así… sólo eso.
    — Ahora lo empezarás a vivir —me dijo Pablo besando mi mano.
    — Espera a conocer a los padres de Pablo, te amarán —sonrió Michi.
    Yo bajé la cara avergonzada.
    — Desde ahora en adelante —me prometió Pablo— conocerás una vida normal y buena.
    Yo lo miré y, como siempre, me perdí en su mirada. Pero sí quise creer en eso, en, por fin, conocer
    una vida llena de amor.
    Cada noche me costaba más separarme de él, quería dormir a su lado, estar con él, hacer el amor con
    él, pero estaba temerosa, no sabía cómo iba a responder y no quería empezar algo que no podría
    terminar.
    ●●●
    Un viernes por la noche nos quedamos viendo películas como siempre. Yo me apoyé en su pecho, no
    vi nada de lo que pasaban por la pantalla. Pensaba en cómo se podía seducir a un hombre. Pero tenía
    miedo, no de él, era sólo miedo.
    Cuando terminó la película, me besó, suave y apasionado como siempre lo hacía y como me gustaba
    que lo hiciera. Yo correspondí con más ansias que lo usual.
    — Quiero hacerte el amor —susurró en mi boca.
    — Y yo quiero que lo hagas —contesté un poco atemorizada.
    Me besó más profundamente. Me levantó en sus brazos, con delicadeza me llevó hasta el dormitorio.
    Me puso sobre la cama sin dejar de besarme. Me acariciaba el rostro, metía su mano entre mi cabello,
    me acercaba cada vez más a él. Lo amaba, estaba segura de eso. Desabrochó el primer botón de mi
    blusa, besó mi cuello. Tomó mi mano y besó su dorso. Desabrochó el segundo botón. Volvió a besar

    mis labios. Sentía mi sangre hervir. Yo acariciaba su cara, sus hombros, su torso. Torpemente intenté
    desabrochar su camisa, pero no me resultó y el botón salió volando. Él sonrió con ternura.
    — Lo siento —dije en un murmullo.
    — Todo sea por sentir tus manos en mi piel —habló en mi boca, mientras me besaba.
    Mis manos temblaban tanto al desabrochar su camisa, que él me ayudó y se la quitó, antes que
    terminara tirando todos sus botones.
    — Disculpa —dije entre suspiros—, soy muy torpe.
    — No digas eso, eres perfecta.
    No dejaba de besarme. Cuando toqué su pecho desnudo, un escalofrío lo recorrió y me sentí bien al
    sentir cómo se estremecía ante mis caricias. Desabrochó mi blusa y me la quitó con suavidad, sacando
    también mi sujetador. Me encogí de vergüenza e intenté taparme.
    — No… —me besó profundamente— no te cubras. Te amo. Eres hermosa. Te esperé tanto tiempo,
    cariño… no sabes cuánto.
    Cuando me acarició perdí la noción de tiempo, de sentidos, de todo. Sólo sé que estaba perdida en un
    arco iris de colores, donde no existe el tiempo ni el espacio. Era toda sensibilidad y sentimientos.
    Sentía cada poro de mi piel, exudando pasión.
    — Mírame —me ordenó suavemente, con ternura.
    Yo obedecí, lo miré y me perdí en esa mirada hermosa, en esa caja de cristal que me tenía aprisionada.
    — Te amo… te amo más de lo que puedas imaginar.
    Me acariciaba con ardor, con deseo retenido.
    — Yo también te amo… hazme tuya —le supliqué.
    Él sonrió con devoción, como si yo fuera Afrodita, la diosa del amor, que lo tiene embrujado en sus
    redes. Así me sentía ante su mirada.
    Me tomó de la cintura y, sin dejar de mirarme, entró en mí, pendiente a cada gesto y movimiento que
    yo hiciera. Me mordí el labio al sentirlo dentro. Él se detuvo y besó mi labio sangrante, repitiendo una
    y otra vez todo lo que me amaba.
    Volví a perderme en un mar de sensaciones nuevas e intensas que sabía que sólo con él podía sentir y
    que sólo él podía saciar. Me hizo el amor de la manera más exquisita que se pudiera describir. Hizo
    desaparecer todos mis temores, todos los malos recuerdos y todas las malas experiencias. Sólo podía
    sentirlo a él, su amor, su pasión, su ternura.
    Cuando sentí mi cuerpo explotar en mil pedazos, gemí y me pegué a él como si fuera mi tabla de
    salvación, enterrando mis uñas en su espalda, respirando agitada como si me fuera a ahogar de tanto
    amor y placer. Él cayó sobre mí, gimiendo y sudando. Me besó como si nunca lo hubiese hecho, como
    si fuera la primera vez que saboreaba mis labios. Se acostó en la cama y, sin soltarme, me atrajo con
    él poniéndome encima de su pecho. Yo era mucho más pequeña que él, aún así era como si
    encajáramos perfectamente. Puse mi cabeza en el hueco de su cuello, él acariciaba mi cabello y mi

    espalda. Yo acariciaba sus hombros. Se sentía tan perfecto estar así, acostada con el hombre que uno
    ama, después de hacer el amor, en realidad, fue como si el amor nos hubiese hecho.
    — Te amo — susurró.
    — Y yo a ti.
    — Preciosa, mi preciosa niña, mi mujer, mi paz, mi todo…
    Acariciaba mi espalda y mi cabello con urgencia, como si temiera que me fuera a escapar.
    — Jamás creí que pudiera ser tan perfecto —besé su pecho.
    — Es que tú eres perfecta —me tomó la cara entre sus manos y me la levantó para que lo mirara—. Tu
    eres perfecta —repitió mirándome con adoración.
    Esto era mucho más de lo que imaginaba posible.
    — No me dejes nunca —le pedí.
    — Jamás lo haré. Siempre serás mi precioso amor. Ahora sí estás presa en mis ojos, porque nunca te
    dejaré escapar.
    Yo sonreí, esa era la cárcel más maravillosa y tierna que pudiera existir. Quería estar ahí. Nunca
    querría escapar de su mirada.
     
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  10. Carcis~RW
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    Pablo es muy tierno y dulce, pero es tan perfecto que no me la creo...
     
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  11.     +1   -1
     
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    La Abuel@ te presta la escoba

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    Que tierno me encanta este pablo.. se que no es perfecto porque algo tiene que tener mal pero me encanta
     
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  12. mariavi7
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    De verdad existe la perfección? esperaré un poco para sentenciarlo porque algún fallo tiene que tener Pablo por tierno y amoroso que sea jijij
     
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  13.     +1   -1
     
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    La Abuel@ te presta la escoba

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    Que lindo q es pablo y muy tierno
     
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  14. yisette
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    Hola abuelas gracias por sus comentario...buen comienzo de semana...





    Perfección …

    Desperté. La sentí sobre mí. Después de hacer el amor, se durmió en mi pecho, era pequeña y tan
    liviana que casi ni la sentía, lo único que sentía era su cuerpo desnudo pegado al mío. Fue tan perfecto.
    Recordé sus inexpertas caricias, su sonrisa tímida, sus mejillas enrojecidas, la pasión desbordante de

    su mirada cuando, por fin, la hice mía. En ese momento quería mirarla a los ojos y ver que lo quería y
    ansiaba tanto como yo, sin temores, sin miedos, sin el pasado reviviendo en su mente. Nada de eso
    hubo en su mirada. Al contrario, su amor se reflejaba en ellos, viviendo cada segundo con intensidad,
    como si sólo fuéramos nosotros dos en todo el universo. Así lo sentí yo. Como si nadie más existiera,
    como si el tiempo y el espacio fueran una utopía, algo abstracto e irreal.
    Sentirla explotar en mis brazos fue extraordinario, sus gemidos, sus uñas enterrándose en mi piel,
    desesperada, anhelante, besándome con pasión, completamente pegada a mi cuerpo, como si fuéramos
    uno solo. Sus latidos apresurados, su respiración agitada, el sudor de su cuerpo… Hicieron de mi fin
    algo jamás experimentado. Descubrí la enorme diferencia entre hacer el amor y tener sexo.
    Se movió. La abracé para que no se saliera de encima, quería sentirla así, en mí, ella era la parte que
    me faltaba hasta hoy. Se levantó un poco y me miró, con una expresión extraña al principio, luego se
    puso roja, mas no dejó de mirarme por un buen rato, no dije nada, no sabía lo que pasaba por su mente,
    hasta que bajó y se escondió en mi pecho.
    — ¿Qué pasó, preciosa?
    — Fue bonito anoche —dijo apenas.
    — Sí, claro que lo fue, preciosa —la acosté a mi lado y la miré, sonreí—. Estás roja.
    Se quiso esconder, poniéndose más roja todavía.
    — No te escondas, no debes tener vergüenza. Fue maravilloso.
    — Es que… yo nunca…
    — Lo sé, preciosa, cariño —la besé con ternura, era tan deliciosa, me gustaba saborearla lentamente,
    disfrutarla total y absolutamente—, me enseñaste a amar y a sentir cosas que no viví nunca.
    Se escondió en mi pecho, la abracé, cada cosa con ella era especial. La amaba, pensé que no podría
    encontrar el amor así, pero aquí estoy, completamente enloquecido por una chiquilla preciosa,
    apasionada y tímida.
    — ¿Quieres ducharte conmigo? —le hablé en el oído.
    Me miró y sonrió pícara y tímida.
    — ¿Cómo en las películas?
    — Ven —me salí de la cama y le tomé la mano. Se miró su cuerpo desnudo y quiso alcanzar el
    edredón, pero no la dejé, tirándola hacia mí—. No, no te cubras, estamos solos y eres mi mujer, mi
    amor y mi todo.
    Ella no me miraba, pero me acarició el pecho y los hombros.
    — Si sigues te voy a hacer el amor de nuevo —le advertí suavemente.
    Ella rió y besó mi cuello, luego los hombros y bajó a mi pecho, era tan delicioso sentir sus dulces
    labios en mí.
    — Vamos a bañarnos —me susurró.

    — ¿Ahora? No sabes lo que me haces, niña.
    — Es que quiero hacerlo de nuevo, pero estoy un poco incómoda.
    Dejé caer el agua tibia por su cuerpo, eso pareció excitarla, sus ojos estaban llenos de pasión. Saqué
    champú y le lavé el cabello, ella reía, le daba cosquillas. Verla relajada y feliz era apasionante. Se
    contorsionaba con el agua que caía sobre ella, riendo con ganas. No pude esperar más, la tomé y la
    elevé para tomarla en mis brazos, ella rodeó mis caderas con sus piernas. La miré, ella me miraba con
    ardor, sonreía… me besó efusivamente, gimiendo suavemente, con sus ojos cerrados, sintiendo las
    mismas sensaciones que yo: amor y pasión unidas.
    Cuando se apretó a mi cuerpo, estallando en sensaciones y emociones, gritando mi nombre, la apoyé
    contra la pared de la ducha besándola con urgencia, sentirla explotar de esa forma, entregándome sus
    gemidos, suspiros y latidos, era demasiado para mí, quería estar siempre así, entre sus piernas,
    viviendo el amor más grande que se pudiera sentir por una persona.
    — Pablo… —habló en voz baja, ya calmada.
    — Dime —la miré pero ella no me miraba, estaba seria, con la vista baja. Me asusté —. Marizza,
    preciosa, ¿pasa algo malo?, ¿te lastimé?
    Ella negó con la cabeza y luego me miró expectante, sin hablar.
    — Dime, por favor —le rogué, aunque temía haberla lastimado sin darme cuenta.
    — Es que… ahora que lo pienso… —en sus ojos había ¿culpa?
    — Preciosa —la besé—, te estás enfriando, ven.
    La aparté de la pared y dejé caer el agua caliente por su cuerpo, le quité el resto de champú, mientras
    ella me miraba extraño.
    La envolví en la toalla, yo hice lo mismo.
    — Dime, preciosa, ¿cuál es el problema?
    Se sentó en la cama y me miró. Yo me senté a su lado.
    — ¿Te lastimé?
    Sonrió con tristeza.
    — Es una estupidez —me dijo como al azar.
    — No, no lo es. ¿Qué te preocupa? ¿Qué te pasó? Yo quiero saber.
    — Es que se suponía que yo… bueno… nunca había estado con nadie… ¿cierto?
    Yo asentí, no entendía.
    — Por lo tanto… yo… nomeestoycuidando…—lo dijo así de rápido.
    Yo la miré, me puse triste, ella no quería las consecuencias de lo que estábamos haciendo.
    — ¿Y si quedo embarazada? —me preguntó ansiosa.

    — ¿No quieres tener un hijo conmigo? —No podía ser cierto. Eso no.
    — ¿Yo? Sí, sí —me miró fijo un momento y sonrió—, sería lindo tener un “tú” pequeñito.
    Yo sonreí.
    — Yo esperaba que fuera una “tú” en miniatura.
    — ¿No te molestaría si me embarazo?
    Era eso. Ella temía que yo la culpara si se embarazaba. Respiré aliviado.
    — Sería lo más hermoso que pudiera ocurrir. Tener un hijo tuyo, nuestro, sería… maravilloso.
    Ella se lanzó a mis brazos y me besó. Yo la recibí en mis brazos y la besé, dejando atrás el miedo de
    hace unos minutos. Era completamente mía, única y exclusivamente mía, y puede sonar machista y
    celoso, pero así la quiero, que conozca el amor sólo conmigo, que sea madre de mis hijos, la quiero
    como mi esposa, mi compañera, mi amante, mi todo. Sólo para mí y yo para ella. Nadie jamás podría
    ocupar su lugar en mi corazón.
    ●●●
    Llegar a casa y que Marizza me esperara, era lo más maravilloso que podía sucederme.
    Martin nos visitaba seguido. Michi también lo hacía en el día, cuando Marizza estaba sola en el
    departamento. Se hacían compañía. Y, aunque me gustaba, no quería que Marizza vegetara en casa,
    amaba llegar y que ella me esperara, pero no quería sólo lo que yo deseaba, también quería que ella
    viviera su vida, como lo quisiera. Una noche se lo planteé.
    — Preciosa —comencé a decir—, ¿eres feliz conmigo?
    — Mucho, ¿por qué lo preguntas?
    — Es que… antes de conocerme, tú estudiabas y querías tener tu profesión, tu carrera. No quiero
    robarte eso, si quieres continuar estudiando, puedo arreglarlo para que lo sigas haciendo. O trabajar.
    Tú decides.
    Ella me miró seria.
    — ¿Quieres que estudie o trabaje?
    — Yo no quiero coartar tu libertad.
    Bajó la vista, yo le tomé suavemente la cara y se la levanté.
    — No quiero que hagas algo que no quieres por agradarme a mí.
    — ¿Y si te dijera que no quiero seguir estudiando ni trabajando?
    — ¿Ya?
    — ¿Que me tendrás que mantener?
    — No es problema para mí, quiero que seas feliz.

    — Es que no quiero seguir estudiando, si lo hacía era porque mi papá quería que fuera ingeniera
    comercial para ayudarlo en su empresa, pero nunca me gustó. Y trabajar… no sé. ¿Puedo ser tu
    secretaria? —me coqueteó. Cuando lo hacía me olvidaba de todo.
    — No trabajaría nada, te haría el amor todo el día —la besé.
    — No quiero trabajar —me dijo poniéndose seria—, por lo menos no en lo que estaba estudiando.
    — ¿Y qué te gustaría hacer?
    — Siempre quise ser artista —se rió y se puso roja, era un deleite verla con sus mejillas enrojecidas.
    — ¿Artista?
    — Sí —contestó avergonzada—, me gusta el dibujo, el problema es que eso no da para mantener a
    nadie.
    Yo sonreí, para eso me tenía a mí.
    — Bueno, le pediré a Consuelo que busque un lugar donde puedas estudiar, ¿te parece?
    — ¿Estás seguro?
    — Por supuesto, preciosa, ¿o no te gusta la idea?
    — Sí, es que… nada.
    — ¿Segura?
    Me besó, fue un beso extraño, no de mala manera, pero al parecer tenía miedo, me besó como las
    primeras veces, cuando todavía tenía patente el mal recuerdo de Ivan.
    — ¿Qué pasa, preciosa?
    — Nada —contestó—, es que esto es tan perfecto, que a veces me da miedo.
    — No debes temer, es real y estamos juntos.
    — Pero es demasiado perfecto.
    Yo la abracé, no era tan perfecto. Mientras Fabrizio no estuviera en la cárcel y Ivan se olvidara de
    ella, yo no estaría tranquilo, pero Fabrizio está desaparecido, nadie sabe dónde está y a Ivan lo he
    visto varias veces rondar el edificio. Ella no salía a ninguna parte sola. Sin saberlo, estaba protegida
    por dos guardaespaldas. Cada vez que debemos salir, nos acompañan. No la expondré a un riesgo
    inútil. Y en cuanto empezara a estudiar, se lo tendría que decir, para que esté segura y ante cualquier
    contratiempo sepa dónde y con quién acudir.
    — ¿Estás cansada?
    — Sí —contestó en voz baja, luego me miró y sonrió coqueta—, pero no tanto.
    Me besó apasionada, era tan hermoso sentir a mi lado a esta niña-mujer que me amaba y me llevaba a
    desearla más de lo que era posible.
    Al día siguiente, tocaron el timbre muy temprano, Marizza se despertó y se levantó bruscamente, lo que
    hizo que se mareara y tuviera que correr al baño con náuseas. Yo salí a abrir y me quedé de piedra al

    ver, parados en mi puerta, a mis padres. ¡Vaya sorpresa!
    Los hice entrar y me fui a ver a Marizza que seguía en el baño. No se sentía bien. Al parecer el despertar
    tan bruscamente, la hizo sentir mal. Le pedí disculpas mil veces, yo no tenía idea que mis padres
    vendrían a visitarnos. Ellos sabían que yo estaba con Marizza y que tenía planes con ella. Seguramente
    venían a conocerla. Mis padres son unas personas sencillas en su trato y muy amorosas. Mis hermanas
    y yo tenemos una excelente relación con ellos, no sé cómo es que llegaron sin avisar, nunca lo hacen.
    — Disculpen —volví a la sala con ellos—, Marizza no se sintió bien, enseguida viene. ¿Qué hacen aquí?
    No me avisaron que venían.
    — Lo sentimos, hijo, realmente, no queríamos molestar, pero el avión llegó mucho antes de lo
    previsto y… —contestó mi mamá.
    — Está bien, si no hay problema.
    Marizza no volvía, yo estaba preocupado, de los tres meses que llevábamos juntos, nunca había
    amanecido así. Mi mamá lo notó y preguntó qué pasaba.
    — No sé, creo que se levantó muy de prisa, al oír el timbre y se mareó…
    — ¿Puedo ir a verla?
    Yo la miré, no estaba seguro, ellas no se conocían y…
    Sin esperar mi respuesta, pasó por mi lado y entró al cuarto. Yo miré a papá, nervioso.
    — Lo único que quería era conocer a la chica que por fin robó tu corazón —me comentó.
    — Me imagino.
    — ¿Cómo han estado?
    — Bien. Bueno, todavía no se solucionan los problemas que te conté, espero que sea pronto.
    — Sí, puedo ayudar si quieres, sabes que tengo contactos.
    — Te lo agradecería.
    — Nos quedaremos unos meses, yo por negocio y tu mamá quiere abrir una galería de arte acá.
    Yo sonreí pensando que tal vez su mamá fuera quien diera a conocer a Marizza en su veta de artista.
    — ¿Qué pasa?
    — A Marizza le encanta dibujar, de hecho, tomará clases.
    — ¡Qué bien! Bonita profesión. Tu madre podría ayudarla.
    — Si ella quiere…
    — ¿Te molesta que estemos aquí? ¿O temes que ella no nos guste?
    — No, cuando la conozcas, verás que es la mejor chica, pero…
    — Pero ¿qué?

    — Es que, bueno, yo sé que no he tenido el mejor ojo para escoger mujeres, aunque nunca antes estuve
    enamorado, pero no quiero que la espanten.
    Mi papá se echó a reír, tenía una risa muy contagiosa, yo también reí.
    — Tu mamá —habló en voz baja— viene a ver que tú no la espantes. Ha hablado con Michi y están
    fascinadas con ella. No se va a ir si no te ve casado con ella.
    — ¿Qué tanto cuchicheo? —Mi mamá salió del cuarto con Marizza, que venía pálida— deberían tener
    listo el desayuno, que mi nuera y mi nieto necesitan comer.
    — ¡Mamá! —grité al oír eso.
    — Vamos, hijo, se le nota a leguas que está embarazada.
    Miré a Marizza, tenía la mirada baja.
    — Mamá…
    — Bueno, voy a preparar desayuno —se fue a la cocina, acompañada por papá.
    Me acerqué a Marizza y la miré, ella no me miraba. La tomé de la barbilla y le levanté la cara
    suavemente.
    — ¿Es cierto?
    — No sé, pero no me siento nada bien.
    — Vamos a ir a un médico hoy mismo.
    — ¿Y si se enojan? Llevamos tan poquito tiempo juntos…
    — Mi mamá está fascinada con la idea —aseguré.
    Ella respiró hondo. Definitivamente no se sentía nada de bien. La tomé de los hombros, preocupado.
    — ¿Quieres ir en seguida?
    — Tengo hambre —contestó tragando saliva.
    — ¿Y si es nuestro bebé? —sonreí y le toque su vientre.
    — Sería lindo… aunque ahora, en este mismo momento, no es lindo —sonrió con los ojos brillantes.
    — Ya, está listo, vengan, que la niña tiene que comer, no quiero que se me desmaye aquí.
    Sin preguntar, mi mamá le sirvió a Marizza leche con chocolate, la que al ver la taza, se levantó
    corriendo de nuevo al baño. Yo la seguí. Mi mamá hizo lo mismo.
    — Tranquila, hija, es normal sentirse así —mi mamá se me adelantó le tomó el pelo y le acarició la
    espalda—, debes comer algo, así te sentirás mejor.
    — Lo siento —Marizza se lavó la cara en el lavamanos, tenía lágrimas en los ojos—, justo cuando
    llegaron yo estoy así.
    — Tal vez por eso, si no, dime tú, ¿qué hace mi hijo contigo? Está nervioso y no sabe qué hacer —
    sonrió mi madre, mirándome con gesto divertido.

    — Mamá… por favor.
    — Pero si es verdad.
    Marizza me miró con una sonrisa tímida.
    — La estás asustando —recriminé a mi mamá.
    — Vamos, hija —tomó a Marizza de un brazo, con suavidad.
    Las miré alejarse, mi mamá era alta, como todas las alemanas, en cambio, Marizza era más bien baja; a
    medio camino, mi mamá abrazó a su nuera, ella se apoyó en su costado. Creo que no debo tener miedo
    a que no se lleven bien. Mi mamá ya la quiere. Con ninguna de mis ex novias fue así, al contrario,
    siempre las espantaba.
    — Toma despacito y a lo que puedas, hija, pero debes comer, así te sentirás mejor.
    Marizza obedeció. Se demoró mucho tiempo en comer.
    — No me gusta estar así —dijo al rato, un poco frustrada.
    — Está bien, es normal, la mayoría de las mujeres pasamos por eso —la tranquilizó mi mamá.
    — De todas maneras, lo siento mucho.
    Mi mamá no dijo nada, sólo la miró por un buen rato, Marizza se cohibió y bajó la mirada.
    — Yo sabía que mi hijo te tenía que encontrar.
    Marizza sonrió, yo estaba incómodo.
    — En eso tiene razón mi esposa —intervino mi papá que había estado callado todo el tiempo—. Eres
    la chica ideal, son tal para cual.
    Ahora sí tenía la aprobación de ambos y, por la cara que puso Marizza, ella también lo supo y se alegró
    por ello, al igual que yo.
     
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  15. Carcis~RW
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    ¡que tiernos que son! y ya esperan a su primer hijo..pero me preocupan Fabrizzio e Ivan. Espero qque no quieran hacerl nada malo al bebe
     
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80 replies since 21/9/2014, 05:21   2304 views
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